Noche nupcial con Aisha, mi nueva esposa.

Noche nupcial con Aisha, mi nueva esposa.

 En un poblado de las montañas del norte de África. Mi primera noche con mi nueva esposa, la bella joven rubia Aisha. Relato de Sidi Akwellah El Saleh.

En la habitación me espera la que ya es mi nueva esposa, la rubia adolescente de origen albanés Aisha que elegí entre las muchachas de nuestra religión que me propuso la casamentera egipcia Suleima. Piel blanca, cara sonrosada,  cuerpo esbelto y delicado, con unos provocadores pechos como peras con la punta bien marcada, muslos enloquecedores  y un culo prieto y respingón.  En la lejanía veo los relámpagos de una de las primeras tormentas de este año.
 Ha sido todo muy excitante, desde la firma del contrato matrimonial Aisha está complaciente y cariñosa conmigo, pero claramente expectante y tímida, pues justo al haber llegado a la edad autorizada en nuestras costumbres, su familia y ella misma han aceptado la propuesta de la mediadora casamentera de contraer matrimonio conmigo, Sidi Akwellah El Saleh.

 También me complacían otras de las ofertas de Suleima y además tengo en mi alquería una joven concubina, Tahiya,  que es muy fogosa e incansable. Esta joven es deliciosa, pero Aisha me conviene mucho más como esposa,  con Tahiya me divierto y gozo hasta la agonía en la cama, lo reconozco, pero ahora me excita más la idea de desposar a Aisha, que es virgen, tomarla, desflorarla y cogerla sin límites.  Cuando la madre de Tahiya entró en el servicio de mi casa hace un año y  me encamé enseguida con su hija, la joven no era virgen, habían vivido varios años en la isla española de Ibiza hasta que la crisis europea las hizo volver a nuestro país, y bien conozco que el ambiente de las costas mediterráneas no es el mas adecuado para que una bella adolescente conserve su virginidad. Tahiya en concreto había tenido ya un mejor amigo, un joven camarero italiano, Alessandro, según me explicó ella misma la primera noche que durmió en mi cama.

 Cierro el balcón por si se acerca la tormenta. Oigo todavía el ruido de alguien trajinando en la cocina, cruzo el salón del caserón y me dirijo al pequeño serrallo. Salgo por el pasillo que conduce al dormitorio principal, en el que Aisha debe estar esperándome, supongo que nerviosa e inquieta porque sabe que ha de dormir conmigo por primera vez.

Estoy ya en la habitación, sentado en un enorme y cómodo butacón, vestido únicamente con una bata persa de seda blanca y unas zapatillas verdes, bebiendo el mejor té libanés en una taza de porcelana japonesa  maravillosamente tallada. Aisha viste el adorable conjunto que yo mismo elegí para esta noche en el mejor bazar de la Casbah,  una camiseta semitransparente de color celeste de finos tirantes que acaba encima del ombligo y una braguita del mismo color, dejando al aire los deliciosos muslos y piernas, el cuello, los pechos casi hasta los pezones, los brazos, la cintura. En el cuello, la cadena de oro con la medalla de la estrella y la media luna que le coloqué esta mañana como regalo y símbolo de ser mi esposa. Me mira con una sonrisa temerosa, demasiado joven e inexperta para aceptar con indiferencia lo que viene ahora, su primera noche en mi cama. Yo tengo casi cuatro veces su edad y ya no soy ningún atleta, me ha crecido una feliz barriga, luzco una buena barba y ronco por las noches. Pero la muchacha me pertenece ya como mujer, es mi esposa. Ella sabe que debe abrirme sus muslos y dejar que la penetre siempre que lo desee, y ahora lo deseo rabiosamente, tiene infinitamente más morbo desflorar esta muchacha que una de mis habituales gozadas salvajes con mi alocada concubina, la bella Tahiya.
Otro trago de té. Aisha está sentada en la cama mirándome con ojos temerosos. Encantadora como una gacela del desierto. Cuerpo fascinante de espléndida mujer joven, cara de adolescente todavía aniñada.  Me pongo en pie y dejo caer al suelo el batín, quedándome completamente desnudo en medio de la habitación. Aisha, con los ojos abiertos como platos, no puede apartar la vista de mi cuerpo expuesto frente al suyo. Sabe que tengo vía libre para comportarme fuera de todos los límites sin que nada ni nadie pueda poner freno a mis deseos de sexo con ella, es mi esposa. Si tengo que describir mi actitud a partir de este momento, reconozco que tal vez he sido demasiado directo con ella buscando enseguida mi placer, pero no soy precisamente un joven romántico de veinte años, ni pretendo parecerlo. Mi cara es de rasgos muy marcados, reveladora de los placeres disfrutados en mi vida, ojos negros y hundidos tras unas bolsas de oscuras ojeras. Barba espesa y canosa, poco pelo en mi cabeza asomando la  calva que nace en mi coronilla. Nariz grande y aguileña. Bajo mi pecho, una prominente barriga de vida satisfecha. Y, eso sí, en el vientre, en mi pubis, se alza, todavía vigoroso, mi veterano pene, que si bien no es exageradamente largo, sí que es espectacularmente ancho, tanto en el tronco como aún más en el capullo que rápidamente desborda el prepucio. Unos testículos grandes se alargan colgando en unas bolsas hacia mis muslos. Todo ello cubierto por un bosque de vello ensortijado de color gris.

 Esta es la imagen que soy consciente que Aisha ve con curiosidad y expectación, cuando me acerco a la cama donde yace desnuda mirándome. Me siento junto a ella y acariciándole por primera vez los muslos le sonrío. Aisha me observa, mientras yo paso mis dedos por sus pezones, pellizcándoselos con suavidad… Me acepta con expresión de incertidumbre, su cara está más sonrosada de lo normal en ella, me doy cuenta de que se ha ruborizado al verme desnudo, lo que aumenta su belleza y el morbo de palpar su piel. Sé que mi mirada debe ser en estos momentos ávida y anhelante, pienso gozar de cada segundo poseyendo su cuerpo antes de desflorarla. La elegí entre las candidatas que me ofreció Suleima,  la casamentera egipcia, porque con su belleza tranquila y virginal es ideal para hacerme compañía en la cama en las largas noches de aquí, un solitario poblado en las montañas precursoras del desierto. No sólo es virgen, sino que me consta por la casamentera, por su familia y por ella misma que nunca ha tenido ningún novio ni pretendiente que haya tocado ni probado su carne antes que yo.

 Me acerco, y le doy un primer beso en los labios. El contacto con los suyos me enloquece, ya ha pasado el tiempo de espera, ya es hora de tomar su cuerpo… Paso ahora los dedos por sus labios. Mi mano, lo sé, exhala olor a tabaco y al intenso perfume libanés con el que me he frotado el cuerpo al desnudarme. Lamo su cuello con mi lengua. Le musito rozándole la oreja que ya es mi jodida putita, expresión que he aprendido en su lengua original albanesa, ella todavía no habla la mía, y me mira entre sorprendida por mis palabras, indignada por mi falta de respeto y finalmente divertida por la excitación de que la llame mi putita en su propia lengua, supongo que tiene completamente asumido que es mi esposa, la voy a follar y hacer lo que desee con ella realizando todas mis fantasías y deseos. Empiezo a unir mi cuerpo al suyo, noto como se estremece al sentir el contacto de mi piel en la suya. Poco a poco le levanto y quito la camiseta y la dejo desnuda, sólo con la braguita.

 Sus pechos quedan libres, al descubierto. Sí, son maravillosos, exactamente como dos pequeñas peras puntiagudas, con los pezones en el lugar de los rabitos de la fruta. Y es una fruta deliciosa, juego con ellos y luego los muerdo suavemente como si le fuera a arrancar los pezones con los dientes. Aisha gime, su rubor hace que ya su cara empiece a estar roja como un tomate de rama maduro, no sólo de vergüenza y miedo sino supongo que también porque se da cuenta de lo mucho que le gusta lo que he empezado a hacer con ella.  Gateo por la cama, poniéndome a su lado mientras hago que se estire completamente. Acercó mi cara a la suya, toco de nuevo con mis labios los suyos y presiono, besándola con gran pasión por primera vez como amante y marido. Hace de pronto una pequeña arcada, tal vez le debe resultar repulsivo mi aliento a tabaco y especias del kebab, pero debe acostumbrase a todo lo que yo soy, y vuelvo a besarla con más fuerza que antes sin que ella me rechace.

 Me encanta utilizar los dedos para jugar con las muchachas y excitarlas para mi placer. La acaricio. Se los paso por los labios, el cuello, bajo a los pechos, aprieto más fuerte que antes los pezones, recorro el estómago, juego con el ombligo y, por fin llego al  pubis, meto la mano dentro de la braguita y le acaricio el sexo dejando que uno de mis dedos empiece a penetrar lentamente, con cuidado, en él. Al darse cuenta, Aisha deja ir un pequeño grito de sorpresa, y gime ronroneando como una gatita en celo, cada vez me apercibo con más seguridad de que, más allá del miedo a lo que voy a hacerle como esposo, esto le está gustando y aturdiendo, es lo que toda la vida he comprobado cuando me he acostado con jóvenes que lo hacían por primera vez. Mucho miedo y timidez al principio, pero unas fieras en cuanto se lanzan al comprobar que follar es el placer más intenso de la vida cuando entran en él de verdad y se entregan sin miedos. Poco a poco, muy lentamente, estiro las cintas laterales de la braguita y se la voy bajando, las caderas, las nalgas, el sexo, los muslos, las rodillas, las piernas, los tobillos, y finalmente se la saco por los pies y la deposito en la almohada al lado de su cabeza mientras ella sigue con los ojos mis movimientos. Aisha ya está completamente desnuda, tengo a mi entera disposición su cuerpo de diosa adolescente. Acaricio el escaso vello que cubre su pubis y su sexo, unos pelitos tan dorados como los de su rubia cabeza. Pienso, divertido, al verla tan dispuesta a recibirme, que no seria la primera vez que dejase preñada a una muchacha la primera vez que me encamo con ella.  


Me agacho, paso la lengua por la cara interior de sus perfectos y enloquecedores muslos, le lamo el sexo, introduzco mi lengua en el inicio de su vagina presionando el botoncito de carne que encuentro enseguida, la adolescente gime y se estremece, ahora ya estoy seguro de que esto la complace tremendamente y le perturba que sea así,  lucha entre el miedo y el placer, tal como yo esperaba,  y entonces es el momento, abro sus piernas colocándome en medio, me dejo caer encima de ella, choca el olor a perfume intenso masculino que impregna mi cuerpo con el aroma a jabón de jazmín y vainilla que exhala el suyo. Siento sus tetas bajo mi tórax, la beso de nuevo pero ahora le abro la boca e introduzco mi lengua más allá de sus dientes jugando con la suya, fresca y jugosa, mi aliento penetra de nuevo profundamente en ella…

 Mi pene está frotándose en su vientre, entre mi cuerpo y el suyo, pronto, muy pronto lo va a tener dentro, voy a consumar nuestro matrimonio, pero no, todavía no, aún  debe conocer bien mi miembro antes de tenerlo dentro de su cuerpo…

 Le separo completamente los muslos, tiene las piernas bien abiertas, y estoy ahora encima de ella medio arrodillado. Dejo caer de nuevo mi cuerpo sobre el suyo y jadeo de placer, al tiempo que le musito en su idioma unas palabras terriblemente obscenas y pervertidas sobre lo que voy a hacer con ella enseguida, para que se prepare… Aisha me mira con estupor, se niega sonriendo con la cabeza a lo que le estoy diciendo, pero sabe que no va a poder evitarlo, soy su marido y además ella desea que lo haga ya… Su cara ya ha enrojecido del todo, está completamente ruborizada y sus mejillas arden.
 Me incorporo, me arrodillo delante de su cara dejándome caer hacia atrás de manera que quedo medio sentado sobre sus pechos, apoyado en las piernas que tengo dobladas en sus costados y coloco mi pene delante de su boca. Sus ojos se abren como si fueran a salirse de las órbitas, y mira con un contradictorio horror divertido lo que ve que voy a hacer. Pero es necesario que conozca las cosas que más le gustan a su marido. Para mí todo está permitido, mis deseos no tienen límites ni fronteras, para eso me he casado con ella, para practicar en casa lo que disfruto haciendo con las jóvenes putas de Madame Shenna cuando bajo a la capital o aquí mismo con Tahiya, mi concubina adolescente.

 Le tomo la cara con las manos y la llevo hasta mi miembro. La obligo a vencer su aparente asco y a besarlo, para que conozca su aroma. Presiono con el pene, y ella aprieta los labios. Le pido de forma seca que abra la boca de una puta vez. Se asusta por mi tono, cesa la resistencia, separa los labios y la abre. Rápidamente el tronco caliente de mi miembro entra en su boca mientras sonrío y jadeo de placer. Noto que me estoy crispando, esto empieza ya a ser demasiado, le sujeto la cara y muevo el pene dentro de su boca adelante y atrás, voy perdiendo el control y le introduzco todo el pene, hasta el cuello, de forma que noto enseguida que a la muchacha le vienen arcadas y está a punto de vomitar. Supongo que para ella es una especie de alucinación, una pesadilla excitante de la que espera no despertar. Pero se acostumbrará muy pronto a satisfacer todos mis deseos. Más le vale, claro, no tiene alternativa y además sabe que puedo repudiarla y obtener fácilmente el divorcio si no me complace, cosa que es evidente no pasará. Pero ya no aguanto mucho más, ya ha llegado el momento de empezar a gozar del placer máximo de desvirgar a esta bella adolescente, mi esposa Aisha.

 Voy por fin a lo que tantas horas llevo hoy esperando. Llega el momento que ella temía y supongo ahora desea que pase sin más demora. Me incorporo un poco, saco el pene de su boca, la miro echando fuego por los ojos, le murmuro al oído otra serie de frases obscenas que he aprendido en su lengua. Aisha me escucha y creo adivinar que disimula una sonrisa, y dejo ir un grito salvaje. Hundo mi cara en su cuerpo, le muerdo el cuello  y ella gime, ahora ya claramente de placer. Vuelvo a situarme medio arrodillado entre sus muslos, palpo su sexo con los dedos, le sorbo los pezones como si tuviese los pechos llenos de leche de madre y yo fuese su bebé, aprieto sus tetas en forma de pera como si fueran pelotas de goma… Y veo bien que en su mirada el miedo, el deseo y el placer se le marcan en una confusa expresión. Su cara está ya empapada de sudor... Gime y tiembla. Me abraza pasando los brazos por mis costados, mi espalda, mi culo.


Mi pene toca por fin su sexo, con la mano lo coloco en la entrada de su vagina y empiezo a hacerlo penetrar dentro de su cuerpo. Se da cuenta enseguida y noto que ahora tiene miedo, mucho miedo, sabe que es el momento. Me he transformado tal vez en una bestia feroz, un monstruo perverso, un animal incontrolado, mis ojos la devoran, mis dientes muerden sus pechos, sus labios, su lengua, su cuello, pero soy su marido, tengo el deber de follar con ella y sentir y hacerle sentir las delicias de todos los infiernos…

 Y, entonces, con un impulso irresistible al sentir como mi pene está entrando en ella, la inmovilizo y la sujeto con toda mi fuerza, pego un empujón hacia delante y le meto el pene en el vientre, le rompo el himen, la desvirgo, Aisha grita al sentirse desgarrada por dentro y darse cuenta de que ya la he desflorado, y empiezo ahora a moverme frenéticamente encima de ella, introduciendo todo mi pene dentro de su vagina.

 Aisha sigue gimiendo, paseo mi boca y mis dientes por su cuerpo y su cara, quiero que se de cuenta de que la estoy follando y de que lo haré todas las veces que desee, cabalgo violentamente encima de ella como un animal salvaje. Con la pelvis doy tremendos empujones hacia adelante, como si quisiera atravesar su cuerpo con el pene. Yo lo siento grande, enorme, hinchado, dentro de ella, le hago daño cada vez que empujo para metérselo más adentro, gime, suplica, llora, ríe, suda, me muerde, goza… No puede respirar, jadea, le aprieto el cuello, se asfixia y suelto la presión cuando se ahoga, pero me doy cuenta de que precisamente todo esto le da placer, gime y grita de forma muy diferente al miedo o dolor, lo hace ya como una de mis putitas habituales de la ciudad, o como mi concubina Tahiya…

 Insisto en mis penetraciones terriblemente violentas, ella vuelve a gritar completamente de placer, relincho y bramo, y me muevo de forma monstruosa, exploto, aúllo y empiezo a eyacular, mi semen está entrando en su cuerpo, y mi orgasmo dura mucho, mi placer es tremendamente infinito y prolongado, grito, reniego, muero y renazco, la sacudo, la muevo como a un pelele, reviento, soy de nuevo el demonio furioso que tantas jóvenes hembras conocen, temen y desean, Aisha gime en un estertor que hace que se le escape saliva por la comisura de los labios,  parece sufrir una imposible mezcla de agonía y placer  infinitos...

 En ese momento cuando parece que Aisha se está ahogando, noto que se produce en ella una  explosión que bien conozco en las muchachas, algo revienta en ella, y me doy cuenta de que a la adolescente la enloquecen unas tremendas sensaciones de placer bestial, actúa de pronto como una perra, pega su boca a la mía besándome con  fuerza al tiempo que clava sus uñas en mi espalda y mi culo apretándolo contra ella, salta, muerde, gime, llora, ríe,  y grita, grita de placer jadeando de forma agónica y musitando algo así como “¡¡¡Eííííííí, Akwellaaaaah, Sidi!!!…. Oooh,,, Eeehhhh, Uuueeeraaaah, Eeeeeemmm… Aaaaeeehhhhh…!!!”.  Gemidos y sonidos sin un significado concreto fuera de mostrar que mi joven esposa ha descendido también ya a todos los infiernos y ascendido a todos los cielos con mi cuerpo dentro del suyo… Ya es mi hurí más preciada, el nuevo diamante que adorna mi cuerpo y mi vida…

 Mientras la adolescente sigue musitando nuevos gemidos y ronroneos, jadeando y resoplando como una de mis putas habituales, cosa que me complace y enorgullece,  yo empiezo a dejar de moverme y me dejo caer encima de la muchacha, quedando poco a poco en reposo sobre su cuerpo, casi aplastándola. Su cara queda junto a la mía, me parece que ahora, agotada, sin respiración, reventada, llena de sudor, el suyo y el mío, se desvanece, rota, ahogada, enloquecida, con sus ojos llenos de lágrimas…


Después de un rato de reposar encima del suave y cálido colchón que es ella, me incorporo poco a poco. Mi pene se desinfla lentamente. abandona el interior del vientre de Aisha mientras separo poco a poco mi cuerpo del suyo y al final me quedo acostado a su lado.

 Veo que la adolescente, ya mi esposa por completo, va  recuperando el aliento, pero se queja de que le duele el vientre… Paso mi mano por ella acariciándola, y noto que tiene el sexo y los muslos mojados, por un líquido viscoso y caliente,  obviamente mi semen que se escapa de su vagina. Miro mis dedos y veo mezclado en el blanco de mi esperma el rojo de la sangre de su desfloramiento. Pinto con mis dedos su cara y la mía, sellando con la marca de mi semen y su sangre nuestra unión.

 Una media hora después, me incorporo del lecho, me pongo de pie y orino en el lavabo que hay en el cuarto de baño al lado de la habitación. Me dejo caer aún sin recuperar la respiración del todo en el butacón que hay junto a la cama,  gozando del espectáculo de mi joven esposa desnuda y desflorada. Aisha no duerme, se ha girado hacia mí y me mira con los ojos muy abiertos.  Le hago un gesto obsceno señalándome el pene, en su mirada fija veo que se da cuenta de que mi miembro, igual que mi cara, la suya,  su sexo, la parte superior interna de sus muslos y la zona central de la sábana, está manchado con un líquido blanquinoso rosado, la mezcla de mi esperma y su sangre, …

 Aisha se hace a un lado y arregla la cubierta de la cama y las sábanas, ahora arrugadas. Me mira y yo entiendo su invitación de ir a yacer con ella. Me pongo en pie, me acerco, me acuesto a su lado, la beso con gran pasión y me satisface notar que me corresponde y es ella la que ahora busca mi lengua con la suya.  Nos abrazamos, con los cuerpos enganchados, y yo noto que mi pene vuelve de nuevo a inflarse y prepararse para penetrar a mi esposa adolescente. Apago la luz y, cuando por la ventana entra el resplandor del relámpago de la tormenta ya muy cercana, introduzco de nuevo mi miembro en el sexo de  Aisha…

Unknown

Escritor, recopilador, sexólogo, psicólogo y filósofo. Amante de las mujeres.

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