Estaba cansado de
manejar, era de noche, así que cuando apareció una estación de servicio y un
parador decidí detenerme y continuar viaje al otro día.
Al costado de la
ruta, a la entrada de la playa, vi a cinco chicas jovencitas, separadas cada
tres metros, apenas vestidas, ofreciendo sexo pago. Pensé que, luego de bañarme
y cenar, buscaría alguna.
Detuve el auto al
lado de una piba de lindas piernas y le pregunté cuanto pedía, que hacía, y en
dónde. Me midió y con tono ausente respondió: “Pete, cincuenta; simple, cien;
completo, doscientos. Eso en el auto, sino, en las piezas del parador, que
cuestan 70 pesos”
- Voy a alojarme
ahí; ¿cuánto pedís por la noche?
- ¿Cuántos años tenés? –retrucó.
- 48; ¿por qué?; Vos, ¿qué edad tenés?
- Porque no me quedo con viejos, pero vos
parecés bien…; Te cobro quinientos. Y Tengo 18.
Reinicié la marcha.
Me excitó la putita, pese a su poca onda. Cargué combustible y estacioné
delante del albergue.
Al bajar observé a
una jovencita sentada en un banco. Bonita, delgada, vestía una calza blanca que
marcaba preciosas caderas y culito y una remera rosa, sobre breves y firmes
tetas sin corpiño. Le calculé menos edad. A pesar de la ropa provocativa, el
aspecto de la piba no parecía de puta.
“Qué rica pendeja
para coger toda la noche”, pensé. Me imaginé chupando su conchita estrecha,
suave, rosadita… Y hundiendo mi cara, mi lengua, en ese culito tierno… Pero, el
único modo de cumplir mis deseos era que ella alquilase su cuerpito.
Si bien poseo buen
aspecto, soy casi cincuentón; fácil, la diferencia de edad entre ambos debía
ser de 30 años… La realidad era que el único modo que tenía de coger con
pendejas era pagando.
En la ciudad donde
vivía, me visitaba los viernes Leticia, una morochita de 21 años, quien
compensaba su ordinario rostro con un cuerpo sensual y lujuriosa
disponibilidad. Me daba todo, incluso cola; permitía mi pasión lamedora de
concha; comía con dedicación mi pija; se dejaba llenar de leche y hasta la
saboreaba. Todo a cambio de mil pesos semanales.
Los restantes días
debía buscar en la computadora lindas nenas y pajearme. Por eso, cuando la
putita de la ruta me dijo 500 la noche, me pareció barato.
Sin embargo, esa
piba no podía compararse con la preciosa sentada en el banco. Pero era
demasiado bonita para ser puta de calle, y si cobraba por coger, debía pedir
mucho dinero.
Seguramente el
confundido era yo: la chica tal vez era hija de los dueños del parador o de la
estación de servicio. Si, mejor ni mirarla. Lo único que me falta era que me
denunciasen por pedófilo, lejos de mi casa. Me baño, ceno, y después busco a la
trola de la ruta. Evitaba chicas menores de edad, e intuía que esa minita mintió
su edad y era más chica.
Continué caminando
hacia el albergue. Al pasar al lado de la adolescente bonita sentada en el
banco, sin mirarla, advertí mano tocando suavemente mi brazo izquierdo. Y una
cálida, tierna, delicada voz me detuvo.
- Señor…, perdone…
¿puedo hacerle una pregunta…?
- Decime… - contesté, simulando mi
sorpresa.
- Usted…, ¿va a pasar la noche en este
parador?
- Si; ¿por qué?
- Este… pasa que tengo un problema…; y
usted parece un buen hombre, serio… ¿Puedo pedirle un gran favor…?
No supe cómo
reaccionar. Me asaltó la desconfianza; pensé que la piba, con ese aspecto
ingenuo, en realidad fuese anzuelo de delincuentes. Y al mismo tiempo intuí que
estaba delante de una gran oportunidad… La recorrí con mi mirada, mientras
imploré a mi cerebro lucidez.
-No entiendo… ¿Vos
vivís por acá?
-No señor, no; por
eso le pido ayuda; tengo miedo, estoy sola…
Sentí pena por la
chica. Debía ayudarla. Decidí postergar el baño.
-Acompáñame; vamos a
cenar y me contás…
Dos horas después,
la pendeja entró conmigo al albergue, a una habitación con dos camas. La
registré como Carolina, mi sobrina. En la recepción le entregaron su mochila,
la cual había pedido que se la guarden hasta que llegase su tío.
Durante la cena,
Carolina, de 19 años, tal como verifiqué en su documento, me contó, llorando,
con cruda franqueza, su problema.
Haciendo dedo había
llegado allí, media hora antes que yo, tras recorrer casi mil kilómetros desde
su casa. Su madre la había expulsado del hogar, luego de que la descubriese
acostada con su padrastro, un hombre de 45 años.
El padre de Carolina
había muerto tres años atrás, a los 50 años, en un accidente de tránsito. “Mi
papá era todo, yo era su reina, me decía; mi mamá estaba celosa, y como ella le
hacía la vida imposible, papi prácticamente dormía conmigo. Siempre nos
acostamos desnudos, abrazados. El me explicó que eran las cosquillas que yo
sentía abajo, y me enseñó a calmarme. Pero nunca me cogió, como decía la bruja
de su esposa. Papi solamente me acariciaba, y yo a él…”.
Carolina relató que
tras la muerte de su padre, los días eran tristes, y las noches se le hicieron
insoportables; pese a las pajas que se daba, extrañaba las caricias, los dedos,
el palo de carne sobre su cuerpo.
Un año después del
accidente fatal, llegó a su casa el novio de su madre. Ella lo detestó.
“Una madrugada, yo
ya tenía 18 años, fui a la cocina a buscar gaseosa. Estaba desnuda, como me
acostaba siempre. Al pasar por el living vi a mi padrastro delante de la
computadora, con el pantalón y el calzoncillo abajo. Estaba mirando videos
pornográficos de trolitas. No sé por qué hice ruido a propósito. El se puso de
pie para tratar de tapar con su cuerpo la pantalla, pero quedó de frente, en
bolas, con su pene parado. Y yo me quedé paralizada, desnuda. Me fui corriendo
a mi cuarto y me tapé con las mantas. Al ratito me dieron ganas de acariciarme;
tiré al costado lo que me cubría y me puse boca abajo, para dedearme. En eso
estaba, disfrutando, mojadita, con los ojos cerrados, cuando sentí una lengua
caliente en mi cola. Me quise dar vuelta y el novio de mi madre me sujetó, y sin
decir nada me mandó su pija en mi concha. Me encantó, como estaba bien mojada
entró toda, y gocé… A partir de esa noche, día por medio, cogíamos. Y así fue
hasta hace una semana, cuando mi mamá entró a mi habitación y me vio sentada
sobre la estaca de su novio metida dentro de mi…”
Luego del relato de
Carolina, le aseguré que la llevaría hasta la ciudad donde vivo, adonde
llegaría al mediodía. Más allá de la caliente historia, y mis deseos de
comprobar las habilidades sexuales de la nena, me controlé. Mientras ella se
bañase, iría a buscar la putita de la ruta.
-Andá a bañarte, sin
apuro; yo voy a tomar un café y leer un rato así vos estás cómoda y te acostás
para dormir –le dije.
-No le creo; usted
se va a buscar a una de esas chicas baratas…
-¡No, nada que ver!
-Alberto, ¡no se
vaya por favor!; no me deje sola… ¿Qué le parece si primero se baña usted, se
acuesta, y después me baño yo? Si quiere, bañado, apague las luces; yo no voy a
hacer ruido…
Concedí su pedido.
Me di una ducha y envuelto en un toallón salí del sanitario y me metí a mi
cama. Carolina fue a bañarse. Al escuchar el agua correr y quedarme solo pensé
en masturbarme, pero deseché el deseo y cerré los ojos, dispuesto a dormir.
Estaba entregándome
al sueño cuando escuché a la adolescente hablarme.
-Señor, discúlpeme,
es lo último que le pido…
-Decime Carolina…
-respondí, abriendo mis párpados e incorporándome sobre el colchón.
Mi respiración se
detuvo. A contraluz de la iluminación del baño, delante de los pies de mi cama,
estaba el cuerpo desnudo, delgado, esbelto, de una belleza descomunal.
-¿Puedo acostarme
con usted?; no piense mal, no vaya a pensar que soy trola, yo sé que está
cansado, no quiero provocarlo; solamente me dormiría si usted me abraza…
-Carolina, yo estoy
desnudo, y vos también… aunque podrías ser mi hija, soy hombre, y no sé… me
parece que va a ser incómodo para vos y para mi…
-¡Por favor!; y yo
tengo confianza en usted…; pero si no quiere…- dijo entristecida, para de
inmediato reclamarme:
-¿No le gusto…? – y
giró su cuerpo dos veces, mostrándome su colita.
-Carolina, ¡sos
preciosa!; pero te soy sincero: si te acostás conmigo, no voy a conformarme con
abrazarte…
-Yo también quiero
coger… -expresó sin pudor.
La pija se levantó,
entusiasmada. Retiré la manta y la mostré orgulloso.
-¡Entonces, vení
bebé…!
La bonita lanzó una
exclamación de asombro, sonrió con picardía y avanzó, lentamente, hasta el
costado derecho de mi cama.
-Alberto, ¡es
inmensa!, ¡y relinda!; ¡me encanta! ¿Me dejás tocártela? –preguntó, tuteándome.
-Carito hermosa, ¡es
tuya!; hacé lo que quieras con mi pija…; pero primero, vení, sentate sobre mis
piernas, quiero tocarte…
La pendeja subió a
la cama, abrió sus largas piernas y se sentó sobre mis muslos, quedando ambos
frente a frente. Apenas sentía su peso; calculé que no debía superar los 45
kilos.
Estaba maravillado:
una jovencita preciosa, educada, arrebatadoramente sexy, estaba a centímetros
de mis ojos y mis dedos. Quedé en silencio, admirándola. Para mí era perfecta:
hermoso rostro, cuello alto, hombros frágiles, brazos delgados, pechos pequeños
pero duros, cintura finísima, vientre plano, y una vagina sabrosa, depilada… Y
además, ¡no estaba pagando!
Con timidez,
temiendo que un movimiento de mi parte evaporase la maravilla, adelanté mis
manos hacia el cuerpo de ensueño. Mi derecha acarició las tetas, mientras que
la izquierda fue al vientre, cintura, espalda, cola…
Ella puso sus dos
manitas en mi verga. ¡Qué suavidad placentera!; comencé a gemir… Me di cuenta
que si no me separaba, acabaría en breve. Tomé sus manos y las besé.
-Recostate, boca
abajo, te voy a hacer gozar…-ordené.
Carolina sonriente,
se colocó de costado, apoyada en un codo.
-¿Qué querés hacer?
-Chuparte ahí
abajo…; seguro ya sabés como es…
-No, nunca me
chuparon… La que chupaba era yo…
-¿Vos te hacés la
paja?
-Cuando no cogía,
si…
-Bueno, lo que te
voy a hacer va a ser más rico…
La experiencia me
había enseñado a comenzar al revés de la costumbre masculina. En la cama,
empezaba abajo, en los pies, y Carolina los tenía bonitos. Los besé, acaricié,
dedicando tiempo a cada uno de los deditos. Estando boca abajo recorrí con mi
lengua y labios por la pantorrilla, me detuve en la parte posterior de la
rodilla, y continué lentamente avanzando. Llegué al culito, que masajeé, hasta
alcanzar su conchita. Ya estaba húmeda, caliente, olorosa… Mi lengua recorrió
los labios rosaditos, y suavemente fui separándolos, mientras mis dedos
paseaban por los muslitos suaves, las nalgas, las tetitas, las axilas.
Sin apurarme, llegué
al clítoris palpitante de Caro. Me concentré en ese pedacito, besándolo,
mordiendo, aspirando, en tanto que brotaban los juguitos de la pendeja. Ella ya
gritaba, y sus manos empujaban mi cabeza, y sus caderas se agitaban salvajes…
-¡Si amor, si papi,
ahí, si, si, seguí, seguí…! ¡Agh mmm, la puta! –exclamó.
Jadeaba como yegua,
sus orgasmos llegaban, por lo que metí mi dedo índice en la conchita mientras
retuve su clítoris entre mis labios, moviéndolo en círculos con la lengua. Y su
cuerpito se arqueó, me puteó, gritó insultos, y tuvo tres orgasmos seguidos…
Me deslicé al
costado, agotado, con toda la cara mojada por sus jugos, feliz de haber comido
a una pendeja hermosa. Cerré los ojos. Repasé mentalmente las delicias de la
nena que tenía a mi lado.
De pronto, mi pija,
semierecta, quedó dentro de una cavidad acogedora. Carolina, entre mis piernas,
estaba tragando mi pene. Sus manitos acariciaron mis pelotas y el estremecedor
espacio entre estas y mi culo. En segundos logré la máxima erección, y ella,
con la lengua, dejó el glande expuesto.
-¡Esto quería!:
pija, pija, me encanta la pija, amo tu pija…; la tenés hermosa…; dámela, dame
leche…
Y continuó
mamándomela; mamaba terriblemente, se tragaba los 18 cm de pija dura hasta
ahogarse, lamía el tronco, los huevos, mientras sus manos me apretaban las
nalgas.
-¿Te gusta que te
coma la pija?
-¡Si…!
-¿Te gusta que sea una
putita sucia con vos?
- ¡Mmm…!
-¡Entonces culeame!,
¡meteme la poronga!, ¡reventame, dámela hasta el fondo!
II
Eran las 2 de la
madrugada cuando desperté, con calor y sed. El delgado cuerpo desnudo de
Carolina yacía encima de mí. Apenas pesaba; su cálida respiración sentí sobre
mi pecho.
Una preciosa
pendeja, de una belleza descomunal, arrebatadoramente sexy, de hermoso rostro,
cuello alto, hombros frágiles, brazos delgados, pechos pequeños pero duros,
cintura finísima, vientre plano, y una vagina sabrosa, depilada… habíamos
cogido durante casi tres horas. ¡Y no era una puta, no tuve que pagarle para
culear! Ella, 19 años; yo, 48…
La había chupado,
lamido, besado por todo su cuerpito hasta arrancarle tres orgasmos que me
habían empapado mi cara. Luego, en su amorosa conchita depilada, mojada y
palpitante, hundí mi verga grandota y dura, mientras mis manos y lengua andaban
frenéticas por sus tetitas, axilas, orejas, logrando otros tres orgasmos y mi
profusa acabada en su interior. Y balbuceante me rogó que le chupara la vagina,
extraiga la boca mi semen mezclado con sus jugos y la bese en su pequeña
boquita para probar ella los viscosos fluidos. Y así, enchastrados, nos
dormimos.
Los cercanos,
calientes recuerdos, volvieron a excitarme. Con sumo cuidado fui corriéndola a
mi costado derecho y giré para dejarla acostada, boca arriba. Lentamente me
deslicé hasta levantarme y quedar de pie, al lado de ella.
Quería contemplar a
Carolina; admirarla, gozar en silencio su juvenil belleza. Surgieron en mi
memoria los primeros versos de Pablo Neruda: “Cuerpo de mujer, blancas colinas,
muslos blancos/ te pareces al mundo en tu actitud de entrega”. Me parecía
increíble haber lamido, recorrido con mis labios, penetrar con mi pija a una
nena tan preciosa… Las delgadas, largas piernas semiabiertas concluían en una
vagina rosadita, puerta de la maravilla, entrada a tu clítoris de miel, sobre
el cual, como abeja voraz, había posado mi lengua…
Sin darme cuenta, mi
mano derecha estaba moviendo mi pija. Me reté, me dije pajero estúpido; era la
costumbre… Sin hacer ruido fui a buscar mi celular y empecé a fotografiar la
desnudez de Carolina. La verga seguía parada; la acerqué a los labios de la
nena… cerré los ojos…
La dulce voz de la
pendeja me despabiló.
-Yo también me
desperté con ganás…
Y comenzó a chuparme
la pija…
-Bebé, ¿sos mi
putita?
-¡Si papi!, ¡dame
pija…!
-Esperá…, ponete en
cuatro patas; quiero ver bien paradito tu culito… -dije.
-Papi, ¡por favor,
por ahí no…!
-¿Sos virgen ahí?
-De pija si…
-¡Ahhh!; ¿Te
pajeaste por atrás?
-Sí, pero tu verga
es muy gruesa… ¡Me vas a reventar…!
-De a poquito mi
amor… Te va a encantar…
Y antes que me
responda le metí la poronga entera en la vagina. Ella dio un brinco y luego
movió su trasero en círculos, en tanto que yo jugaba con mis dedos dentro de su
culito. Al notar que estaba a punto de acabar, se la saqué y rápidamente se la
clavé por atrás.
Carolina pegó un
grito e intentó separarse, pero yo la sujeté firmemente por las caderas hasta
sentir que mis pelotas golpeaban su concha. Mi carne estaba dentro.
La nena puteaba,
lloraba, gemía, pero no se separó… Su culito caliente, mojado, muy apretado,
empezó a moverse rítmicamente; ella ya estaba gozando. Su cabecita estaba
apoyada sobre la cama, como sus rodillas, por lo que aprovechando el espacio
libre dirigí mi mano izquierda a la conchita, para masturbarla. Pero ella llegó
antes… Y además de tocarse, con su manita mojada me acariciaba y apretaba los
testículos…
Eso me estremeció,
cerré los ojos, sentí que tenía otros orgasmos, y no aguanté más y creí desmayar
mientras mis descargas inundaban su culo…
Ella 19; yo, 48
(III)
Poco antes de las
10, Carolina y yo estábamos desayunando en el bar del albergue. Cualquiera que
nos observase creería que el señor maduro y la linda adolescente eran, tal como
me había registrado, un tío y su sobrina.
En realidad estaba
junto a una preciosa pendeja, sexy, de hermoso rostro, cuello alto, hombros
frágiles, brazos delgados, pechos pequeños pero duros, cintura finísima,
vientre plano, una vagina sabrosa, depilada… Lo sabía pues ese cuerpito
delicioso había lamido, besado, chupado, cogido… ¡Y no era una puta, no tuve
que pagarle para culear! Ella, 19 años; yo, 48…
Las diferencias
etarias eran perceptibles en los distintos aspectos: yo estaba ojeroso, ojos
rojos, andar cansino; ella, radiante, fresca, vital. El corto y vaporoso
vestido celeste de una pieza sobre su cuerpo resaltaba su preciosa y sensual
figura delgada.
Carolina se acomodó
en el asiento a mi lado pues habíamos convenido que la llevaría hasta la ciudad
donde vivía. Teníamos seis horas de viaje por delante. Los primeros 90 minutos
se entretuvo cebando mate, contando trivialidades y mirando por la ventanilla.
Luego se durmió profundamente. De reojo la miré; sus largas piernas
semiabiertas y los muslos firmes cubiertos por el vestido, apenas una palma
debajo de la entrepierna, me excitaron; sus pechos de adolescentes, sin
corpiño, se percibían debido al audaz escote; y su carita de muñequita lograron
que tenga que acomodarme la erección. Disminuí la velocidad para estirar mi
brazo derecho y apoyar mi mano en el muslito izquierdo. No reaccionó. Comencé a
acariciarla y, lentamente, subiendo el vestido. Mi intención era llegar hasta
su bombacha, pero casi me salgo del carril al ver que no llevaba ninguna; ¡la
hermosa pendeja estaba con la conchita depiladita al aire!
Concentré mi visión
en la ruta, que en ese trayecto era una extensa recta, regulé la velocidad a 60
km por hora y puse mi mano con la palma sobre la vagina. Así la deje largo
rato, sin mirarla, hasta que suavemente fui bajando y subiendo el dedo mayor
entre los labios vaginales. Sin detener el ritmo hice lo mismo con el índice,
logrando con los dos dedos entrar en esa cuevita calentita. La nena se movió,
abrió algo más sus piernas, y sin despertarse comenzó a gemir. Poco después
sentí como se humedecían mis falanges.
En ningún momento
retiré mi vista de la ruta, pero como me molestaba mi pija erecta apretada por
el pantalón saqué un momento la mano de la concha que estimulaba para aflojar
el cinto, bajarme la bragueta y el bóxer para permitir salir la verga dura y
mojada. Respiré aliviado y volví con la mano a la conchita. Cada entrada de los
dedos, el sabroso agujero se humedecía más, a la vez que Carolina movía su
pelvis arriba abajo y gemía, sin abrir sus ojos. Calentísimo, llevé la mano que
pajeaba a la pendeja a mi boca para probar esos juguitos; los sentí riquísimos,
y sin querer exclamé eso:
- ¡Mmm!; ¡qué
ricos…!
- ¿En serio?;
gracias…; ¡me encanta lo que me hiciste…!; ¡yo también quiero probar, los
tuyos…!
- ¡Nena!;
discúlpame, no quería despertarte…
- Despertame siempre
así… pero ahora me toca a mí… - dijo Carolina entre suspiros y fue con su boca
hacia mi pija levantada.
Pegué un brinco
sobre el asiento al sentir la calidez de los labios de la pendeja sobre mi
glande. Me esforcé por no cerrar los ojos y atender el manejo mientras la verga
bailaba en esa cavidad bucal. Su lengua no se quedaba quieta: lamía el tronco,
las pelotas, el agujerito… Y su saliva y mis líquidos presemen mojaban la
carita y el asiento. Las sensaciones eran maravillosas, la nenita hermosa
chupaba de primera…
Debía hacer algo
para no acabar tan pronto, quería gozar más; llevé los dedos que habían andado
por la conchita a mi boca, los chupé para dejarlos empapados…
- Bebita,
arrodíllate sobre el asiento, pará tu culito… -pedí.
Carolina obedeció
sin soltar su chupete. A mi derecha contemplé el mejor paisaje: una cabecita
rubia entre mis piernas; una espaldita regia, y unas nalguitas espectaculares,
levantadas… Mis dedos fueron a la vagina toda empapada, de allí al agujero
trasero y acariciaron, hasta lograr abrirlo, y meterlos, y moverlos adentro. La
pendeja comenzó a aullar y a moverse convulsivamente, atravesada por orgasmos
continuos.
- Amorcito, pará, si
seguís voy a acabar… -alcancé a decirle.
- ¡Eso quiero!,
¡dame toda tu lechita!
IV
Alrededor de las 16
llegamos a mi ciudad. Durante el viaje, acepté el pedido de Carolina de
quedarse unos días en mi casa, hasta que ella se ubicase.
Conduje a la
muchacha a un dormitorio amoblado con cama y placard, al lado del segundo baño;
el principal se encontraba dentro de mí habitación. Le entregué sábanas,
mantas, toallas y toallones.
-Caro, ponete
cómoda, bañate, descansá; yo voy a ducharme y descansar una hora. En dos horas
comemos algo –le dije.
Al terminar con mi
higiene fui a mi cama de dos plazas, con intenciones de hacer una siesta.
Empero, al cerrar mis ojos, recordé los momentos de placer, las cogidas con la
pendeja.
Yo, un hombre de 48
años, tenía la fortuna inédita de haber gozado con una nena preciosa, una
hermosa nena de 19 años, delgada, cuerpito duro y delicado, piernas de muslos
firmes, pechos deliciosamente pequeños, conchita suave y sabrosa, un culito
para delirar; una bellísima, terriblemente sexy lolita…
Pues si su edad real
era excitante, en realidad aparentaba al menos tres años menos. En su bonita
carita delicadamente ovalada, de rasgos aniñados y suaves, resaltaban sus ojos
grandes, color miel, de mirada inocente y a la vez pícara. Y su graciosa
naricita, armoniosamente respingada, y sus labios carnosos, los cuales parecían
iluminarse con sus sonrisas.
Las imágenes en mi
cerebro me quitaron el sueño y alzaron mi pija. La rodeé con la mano derecha
para apretarla suavemente. ¡Estaba orgulloso de su suerte!; ¡Esta carne dura
había recorrido el interior de una conchita inigualable, y largado mi leche
allí dentro!
La única
preocupación, mejor dicho, las dos preocupaciones, eran que temía enamorarme de
Caro; y que ella, en algún momento, tal vez al otro día, se fuera.
Mis pensamientos
fueron bruscamente interrumpidos al ver a la piba en la puerta. Desnuda. Con
una taza en su mano izquierda.
-¿Puedo descansar al
lado tuyo? –me preguntó con voz dulce.
-Si amorcito…,
precisamente pensaba en vos…
-¿En mí?; ¿Qué
pensabas?, si puedo saber… Vine porque yo también estaba pensando en vos… Si me
contás, yo te cuento… - dijo y se recostó a mi derecha.
-Bueno, varias
cosas… Una, ¿qué planes tenés a partir de mañana?
Carolina me miró
tiernamente y se hizo un ovillo a mi costado.
-No tengo ningún
plan. Lo único que quiero es quedarme con vos, si querés, si te gusto, hasta
que te cansés de mi… - exclamó, mientras se soltaba su pelo y paraba al lado de
la cama, mostrándome toda su hermosura.
-Decime: ¿te gusto?
Vos me gustás mucho; y no lo digo por lo rico que hacés el amor, por esa
preciosura que me metiste; me encanta como sos, como me tratás, tu ternura de
hombre hecho y derecho… Quiero amarte, ser tuya, que me amés… Y que me hagás el
amor, y sino no cogemos, que me dejés acariciarte, besarte. Pedime lo que
quieras, pero déjame estar con vos… -sostuvo, y se arrodilló sobre la cama,
acercando sus labios a los míos.
-Pero no me
contestés ahora… Estoy recién bañadita, tengo la conchita perfumada… ¿Querés
probarla…? –dijo, y abrió sus maravillosas piernas.
Y mi lengua se
hundió entre sus pétalos…
V
Carolina dormía
plácidamente a mi diestra.
Apenas cubierta con
una bombacha de motivos adolescentes. ¡Qué hermosa pendeja tenía la suerte de
admirar a mi lado! Su cuerpo era un poema. Una preciosura con hermosas tetas,
abierta de piernas, conchita encantadora…
Descendí para acercar
mi cara a su entrepierna. ¡Qué fragancias cautivantes!: olor a flujo, sudor,
piel joven… Tres horas antes habíamos gozado juntos. Con un dedo bajé
suavemente la prendita íntima. Saqué mi lengua y la pasé por la vaginita
depilada, y así seguí, arriba y abajo, besando, chupando, empapando con mi
saliva esa vulvita.
- Papi, ¡qué
hermosura como me despertás! – expresó, con su voz tan dulce.
Me detuve y regresé
a su costado.
- ¡Me encanta
comerte…!; pero Carito, quiero hablar sinceramente con vos… - le dije, con
expresión seria.
Ella se incorporó,
mirándome con preocupación.
- ¿Qué pasa?; ¿hice
algo mal?
- ¡No amorcito!,
¡estoy feliz con vos!; se trata de mi… - respondí.
- No entiendo…
- Hace dos semanas
que te quedaste a vivir conmigo, y en lugar de ocupar tu dormitorio, tu cama,
te acostás a mi lado…
- Ahhh, es eso…;
estás incómodo, querés dormir solo…; entiendo: querés tu privacidad… Estás
cansado de mí… - balbuceó Carolina, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
- ¿Qué decís?, ¡nada
que ver!; ¡me encanta que duermas conmigo!; cada día te deseo, te quiero más…
- ¿Entonces?,
entiendo menos…
- Vos dijiste una
palabra, esa es la única cierta…
- ¿Cuál?
- Cansado…; en
realidad, cansancio…; pero no de vos…
Carolina apoyó la
espalda contra la pared, estiró sus piernas, me miró fijamente y comenzó a
reírse.
- ¿De qué te reís? –
le pregunté.
- ¡Ja, jaja, jaja…!;
perdóname, ahora entiendo… ¡Y sos un tonto!; ¡por eso me río! –respondió.
- Ahora no entiendo
yo; explícame…
- ¡Qué no me importa
si no la tenés siempre dura!
Me dejó con la boca
abierta. Y aún sorprendido por las palabras de la preciosa piba, la boca
abierta, pero de ella, fue hasta mi pija blandita y la chupó. Apenas instantes,
pues luego me dijo:
- ¿Ves?; la tenés
chiquita ahora; me doy cuenta que así no podés metérmela; cuando está toda
parada, dura, me volvés loca… Pero también me encanta lamerla blandita… Y vos
sabés bien que podés hacerme acabar cuando me besás y chupas mi lengua, ni te
digo cuando me chupas la conchita… Entonces, ¿cuál es el problema? – explicó
con impecable lógica.
El problema, para mi
radicaba en la belleza de Carolina.
El primer día que
estuvo en mi casa cogimos cinco veces. Al otro día, cuatro. El tercer día, tras
dos agotadoras cogidas, tomé una pastillita azul. De ese modo pude otra vez. A
la mañana, antes de irme a trabajar, Carolina me montaba. Sus orgasmos eran
múltiples. Al llegar a la tarde, la encontraba desnuda, recién bañada, y me
llevaba a la cama; A la noche, quería de nuevo. Iba al baño, tomaba la píldora,
y así lograba gozar con ella. Pero me di cuenta del peligro para mi salud de
tanto sexo y pastilla.
Esta situación era
la razón de mi angustia. Despertaba y dormía junto a una mujer bellísima,
sensual, caliente, vital, juvenil, enérgicamente dispuesta a dar y recibir sexo
sin tapujos. Advertía claramente que no podía seguirle el ritmo. Y entonces
temía que ella, insatisfecha, me abandonase.
La propuesta de la
nena
- Tengo una idea,
¿te la cuento? – consultó Carolina, sacándome de mis cavilaciones.
- Claro, contame…
- Vestime sexy…
- ¿Querés que te
compré ropa?
- Ropa no; lencería…
A mí me encanta, y a vos te va a excitar más que verme desnuda. Vamos a coger
cuando vos estés con todo, sin pastillas… Sólo te voy a pedir que, si te gusta
como me verás, me besés, me lamás, me chupés… ¿Te parece?
- ¡Me parece estupendo!;
¿y qué querés que te compre?
- Primero, tomame
las medidas…
Fui hasta el cuarto
donde guardaba herramientas. Encontré la cinta métrica. Le pedí que se parase y
diese vuelta, dándome su espalda. Me coloqué detrás suyo y medí sus preciosos
senos, ombligo, colita, pies.
- Tenés 86 de busto,
59 de cintura y 89 de cadera…
Al otro día libre,
con las medidas tomadas a Carolina, fui hasta el shopping, a un coqueto negocio
de lencería. Además de cinco juegos de tanguitas y corpiños - todos de seda, transparentes,
colores blanco, rojo, negro, rosa y dorado- adquirí dos baby doll, de encaje,
negro y rojo, y medias caladas. En el mismo local, apartada, había una sección
llamada “fantasías”. Se trataba de ropita sexy de enfermera, policía,
dominación, campesina, mucama, colegiala. Elegí tres prendas de esta última
clase, como minifaldas cortísimas a cuadros. Al salir de allí entré en una
perfumería y compré “The one”, de Dolce & Gabbana. En una zapatería elegí
compré dos pares de sandalias taco alto y dos sandalias bajas.
Llegué a casa,
Carolina dormía. Coloqué todos los paquetes sobre la cama, a sus costados.
Salí de la
habitación, cerré la puerta y fui a trabajar en la computadora del living.
Veinte minutos después sentí una exquisita fragancia. Y la vi.
Sobre unas botas, la
piba era un delirio. Sus largas piernas estaban lujuriosamente enaltecidas con
las medias negras. La mini de colegiala llegaba al borde de su entrepierna. Se
sentó en el sillón y abrió las piernitas, cubriendo su conchita con un muñeco
de felpa.
- ¿Cómo estoy? – me
preguntó, coqueta.
Mi única respuesta
fue ir hacia ella, arrodillarme y buscar con mis labios anhelantes su
entrepierna. Besé el tajito de su conchita deliciosa. ¡Qué fragancias
cautivantes!; olores a perfume, piel joven, sabrosos juguitos de pendeja… Mi
lengua entró, y así seguí, arriba, abajo, costados, besando, chupando,
mordisqueando…
- Papi…, esperá,
quiero sentarme en la alfombra, cruzarme de piernas y levantar la colita… -
logró decir.
Y me ofreció todo su
encanto.
En pocos minutos la
vagina de Carolina comenzó a largar más fluidos sexuales; delicadamente busqué
con mi lengua el clítoris. Estaba duro. Lo mordí, suavemente. La bella gimió,
gozando. Bebí todos sus orgasmos.
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