En el Bosque...


Cap. I

Yo pertenezco a una familia de provincia de clase media, unidos todos por el cariƱo fraternal que florece de manera natural cuando se vive en armonĆ­a. Por lo menos asĆ­ transcurrieron los primeros aƱos de mi vida, cuando yo era aĆŗn muy pequeƱita, y hasta la fecha guardo en mi mente gratos recuerdos de esa primera infancia, cuando podĆ­amos jugar todos juntos en el campo, pues vivĆ­amos en una especie de aldea habitada tan solo por unas cuantas familias que se hallaba un poco alejada del pueblito mĆ”s cercano, quizĆ”s como unos cuatro o tal vez cinco kilĆ³metros. Y es precisamente en este perĆ­odo de mi vida donde quiero ubicar mi historia e iniciar mi relato. Mi padre abandonĆ³ a mi madre cuando yo tenĆ­a como ocho aƱos y jamĆ”s regresĆ³. AsĆ­ que mi madre junto con mis dos hermanos mayores se tuvieron que dedicar a las labores del campo para poder sostenernos. Recuerdo que cuando tenĆ­a yo aproximadamente diez aƱos, me iba a la escuela con mi hermana MarĆ­a, que acababa de cumplir los doce, y mi hermano Pepe, que en ese tiempo andarĆ­a mĆ”s o menos por los diecisĆ©is o diecisiete. Mi madre siempre nos encargaba con Pepe, ya que tenĆ­amos que recorrer caminando los cinco kilĆ³metros que nos separaban del pueblo hasta donde se hallaba la escuela mĆ”s cercana. Todos los dĆ­as muy temprano salĆ­amos de casa y nos Ć­bamos por un caminito real hasta el pueblo, teniendo que pasar obligadamente por zonas boscosas y solitarias que daban el aspecto como de selva virgen.

En realidad se trataba de una regiĆ³n muy hermosa por la abundantĆ­sima vegetaciĆ³n, el imponente verdor de los Ć”rboles y la multiforme presencia de diversos tipos de aves silvestres. No obstante ser un camino solitario el que tenĆ­amos que recorrer a diario, de vez en cuando nos encontrĆ”bamos con algunos aldeanos que se dirigĆ­an tambiĆ©n al pueblo para vender sus productos, o bien con gentes que regresaban a sus hogares despuĆ©s de haber realizado alguna labor en los campos agrĆ­colas. Los primeros recuerdos que tengo de esa etapa de mi vida son variados, pero lo que quiero contar aquĆ­ fue justamente cĆ³mo se manifestĆ³ mi despertar sexual, ya que a esa edad yo estaba completamente ajena e ignorante de esas cosas. Pienso sin embargo que el destino se encargĆ³ de que fuera aprendiendo todas esas cosas sin que realmente lo hubiera deseado y me iniciara como casi siempre ocurre, de manera circunstancial, en el exquisito y delicioso ardor del sexo, que se mete en la sangre sin nuestro permiso con las primeras experiencias, particularmente cuando Ć©stas suceden en los albores de la pubertad. Todo empezĆ³ uno de tantos dĆ­as en que los tres retornĆ”bamos por la tarde de la escuela. Yo, como la mĆ”s pequeƱa, era lĆ³gicamente la mĆ”s cuidada por MarĆ­a y Pepe, pero tambiĆ©n era la mĆ”s ingenua, y mis dos hermanos se aprovechaban de mi inocencia. En esa ocasiĆ³n en que nos dirigĆ­amos a casa y hallĆ”ndonos como a mitad del camino, en medio de unos mĆ”ngales preciosos y exuberantes rodeados de extensos y tupidos matorrales que se mecĆ­an al viento con majestuosidad, de pronto nos desviamos hacia una parte mucho mĆ”s boscosa y apartada, donde no nos podĆ­a ver la poca gente que pasaba por el camino real. Habiendo arribado a un mangal escondido entre la hermosa vegetaciĆ³n, donde sĆ³lo se podĆ­a escuchar el bello canto de los pĆ”jaros, mi hermana MarĆ­a me dijo: -Angelita...espĆ©ranos aquĆ­ sentadita debajo de este Ć”rbol, que Pepe y yo iremos a cortar algunos mangos para que comamos nosotros y para llevarle a mamĆ”.

Como yo era obediente con mis hermanos (mamƔ siempre me recomendaba eso), le contestƩ que sƭ. Entonces ellos, dejando sus mochilas junto a mƭ, se metieron dentro de los matorrales en busca de la fruta. Yo permanecƭ sentadita por largo rato esperando a que volvieran, pero ellos se tardaron demasiado. Casi estaba a punto de meterme entre el espesor de la maleza para ir a buscarlos cuando escuchƩ pasos que regresaban. Habƭa transcurrido quizƔs como una hora, por lo cual les dije que mamƔ se preocuparƭa por nuestra tardanza. Yo me di cuenta que Marƭa y Pepe tenƭan la ropa como desarreglada y un poco sucia, pero como cada quien traƭa una buena cantidad de mangos en las manos supuse que se debƭa a eso.

Entonces Pepe me explicĆ³: -Es que nos tardamos porque estuvimos escogiendo los mejores mangos para llevar. Pero no te apures, Angelita...tĆŗ no le digas nada a mamĆ”..... yo le dirĆ© el motivo de nuestro retardo. Cuando llegamos a casa mamĆ” se puso contenta al ver los deliciosos mangos que le llevamos, y seguramente se olvidĆ³ del asunto del horario, pues no nos preguntĆ³ nada. Al dĆ­a siguiente, al retornar nuevamente de la escuela, nos volvimos a desviar hacia el mismo lugar, y otra vez MarĆ­a me pidiĆ³ que me quedara a esperarlos mientras ellos iban a cortar mangos. Sinceramente aquella idea ya no me agradĆ³ mucho, pues el dĆ­a anterior se habĆ­an demorado tanto que yo me habĆ­a sentido muy sola y hasta medio asustada. Le dije eso a MarĆ­a, pero Pepe intervino diciĆ©ndome que esta vez no tardarĆ­an tanto. Yo, de mala gana, asentĆ­ con la cabeza afirmativamente. Una vez mĆ”s ellos demoraron demasiado, por lo que cuando regresaron les amenacĆ© con decirle todo a mi madre, que me dejaban solita en el bosque y no me llevaban con ellos. MarĆ­a reaccionĆ³ de inmediato, abrazĆ”ndome con ternura, y diciĆ©ndome que no le dijera yo nada a mamĆ”, que ellos me cuidarĆ­an, y que en adelante mejor me llevarĆ­an con ellos. Por esa respuesta yo me puse contenta y desistĆ­ en mi empeƱo. Sin embargo la siguiente ocasiĆ³n sucediĆ³ lo mismo, sĆ³lo que esta vez Pepe me convenciĆ³ para que los esperara mientras ellos se iban, regalĆ”ndome como premio una paletita de dulce que se me habĆ­a venido antojando por todo el camino. Con ese regalo que tanto anhelaba accedĆ­ gozosa. Quiero ser sincera al decir que yo ni siquiera me imaginaba que ellos pudieran ir a hacer cosas ocultas, pues repito que mi inocencia era absoluta hasta ese momento.

No sabĆ­a nada de sexo y cualquier cosa que tuviera que ver con eso estaba fuera del conocimiento de mi mente. No obstante, aquel dĆ­a iba a sucederme algo que cambiarĆ­a por completo y para siempre mi forma de pensar al respecto. No habĆ­an pasado ni quince minutos de haberse metido mis hermanos entre el monte, cuando escuchĆ© pasos provenientes del espesor del bosque. Al principio mi corazĆ³n saltĆ³ de susto al saberme sola, pero no tuve tiempo de nada porque me di cuenta que un hombre al que yo no conocĆ­a se acercaba caminando hacia donde yo me encontraba sentada chupando mi paleta. El seƱor se encaminĆ³ directamente hacia donde me hallaba, diciĆ©ndome: -Hola, niƱa....que andas haciendo solita por aquĆ­....? -No estoy sola.....estoy esperando a mis hermanos –le respondĆ­ para darme seguridad-. -Ah....y donde estĆ”n ellos? -Fueron para allĆ”.... –dije seƱalando hacia el tupido bosque- -Y que andan haciendo allĆ”? -Cortando mangos.... -Ah...ya veo...y te dejaron solita...? -Si....pero no tardan en volver –le mentĆ­, un poco preocupada- -Vamos...no tengas miedo...yo te acompaƱarĆ© hasta que regresen.... ¿Te parece bien? -Bueno...si usted quiere.... –le dije sin malicia alguna- Ɖl se sentĆ³ frente a mĆ­ sudoroso, pues parecĆ­a venir de trabajar del campo, aunque en realidad yo jamĆ”s lo habĆ­a visto. Este hombre tendrĆ­a tal vez unos treinta y tantos aƱos de edad y era un tipo de rostro sonriente, que al observarlo como que daba confianza. Al ver las mochilas en el piso me preguntĆ³: -Vienen de regreso de la escuela, no? -Si. –le respondĆ­- -Y por donde queda tu casa? -En la rancherĆ­a Rosales. -Ahh...la rancherĆ­a Rosales....si, la conozco,...estĆ” un poco lejos todavĆ­a. -Si, como a mitad de camino. Entonces el hombre me preguntĆ³: -Oye.... y como te llamas? -Ɓngela. -Hmm...quĆ© bonito nombre...Angelita... Yo le sonreĆ­, recobrando un poco la confianza. -Oye Angelita.... –me dijo-, yo te quiero decir algo... -¿QuĆ©? -¿CuĆ”nto te dan para gastar en la escuela? -Oh...casi nunca me dan nada porque somos pobres....sĆ³lo a veces, cuando hay, me dan veinte centavos. -Hmmm....bueno, pues yo te darĆ© cinco pesos. -¿Cinco pesos?....pero...por quĆ©? –le dije emocionada, pues para mĆ­ esa cantidad en los tiempos de mi infancia era demasiado dinero-. -ImagĆ­nate todo lo que podrĆ­as comprar en la escuela con todo ese dinero –dijo reiterativamente- -Huuuy...pues muchĆ­simas cosas -le contestĆ©, riendo- comprarĆ­a muchas golosinas, palomitas, raspados y hasta barquillos con nieve frĆ­a.... -AsĆ­ es, Angelita....pero dime.....te los quieres ganar? -Pues.....no sĆ© si deba.... -Y por quĆ© no?...quiĆ©n lo va a saber...? -No...no es eso....bueno, estĆ” bien....pero quĆ© quiere usted que haga...? –le respondĆ­ animada- -Bueno, pues....sĆ³lo tienes que hacer lo que yo te diga.....quieres ganĆ”rtelos...? -Si....quĆ© es? -Mira Angelita... –dijo volteando hacia todos lados, como para asegurarse si habĆ­an regresado mis hermanos- no se trata de nada malo. Como te decĆ­a....solamente tienes que hacer lo que yo te diga.... y ya. -Bueno...pero quĆ© es?.... quiere que le vendamos los mangos? -No...no es eso...es otra cosita...y serĆ” muy rĆ”pido...ya lo verĆ”s... –dijo sacando los cinco pesos y ofreciĆ©ndomelos. Yo, emocionada de ver el dinero y debido a la inocencia propia de la niƱa que era, estirĆ© la mano y cogĆ­ aquella preciosa moneda, jubilosa por tenerla para mĆ­. Entonces el seƱor me dijo: -QuĆ©datela...es para ti.... -De verdad?....ay, gracias, seƱor....pero ahora dĆ­game quĆ© tengo que hacer... -Es sĆ³lo una cosita....pero no se lo vayas a decir a tus hermanos, ni a tu mamĆ”, ni a nadie, eh? -No lo dirĆ©. -Tampoco les enseƱes la moneda....esa escĆ³ndela donde solamente tĆŗ sepas. -Si...claro....porque si no, ellos me pedirĆ”n dinero, verdad seƱor? -Exactamente, Angelita....eres muy lista.....gĆ”stalo tĆŗ solita....todo es para ti.... -Si....estĆ” bien....pero ya dĆ­game quĆ© tengo que hacer.... -Bueno,....no es nada malo....anda, ven aquĆ­ –me dijo, alargando sus sudados brazos hacia mi- Yo me levantĆ© del suelo y me acerquĆ© hasta quedar frente a Ć©l. -Lo que quiero es que hagas todo lo que yo te diga....pero tiene que ser rĆ”pido, antes de que regresen tus hermanos. -Si?....por quĆ©? -Porque no quiero que ellos se den cuenta de nada.....ahora dime....quieres hacerlo? -Pues.....si. –le respondĆ­, volviendo a admirar la moneda que tenĆ­a en mis manos-

A esas alturas, con toda seguridad aquel desconocido ya se habĆ­a dado cuenta perfectamente de mi total inocencia, que con aquella breve plĆ”tica y la aceptaciĆ³n del dinero habĆ­a quedado de manifiesto, asĆ­ que aprovechĆ”ndose del momento y de las circunstancias, me dijo: -Mira, Angelita....tĆŗ solamente deja que yo te haga una cosita y ya....estĆ” bien? -Si. –le contestĆ© convencida y contenta, guardando la moneda en la bolsita de mi vestidito blanco- -Ven....acĆ©rcate mĆ”s....que te sentarĆ© en mis piernas. -Eso es todo?... –le preguntĆ©, dando unos pasos hacia Ć©l hasta quedar pegada a sus piernas, mientras Ć©l permanecĆ­a sentado sobre la hierba. -Si...eso es todo.... El hombre aquĆ©l me tomĆ³ de la cintura. Yo traĆ­a puesto un vestidito blanco corto, pues a esa edad mamĆ” solĆ­a vestirme de esa manera, ya que en esos tiempos en las escuelas aĆŗn no se usaban uniformes. El hombre me jalĆ³ con suavidad hacia Ć©l acercĆ”ndome lo mĆ”s que pudo y comenzĆ³ a tallarme con sus manos mis piernitas, provocando en mĆ­ una reacciĆ³n de instintivo rechazo. Al darse cuenta de ello el hombre volviĆ³ a la carga diciĆ©ndome con tono de voz muy suave: -No quieres ganarte los cinco pesos, Angelita?....anda linda, dĆ©jate hacer....no tengas miedo que no te harĆ© ningĆŗn daƱo. -De verdad?....lo promete usted...? -le preguntĆ© dudosa- -Claro que sĆ­....ya te lo dije....solo quiero que te sientes por un ratito sobre mis piernas... -Y eso serĆ” todo....? -Si, linda....eso serĆ” todo....quieres ganarte el dinero, si o no? -Si. –le contestĆ© pensando en los cinco pesos que ya tenĆ­a guardados y que por ningĆŗn motivo estaba dispuesta a perder-. -Muy bien....entonces dĆ©jate hacer y ya....de acuerdo? -Bueno.... –le dije- Habiendo recobrado la confianza y teniĆ©ndome de pie muy cerca de Ć©l, retornĆ³ de nuevo a hacerme aquellas caricias sobre la piel de mis piernitas, todo ello con una suavidad que desde el principio, para ser sincera, me habĆ­a comenzado a gustar. Yo me dejĆ© hacer con toda mansedumbre y sin protestar mĆ”s todo aquello, confiando en lo que Ć©l me habĆ­a prometido: que no me harĆ­a daƱo.

Lentamente siguiĆ³ frotando sus manos por encimita de mis piernas, centrĆ”ndose particularmente en la zona interior de mis muslos, especialmente de las rodillas hacia arriba, subiendo poco a poco sus manos hacia la regiĆ³n genital donde quedaban mis calzoncitos, tocando despuĆ©s con mucha suavidad mis nalguitas y la parte frontal de mi pubis aĆŗn imberbe y sin vellosidad alguna, por encima de la telita de algodĆ³n de mi pantaletita. Yo sentĆ­a su respiraciĆ³n agitada enfrente de mi cara, sobre mis sienes y mi pecho; y aĆŗn mĆ”s, podĆ­a percibir el penetrante olor a sudor que despedĆ­a su cuerpo, mientras Ć©l se concentraba en prodigarme aquellas deliciosas y tiernas caricias, las primeras que yo experimentaba, pero que quizĆ”s por esa razĆ³n comenzaron a despertar en mi interior un sentimiento dulce y excitante hasta entonces desconocido, que me producĆ­a un agitamiento en mi pecho haciendo mĆ”s rĆ”pida mi respiraciĆ³n, como jamĆ”s lo habĆ­a sentido antes. Las manos del hombre subĆ­an y bajaban sin cesar por la parte superior de mis piernas, yendo luego a explorar con manifiesto interĆ©s la regiĆ³n frontal de mi chochito, apretĆ”ndome ligeramente lo abultado de mi traserito, para luego regresar de nuevo al monte de Venus del centro de mi pubis. Yo cerraba los ojos ante las sensaciones tan placenteras generadas por tales caricias, sin poder ocultar el gozo que sentĆ­a, echando mi cabecita hacia atrĆ”s y exhalando leves gemidos de placer que no podĆ­a impedir ante la audacia exploratoria de las manos de aquel hombre.

Ɖl se dio cuenta sin duda de que me estaba calentando al mĆ”ximo, pues de inmediato y al ver mi reacciĆ³n, dirigiĆ³ sus manos hacia la parte alta donde quedaba el elĆ”stico de mi pantaleta comenzando a deslizarlas poquito a poco hacia abajo hasta alcanzar con ellas mis rodillas, dejĆ”ndomelas precisamente a la mitad de mis piernas. Teniendo ya a su disposiciĆ³n y sin protecciĆ³n alguna mis intimidades inexploradas y las reconditeces de mi inviolada cavidad frontal, se dedicĆ³ ahora a frotar suavemente sus gruesos dedos sobre la parte de enfrente de mi sonrosado triangulito, que se hallaba desprovisto totalmente de vello pĆŗbico, lo que con toda seguridad era una de las cosas que mĆ”s le agradaba tocar, pues se concentraba precisamente en esa zona, mientras yo le escuchaba jadear y gemir con increĆ­ble deleite, sin apartar sus temblorosas manos de aquel sitio prohibido. Yo, en realidad, ya no oponĆ­a resistencia alguna, pues debo confesar que todo aquello, tan novedoso para mĆ­, me agradaba demasiado; antes al contrario, lo que deseaba en el fondo era que continuara acariciando mi rajadita como me lo estaba haciendo. AsĆ­ que sin poder evitarlo yo reaccionĆ© de la manera como Ć©l seguramente esperaba, arqueando un poco mi cuerpo y abriendo lo mĆ”s que pude mis piernitas, con la finalidad de que Ć©l pudiera tocarme a sus anchas y sin obstĆ”culos mi anhelante chochito, dĆ”ndole la mayor libertad posible. Advirtiendo de inmediato mi alterado estado de excitaciĆ³n, el hombre aprovechĆ³ el momento para meterme su dedo mĆ”s chiquito entre los pliegues de mis labios vaginales, mientras pronunciaba muy cerca de mis oĆ­dos palabras dulces que me provocaban cada vez mayor confianza y placer, sintiendo a todo lo largo de mi cuerpo una sensaciĆ³n de deleite que me ponĆ­a la carne como de gallina. Exaltado por el intenso deseo y sin poder esperar mĆ”s, el hombre dirigiĆ³ sus manos hacia la bragueta de su pantalĆ³n, se bajĆ³ con rapidez el cierre, y con una de sus manos vi cuando se sacĆ³ de adentro un pedazote de carne largo y grueso, totalmente parado, que de reojo admirĆ© por primera vez, aunque no pude evitar experimentar internamente cierta reacciĆ³n de temor y de miedo al darme cuenta de lo inmensamente grande y grueso que era.

No obstante ello y hallĆ”ndome prisionera de una total calentura hasta el momento desconocida debido a aquellas novedosas y excitantes caricias, yo no dije nada sino que le dejĆ© hacer, deseando sin saber por quĆ©, poder sentir de alguna forma aquel trozo de carne caliente y endurecido sobre alguna parte de mi piel, y en especial, entre esa regiĆ³n escondida que se encuentra oculta entre mis piernitas. El hombre me atrajo hacia Ć©l suavemente, de frente, presionando con sus manos sobre mis hombros hacia abajo como para que yo me fuera sentando sobre sus piernas. Instintivamente yo obedecĆ­ cegada por la pasiĆ³n del momento, y me fui dejando caer poco a poco sobre aquel falo duro y de cabeza roja y babeante, mientras Ć©l doblaba ahora con su mano su pene hacia abajo, no con el fin de metĆ©rmelo, sino de que quedara precisamente como acostado entre mis verijas, y de esa manera poder frotĆ”rmelo por fuera, sobre la piel Ć­ntima de mi rajita y mi culito, sin que aquel invasor se introdujera dentro de mĆ­, pues tal vez se daba cuenta de que yo, a mi corta edad, posiblemente no aguantarĆ­a aquĆ©l pene tan enorme dentro de mis vĆ­rgenes entraƱas. AsĆ­ que una vez que me hallĆ© sentada sobre sus piernas, y sintiendo con toda claridad su caliente y enhiesta verga pegada por fuera entre mis carnes Ć­ntimas, el hombre comenzĆ³ a moverse y a moverme a mĆ­ sobre su cuerpo, primero con suavidad, en un ritmo realmente delicioso que minutos despuĆ©s se hizo mĆ”s violento, hasta que escuchĆ© unos gritillos de placer que salĆ­an de su boca, no pudiendo evitar el urgente espasmo de su descarga sobre la reconditez de la piel de mis intimidades.

Por largos e interminables minutos me mantuvo sujeta a Ć©l, completamente repegada a su miembro tan duro como un palo, mientras sentĆ­a cĆ³mo se derramaba abundantemente en leche llenĆ”ndome la parte de fuera de mi papayita y mi culito con aquel delicioso y exquisito nĆ©ctar de blanco licor . Pasados aquellos instantes de brama indecible llegĆ³ por fin el final, y poniĆ©ndome de pie y levantĆ”ndose Ć©l tambiĆ©n, me dijo: -Ya....ya terminĆ©, Angelita....ya viste?....eso era todo... -Ya? –le contestĆ© suspirando profundamente-, y sin dejar de admirar aquella enorme herramienta que le colgaba de entre las piernas, y que estaba ahora llena de abundantes pelos humedecidos de leche, donde sobresalĆ­an por la parte de abajo un par de huevos aĆŗn inflamados por el placer. -Si....ahora vamos a limpiarnos rĆ”pido....porque pueden volver tus hermanos. -AjĆ”...-le contestĆ©-, sin dejar de admirar su verga larga y gruesa, ahora media aguada. Diciendo esto, inmediatamente se dio a la tarea de asearme con algunas hojas que recogiĆ³ del piso, para despuĆ©s hacer Ć©l lo mismo, procediendo luego a guardar su pene, ya no tan endurecido, pero no por eso menos grandioso, dentro de su pantalĆ³n. Acto seguido me subiĆ³ las pantaletas de mis rodillas a la cintura y me dijo: -Bueno, Angelita....ya terminamos....ahora tengo que irme.... -Me dejarĆ” solita aquĆ­? –le respondĆ­- -Si....es mejor asĆ­....no quiero que ellos me vean......pero no te preocupes, linda....tus hermanos ya no deben tardar.... -Mmmmm.....bueno, estĆ” bien.... -Oye, Angelita, dime una cosa..... -QuĆ©? -Vienes muy seguido por aquĆ­ con tus hermanos? -Si.....casi todos los dĆ­as. -Y siempre te dejan solita? -Si....ellos siempre se van y me dejan a mĆ­ cuidando de las mochilas. -Bueno, bueno.....mira, a lo mejor algĆŗn dĆ­a de Ć©stos te veo nuevamente por aquĆ­..... y te ganas otros cinco pesos....que te parece? Mis ojos se iluminaron de contento. -De verdad....? -Si....de verdad....pero dime....te gustarĆ­a.....? -Si....claro que me gustarĆ­a. -Muy bien....pues entonces, yo te buscarĆ© por aquĆ­....de acuerdo? -Si. -Ah....y recuerda, Angelita....ni una palabra a nadie. -Si....descuide....no dirĆ© nada. -QuĆ© buena niƱa eres, Angelita.....estĆ” bien que seas asĆ­.

Y dĆ”ndome un beso en la mejilla en seƱal de despedida, se alejĆ³ rĆ”pidamente por entre los tupidos matorrales del bosque hasta perderse de vista. Pasados varios minutos, escuchĆ© los pasos y las voces de mis hermanos que regresaban, mientras yo continuaba absorta recordando aquellos momentos tan deliciosos que acababa de vivir, y dispuesta por supuesto a no decir absolutamente a nadie lo ocurrido. Una vez mĆ”s pude cerciorarme de que Pepe y MarĆ­a regresaban tarde (aunque ahora, lĆ³gicamente, no les reprochĆ© nada por su tardanza), viendo que traĆ­an la ropa sucia de zacate y hierbas, pero en esta ocasiĆ³n me guardĆ© de hacer algĆŗn comentario.

Cap. II

Al siguiente dĆ­a, nuevamente de regreso de la escuela y al pasar por aquel sitio, Pepe me convenciĆ³ una vez mĆ”s de que me quedara solita a esperarlos en el mismo lugar, regalĆ”ndome a cambio un delicioso dulce de coco. SĆ³lo que esta vez, sabedora ya de lo que podĆ­a hacerse a escondidas cuando nadie estĆ” presente, y habiendo vivido en persona una experiencia como la del dĆ­a anterior con aquel desconocido; despuĆ©s de que ellos se alejaron hacia el espesor del bosque comencĆ© a imaginarme lo que MarĆ­a y Pepe podrĆ­an quizĆ”s disfrutar entre la soledad de los exuberantes mĆ”ngales, sin que nadie les viera.

Con esta idea fija en mi mente, mientras los minutos pasaban, y atenta a la posible llegada del desconocido del dĆ­a anterior, pensamiento que de inmediato me producĆ­a cierto escozor que me gustaba en medio de mi rajadita, me puse a recordar los momentos tan gozosos vividos con aquel hombre. Evocaba mentalmente tambiĆ©n la forma en que habĆ­a disfrutado ese dĆ­a en la escuela gastando una parte del dinero que me habĆ­a ganado, habiendo escondido previamente el resto en cierto lugar oculto de mi casa para que nadie se diera cuenta. Mientras los minutos transcurrĆ­an, aquella idea que habĆ­a tenido sobre mis hermanos haciendo cositas en forma oculta, y excitada por los recuerdos de la vĆ­spera, me decidĆ­ finalmente a adentrarme entre los mĆ”ngales para ver si podĆ­a descubrir quĆ© estarĆ­an haciendo MarĆ­a y Pepe en ese momento; y pensando igualmente en lo que podrĆ­an hacer cada vez que se iban y me dejaban solita. RĆ”pidamente busquĆ© donde esconder las tres mochilas, encontrando un lugar apropiado debajo de un zarzal cercano, y me dirigĆ­ por en medio de la espesura con rumbo al lugar por donde ellos siempre se iban. Poco a poco y tratando de no hacer ruido, me fui metiendo entre el intrincado verdor del tupido follaje intentando escuchar cualquier sonido que pudiera facilitarme la ubicaciĆ³n de mis hermanos. DespuĆ©s de avanzar un largo trecho, de pronto me di cuenta que no lejos de donde me hallaba habĆ­a como una especie de ramas tiradas que formaban en cierto modo un caminillo, como si a fuerza de pasar por allĆ­, se hubiese ido formando un conducto que contrastaba con la espesura del bosque. Me di cuenta de inmediato que esa debĆ­a ser la direcciĆ³n por donde ellos siempre caminaban, por lo cual yo tambiĆ©n la seguĆ­ con cierta facilidad.

CaminĆ© cuidadosamente a lo largo de aquel maltrecho sendero tratando de no hacer ruido, hasta que metros adelante pude oĆ­r algunas voces. Poniendo la mĆ”xima atenciĆ³n y hasta tirĆ”ndome en el suelo para seguir avanzando como lo harĆ­a culebra, lleguĆ© poco despuĆ©s cerca de donde ellos se encontraban, buscando silenciosamente el mejor sitio desde donde pudiera yo verlos sin ser descubierta. Ante la intensidad de tanto follaje no me fue difĆ­cil encontrar muy pronto el lugar adecuado, procediendo a sentarme sobre la hierba y, haciendo a un lado el en ramaje que me separaba de ellos, me dispuse a contemplar las escenas mĆ”s emocionantes que jamĆ”s habĆ­a visto en mi incipiente vida. Vi que Pepe se hallaba de pie, sin pantalones y sin calzoncillos, mientras con una mano se estaba agarrando su pito bien parado. AdvertĆ­ que MarĆ­a se estaba quitando su vestido, para despuĆ©s despojarse ansiosamente de sus bragas, depositando ambas prendas encima de la ropa de Pepe, que se hallaba tirada en el suelo. MarĆ­a, a sus ya casi trece aƱos, estaba bastante desarrollada la canija, pues pude admirar sus tetas no tan grandes pero sĆ­ muy paraditas y apetitosas; sin embargo, lo que mĆ”s me llamĆ³ la atenciĆ³n en ella fue el matojo de vello pĆŗbico que apenas le habĆ­a empezado a brotar, como brota una flor en primavera, no tan abundante por cierto pero sĆ­ muy negro y resplandeciente por los reflejos de los rayos del sol, que sobresalĆ­a esplendoroso en el centro de su hermoso triĆ”ngulo prohibido. Pepe, mientras tanto, seguĆ­a agitando nervioso aquel brioso pedazo de carne tiesa y oscura que le colgaba endurecido entre sus piernas, y que aĆŗn cuando no era ni con mucho tan larga y tan gruesa como la del desconocido, aĆŗn siendo pequeƱa, como que se antojaba aceptable para sus casi diecisiete aƱos.

El cuerpecito de MarĆ­a era en verdad hermoso y bello, pues comenzaba a mostrar las morbideces del desarrollo hormonal que a su corta edad comenzaba ya a moldear la atractiva femineidad de su figura. Sus piernas eran tan bonitas, gruesas y tan bien torneadas que hasta sentĆ­a envidia de ella, pero la verdad destacaba aĆŗn mĆ”s su cuerpo, de delineadas y mĆ³rbidas curvas que la mostraban casi como una mujer en plenitud, aunque denotaban lo escaso de su edad. Por el panorama que apreciĆ© me di cuenta de que apenas darĆ­an inicio a su acostumbrado ritual que, ahora estaba segura, habĆ­an venido repitiendo a diario y a espaldas mĆ­as. AsĆ­ que, totalmente dispuesta a disfrutar de aquel hermoso espectĆ”culo, me acomodĆ© lo mejor que pude en mi improvisado sitio, abriendo los ojos al mĆ”ximo para no perderme absolutamente de nada. Una vez que los dos estuvieron completamente desnudos, se abrazaron con pasiĆ³n mientras ella tomaba entre sus manos la deliciosa protuberancia de mi hermano, totalmente parada, comenzando a prodigarle una serie de arrumacos que a todas luces revelaban la ansiedad contenida y el amor que sentĆ­a por aquel pedazo que le colgaba a Pepe por encima de sus pequeƱos huevos, y que ella no trataba de ocultar en lo absoluto. Todo eso produjo en mĆ­ una impresiĆ³n nueva, pues ahora se trataba de mis hermanos dĆ”ndome una lecciĆ³n de sexo inĆ©dita e inigualable, visiĆ³n muy diferente al contacto que habĆ­a yo tenido con el hombre el dĆ­a anterior.

Y aunque ya para mĆ­ no era desconocido el asunto de la carnalidad, que debido a las circunstancias de la vĆ­spera, habĆ­a conocido por primera vez, aquella relaciĆ³n incestuosa que estaba a punto de presenciar sĆ­ me provocĆ³, debo decirlo, una suerte de sensaciones distintas, una emociĆ³n profunda que de momento no alcanzaba a comprender. MarĆ­a, excitada en extremo, apretaba y estrujaba el hinchado falo de Pepe entre sus manos restregĆ”ndoselo por enfrente de su pubis de incipiente y hermosa vellosidad, mientras Pepe le mamaba las diminutas tetitas con deleite incontenible, mordiĆ©ndoselas y apretĆ”ndolas suavemente con sus manos, para despuĆ©s subir su boca sobre su cuello besando con ansiedad la piel de mi hermanita. Las caricias que se prodigaban eran parte como de un ritual salvaje, ya que ambos se removĆ­an pegados uno con el otro de una manera tal que no pude evitar llevar mis manos a mi entrepierna, haciendo a un lado la telita de mi calzĆ³n, y proceder a meterme los dedos allĆ­ en medio de mis labios frotando suavemente mi hendidura humedecida por aquella frenĆ©tica visiĆ³n tan cautivantemente motivadora. Me daba cuenta de que el observar a mis hermanos de aquella forma, haciendo esas cosas prohibidas secretamente, me provocaba una serie de sensaciones totalmente desconocidas, pero tan placenteras que estaba decidida a seguirles el juego para poder espiarlos en adelante cuantas veces yo quisiera, hasta aprender todo lo que hacĆ­an y poder practicarlo yo tambiĆ©n despuĆ©s. Ya verĆ­a la forma de cĆ³mo manejar todo eso. Pero en esos momentos la calentura que los dos sentĆ­an era tan fuerte e insoportable, que con una lujuria incontenible y siendo prisioneros de la brama del momento, MarĆ­a se puso de rodillas sobre el cĆ©sped y se metiĆ³ de un jalĆ³n aquella espadilla endurecida dentro de su boca.

Yo la oĆ­a gemir y jadear con un deleite sin igual, profiriendo ahogadas palabras de amor hacia mi hermano, sin duda agradecida por el momento tan placentero que Ć©ste le regalaba, y sin poder ocultar la excitaciĆ³n tan grande que estaba experimentando con aquella verga metida entre sus labios, pudiendo ver claramente desde donde me encontraba cĆ³mo, con movimientos sin control, ella misma se la metĆ­a y se la sacaba de la boca una y otra vez, saboreando aquel caramelo de carne ardiente entre su lengua, entre sus labios, en tanto que con una mano se tocaba con ansiedad su entrepierna, auto prodigĆ”ndose las caricias que en aquel momento mĆ”s necesitaba su cuerpo enardecido. Para entonces Pepe, quien saboreaba con placer aquellas caricias que le proporcionaba mi cachonda hermanita con su ansiosa boca, comenzĆ³ de pronto a gemir furiosamente exhalando gritos de placer sin temor a ser escuchado, cegado totalmente por la calentura y el Ć©xtasis. Debido a su inexperiencia en esas lides amorosas quizĆ”s por lo corto de su edad, Pepe no pudo contenerse mĆ”s y comenzĆ³ a gritar: -Me voy a venir.....MarĆ­aaaaaaa.....me vengooooooo....te echo la leche en la bocaaaaa.... Ella, sin hacer caso de sus palabras, continuĆ³ pegada a la verga de Pepe, succionando su pene con poderosos movimientos de sus labios, en tanto Ć©l se la empujaba con fuerza metiĆ©ndola en la boca de mi hermana hasta lo mĆ”s profundo, arqueĆ”ndose sobre ella, mientras emitĆ­a jariosos gritos de placer y se desbordaba en chorros de leche adentro de la abierta cavidad bucal. La linda MarĆ­a le recolectaba de la mejor manera posible el delicioso elixir que expelĆ­a, tragĆ”ndose la mayor cantidad que pudo hasta que, momentos despuĆ©s, Pepe cesĆ³ en sus movimientos espasmĆ³dicos. Escondida donde me hallaba y dispuesta a no perder el tiempo, yo tambiĆ©n hacĆ­a lo propio sin dejar mis manos quietas, metiendo lo mĆ”s que podĆ­a mi dedo central adentro de mi cosita virgen, disfrutando ampliamente de aquellas escenas de increĆ­ble lujuria y tratando de ahogar los sonidos que amenazaban con salir de mi garganta. Todo aquel cuadro que veĆ­an mis ojos por primera vez me parecĆ­an escenas sacadas del mejor libro erĆ³tico jamĆ”s escrito.

HabiĆ©ndose derramado totalmente dentro de la boca de MarĆ­a, Pepe le fue sacando con lentitud el falo aĆŗn endurecido y babeante, para sentarse luego entre el musgo y jalar de inmediato a MarĆ­a sobre Ć©l. Pude ver con claridad cuando mi hermanita se le montĆ³ prĆ”cticamente a horcajadas sobre las piernas de mi hermano, de la misma manera como se monta un caballo; pero antes, se abriĆ³ ella misma los labios de su rajadita para acomodarse con lentitud inaudita aquel pito bien parado en el centro de su entradita, para despuĆ©s ir bajando su preciosa grupa con suavidad y muy lentamente por encima de aquel palo de carne roja y candente, que momentos despuĆ©s desapareciĆ³ por completo dentro de su preciosa cavidad, penetrĆ”ndola y traspasĆ”ndola de manera implacable. Una vez que el trozo de carne penetrĆ³ totalmente el Ć”vido conducto Ć­ntimo de MarĆ­a, ambos comenzaron a realizar una serie de movimientos salvajes y frenĆ©ticos, haciĆ©ndose hacia los lados con rapidez, uno sobre el otro, mientras ella cabalgaba presta, como cabalgarĆ­a la mĆ”s Ć”gil amazona en un torneo de equitaciĆ³n olĆ­mpica, con aquella bayoneta calada y corta metida hasta el tope dentro de sus entraƱas, moviendo la cabeza con loco ardor de un lado para otro, de adelante hacia atrĆ”s, gimiendo, gritando y retorciĆ©ndose de placer, mientras Pepe se la empujaba y se la medio sacaba, una y otra vez, con embestidas cada vez mĆ”s fuertes y violentas.

AsĆ­ permanecieron pegados, extasiados en el mayor de los disfrutes carnales, hasta que minutos despuĆ©s y sin poder contenerse, los dos se vinieron al mismo tiempo en fenomenales orgasmos bordados de infinita lujuria y frenesĆ­ que los transportĆ³ al paraĆ­so. Mientras ambos se derramaban simultĆ”neamente, pude escuchar que gritaban y aullaban como animales enardecidos, como dos bestias en celo, sin importarles quien pudiera escucharles, desfogĆ”ndose a sus anchas con la seguridad de que nadie podrĆ­a oĆ­rles. DespuĆ©s de que la pasiĆ³n cesĆ³ se separaron, y al igual como lo hiciera conmigo aquel desconocido, cogieron varias hojas del piso y comenzaron a limpiarse uno al otro cuidadosamente, para despuĆ©s ponerse rĆ”pidamente sus ropas. Ese momento lo aprovechĆ© yo para retirarme lo mĆ”s silenciosamente que pude de aquel secreto lugar hasta que regresĆ© a mi posiciĆ³n original. Cuando ellos retornaron, ajenos totalmente a lo que yo acababa de descubrir, nos retiramos de allĆ­ con rumbo a nuestra casa, mientras en mis labios asomaba una leve sonrisa de satisfacciĆ³n, pensando en las cosas que de manera inesperada me habĆ­an sucedido en los Ćŗltimos dos dĆ­as, y sobre todo pensando en todo lo que habrĆ­a de venir despuĆ©s.


CONTINUARA.........

Unknown

Escritor, recopilador, sexĆ³logo, psicĆ³logo y filĆ³sofo. Amante de las mujeres.

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