A los catorce años me arrasaba la calentura, vivía incendiada
y en lo único que pensaba era en coger. Me hacia la paja varias veces al día,
en mi casa, en el colegio o donde me agarraran las ganas. Sobre todo por las
noches, eran tórridas y me revolcaba en la cama acabando y acabando mientras
mordía la almohada para que no se escuchen mis gemidos. Mi entrepierna estaba
permanentemente paspada y los labios de mi concha irritados y muy inflamados,
no podía continuar así, tenía que coger o me moriría de un ataque de nervios.
A todos mis males se sumaba que era muy linda, aún con
catorce años estaba muy desarrollada, tenía unas piernas largas preciosas, unos
muslos torneados dorados por el sol y un culito redondo y paradito que llamaba
mucho la atención. Mis tetitas eran duras y con pezones permanentemente
erizados, pero además mi rostro era armónico, nariz pequeña, boca de labios
sensuales y grandes ojos celestes, todo realzado por mis dorados bucles que
llegaban hasta mis hombros. Todo el conjunto se destacaba más con mi uniforme
colegial, pollera gris muy corta para lucir mis piernas con los zoquetes
siempre caídos porque así me parecía más sexy, camisa blanca de magas largas y
corbata escocesa, me miraban hasta las mujeres.
Muchos hombres me decían cosas por la calle, señores muy
serios que hasta me ofrecían dinero para que los acompañe hasta su casa. Otro
me decían terribles porquerías que me excitaban muchísimo, pero no me animaba,
todavía me faltaba desesperarme un poco más. Finalmente me puse de novia con un
chico del colegio amoroso y muy lindo y comenzamos a pegarnos tremendas
apretadas, tenía unas manos muy inquietas y dedos muy curiosos y en pocos días
no había centímetro de mi cuerpo u orificio que no hubiesen explorado, pero
cuando se decidió a cogerme descubrí que era el campeón mundial de la
eyaculación precoz.
Lo intentamos varias veces y siempre acababa apenas me rozaba
con el glande, nunca logró ni siquiera apoyarlo entre los labios de mi concha
inflamadísima. Hice de todo, se la chupé, le hablé diciéndole que lo amaba y
que no se ponga nervioso, pero era inútil, nunca me pudo penetrar y siempre
terminaba bañada en semen y virgen. Una noche me dejó tan caliente que me juré
que al día siguiente iba a coger con el primer hombre que me dijese algo por la
calle, estaba dispuesta a todo.
Al día siguiente al salir del colegio caminé hacia mi casa
lentamente, atenta a la primera insinuación de cualquier hombre y de pronto
escuché una frase conocida: “¡Ahí viene la nena!” Entonces todo se aclaró en mi
mente y me pregunté cómo no se me había ocurrido antes. Cerca de casa hay una
obra en construcción y cada día al pasar los obreros me dicen de todo tipo de
calientes groserías “¡Qué culo nena! ¡Cómo te chuparía toda! ¡Vení que te
revoco el culo! ¡Qué ganas tengo de cogerte! O ¡Mirá lo que tengo para vos!
Esto acompañado con el gesto de agarrarse el bulto y menearlo” No lo dudé,
entre a la obra.
Adentro parecía estar muy fresco, había humedad y olor a
cemento, pero también olor a carne asada y humo, los obreros acababan de comer.
Me paró un señor mayor: “¿A dónde vas?” Preguntó muy serio “Los obreros me
piden siempre que entre” Dije y él preguntó: “¿Vos sabés para qué quieren que
entres?” “Sí señor, para cogerme” Dije y el señor muy sorprendido agregó: “Si
estás decidida no me opongo” En tanto los obreros se descolgaban de los
andamios y se acercaban sorprendidos. El señor les anunció: “La nena viene a
coger” Y un alarido surgió del grupo de obreros y se me vinieron encima. El
señor los paró con un par de gritos y les recordó que él era el capataz y que
debían organizarse, que había para todos.
Después me tomó de la mano y me llevó hacia el fondo de la
obra en la que había una casilla “Es la casilla del sereno” Anunció y entramos,
era una habitación pequeña, con una cama, una mesa y una pequeña cocina, había
olor a encierro, a ropa sucia y a yerba mate, me encantó. El capataz cerró la
puerta y dijo: “Desnúdate y acóstate en la cama” Y mientras me sacaba la ropa
él también se desnudaba. Era un señor de más de cincuenta años, con grandes
bigotes canosos, cuerpo macizo y un enorme miembro que le colgaba entre las
piernas.
Me miró largamente y dijo: “¡Qué locura! Podrías ser mi hija,
pero así es la vida” Y se me echó encima buscando mi boca. Su bigote olía a
cigarrillo y me raspó bajo la nariz, pero era muy excitante. En tanto sus manos
apretaban mis tetitas con suavidad, era un hombre grandote, pero muy delicado y
me chupó toda aunque al llegar a mi conchita recién comprendí lo que era un
verdadero hombre. Su lengua me separó los labios y se me escapó un orgasmo,
sabía muy bien lo que hacía y usaba sus bigotes como un instrumento para
excitar mi clítoris, entré en una cadena de orgasmos y me revolqué en la cama
aferrada a su pelo mientras gemía acabando sin parar, pero aún le faltaba desvirgarme.
Lo hizo con notable cuidado y no me dolió nada, porque mi
tremenda calentura y la preparación previa me habían dilatado notablemente, me
cogió con maestría y no lo olvidaré nunca. Fue maravillosa mi primera vez, pero
aún no estaba saciada, afuera esperaban ansiosos una decena más de hombres
deseosos por cogerme y yo estaba entusiasmadísima con la idea de probar varias
porongas.
El que siguió era un hombre morocho con rasgos indígenas, un
hombre del altiplano seguramente. Era bajo, pero muy fornido, su pecho era
ancho y musculoso aunque totalmente lampiño. Su pelo era lacio, lo usaba corto
y se lo veía muy duro. Brazos fuertes y piernas algo arqueadas que enmarcaban
una poronga corta, pero muy gruesa, sentí algo de miedo ante el tamaño de ese
hombre y su miembro. Sin embargo era el hombre más dulce que puedan imaginar,
aunque sus manos eran ásperas, encallecidas por el trabajo manual y sus dedos
cortos y gruesos, acariciaban mis tetitas con una delicadeza asombrosa.
Me besó largamente con tanta dulzura que envidié a la esposa
que seguramente tendría. Su aliento olía a ajo y especias y era muy tibio, su
lengua hábil y muy excitante, la piel de su espalda era sedosa y tibia y sus
nalgas duras se contraían cuando empujaba para metérmela, en definitiva un hombre
muy sensual y viril. Me cogió como los dioses y me hizo acabar un montón de
veces antes de despedirse con un besito muy tierno y decirme: “Gracias nena”
Todo un caballero.
Lo siguió un morocho alto y flaco que se desnudó rápidamente
y se me acercó enarbolando su larga verga en la mano derecha “Sentate nena y chúpamela”
Pidió con voz calma y obedecí en el acto. Cuando retiró la piel descubriendo el
glande a milímetros de mi nariz, me mareó el olor, pero me repuse y abrí la
boca. El sabor era tan intenso como su olor: Delicioso. La chupé con entusiasmo
mientras le acariciaba las suaves y peludas pelotas, pero no me acabó en la
boca a pesar que yo deseaba tomarme su semen. Me dijo: “Date vuelta y
arrodíllate. Quiero tu culito” Obedecí entusiasmadísima, estaba ansiosa por
perder también la virginidad anal.
Cuando me la metió hundí la boca en la almohada para ahogar
mi gemido de dolor. La almohada estaba sucia y tenía olor a pelo grasoso, lo
que me pareció muy apropiado al momento. Me dolió. Sí, me dolió bastante, pero
qué maravilloso es coger por el culo… Gocé como una perra y cuando sentí que el
semen me inundaba el recto me vine con todo yo también. La estaba pasando
bomba.
El siguiente me quiso acabar en la cara. Otro en las tetitas
y dos en mi boquita. Después me hicieron el culo otra vez y yo deliraba de
tanto placer, perdí la cuenta de cuántos eran. Todos olían fuertemente a sudor
y sus partes a sexo, me extasiaba lamerles el pecho salado y sus olorosas
porongas tan sabrosas. Finalmente volvió a entrar el capataz con un balde con
agua en la mano y una esponja “Nena, ya pasaron todos. Mejor que te prepares
para irte porque puede venir el Ingeniero en cualquier momento” Me hizo parar y
me comenzó a limpiar el semen que me cubría la cara, el cuerpo y el que me
chorreaba del culito y la concha, estaba bañada en semen.
Me vestí ante su atenta mirada y al irme le dije: “Gracias
señor por ser tan bueno conmigo. Usted me desvirgó y nunca lo voy a olvidar” Se
emocionó y me dio un abrazo muy fuerte, luego salimos y los obreros me
saludaron con un beso y me preguntaron: “¿Vas a venir otro día nena?” “Sí. Muy
pronto. Fueron ustedes maravillosos, los quiero mucho a todos” Dije y les tuve
que dar un beso a todos antes de irme. Camino a casa caminaba con torpeza, me dolía
el culo y me temblaban las piernas.
Mis padres trabajan y siempre estoy sola por las tardes así
que me preparé un baño de inmersión caliente. Al desnudarme me di cuenta del
olor de mi ropa y mi pelo, olor a humo, a humedad, a cemento, al sudor de los obreros,
a sexo y semen. Me miré desnuda en el espejo de mi habitación y me vi el rostro
muy cansado, pero también feliz, me sentí extraordinariamente feliz y hasta reí
cuando descubrí un pegote de semen en mi pelo con el que caminé a casa sin
darme cuenta.
El largo baño me hizo sentirme muy bien y esa noche, por
primera vez en muchos meses, dormí profundamente y sin hacerme ni una sola
paja, estaba realmente saciada. Al día siguiente me dolía el cuerpo como si me
hubiesen apaleado, pero mi ánimo había cambiado y mis padres se alegraron de
verme sonreír al desayunar en lugar de exhibir mi clásico gesto hosco. Esa
tarde mi novio me cogió y yo grité simulando dolor y hasta lloré un poquito
mientras le decía: “¡Me duele! ¡Me duele! ¡Vos la tenés muy grande!” Quedó
convencido de que me había desvirgado y estaba eufórico. Con qué poco se puede
alegrar a un hombre…
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