-Padre Damián.
-Damián: sí, dime hija.
-Sor Consuelo: he pecado.
-Damián: ¿que has echo?
-Consuelo: he pecado de mente y de obra. Primero sentí deseos impuros, contemplando a un obrador en un huerto cercano al convento. Sentí la llamada del demonio cuando simplemente observando como cavaba un hoyo el obrador, me acaloraba como si fuera un enfermo de fiebre.
-Damián: estás perdonada hija. Eso apenas es pecado. Todos un día u otro hemos sentido la llamada del deseo. No estaríamos aquí los hombres y las mujeres si no tuviésemos a veces estos sentires. Reza dos padrenuestros esta noche antes de acostarte en tu celda y estarás perdonada.
-Consuelo: pero eso no es todo. También he pecado de obra.
-Damián: uy, eso es más grave. ¿A qué se debe?
-Consuelo: el mismo día del pecado. En que me acaloré viendo al obrador en el huerto delante el convento. Anoche, ya habiendo recitado las oraciones a nuestro señor y acostada en mi litera. No me podía dormir. No parava de ir de un lado a otro de la litera sin conciliar el sueño. Y al final sentí una llamada de mi entrepierna. Que me exigía tocarla o no me podría dormir. ¿Era el diablo, padre nuestro, que me llamaba de mi entrepierna?
-Damián: mm podría ser, sigueme explicando. ¿Qué hicistes?
-Consuelo: me toqué con delicadeza mi peludita concha. Y sentí un gran placer no sentido nunca ni con el más jugoso manjar. Me estuve tocando un rato hasta que creo que me calmé. Y entonces sí que pude conciliar el sueño. Pero el sentimiento de culpa me acongoja a diario y no puedo seguir mi entrega al señor sin su perdon. Que espero me entregueis vos, padre.
-Damián: mmm, me lo has puesto dificil, porque tu pecado es grave. Fallaste al señor de mente y de obra. Y es la de obra que me pone dificultades para perdonarte. A ver sor Consuelo, vamos a practicar un ritual secreto de perdón que alguna otra vez he usado para obtener el perdón para tal pecado. Entra en el confesionario porque para dicho ritual tengo que tenerte al lado.
Sor Consuelo obediente levanta la negra cortinita y entra en el confesionario, quedando ambos un poco apretados en el estrecho garito.
-Damián: bien sor Consuelo, ahora cierra los ojos.
-Consuelo: sí padre.
-Damián: ahora agáchate.
-Consuelo: lo que usted diga padre, haré lo que sea para obtener el perdón de nuestro señor.
Mientras sor Consuelo se agacha ante su padre confesor. El padre Damián se desabrocha la levita de botones que usa y libera su miembro masculino. Un miembro aparentemente inerte que no parece saber que tiene los labios de una joven novicia delante. El padre damián coge la mano de Consuelo y la dirige hasta su desinchada picha mientras le dice:
-Damián: vamos con el ritual Consuelo. No abras los ojos en ningún momento y haz lo que te diga.
-Consuelo: sí padre.
-Damián: coje esto en que te he puesto la mano. ¿lo notas?
-Consuelo: sí padre.¿qué es?
-Damián: es el instrumento de tu perdón. Ahora velo moviendo de arriba a abajo y notarás como se hace más grande.
-Consuelo: sí señor.
Torpemente Consuelo “masturba” el pene de su padre confesor, a la vez que nota como el extraño instrumento que tiene en la mano, adquiere progresivamente mayor tamaño y dureza.
-Consuelo: ¿lo hago bien padre?
-Damián: mmm sí rica, creo que te vas a ganar el cielo.
El padre Damián deja que su discípula le masturbe un rato. Hasta que se decide para avanzar un poco más en la petición de perdón.
-Damián: abre la boca y métete el instrumento de tu perdón dentro. Y sigue haciendo lo mismo que hacías con la mano pero con la boca.
-Consuelo: sí padre.
Consuelo se mete la ya gorda poronga en la boca y comete uno de los más grandes pecados cometibles por una monja sin tan solo saberlo. La mano de Damián en la barbilla de su novicia, guía su boca para hacer lo mejor posible, sin tan solo saber qué está haciendo.
-Damián: mmmm así hijitaaa, creo que con el perdón que obtengas de esta penitencia, te dará también para el perdón de futuros pecados.
-Consuelo: mmmm ¿como dice padre?
-Damián: nada, nada, hablaba con Dios.
El padre Damián goza de nuevo un rato del cariñoso chupar de su novicia. Esta, como se le ha indicado con la mano, traga lo más que puede mientras con la mano sujeta la base y la mantiene descubierta. El padre Damián esta a punto un par de veces, de acabar en la boca sor Consuelo, pero al final se resiste y decide acabar “a lo grande”
-Damián: no abras los ojos aún, levántate y girate que yo me encargaré del resto.
Sor Consuelo hace lo dicho y nota que el padre le sube el hábito, cosa que la alarma.
-Consuelo: ¡padre! ¿Qué hace usted?
-Damián: tranquila hermana, los senderos del señor son inescrutables, y a veces el camino del perdón toma senderos muy extraños. Pero no temas porque tu sumisión a Dios te alcanzará la vida eterna.
-Consuelo: oh perdón padre por dudar de usted, haga lo que considere oportuno para conseguir mi perdón.
El padre Damián tiene a su disposición un bonito regalo. Una bella novicia con los ojos cerrados, el hábito levantado, dándole la espalda y con el trasero desnudo. La mano de Damián da un leve cachete a uno de los mofletes, comprovando que esas rotundas formas no son una ilusión.
–¡chas!–
-Consuelo: digame lo que tengo que hacer padre. Estoy dispuesta a lo que sea para subsanar mi pecado.
-Damián: tranquila, tu pecado será perdonado por la gracia del señor, tú déjame hacer a mi.
El padre Damián con su pene en la mano, que no ha cesado su erección, más aún con el espectáculo que contempla. Juguetea con un dedito en la rajita de Consuelo. Esta trata de reprimir lo posible su voz pero se le escapan unos mudos gemidos.
-Consuelo: mmm mmm.
El jugar de los dedos del padre se hace más estimulante a cada momento. Logrando que el sexo de Consuelo adquiera una enorme excitación/lubricación. Cuando él cree que ya hay suficiente, coloca la cabeza de su miembro en la entrada de la vagina.
-Damián: bien hermana Consuelo, ahora le voy a hacer una cosa que le dolerá un poco. Pero usted no se le ocurra gritar porque eso anularía todo el poder del ritual.
-Consuelo: como usted diga padre, ya le he dicho que estoy dispuesta a lo que sea.
El padre Damián pero no confía del todo en el control de Consuelo. Es por eso que mientras dispone su pene a ser empujado, con la otra mano tapa la boca de ella. Hasta que empujaaaaa!
-Consuelo: ¡mmmmmm!
-Damián: no grites hija, ya llegará lo bueno.
Empuja de nuevo.
-Consuelo: ¡mmmmmm! ¡phdrh Dhmhhn!
-Damián: bien Consuelo, creo que lo malo ya ha pasado. Ahora te destaparé la boca y te seguiré cogiendo, pero recuerda que tú no debes gritar.
-Consuelo: ooooh padre Damián. Me ha dolido mucho, espero haber conseguido ya el perdón de Dios.
-Damián: casi casi, aún falta un ratito. Verás como incluso te lo pasas bien con la penitencia.
-Consuelo: adelante padre, pasemos cuanto antes esta imposición divina.
El padre empuja por tercera vez, el pene ya está del todo en el interior de Consuelo. Y esta logra reprimir con un ligero esfuerzo, el gemido de placer que quiere salir a la luz del oscuro confesionario.
-Damián: toma! toma! toma!
-Consuelo: mmmm, mmmm, mmmm.
Las manos de Damián que al principio de la penetración cogían las caderas de Consuelo. Ahora cogen mejor a esta afianzándose a los pechos. Unos orondos pechos que por cierto suele tener ella dificultades para esconder esos femeninos atributos bajo su castas ropas.
-Consuelo: ommmh, ommmh, ommmh, padre nuestro, que estas en los cielos, ommmh, sea santificado vuestro nombre, ommmh, así como tu voluntad, ommmh, ommmh.
-Damián: muy bien hijita, obtenerás el perdón eterno de la mano de nuestro señor.
El padre Damián prosigue su coger a la novicia hasta que su seguridad se lo recomienda. Cuando nota que en breve acudirá el resto del convento a la capilla, para el rezo vespertino. Se decide a acabar. Acaba evidentemente en el interior de la vagina de Consuelo, que en estos últimos momentos estaba ya llorando del placer que no le dejaba ser demostrado en gemidos.
-Damián: bien Consuelo, creo que ya está bien. In nomnis, et sanctus, et espiritus, amén.
-Consuelo: amén.
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