En el Bosque...


Cap. I

Yo pertenezco a una familia de provincia de clase media, unidos todos por el cariño fraternal que florece de manera natural cuando se vive en armonía. Por lo menos así transcurrieron los primeros años de mi vida, cuando yo era aún muy pequeñita, y hasta la fecha guardo en mi mente gratos recuerdos de esa primera infancia, cuando podíamos jugar todos juntos en el campo, pues vivíamos en una especie de aldea habitada tan solo por unas cuantas familias que se hallaba un poco alejada del pueblito mÔs cercano, quizÔs como unos cuatro o tal vez cinco kilómetros. Y es precisamente en este período de mi vida donde quiero ubicar mi historia e iniciar mi relato. Mi padre abandonó a mi madre cuando yo tenía como ocho años y jamÔs regresó. Así que mi madre junto con mis dos hermanos mayores se tuvieron que dedicar a las labores del campo para poder sostenernos. Recuerdo que cuando tenía yo aproximadamente diez años, me iba a la escuela con mi hermana María, que acababa de cumplir los doce, y mi hermano Pepe, que en ese tiempo andaría mÔs o menos por los dieciséis o diecisiete. Mi madre siempre nos encargaba con Pepe, ya que teníamos que recorrer caminando los cinco kilómetros que nos separaban del pueblo hasta donde se hallaba la escuela mÔs cercana. Todos los días muy temprano salíamos de casa y nos íbamos por un caminito real hasta el pueblo, teniendo que pasar obligadamente por zonas boscosas y solitarias que daban el aspecto como de selva virgen.

En realidad se trataba de una región muy hermosa por la abundantísima vegetación, el imponente verdor de los Ôrboles y la multiforme presencia de diversos tipos de aves silvestres. No obstante ser un camino solitario el que teníamos que recorrer a diario, de vez en cuando nos encontrÔbamos con algunos aldeanos que se dirigían también al pueblo para vender sus productos, o bien con gentes que regresaban a sus hogares después de haber realizado alguna labor en los campos agrícolas. Los primeros recuerdos que tengo de esa etapa de mi vida son variados, pero lo que quiero contar aquí fue justamente cómo se manifestó mi despertar sexual, ya que a esa edad yo estaba completamente ajena e ignorante de esas cosas. Pienso sin embargo que el destino se encargó de que fuera aprendiendo todas esas cosas sin que realmente lo hubiera deseado y me iniciara como casi siempre ocurre, de manera circunstancial, en el exquisito y delicioso ardor del sexo, que se mete en la sangre sin nuestro permiso con las primeras experiencias, particularmente cuando éstas suceden en los albores de la pubertad. Todo empezó uno de tantos días en que los tres retornÔbamos por la tarde de la escuela. Yo, como la mÔs pequeña, era lógicamente la mÔs cuidada por María y Pepe, pero también era la mÔs ingenua, y mis dos hermanos se aprovechaban de mi inocencia. En esa ocasión en que nos dirigíamos a casa y hallÔndonos como a mitad del camino, en medio de unos mÔngales preciosos y exuberantes rodeados de extensos y tupidos matorrales que se mecían al viento con majestuosidad, de pronto nos desviamos hacia una parte mucho mÔs boscosa y apartada, donde no nos podía ver la poca gente que pasaba por el camino real. Habiendo arribado a un mangal escondido entre la hermosa vegetación, donde sólo se podía escuchar el bello canto de los pÔjaros, mi hermana María me dijo: -Angelita...espéranos aquí sentadita debajo de este Ôrbol, que Pepe y yo iremos a cortar algunos mangos para que comamos nosotros y para llevarle a mamÔ.

Como yo era obediente con mis hermanos (mamƔ siempre me recomendaba eso), le contestƩ que sƭ. Entonces ellos, dejando sus mochilas junto a mƭ, se metieron dentro de los matorrales en busca de la fruta. Yo permanecƭ sentadita por largo rato esperando a que volvieran, pero ellos se tardaron demasiado. Casi estaba a punto de meterme entre el espesor de la maleza para ir a buscarlos cuando escuchƩ pasos que regresaban. Habƭa transcurrido quizƔs como una hora, por lo cual les dije que mamƔ se preocuparƭa por nuestra tardanza. Yo me di cuenta que Marƭa y Pepe tenƭan la ropa como desarreglada y un poco sucia, pero como cada quien traƭa una buena cantidad de mangos en las manos supuse que se debƭa a eso.

Entonces Pepe me explicó: -Es que nos tardamos porque estuvimos escogiendo los mejores mangos para llevar. Pero no te apures, Angelita...tú no le digas nada a mamÔ..... yo le diré el motivo de nuestro retardo. Cuando llegamos a casa mamÔ se puso contenta al ver los deliciosos mangos que le llevamos, y seguramente se olvidó del asunto del horario, pues no nos preguntó nada. Al día siguiente, al retornar nuevamente de la escuela, nos volvimos a desviar hacia el mismo lugar, y otra vez María me pidió que me quedara a esperarlos mientras ellos iban a cortar mangos. Sinceramente aquella idea ya no me agradó mucho, pues el día anterior se habían demorado tanto que yo me había sentido muy sola y hasta medio asustada. Le dije eso a María, pero Pepe intervino diciéndome que esta vez no tardarían tanto. Yo, de mala gana, asentí con la cabeza afirmativamente. Una vez mÔs ellos demoraron demasiado, por lo que cuando regresaron les amenacé con decirle todo a mi madre, que me dejaban solita en el bosque y no me llevaban con ellos. María reaccionó de inmediato, abrazÔndome con ternura, y diciéndome que no le dijera yo nada a mamÔ, que ellos me cuidarían, y que en adelante mejor me llevarían con ellos. Por esa respuesta yo me puse contenta y desistí en mi empeño. Sin embargo la siguiente ocasión sucedió lo mismo, sólo que esta vez Pepe me convenció para que los esperara mientras ellos se iban, regalÔndome como premio una paletita de dulce que se me había venido antojando por todo el camino. Con ese regalo que tanto anhelaba accedí gozosa. Quiero ser sincera al decir que yo ni siquiera me imaginaba que ellos pudieran ir a hacer cosas ocultas, pues repito que mi inocencia era absoluta hasta ese momento.

No sabĆ­a nada de sexo y cualquier cosa que tuviera que ver con eso estaba fuera del conocimiento de mi mente. No obstante, aquel dĆ­a iba a sucederme algo que cambiarĆ­a por completo y para siempre mi forma de pensar al respecto. No habĆ­an pasado ni quince minutos de haberse metido mis hermanos entre el monte, cuando escuchĆ© pasos provenientes del espesor del bosque. Al principio mi corazón saltó de susto al saberme sola, pero no tuve tiempo de nada porque me di cuenta que un hombre al que yo no conocĆ­a se acercaba caminando hacia donde yo me encontraba sentada chupando mi paleta. El seƱor se encaminó directamente hacia donde me hallaba, diciĆ©ndome: -Hola, niƱa....que andas haciendo solita por aquĆ­....? -No estoy sola.....estoy esperando a mis hermanos –le respondĆ­ para darme seguridad-. -Ah....y donde estĆ”n ellos? -Fueron para allĆ”.... –dije seƱalando hacia el tupido bosque- -Y que andan haciendo allĆ”? -Cortando mangos.... -Ah...ya veo...y te dejaron solita...? -Si....pero no tardan en volver –le mentĆ­, un poco preocupada- -Vamos...no tengas miedo...yo te acompaƱarĆ© hasta que regresen.... ¿Te parece bien? -Bueno...si usted quiere.... –le dije sin malicia alguna- Ɖl se sentó frente a mĆ­ sudoroso, pues parecĆ­a venir de trabajar del campo, aunque en realidad yo jamĆ”s lo habĆ­a visto. Este hombre tendrĆ­a tal vez unos treinta y tantos aƱos de edad y era un tipo de rostro sonriente, que al observarlo como que daba confianza. Al ver las mochilas en el piso me preguntó: -Vienen de regreso de la escuela, no? -Si. –le respondĆ­- -Y por donde queda tu casa? -En la rancherĆ­a Rosales. -Ahh...la rancherĆ­a Rosales....si, la conozco,...estĆ” un poco lejos todavĆ­a. -Si, como a mitad de camino. Entonces el hombre me preguntó: -Oye.... y como te llamas? -Ɓngela. -Hmm...quĆ© bonito nombre...Angelita... Yo le sonreĆ­, recobrando un poco la confianza. -Oye Angelita.... –me dijo-, yo te quiero decir algo... -¿QuĆ©? -¿CuĆ”nto te dan para gastar en la escuela? -Oh...casi nunca me dan nada porque somos pobres....sólo a veces, cuando hay, me dan veinte centavos. -Hmmm....bueno, pues yo te darĆ© cinco pesos. -¿Cinco pesos?....pero...por quĆ©? –le dije emocionada, pues para mĆ­ esa cantidad en los tiempos de mi infancia era demasiado dinero-. -ImagĆ­nate todo lo que podrĆ­as comprar en la escuela con todo ese dinero –dijo reiterativamente- -Huuuy...pues muchĆ­simas cosas -le contestĆ©, riendo- comprarĆ­a muchas golosinas, palomitas, raspados y hasta barquillos con nieve frĆ­a.... -AsĆ­ es, Angelita....pero dime.....te los quieres ganar? -Pues.....no sĆ© si deba.... -Y por quĆ© no?...quiĆ©n lo va a saber...? -No...no es eso....bueno, estĆ” bien....pero quĆ© quiere usted que haga...? –le respondĆ­ animada- -Bueno, pues....sólo tienes que hacer lo que yo te diga.....quieres ganĆ”rtelos...? -Si....quĆ© es? -Mira Angelita... –dijo volteando hacia todos lados, como para asegurarse si habĆ­an regresado mis hermanos- no se trata de nada malo. Como te decĆ­a....solamente tienes que hacer lo que yo te diga.... y ya. -Bueno...pero quĆ© es?.... quiere que le vendamos los mangos? -No...no es eso...es otra cosita...y serĆ” muy rĆ”pido...ya lo verĆ”s... –dijo sacando los cinco pesos y ofreciĆ©ndomelos. Yo, emocionada de ver el dinero y debido a la inocencia propia de la niƱa que era, estirĆ© la mano y cogĆ­ aquella preciosa moneda, jubilosa por tenerla para mĆ­. Entonces el seƱor me dijo: -QuĆ©datela...es para ti.... -De verdad?....ay, gracias, seƱor....pero ahora dĆ­game quĆ© tengo que hacer... -Es sólo una cosita....pero no se lo vayas a decir a tus hermanos, ni a tu mamĆ”, ni a nadie, eh? -No lo dirĆ©. -Tampoco les enseƱes la moneda....esa escóndela donde solamente tĆŗ sepas. -Si...claro....porque si no, ellos me pedirĆ”n dinero, verdad seƱor? -Exactamente, Angelita....eres muy lista.....gĆ”stalo tĆŗ solita....todo es para ti.... -Si....estĆ” bien....pero ya dĆ­game quĆ© tengo que hacer.... -Bueno,....no es nada malo....anda, ven aquĆ­ –me dijo, alargando sus sudados brazos hacia mi- Yo me levantĆ© del suelo y me acerquĆ© hasta quedar frente a Ć©l. -Lo que quiero es que hagas todo lo que yo te diga....pero tiene que ser rĆ”pido, antes de que regresen tus hermanos. -Si?....por quĆ©? -Porque no quiero que ellos se den cuenta de nada.....ahora dime....quieres hacerlo? -Pues.....si. –le respondĆ­, volviendo a admirar la moneda que tenĆ­a en mis manos-

A esas alturas, con toda seguridad aquel desconocido ya se habĆ­a dado cuenta perfectamente de mi total inocencia, que con aquella breve plĆ”tica y la aceptación del dinero habĆ­a quedado de manifiesto, asĆ­ que aprovechĆ”ndose del momento y de las circunstancias, me dijo: -Mira, Angelita....tĆŗ solamente deja que yo te haga una cosita y ya....estĆ” bien? -Si. –le contestĆ© convencida y contenta, guardando la moneda en la bolsita de mi vestidito blanco- -Ven....acĆ©rcate mĆ”s....que te sentarĆ© en mis piernas. -Eso es todo?... –le preguntĆ©, dando unos pasos hacia Ć©l hasta quedar pegada a sus piernas, mientras Ć©l permanecĆ­a sentado sobre la hierba. -Si...eso es todo.... El hombre aquĆ©l me tomó de la cintura. Yo traĆ­a puesto un vestidito blanco corto, pues a esa edad mamĆ” solĆ­a vestirme de esa manera, ya que en esos tiempos en las escuelas aĆŗn no se usaban uniformes. El hombre me jaló con suavidad hacia Ć©l acercĆ”ndome lo mĆ”s que pudo y comenzó a tallarme con sus manos mis piernitas, provocando en mĆ­ una reacción de instintivo rechazo. Al darse cuenta de ello el hombre volvió a la carga diciĆ©ndome con tono de voz muy suave: -No quieres ganarte los cinco pesos, Angelita?....anda linda, dĆ©jate hacer....no tengas miedo que no te harĆ© ningĆŗn daƱo. -De verdad?....lo promete usted...? -le preguntĆ© dudosa- -Claro que sĆ­....ya te lo dije....solo quiero que te sientes por un ratito sobre mis piernas... -Y eso serĆ” todo....? -Si, linda....eso serĆ” todo....quieres ganarte el dinero, si o no? -Si. –le contestĆ© pensando en los cinco pesos que ya tenĆ­a guardados y que por ningĆŗn motivo estaba dispuesta a perder-. -Muy bien....entonces dĆ©jate hacer y ya....de acuerdo? -Bueno.... –le dije- Habiendo recobrado la confianza y teniĆ©ndome de pie muy cerca de Ć©l, retornó de nuevo a hacerme aquellas caricias sobre la piel de mis piernitas, todo ello con una suavidad que desde el principio, para ser sincera, me habĆ­a comenzado a gustar. Yo me dejĆ© hacer con toda mansedumbre y sin protestar mĆ”s todo aquello, confiando en lo que Ć©l me habĆ­a prometido: que no me harĆ­a daƱo.

Lentamente siguió frotando sus manos por encimita de mis piernas, centrÔndose particularmente en la zona interior de mis muslos, especialmente de las rodillas hacia arriba, subiendo poco a poco sus manos hacia la región genital donde quedaban mis calzoncitos, tocando después con mucha suavidad mis nalguitas y la parte frontal de mi pubis aún imberbe y sin vellosidad alguna, por encima de la telita de algodón de mi pantaletita. Yo sentía su respiración agitada enfrente de mi cara, sobre mis sienes y mi pecho; y aún mÔs, podía percibir el penetrante olor a sudor que despedía su cuerpo, mientras él se concentraba en prodigarme aquellas deliciosas y tiernas caricias, las primeras que yo experimentaba, pero que quizÔs por esa razón comenzaron a despertar en mi interior un sentimiento dulce y excitante hasta entonces desconocido, que me producía un agitamiento en mi pecho haciendo mÔs rÔpida mi respiración, como jamÔs lo había sentido antes. Las manos del hombre subían y bajaban sin cesar por la parte superior de mis piernas, yendo luego a explorar con manifiesto interés la región frontal de mi chochito, apretÔndome ligeramente lo abultado de mi traserito, para luego regresar de nuevo al monte de Venus del centro de mi pubis. Yo cerraba los ojos ante las sensaciones tan placenteras generadas por tales caricias, sin poder ocultar el gozo que sentía, echando mi cabecita hacia atrÔs y exhalando leves gemidos de placer que no podía impedir ante la audacia exploratoria de las manos de aquel hombre.

Ɖl se dio cuenta sin duda de que me estaba calentando al mĆ”ximo, pues de inmediato y al ver mi reacción, dirigió sus manos hacia la parte alta donde quedaba el elĆ”stico de mi pantaleta comenzando a deslizarlas poquito a poco hacia abajo hasta alcanzar con ellas mis rodillas, dejĆ”ndomelas precisamente a la mitad de mis piernas. Teniendo ya a su disposición y sin protección alguna mis intimidades inexploradas y las reconditeces de mi inviolada cavidad frontal, se dedicó ahora a frotar suavemente sus gruesos dedos sobre la parte de enfrente de mi sonrosado triangulito, que se hallaba desprovisto totalmente de vello pĆŗbico, lo que con toda seguridad era una de las cosas que mĆ”s le agradaba tocar, pues se concentraba precisamente en esa zona, mientras yo le escuchaba jadear y gemir con increĆ­ble deleite, sin apartar sus temblorosas manos de aquel sitio prohibido. Yo, en realidad, ya no oponĆ­a resistencia alguna, pues debo confesar que todo aquello, tan novedoso para mĆ­, me agradaba demasiado; antes al contrario, lo que deseaba en el fondo era que continuara acariciando mi rajadita como me lo estaba haciendo. AsĆ­ que sin poder evitarlo yo reaccionĆ© de la manera como Ć©l seguramente esperaba, arqueando un poco mi cuerpo y abriendo lo mĆ”s que pude mis piernitas, con la finalidad de que Ć©l pudiera tocarme a sus anchas y sin obstĆ”culos mi anhelante chochito, dĆ”ndole la mayor libertad posible. Advirtiendo de inmediato mi alterado estado de excitación, el hombre aprovechó el momento para meterme su dedo mĆ”s chiquito entre los pliegues de mis labios vaginales, mientras pronunciaba muy cerca de mis oĆ­dos palabras dulces que me provocaban cada vez mayor confianza y placer, sintiendo a todo lo largo de mi cuerpo una sensación de deleite que me ponĆ­a la carne como de gallina. Exaltado por el intenso deseo y sin poder esperar mĆ”s, el hombre dirigió sus manos hacia la bragueta de su pantalón, se bajó con rapidez el cierre, y con una de sus manos vi cuando se sacó de adentro un pedazote de carne largo y grueso, totalmente parado, que de reojo admirĆ© por primera vez, aunque no pude evitar experimentar internamente cierta reacción de temor y de miedo al darme cuenta de lo inmensamente grande y grueso que era.

No obstante ello y hallÔndome prisionera de una total calentura hasta el momento desconocida debido a aquellas novedosas y excitantes caricias, yo no dije nada sino que le dejé hacer, deseando sin saber por qué, poder sentir de alguna forma aquel trozo de carne caliente y endurecido sobre alguna parte de mi piel, y en especial, entre esa región escondida que se encuentra oculta entre mis piernitas. El hombre me atrajo hacia él suavemente, de frente, presionando con sus manos sobre mis hombros hacia abajo como para que yo me fuera sentando sobre sus piernas. Instintivamente yo obedecí cegada por la pasión del momento, y me fui dejando caer poco a poco sobre aquel falo duro y de cabeza roja y babeante, mientras él doblaba ahora con su mano su pene hacia abajo, no con el fin de metérmelo, sino de que quedara precisamente como acostado entre mis verijas, y de esa manera poder frotÔrmelo por fuera, sobre la piel íntima de mi rajita y mi culito, sin que aquel invasor se introdujera dentro de mí, pues tal vez se daba cuenta de que yo, a mi corta edad, posiblemente no aguantaría aquél pene tan enorme dentro de mis vírgenes entrañas. Así que una vez que me hallé sentada sobre sus piernas, y sintiendo con toda claridad su caliente y enhiesta verga pegada por fuera entre mis carnes íntimas, el hombre comenzó a moverse y a moverme a mí sobre su cuerpo, primero con suavidad, en un ritmo realmente delicioso que minutos después se hizo mÔs violento, hasta que escuché unos gritillos de placer que salían de su boca, no pudiendo evitar el urgente espasmo de su descarga sobre la reconditez de la piel de mis intimidades.

Por largos e interminables minutos me mantuvo sujeta a Ć©l, completamente repegada a su miembro tan duro como un palo, mientras sentĆ­a cómo se derramaba abundantemente en leche llenĆ”ndome la parte de fuera de mi papayita y mi culito con aquel delicioso y exquisito nĆ©ctar de blanco licor . Pasados aquellos instantes de brama indecible llegó por fin el final, y poniĆ©ndome de pie y levantĆ”ndose Ć©l tambiĆ©n, me dijo: -Ya....ya terminĆ©, Angelita....ya viste?....eso era todo... -Ya? –le contestĆ© suspirando profundamente-, y sin dejar de admirar aquella enorme herramienta que le colgaba de entre las piernas, y que estaba ahora llena de abundantes pelos humedecidos de leche, donde sobresalĆ­an por la parte de abajo un par de huevos aĆŗn inflamados por el placer. -Si....ahora vamos a limpiarnos rĆ”pido....porque pueden volver tus hermanos. -AjĆ”...-le contestĆ©-, sin dejar de admirar su verga larga y gruesa, ahora media aguada. Diciendo esto, inmediatamente se dio a la tarea de asearme con algunas hojas que recogió del piso, para despuĆ©s hacer Ć©l lo mismo, procediendo luego a guardar su pene, ya no tan endurecido, pero no por eso menos grandioso, dentro de su pantalón. Acto seguido me subió las pantaletas de mis rodillas a la cintura y me dijo: -Bueno, Angelita....ya terminamos....ahora tengo que irme.... -Me dejarĆ” solita aquĆ­? –le respondĆ­- -Si....es mejor asĆ­....no quiero que ellos me vean......pero no te preocupes, linda....tus hermanos ya no deben tardar.... -Mmmmm.....bueno, estĆ” bien.... -Oye, Angelita, dime una cosa..... -QuĆ©? -Vienes muy seguido por aquĆ­ con tus hermanos? -Si.....casi todos los dĆ­as. -Y siempre te dejan solita? -Si....ellos siempre se van y me dejan a mĆ­ cuidando de las mochilas. -Bueno, bueno.....mira, a lo mejor algĆŗn dĆ­a de Ć©stos te veo nuevamente por aquĆ­..... y te ganas otros cinco pesos....que te parece? Mis ojos se iluminaron de contento. -De verdad....? -Si....de verdad....pero dime....te gustarĆ­a.....? -Si....claro que me gustarĆ­a. -Muy bien....pues entonces, yo te buscarĆ© por aquĆ­....de acuerdo? -Si. -Ah....y recuerda, Angelita....ni una palabra a nadie. -Si....descuide....no dirĆ© nada. -QuĆ© buena niƱa eres, Angelita.....estĆ” bien que seas asĆ­.

Y dÔndome un beso en la mejilla en señal de despedida, se alejó rÔpidamente por entre los tupidos matorrales del bosque hasta perderse de vista. Pasados varios minutos, escuché los pasos y las voces de mis hermanos que regresaban, mientras yo continuaba absorta recordando aquellos momentos tan deliciosos que acababa de vivir, y dispuesta por supuesto a no decir absolutamente a nadie lo ocurrido. Una vez mÔs pude cerciorarme de que Pepe y María regresaban tarde (aunque ahora, lógicamente, no les reproché nada por su tardanza), viendo que traían la ropa sucia de zacate y hierbas, pero en esta ocasión me guardé de hacer algún comentario.

Cap. II

Al siguiente día, nuevamente de regreso de la escuela y al pasar por aquel sitio, Pepe me convenció una vez mÔs de que me quedara solita a esperarlos en el mismo lugar, regalÔndome a cambio un delicioso dulce de coco. Sólo que esta vez, sabedora ya de lo que podía hacerse a escondidas cuando nadie estÔ presente, y habiendo vivido en persona una experiencia como la del día anterior con aquel desconocido; después de que ellos se alejaron hacia el espesor del bosque comencé a imaginarme lo que María y Pepe podrían quizÔs disfrutar entre la soledad de los exuberantes mÔngales, sin que nadie les viera.

Con esta idea fija en mi mente, mientras los minutos pasaban, y atenta a la posible llegada del desconocido del día anterior, pensamiento que de inmediato me producía cierto escozor que me gustaba en medio de mi rajadita, me puse a recordar los momentos tan gozosos vividos con aquel hombre. Evocaba mentalmente también la forma en que había disfrutado ese día en la escuela gastando una parte del dinero que me había ganado, habiendo escondido previamente el resto en cierto lugar oculto de mi casa para que nadie se diera cuenta. Mientras los minutos transcurrían, aquella idea que había tenido sobre mis hermanos haciendo cositas en forma oculta, y excitada por los recuerdos de la víspera, me decidí finalmente a adentrarme entre los mÔngales para ver si podía descubrir qué estarían haciendo María y Pepe en ese momento; y pensando igualmente en lo que podrían hacer cada vez que se iban y me dejaban solita. RÔpidamente busqué donde esconder las tres mochilas, encontrando un lugar apropiado debajo de un zarzal cercano, y me dirigí por en medio de la espesura con rumbo al lugar por donde ellos siempre se iban. Poco a poco y tratando de no hacer ruido, me fui metiendo entre el intrincado verdor del tupido follaje intentando escuchar cualquier sonido que pudiera facilitarme la ubicación de mis hermanos. Después de avanzar un largo trecho, de pronto me di cuenta que no lejos de donde me hallaba había como una especie de ramas tiradas que formaban en cierto modo un caminillo, como si a fuerza de pasar por allí, se hubiese ido formando un conducto que contrastaba con la espesura del bosque. Me di cuenta de inmediato que esa debía ser la dirección por donde ellos siempre caminaban, por lo cual yo también la seguí con cierta facilidad.

Caminé cuidadosamente a lo largo de aquel maltrecho sendero tratando de no hacer ruido, hasta que metros adelante pude oír algunas voces. Poniendo la mÔxima atención y hasta tirÔndome en el suelo para seguir avanzando como lo haría culebra, llegué poco después cerca de donde ellos se encontraban, buscando silenciosamente el mejor sitio desde donde pudiera yo verlos sin ser descubierta. Ante la intensidad de tanto follaje no me fue difícil encontrar muy pronto el lugar adecuado, procediendo a sentarme sobre la hierba y, haciendo a un lado el en ramaje que me separaba de ellos, me dispuse a contemplar las escenas mÔs emocionantes que jamÔs había visto en mi incipiente vida. Vi que Pepe se hallaba de pie, sin pantalones y sin calzoncillos, mientras con una mano se estaba agarrando su pito bien parado. Advertí que María se estaba quitando su vestido, para después despojarse ansiosamente de sus bragas, depositando ambas prendas encima de la ropa de Pepe, que se hallaba tirada en el suelo. María, a sus ya casi trece años, estaba bastante desarrollada la canija, pues pude admirar sus tetas no tan grandes pero sí muy paraditas y apetitosas; sin embargo, lo que mÔs me llamó la atención en ella fue el matojo de vello púbico que apenas le había empezado a brotar, como brota una flor en primavera, no tan abundante por cierto pero sí muy negro y resplandeciente por los reflejos de los rayos del sol, que sobresalía esplendoroso en el centro de su hermoso triÔngulo prohibido. Pepe, mientras tanto, seguía agitando nervioso aquel brioso pedazo de carne tiesa y oscura que le colgaba endurecido entre sus piernas, y que aún cuando no era ni con mucho tan larga y tan gruesa como la del desconocido, aún siendo pequeña, como que se antojaba aceptable para sus casi diecisiete años.

El cuerpecito de María era en verdad hermoso y bello, pues comenzaba a mostrar las morbideces del desarrollo hormonal que a su corta edad comenzaba ya a moldear la atractiva femineidad de su figura. Sus piernas eran tan bonitas, gruesas y tan bien torneadas que hasta sentía envidia de ella, pero la verdad destacaba aún mÔs su cuerpo, de delineadas y mórbidas curvas que la mostraban casi como una mujer en plenitud, aunque denotaban lo escaso de su edad. Por el panorama que aprecié me di cuenta de que apenas darían inicio a su acostumbrado ritual que, ahora estaba segura, habían venido repitiendo a diario y a espaldas mías. Así que, totalmente dispuesta a disfrutar de aquel hermoso espectÔculo, me acomodé lo mejor que pude en mi improvisado sitio, abriendo los ojos al mÔximo para no perderme absolutamente de nada. Una vez que los dos estuvieron completamente desnudos, se abrazaron con pasión mientras ella tomaba entre sus manos la deliciosa protuberancia de mi hermano, totalmente parada, comenzando a prodigarle una serie de arrumacos que a todas luces revelaban la ansiedad contenida y el amor que sentía por aquel pedazo que le colgaba a Pepe por encima de sus pequeños huevos, y que ella no trataba de ocultar en lo absoluto. Todo eso produjo en mí una impresión nueva, pues ahora se trataba de mis hermanos dÔndome una lección de sexo inédita e inigualable, visión muy diferente al contacto que había yo tenido con el hombre el día anterior.

Y aunque ya para mí no era desconocido el asunto de la carnalidad, que debido a las circunstancias de la víspera, había conocido por primera vez, aquella relación incestuosa que estaba a punto de presenciar sí me provocó, debo decirlo, una suerte de sensaciones distintas, una emoción profunda que de momento no alcanzaba a comprender. María, excitada en extremo, apretaba y estrujaba el hinchado falo de Pepe entre sus manos restregÔndoselo por enfrente de su pubis de incipiente y hermosa vellosidad, mientras Pepe le mamaba las diminutas tetitas con deleite incontenible, mordiéndoselas y apretÔndolas suavemente con sus manos, para después subir su boca sobre su cuello besando con ansiedad la piel de mi hermanita. Las caricias que se prodigaban eran parte como de un ritual salvaje, ya que ambos se removían pegados uno con el otro de una manera tal que no pude evitar llevar mis manos a mi entrepierna, haciendo a un lado la telita de mi calzón, y proceder a meterme los dedos allí en medio de mis labios frotando suavemente mi hendidura humedecida por aquella frenética visión tan cautivantemente motivadora. Me daba cuenta de que el observar a mis hermanos de aquella forma, haciendo esas cosas prohibidas secretamente, me provocaba una serie de sensaciones totalmente desconocidas, pero tan placenteras que estaba decidida a seguirles el juego para poder espiarlos en adelante cuantas veces yo quisiera, hasta aprender todo lo que hacían y poder practicarlo yo también después. Ya vería la forma de cómo manejar todo eso. Pero en esos momentos la calentura que los dos sentían era tan fuerte e insoportable, que con una lujuria incontenible y siendo prisioneros de la brama del momento, María se puso de rodillas sobre el césped y se metió de un jalón aquella espadilla endurecida dentro de su boca.

Yo la oía gemir y jadear con un deleite sin igual, profiriendo ahogadas palabras de amor hacia mi hermano, sin duda agradecida por el momento tan placentero que éste le regalaba, y sin poder ocultar la excitación tan grande que estaba experimentando con aquella verga metida entre sus labios, pudiendo ver claramente desde donde me encontraba cómo, con movimientos sin control, ella misma se la metía y se la sacaba de la boca una y otra vez, saboreando aquel caramelo de carne ardiente entre su lengua, entre sus labios, en tanto que con una mano se tocaba con ansiedad su entrepierna, auto prodigÔndose las caricias que en aquel momento mÔs necesitaba su cuerpo enardecido. Para entonces Pepe, quien saboreaba con placer aquellas caricias que le proporcionaba mi cachonda hermanita con su ansiosa boca, comenzó de pronto a gemir furiosamente exhalando gritos de placer sin temor a ser escuchado, cegado totalmente por la calentura y el éxtasis. Debido a su inexperiencia en esas lides amorosas quizÔs por lo corto de su edad, Pepe no pudo contenerse mÔs y comenzó a gritar: -Me voy a venir.....Maríaaaaaaa.....me vengooooooo....te echo la leche en la bocaaaaa.... Ella, sin hacer caso de sus palabras, continuó pegada a la verga de Pepe, succionando su pene con poderosos movimientos de sus labios, en tanto él se la empujaba con fuerza metiéndola en la boca de mi hermana hasta lo mÔs profundo, arqueÔndose sobre ella, mientras emitía jariosos gritos de placer y se desbordaba en chorros de leche adentro de la abierta cavidad bucal. La linda María le recolectaba de la mejor manera posible el delicioso elixir que expelía, tragÔndose la mayor cantidad que pudo hasta que, momentos después, Pepe cesó en sus movimientos espasmódicos. Escondida donde me hallaba y dispuesta a no perder el tiempo, yo también hacía lo propio sin dejar mis manos quietas, metiendo lo mÔs que podía mi dedo central adentro de mi cosita virgen, disfrutando ampliamente de aquellas escenas de increíble lujuria y tratando de ahogar los sonidos que amenazaban con salir de mi garganta. Todo aquel cuadro que veían mis ojos por primera vez me parecían escenas sacadas del mejor libro erótico jamÔs escrito.

Habiéndose derramado totalmente dentro de la boca de María, Pepe le fue sacando con lentitud el falo aún endurecido y babeante, para sentarse luego entre el musgo y jalar de inmediato a María sobre él. Pude ver con claridad cuando mi hermanita se le montó prÔcticamente a horcajadas sobre las piernas de mi hermano, de la misma manera como se monta un caballo; pero antes, se abrió ella misma los labios de su rajadita para acomodarse con lentitud inaudita aquel pito bien parado en el centro de su entradita, para después ir bajando su preciosa grupa con suavidad y muy lentamente por encima de aquel palo de carne roja y candente, que momentos después desapareció por completo dentro de su preciosa cavidad, penetrÔndola y traspasÔndola de manera implacable. Una vez que el trozo de carne penetró totalmente el Ôvido conducto íntimo de María, ambos comenzaron a realizar una serie de movimientos salvajes y frenéticos, haciéndose hacia los lados con rapidez, uno sobre el otro, mientras ella cabalgaba presta, como cabalgaría la mÔs Ôgil amazona en un torneo de equitación olímpica, con aquella bayoneta calada y corta metida hasta el tope dentro de sus entrañas, moviendo la cabeza con loco ardor de un lado para otro, de adelante hacia atrÔs, gimiendo, gritando y retorciéndose de placer, mientras Pepe se la empujaba y se la medio sacaba, una y otra vez, con embestidas cada vez mÔs fuertes y violentas.

Así permanecieron pegados, extasiados en el mayor de los disfrutes carnales, hasta que minutos después y sin poder contenerse, los dos se vinieron al mismo tiempo en fenomenales orgasmos bordados de infinita lujuria y frenesí que los transportó al paraíso. Mientras ambos se derramaban simultÔneamente, pude escuchar que gritaban y aullaban como animales enardecidos, como dos bestias en celo, sin importarles quien pudiera escucharles, desfogÔndose a sus anchas con la seguridad de que nadie podría oírles. Después de que la pasión cesó se separaron, y al igual como lo hiciera conmigo aquel desconocido, cogieron varias hojas del piso y comenzaron a limpiarse uno al otro cuidadosamente, para después ponerse rÔpidamente sus ropas. Ese momento lo aproveché yo para retirarme lo mÔs silenciosamente que pude de aquel secreto lugar hasta que regresé a mi posición original. Cuando ellos retornaron, ajenos totalmente a lo que yo acababa de descubrir, nos retiramos de allí con rumbo a nuestra casa, mientras en mis labios asomaba una leve sonrisa de satisfacción, pensando en las cosas que de manera inesperada me habían sucedido en los últimos dos días, y sobre todo pensando en todo lo que habría de venir después.


CONTINUARA.........

Unknown

Escritor, recopilador, sexólogo, psicólogo y filósofo. Amante de las mujeres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario