Cuando él me lo preguntó no quise
contestar, pero hoy quiero confesaros en esta página cómo fue mi
horrible primera vez. Algunos ya me conocéis, soy Luci, una estudiante
que muchos chicos consideran espectacular, una rubia alta de cara
angelical, con unas tetas bien grandes y buenas curvas, tengo que
reconocerlo. Cuando paseo por ahí, haciendo fuerza con mis tacones las
caras de los hombres se fijan en la firmeza de mis piernas, en mi culito
duro y en cómo rebotan mis pechos.
Esto me ha llevado problemas en mi vida,
créanme. No es broma. Una se siente acosada, es como si los hombres
tuviesen un imán hacia mí, y al de poco ya están encima de mí,
hablándome pero sin mirarme a la cara, sobándome los pechos sin mi
permiso, invitándome a dar una vuelta en su coche o a ir a su casa…
Encima te puede ocurrir no sólo en la discoteca, sino en la calle, y se
pasa mucha vergüenza. A veces simplemente hubiese deseado no ser tan
llamativa, confundirme mejor entre la gente, el deseo de los hombres
puede ser a veces una carga muy fuerte.
Y aquí estoy para describiros cómo una
vez me quise morir, precisamente, por encender el deseo en alguien a
quien no debería haberle atraído. Como mi cuerpo escultural me jugó una
pasada tan mala que desencadenó lo que para mí fue una auténtica
tragedia.
Esto ocurrió hace ya tiempo, cuando
todavía vivía en casa con mi familia. He querido siempre mucho a mi
familia, por supuesto, pero mi padre tenía sus problemas. Era demasiado
propenso a beber alcohol, no tenía medida cuando bebía. Algunas noches
llegaba realmente al borde de la inconsciencia, otras veces muy agitado.
Sin embargo, nunca nos dio problemas, mi madre parecía ponerle en vara
cada vez que llegaba así y lo mandaba a la cama. Yo procuraba no
aparecer cuando estas escenas ocurrían, me hacía la dormida. Cuando
alguna vez estuve por medio, vi lo mismo que estaba acostumbrada a ver.
Y es que mi padre, en medio de la
borrachera, mi propio padre, me miró con esa misma expresión con la que
me miraban todos los hombres que tanto me deseaban a diario. Mi padre
nunca jamás lo había hecho, evidentemente no era tonto, sabía que tenía
una hija espectacular y así se lo habrían comentado sus amigos. Pero
jamás me miró con deseo. Sólo en esas ocasiones, tras la cortina de
alcohol que bañaba su mente y sus sentidos, me miró no como a hija, no
como a carne de su carne, sino a carne que como hombre debía poseer, un
cuerpo apetecible que se entregaría al sexo como el resto de las
mujeres. Una expresión lujuriosa que me recorrió de arriba abajo
mientras yo estaba allí en el sofá con mi pijama de verano que dejaba
mis muslos y mi canalillo al aire. Respiraba más profundo, no solo por
el alcohol sino por el deseo de su hija medio desnuda que le estaba
agobiando. No sé si mi madre se percató de ello, quizás no quiso verlo,
se lo llevó rápido hacia la habitación y al de poco se durmieron ambos.
Pero aquella escena se quedó en mi
retina durante mucho tiempo. Como ya he dicho, a veces me incomodaba mi
cuerpo, más aún si como acababa de ver hasta mi familia me veía como un
objeto a poseer… Y de hecho, eso fue lo que me jugó una mala pasada…
Aunque no fue culpa mía, ¿no? Venga, os lo cuento, pero no me hagáis
recordarlo más veces.
Un fin de semana, mis padres hicieron
planes. Solía ocurrir a menudo. Me quedaba la casa para mí, era
estupendo. Pero esta vez se fueron por separado: mi madre se fue con una
amiga a la capital porque querían ver un espectáculo de teatro y
quedarse allí, y mi padre se iba a ir con unos amigos a pasar el fin de
semana pescando. Yo tenía una temporada de exámenes, por lo que tampoco
iba a disfrutar mucho de la casa en soledad, pero me gustaba la idea de
que en ese fin de semana de nervios y estrés iba a poder cocinar lo que
yo quisiera y acostarme cuando yo considerara. Quién me iba a decir que
no me acostaría yo sola…
La noche del sábado era entonces para
mí. Hacía calor, había entrado junio y no teníamos aire acondicionado ni
nos lo podíamos permitir. Por la noche abrías la ventana y entraba un
poco de fresquito. Allí estaba yo, en la cocina, con mi pijama de verano
y un delantal, haciendo un poco de pasta mientras ponía el horno para
hacer una tarta. Sin duda, a mis padres les gustaría volver y
encontrarse una tarta recién preparada. Todo esto, acompañado de buena
música salida de mi emisora favorita. ¿Nunca habéis cocinado con la
radio puesta? Para mí es la vida.
Acababa de poner el horno a gratinar y
estaba escurriendo los macarrones, cuando de repente llamaron a la
puerta. El timbre sonó tres veces, como si no lo quisiesen soltar. Me
dije para mí misma que era muy raro, yo no había invitado a nadie porque
precisamente quería la noche para mí sola. Me quité el delantal y me
quedé con mi pijama fresquito. Me acerqué cautelosamente a la puerta y
miré por la mirilla al exterior. La sorpresa fue mayúscula al ver a mi
padre fuera. Corrí a abrir la puerta. Ese fue mi error, pienso ahora.
Pero, ¿qué hubieseis hecho vosotros, dejarle fuera?
Mi padre entró tambaleante, y antes de
eso ya me había dado cuenta de que había vuelto a las andadas. Apestaba a
alcohol y se notaba en sus ojos que le faltaba conexión con la
realidad. Entró y no paró de decirme que lo sentía. Cerré la puerta con
llave.
- Siento… mucho, Luci. Me tuve… que volver antes.
Yo no entendía nada, pensaba que se
habían ido a pasar el fin de semana entero. Quizás los amigos de mi
padre habían visto que no estaba en condiciones y habían decidido
traérmelo de vuelta al ver su estado alcohólico, seguramente adquirido
en la primera taberna donde habrían cenado.
- Ey, vale, venga no pasa nada. Ainss… Estaba cocinando justo ahora, ¿quieres comer algo?
Parecía que las palabras tardaban en llegarle a los oídos, es el etanol que hace el espacio más denso…
- Nooo… tranquila, está todo bien… -
decía con la voz claramente afectada mientras íbamos por el pasillo, yo
delante y él por detrás. Un pensamiento terrorífico se me pasó por la
cabeza al ser consciente de que él iba detrás de mí y con estaba allí,
con esos pantalones-braguita que marcaban bien mi culo respingón.
Me di la vuelta para confirmar mis
temores, y es que mi padre, como hipnotizado, me miraba el culo como si
fuese lo único que le importase en mí. Otra vez estaba en su cara la
expresión de aquella noche en la que me vio con este mismo pijama y con
un nivel de alcohol similar. Lo peor fue que al darme la vuelta se
entretuvo también en mirar el escote que marcaba la sedosa camisa rosa
de mi pijama.
Esta vez no estaba mi madre para
mandarlo a la cama, pero decidí que yo lo haría, antes de que esa
expresión de lujuria pudiese llegar a más.
- Oye, venga, te vas a ir a la cama si
no quieres cenar, duermes un rato y si quieres más tarde cenas un poco
de lo que me sobre.
Lo dirigí hacia la cama de su habitación
y dócilmente me obedeció, avanzando lentamente y de forma algo
descoordinada. Parecía que incluso intentaba bailar, la música de la
radio seguía a tope. Cuando llegué a su habitación hice lo mínimo que
podía hacer, que era abrir las sábanas para que se metiese dentro a
descansar. Me incliné sobre la cama de matrimonio para retirar el
edredón mientras él se quedaba detrás de mí, otra vez.
Y entonces ocurrió el horror.
Sentí como unas manos fuertes, las suyas
claro, me agarraban la cintura. Pero no fueron directamente a mi culo,
fueron hábiles, tremendamente hábiles para un borracho, y de un pase
rápido cogieron mi pantalón junto al tanga que llevaba puesto y
arrastraron mis prendas inferiores. Casi sin poder darme cuenta, de un
tirón mi padre me había bajado la ropa y estaba con el culo desnudo
delante de su cara.
-Oye, ¡¡¿¿¿pero qué???!! ¿Qué haces, papá?
Me empujó en el catre y se quedó en las
manos con mis prendas, a mí solo me quedaba puesta la camiseta sin
sujetador mientras yacía en la cama de matrimonio. Tiró la tanguita y el
pantalón a un lado y se acercó a mí, con una expresión perdida,
fijándose sólo en mi culo. Me lo agarró con ambas manos y comenzó a
estrujarlo con fuerza, a mover mis nalgas mientras yo chillaba intentado
hacerme oír por encima de la radio.
La radio… la radio hacía que mis gritos
no llegasen lejos. Intentaba deshacerme de mi padre, pero claro, él era
mucho más fuerte y parecía que la lujuria le embrutecía más. Con
habilidad me dio la vuelta y quedé boca arriba, mirando al techo entre
mi pelo rubio desordenado, mientras abría mis fuertes muslos. Llegó así
mi intimidad al estar al descubierto, ¡a estar frente a los ojos de mi
padre!
Bajé mis delicadas manos a mi sexo, a
taparlo, a proteger mi virginidad. Porque era virgen claro, eso era casi
lo peor del momento. Mi padre, molesto por ver que la rajita se tapaba,
me miró con un cabreo importante, pero con habilidad pasmosa aprovechó
para atacar a mi camiseta y me la rasgó con furia. Sí, me rompió la
camiseta sedosa del pijama y fue entonces cuando quedé completamente
desnuda ante mi padre, con mis grandes tetas descubiertas delante de su
cara.
- Luci, cielo, ¿cómo es posible que tengas esos melones? Son más grandes que los de tu madre, mucho más…
Odié ese comentario, odié que se
deleitara con el tamaño de mis pechos, tan comentado por los hombres que
me rodeaban todos los días. Y yo ya no daba abasto, no pude cubrir,
como comprenderéis, las partes erógenas de mi exuberante cuerpo con mis
manos. Aparte de que mis manos no eran nada comparadas con la fuerza
bruta de mi padre. Para entonces, mi padre casi de una vez se había
quedado desnudo, y vi su polla bien erecta, era gruesa, muy gruesa. Él
se encendió mucho más cuando contempló desde sus ojos la polla que cogía
con la mano frente a mi cuerpo desnudo, que yo pugnaba por ocultar. Esa
chica virgen, rubia de pelo largo, de curvas de infarto que intentaba
defenderse del sexo incestuoso a toda costa, con sus pechos y sus largas
piernas… No era una imagen ante la cual uno se pudiese quedar de
piedra.
¡Pero era su hija! Y mi padre era ahora
el primer hombre que me veía desnuda. Tocaba mis pechos sin compasión,
mis grandes tetas se veían retorcidas por el efecto de sus manos
nerviosas que las manoseaban con ahínco. Apretaba mis carnes, retorcía
mis pezones… Por más tiempo no pude resistirme, sus manos apartaron las
mías y las dejaron a los lados de mi cuerpo, abrió mis piernas y mi
conchita virgen le miraba. Mi padre se deleitó observando mi sexo
cerrado, con un vello rubio a juego con mi cabello que coronaba la
entrada a mi virgen tesoro.
- Tienes una vagina tierna y muy bonita, hija…
E hizo lo que no pude soportar, acercó
su boca a mis genitales y besó mis labios con los suyos, durante largo
rato sus labios de hombre mayor recorrieron mi vagina inexperta. No
tardó en sacar su lengua y pasearla por mi pliegue, chupando hasta mi
clítoris, abriendo por primera vez mi intimidad y llenándola la saliva,
lubricándola. ¿Cómo iba a sentir yo placer, cómo sentir más que
vergüenza ante mi padre chupándome la almeja? Tocaba con sus dedos para
dilatarla más, para succionar más adentro, para clavar sus dientecitos
en mi carne virgen. Mientras, mis pechos también eran objeto del acoso,
eran movidos como sacos de arena para calmar el deseo lujurioso.
Yo en aquél momento era toda para mi
padre. E iba a ser así, toda para él. Al poco él se cansó de chupar mi
vaginita y dejándola bien húmeda, procedió al inevitable momento de
penetrarme. ¡Sí, a mí! En la cama de mis padres, donde mi madre estaba
más que acostumbrada a rebotar, donde hoy me tocaba follar a mí… Me
quería morir, empecé a llorar pero las lágrimas derramadas no apagaron
el fuego paterno.
Su polla, palpitante, dura y extendida,
se encontraba ya tocando la humedad de mi vagina… Con los dedos, y
reprimiendo mis intentos por escaparme, abrió la abertura vaginal y su
glande comenzó a entrar dentro de mí, a abrirme…
- ¡¡Papá!! ¡Oye, no podemos hacer esto!
Soy tu hija…. Y además soy virgen, ¡no, por favor no! –suplicaba,
derretida entre lágrimas…
Pero como dije, no podía detenerle.
- Así me gusta, mi niña… Que te
conserves virgen, que cuides tu virtud. Aquí tu padre te va a enseñar a
hacer sexo, para que puedas darlo a los demás adecuadamente. Ven, que te
desvirgue.
Su grueso pene se abría paso dentro de
mí, me ensanchaba, los músculos de la vagina me dolían al no estar
acostumbrados a dejar entrar a un sexo de hombre dentro. Me estaba
follando, me iba a desflorar. Y en su pesado avance dentro de mi canal
intacto, llegó a mi himen, sentí como algo dentro de mí se interponía
entre mi fondo de vagina intacto y aquél sexo dispuesto a todo. Sentí el
tacto de la polla de mi padre en mi himen, en mi virginidad.
- ¡¡Para, paraaaa!! – le volví a pedir. Pero imagino que aquí es difícil volverse atrás, aunque seas su hija.
Y mi padre no se anduvo con muchos
miramientos, estaba tan cachondo por follarme que no se detuvo. Y es
más, se metió muy rápido. Con fuerza, de un empujón violento, metió su
polla hasta el interior de mi vagina.
Y mi himen se desgarró violentamente.
- ¡¡NOOOOOOOO!!! ¡AAAAAAHHHHHH!! ¡¡NOOOOO!! – chillé de todas las formas posibles.
Y ahí empezó a dolerme mucho la vagina,
mi himen ya no estaba, se deshizo en sangre, sangre que escocía, que
impregnaba mi sexo y el de mi padre…
- ¡AAAAAAHHH! ¡¡Me duele la ostia!! ¡Sácalo! – le pedí casi ya sin voz.
Pero no lo hizo, al contrario, enterró
más su miembro en mi inexperta vagina, me partió en dos, avanzó hasta
pegar contra la pared de mi útero y dejar su carne dura y caliente
envainada dentro de mí, dentro de su niña…
Y tampoco se detuvo ahí, el olor a sexo,
mis gritos de dolor, el contacto de la sangre que ya asomaba por fuera
de mi vagina rota en pedazos, la imagen de esas tetas coronando mi cara
de ángel movieron a que mi padre empezase a sacar y a meter su falo con
cierto ritmo.
Mientras yo seguía sufriendo, hecha
añicos, desvirgada por mi propio padre, con mi vagina sufriendo un
vaivén doloroso por culpa de un miembro duro como el acero que se
clavaba una y otra vez dentro de mis carnes vírgenes.
-Aaaaaah… Luci, hijita, eres una
putitaaaa… Follando con tu padre, quién me iba a decir que eras tan
guarra – me decía mientras me follaba.
No era justo, no era nada que yo hubiese
querido, ahí estaba yo, prácticamente violada por mi progenitor.
Sintiendo cómo el rebotaba sobre mí, como echaba su cuerpo contra el
mío, como su experiencia se mezclaba con mi inocencia y la rompía.
Sus firmes empujones ya casi habían
desplazado al hecho de que estuviera borracho, y es que se movía con
tracción mecánica, sin pensar, metiéndome el rabo hasta el fondo y
apoyándose en mis ricas tetas para acometer la siguiente embestida. Me
follaba muy a lo bestia, pero hoy os confieso que me follaba
deliciosamente bien…
Y no tardó mucho, su excitación era
máxima y yo presentí lo que estaba a punto de pasar, ese momento donde
el hombre insemina… a la hija. No se atrevería, pensé, no podría
atreverse a fecundar a su tierna niña. Pero todo dependía de si seguía
siendo su dulce niña o era una puta rubita de grandes melones con la que
sólo se podía pensar en sexo.
Sus acometidas fueron creciendo, sus
potentes caderas metían su sexo en el mío cada vez con más rapidez y más
fuerza, destrozaban mi vagina al acometer con fuerza una y otra vez,
sus testículos incluso me hacían daño al rebotar. Y de repente, al coger
más velocidad en la follada, me gritó:
-¡Luci, diossss! No puedo mássss, voy a hacerlo. Dejé tu semen en tu madre, ¡y ahora voy a dejar mi leche en mi hijaaa!
¡No me lo podía creer!
-¡¡¡Papá!!! – dije llorando- ¡¡No, joder, qué haces, no te corras dentro de mi vagina, que soy tu hija!!
Estaba horrorizada, se iba a correr
dentro de mí, el incesto se consumaba al máximo. ¿Y si me dejaba
embarazada…? Pero ya el ritmo que imprimía a mis caderas me indicó que
no podía dar marcha atrás.
- ¡¡¡¡NOOOOOO!!!! – grité yo, intentando
hacer que saliese de mí, en un intento más que inútil. - ¡¡¡¡Papá, no
te corras dentroooo!!!!
Y así, sin yo poderlo evitar, ni él
quererlo impedir, ocurrió. Sus movimientos frenéticos indicaron su
orgasmo, se empezó a convulsionar y gritar como un loco mientras me
empujaba muy fuerte contra la cama de mis padres. Y su polla, golpeando
la entrada de mi útero, perforando lo más profundo de su hasta hace poco
virgen hija, comenzó a soltar su líquido. Y recuerdo para mi pesar como
si fuera ayer, los cinco chorrazos de semen denso que dejó en mi
interior. Uno tras otro, se sucedieron con una presión insólita,
saliendo de su duro pene y fueron proyectados dentro de mi matriz,
empapando mi vagina y llenando mi útero por primera vez. Un líquido
lechoso, muy denso y sobre todo muy caliente que se esparcía por toda mi
feminidad, que me hacía daño al chocar con fuerza contra mi intimidad
virgen y cuyo calor me abrasaba el sexo. Mi padre se estaba corriendo
dentro de mí, y no era precisamente una corrida finita, sino un caudal
de semen desorbitado, una humedad exagerada para un hombre normal que me
llenó entera como mujer.
De manera que mi padre bajó el ritmo
cuando sintió que por fin la cascada de esperma se estaba agotando, yo
no podía dar cabida a más… Lentamente sacó su pene fuera de mí, aún
estaba duro, y yo observé para mi espanto como además de estar cubierto
de semen también tenía mi sangre en él. Mi padre se convertía así en el
hombre que me había desflorado, qué vergüenza.
Cuando ya no sentí su polla en mi sexo
sentí como un alivio, que mis paredes vaginales volvían a estrecharse
sin ya tener que soportar aquél tronco que las abrió de una vez para
siempre. El semen de mi padre, que aún sentía dentro, se empezó a
deslizar por mi matriz porque ya no cabía en mi interior y se dirigió a
la entrada de mi desvencijado coñito. Un río caudaloso de esperma salió
de mi vagina y llevó con él sangre de mi desvirgación, la mezcla mojó
mis labios externos y se deslizó por mis muslos y mojó las sábanas
mientras seguía saliendo esperma y sangre a borbotones de mi vagina.
Imaginaros qué mal me podía sentir yo…
Esa mezcla de fluidos sexuales se vertía
sobre la cama de mis padres, allí había sido donde aquella noche no se
acostaron papá y mamá, sino que practicaron el sexo papá y su hija. El
padre borracho había tomado a su hija de tan buen ver y la había
penetrado, desvirgándola y había dejado su semilla en mí. Todavía no
parecía arrepentido, sino me seguía mirando deseoso. Miraba con deseo de
hombre a esa mujer que encendía la pasión de los machos y no me miraba
como debía de ser, como si fuese su hija. Allí estaba yo, sollozando
porque ya no me quedaban lágrimas, desnuda, con las tetas sobadas y la
entrepierna rota de dolor y llena de semen…
Y lo peor es que yo pensaba que la cosa
se habría acabado. Pero mi padre cogió una toalla de debajo de la cama y
la pasó por mi coñito dolorido, secando los fluidos, dándome a entender
que seguiría toda la noche, que limpiaba el semen para hacer sitio a
más...
¿Qué voy a decir que no sepáis ya, o que
no os podáis imaginar? Esa noche fui el juguete de mi padre hasta que
se le pasó el alcohol a las tres horas y se quedó dormido y cansado.
Tengo que decir que sí, que la primera vez dolió, pero ya después de
tanto tiempo, me tuve que rendir al placer evidente que sentía. Y eso sí
que fue mucho más vergonzoso, yo gritando como loca del gusto mientras
mi propio padre me follaba. Lo hacía muy bien, mi madre se podía dar por
satisfecha…
Me folló bien el coñito varias veces, se
corrió dentro de mí más veces, también me echó esperma en las tetas y
me hizo chuparle el pene como un caramelo hasta que soltó el maldito
semen de nuevo y me mojó la cara y el pelo sin avisar. Y allí se quedó
él, dormido con el pene por fin flácido después de tantas horas de
ejercicio, mientras yo, aunque también estaba cansada, miraba el techo
con los ojos muy abiertos, con el semen de mi padre resbalándome por
toda mi superficie y sintiendo cómo se extendía dentro de mi intimidad
dolorida…
Me levanté, pegajosa entera y fui a la
ducha, me lavé bien fuerte el cuerpo y el sexo. Y lloré, lloré
desconsoladamente, porque sabía que jamás se lo podríamos contar a mi
madre, que destrozaríamos la familia si lo hacíamos, que era mejor
olvidar.
De manera que eso hicimos, aunque
olvidar tampoco es que olvidásemos. Mi madre llegó el domingo a la noche
y se nos notaba el cansancio pero disimulamos. Y es que a partir de
entonces, la mirada de mi padre al mirar mi cuerpo ya no era censurada
ni por él ni por mí. Y cuando mi madre salía a comprar y sabíamos que
tardaría un rato, ya me esperaba que mi padre viniese con la polla fuera
y me señalase el lecho de matrimonio. Me preguntaba si me apetecía
hacerlo.
Y claro, papá, claro que me apetece que me folles.
Que buen servicio JAJAJAJAJA
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