Los Porteros Las Prefieren Rubias


Todos los hechos que se narran a continuación sucedieron en la realidad tal y como los cuento...


Una Pequeña Introducción


A pesar de no haber cumplido aún los veinticinco años de edad y de ser plenamente consciente de todo lo que me falta por ver, por aprender y sobre todo, por madurar, miro hacia atrás en el tiempo y me doy cuenta fácilmente de todos los cambios que se han ido produciendo en mi vida, así como de las fases vitales por las que he ido pasando hasta el momento presente. Fases que componen mi visión de la realidad en todos los terrenos de la vida en momentos determinados, y que son representadas por mi relativa madurez en cada una de ellas y que en su conjunto, dan forma a mi personalidad a día de hoy. Aunque actualmente puedo afirmar sin miedo a equivocarme que mis pensamientos e ideas con respecto a muchas parcelas de la vida están más que bien formados y asentados, éstos no dejan en cambio de estar en constante evolución, aunque sea ya a tan baja intensidad que apenas me dé cuenta del proceso diario de adaptación a la realidad en la que me veo inmersa y que me hacen crecer interiormente un poquito más. Es por ello por lo que me siento plenamente capacitada para hacer un pequeño balance de lo vivido hasta ahora, y de tratar superficialmente de separar por pequeñas etapas mi forma de actuar y mis pensamientos pasados y presentes, creando así una línea temporal en la que yo misma poder analizar mi manera de ver el mundo a cada edad vivida. Evidentemente, no será necesario en esta historia narrar como han ido madurando mis pensamientos o percepciones personales y sociales sobre la política, la economía, la fauna ibérica o la forma de vestir como manera de identificación de clases. En cambio, si haré un brevísimo y sucinto análisis previo al relato de las fases sexuales que he vivido – sufrido – a lo largo de mi vida, las circunstancias que produjeron en mí un cambio de mentalidad al respecto, y como ha ido madurando mi particular forma de vivirlo y disfrutarlo, pretendiendo con ello ofrecer un mejor entendimiento de lo que cuento posteriormente – algo que también es válido para el resto de relatos que he escrito y publicado, los cuales protagonizo con diferente edad, relatos todos que están basados en vivencias personales y han sido escritos lo más rigurosamente posible para no faltar a la realidad -.


Mi contacto con el sexo, entendiéndose éste como todo lo relativo al conocimiento del cuerpo humano, el placer sexual, y la curiosidad por el mismo, se produjo aproximadamente cuando contaba con catorce años. Aunque mis escarceos con chicos comenzaron realmente un par de años antes, no dejaban de ser meras niñerías de colegio basadas en la pura atracción física y el instinto natural, época en la que si te besabas con algún afortunado nenito eras la más lanzada de tu grupito de amigas y ya te creías la mayor. Pero fue realmente con aquella edad – catorce años -, con la que mi interés fue yendo más allá de la pura inocencia infantil y los cuentos de hadas, y mi curiosidad por los chicos aumentaba exponencialmente a medida que iba siendo más consciente de ese nuevo mundo que se abría ante mis ojos. Comencé a tener mis primeros rollitos a escondidas con amiguitos del colegio o de la urbanización dónde me crié, dando comienzo mi fase de exploración del mundo masculino, en la que ya se volvía común el dar los besos con lengua, los manoseos en las fiestas que nos iban permitiendo nuestros padres y la curiosidad por probar cosas nuevas – más que nada influidas también por la televisión, las revistas para crías y las ganas que te metían los chicos, más lanzados que nosotras en esos menesteres -. No recuerdo haber estado con más de seis o siete nenes de rollo – o de noviazgo, si es que aquello se podía llamar de tal forma -, hasta que a los dieciséis años recién cumplidos perdí la virginidad con un muchacho del instituto con el que salía desde hacía tres meses – el tenía dieciocho años y también era virgen -, inducida tal vez por la excesiva curiosidad por empezar ya con cosas nuevas y distintas tras haber explorado oralmente el verano inmediatamente anterior a otro novio estival estando de vacaciones en la costa, e influida igualmente por las conversaciones que por aquel entonces ya manteníamos las niñas de mi entorno - referentes al coito – y en la que el hacerlo se presentaba como lo más maravilloso. Aunque la experiencia me dejó totalmente desilusionada por las gigantescas expectativas que tenía creadas sobre ello y lo poco que me satisfizo, mi interés, al contrario que disminuir como suele pasarle a muchas, no decayó, sino que creció de manera imparable. Las siguientes relaciones íntimas con ese noviete mejoraron algo, y los nueve meses que estuve con él me sirvieron para foguearme en el sexo, aprender posturas, conocer las predilecciones de los chicos o saber que era lo que a mí más me gustaba que me hicieran – sin duda, que me practicaran sexo oral, era lo máximo -. Después de él estuve con varios chicos más - con los que también tuve sexo -, y al contrario que mis mejores amigas, por aquel entonces nunca llegué a atarme o ennoviarme con ninguno. Ello, visto a día de hoy, lo puedo explicar por varios motivos aunque no mantengan relación entre sí. El primero era que yo, al ser aún relativamente pequeña, me tenía que adaptar a los cambios de residencia de mis padres sin tener voz ni voto al respecto. Estaba en Málaga normalmente durante la semana, pero los fines de semana y los veranos, desde que era chica, los pasaba con ellos en Marbella, dónde tienen otra casa por motivos de trabajo. Ello, a priori, me suponía leves molestias si me gustaba un chico, ya que el estricto control al que me sometían mis padres apenas me dejaba tiempo libre de lunes a viernes, y los sábados y domingos que sí tenía libres, me iba normalmente de la ciudad para disfrutar de la costa con ellos. El problema se volvió secundario cuando empecé a tener mi grupito de amigas y amigos en Marbella y comencé a conocer gente nueva, por lo que estaba prácticamente de aquí para allá sin tener nada fijo – incluido nenes de mi edad -. El segundo motivo por el que no llegué a tener nada serio con un chico que me diera la estabilidad sentimental tan ansiada por otras, era el juego que me ofrecían éstos – y al que me encantaba jugar -. Aunque no tomé consciencia hasta varios años después, mi físico en cierta medida condicionó que mis relaciones fuesen relativamente muchas – en relación a la edad que tenía -, variadas, y por ende, cortas. No voy a afirmar que fuese la niña más guapa del planeta ni nada por ese estilo, pero siempre fui la que destaqué entre el grupito de amigas que tenía – por no decir en el colegio o en el instituto - por varios motivos. Entre ellos está la conocida y exótica atracción que sentían los niños por las chicas rubias naturales de ojos azules, algo un poco distinto en un mundo de morenas de ojos negros. A ese superficial criterio se añadía mi pronto desarrollo físico – por descendencia genética - , que me produjo, aunque no en la medida de años posteriores, el tener unos pechos que llegaban a atraer hasta al género masculino que se salía de mis gustos personales al contar con dieciséis o diecisiete añitos – hombres de más de veinte años, como decía yo por aquel entonces-. Aunque de manera inocente en aquellos imprudentes años, yo me veía muy guapita - ¡incluso participé en varios catálogos de moda! -, y eso lo comprobaba sencillamente porque era a la que normalmente entraban los chicos más populares y monos, los mismos que siempre teníamos en la boca tanto mis amiguitas de la urbanización como del instituto – y motivo por el que probé en mis propias carnes la envidia y celos de muchas -. Me escribían cartas, me mandaban mensajes en mis primeros móviles o venían cuando podían a recogerme a escondidas en moto – normalmente para ir al mirador o al parque a darnos el lote -. A eso se añadía que cuando uno de esos se liaba conmigo, se enteraba medio instituto, creándome una fama de ligona entre unos y de putilla adolescente entre otros. Y aunque eso siempre había sido así desde edades muy tempranas como decía al principio – catorce años -, fue ya a partir de haber perdido la virginidad cuando mi interés por los chicos iba más lejos de los simples besos o caricias – ó manoseos -. Cuando pensaba en un chico ya me imaginaba el hacerlo con él en lugares bonitos o que me llevaran a sitios íntimos dónde poder dar rienda suelta a las crecientes ganas de conocer más de la otra persona – de su cuerpo -. Desde los dieciséis a los dieciocho años lo hice con cinco chicos – con los que más o menos llevaba un tiempo "saliendo", entendiéndose el "hacer" como tener sexo con penetración, ya que además de eso hubo varios con los que tuve otro tipo de prácticas sexuales, como el sexo oral, el dejarme penetrar por algún que otro dedito o comprobar cómo a más de uno le encantaba saborear mis codiciados pechos -, y a pesar de que el sexo distaba muchísimo de lo que es y significa ahora para mí, me encantaba sobremanera el experimentar, y sobre todo, que experimentaran conmigo. 


Fue a partir de esa edad, los dieciocho años, cuando empecé a salir ya formalmente con mis amigas por ahí, comenzando a conocer a chicos de otras urbanizaciones, otras barriadas o incluso otras ciudades. Atrás quedaron los añitos en los que nuestros padres nos llevaban al cine, a los centros comerciales o a las discotecas de juventud que cerraban a las doce de la noche, dónde no nos quedábamos solamente con el típico tonteo sin ir más allá, sino que llegábamos a hacer guerritas de lenguas en cualquier sofá o columna si algún tío de nuestra edad nos gustaba – o nos dejábamos sobar-. Esa época pasó, ya éramos autónomas, y la que más o la que menos ya tenía moto, coche, o conocía a algún chico que poseía uno para salir de fiesta. Fue el año del comienzo de las minifaldas, de los escotes, las bebidas con alcohol, de los primeros cigarros, y de los primeros líos de una noche – sin conocer de nada al afortunado tío -, algo impensable un par de años antes. Comenzaron las noches de salir de caza. Triunfaba la que esporádicamente se liaba con uno que tenía vehículo y estaba de rollo un tiempo con él, tras el cual, nos explicaba al resto las magníficas posturas que permitían unos asientos traseros, algo que yo ya había probado en más de una ocasión. Los dieciocho – nací en el mes de Octubre – significaron sexualmente un nuevo cambio en mis hormonas. Salía mucho los fines de semana, me quedaba sola en casa de vez en cuando en casa, y comprendí, aunque vagamente y de manera difusa, que tenía ciertos poderes sobre los hombres. A ello se unió el hecho de que tuve que empezar a tomar las pastillas anticonceptivas – a escondidas de mi padre, algo antiguo para muchas cosas -, única forma de regularme el ciclo menstrual y los tremendos dolores que éste me causaba. Ese hecho favoreció nuevamente que mis pechos aumentaran ligeramente su tamaño - ¡vivan mis hormonas! -, y que con mis cincuenta kilos de peso – si es que llegaba – se produjera una rotura proporcional de mi fisionomía. Atraían y me daban un aspecto de más mayor, y yo por ello empezaba a sentirme orgullosa y a ser consciente de mi atractivo – que no quería decir que solamente atrajera por eso, que ni por asomo - , a pesar de que me daba vergüenza que en la playa mis amigos me dijeran cosas sobre ellas – típico en niños de diecisiete y dieciocho años- . Ya no era solamente un rostro bonito o un culito redondo y respingón, sino que ya también unas apetecibles peritas que para sí ya hubiese querido las de mayor edad.

Durante el verano del año 2003, con dieciocho años, y con mis espaldas cubiertas por una corta pero dilatada carrera de rollos y novios de efímera duración – tan rápidamente me enamoraba de uno, como de otro, hasta que otro guapito y simpático chico me volvía de nuevo a tentar con sus encantos, provocando involuntariamente rencores entre ellos y hasta algunas peleas – comencé a salir en plan madura. Esto es, pintada como buenamente sabía – y no es que mal supiera, sino que ahora, con veinticuatro años, soy una auténtica experta -, con ropita sexy – me cambiaba en casa de mis amigas para que no me dijeran nada mis padres - y cómoda mostrando mis piernas y generoso escote, y con muchas ganas de bailar con mis amigas – y de tontear a saco con nenes guapitos y atractivos -. Comencé a fijarme en chicos más mayores y de vez en cuando, llevaba por la noche, el alcohol, y el calentamiento al que me veía sometida cuando me liaba con alguno – sin saber que en realidad era yo la que calentaba -, acababa accediendo y tenía sexo de una noche con ellos, aunque después siempre volvieran a llamarme para quedar y cosas así, iniciándose cortos rollitos basados en la atracción – y el acto - sexual. Otras ocasiones, simplemente acababas dando tu teléfono y tras quedar un par de veces para ir al cine o dar una vuelta, acababas en su coche en medio de un descampado, un llano o una playa a la luz de la luna. Fue así como fui creando mis primeros amiguitos mayores – veinteañeros – y definiendo mis gustos y preferencias sexuales.

A pesar de todo, la proporción de chicos con los que tuve sexo era infinitamente inferior a la cantidad de chicos con los que me liaba. Aquello eran casos puntuales y aunque me encantaba, no me obsesionaba, y siempre esperaba que pasara algo especial para que algún chulito guaperas me quitara el sujetador o me bajara el tanguita. Ni que decir tiene que la protección era algo implícito al sexo, por lo que no faltaba noche en la que, por si las moscas, no llevara algún preservativo en el bolso.


Fue también la época de los rumores. Si hacías el amor con dos chicos en un corto periodo de tiempo, el resto ya te catalogaba de la peor de las maneras, ya sea por celos o por envidia – o por no poder tenerte-. Lo que no sabían esos chicos, era que podías liarte con dos tíos en un corto periodo de tiempo, sí, pero seleccionados de entre los doscientos que te entraban para intentar ligarte en el plazo un mes, mientras que ellos tenían que darlo todo para poder tener sexo con la primera que accediera tras múltiples intentos. En proporción, ellos eran con diferencia los guarros, y no nosotras, únicamente ingenuas diablillas llevadas por nuestros instintos más naturales. Y placenteros.

Habiendo hecho mención a mi etapa experimental en el sexo – desde los catorce a los dieciséis – y a mi etapa de conocimiento, práctica y profundización del mismo – desde los dieciséis a los dieciocho, - dónde había disfrutado del sexo con varios chicos – tanto de forma oral como con penetración -, entro a analizar mi etapa más fructífera y promiscua.

Independientemente de lo bien que me fuese en mi primer año de carrera, o de la impoluta imagen que daba siempre delante de mis padres, la familia y sus amistades como niña de bien y bastante pijita que era, había ciertas cosas que me rondaban siempre la cabeza allá dónde fuese: los tíos y el sexo. Eran los temas principales de conversación que mantenía con mis amigas y lo que más tiempo nos llevaba en las eternas charlas telefónicas o a través del nuevo medio de comunicación emergente, el MSN ® Messenger. Evidentemente, era más lo que hablábamos, que lo que hacíamos. Todo lo veíamos gigante y le dábamos muchísimo más valor del que en realidad tenía, pero así éramos nosotras.

El punto de inflexión y momento de mi cambio de mentalidad, a partir del cual iba a ver el sexo de una forma infinitamente más placentera y natural – antes, aunque tenía sexo con chicos, lo veía como algo secundario y dedicado a momentos especiales, a pesar de gustarme mucho su práctica – ocurrió un mes antes de cumplir los diecinueve. Llevaba apuntada todo el mes de Agosto – no me habían quedado asignaturas de la carrera para Septiembre – a clases de salsa en un conocido pub sito en un gran centro de ocio de la capital. Las clases las impartían bien pasada la tarde, mientras que por la noche el pub se convertía propiamente en eso, un pub dónde se bailaba salsa y podía acceder cualquier persona. Allí conocí a mucha gente, y de nuevo, y sin querer, me convertí en el centro de atracción de muchos chicos que me piropeaban y cortejaban, por decirlo de manera formal. Era la chica mona, la rubita, la extrovertida, y la cualquier cosa que hiciera mención a mi atractivo físico para con los tíos. Y eso no me incomoda en absoluto ni cambiaba mi forma de ser – en parte, y visto a día de hoy, por llevar ya desde pequeñita escuchando lo de… "¡Ay! ¡Qué niña más guapa!", por lo que ni me lo creía, ni me lo dejaba de creer, ya que para mí, simplemente era yo, con mis defectos y virtudes -. En el grupito había varios nenes que me gustaban, pero no estuve liada con nadie de allí ese veranito – sí con otro par de chicos que conocí saliendo por localidades costeras -. Al final de Agosto, y con el grupo de baile ya muy reducido por la vuelta a los estudios y el trabajo de la mayoría de integrantes del mismo, se dejaron de dar las clases, dejando únicamente para impartir bailes latinos las noches de diario, algo que se hacía entre el resto de personas que acudían al local a bailar informalmente, beber o ligar – o al menos a intentarlo-. Mi interés, muy extrañamente, se concentró en uno de los profesores con los que más congenié, Roberto, que además, era maestro de educación física en un instituto cercano a dónde yo vivía. No hubiera sido nada raro que me fijara o me llamara la atención un chico muy moreno de piel, guapito y ligeramente musculado, sino hubiera sido porque tenía nada menos que treinta y tres años. No supe cómo, pero acabé prendada de él, y obviamente, lo notó enseguida. No solo tenía novia, sino que además no le importó tontear/coquetear conmigo delante de la gente que nos conocía durante los últimos fines de semana. Como no podía ser de otra forma, eso para mí era un halago y un gran logro, y durante muchos días no pude quitármelo de la cabeza. De hecho, hasta mis amigas me decían que estaba loca por fijarme en un tío tan mayor. Yo, simplemente, pasaba de ellas y trataba de esquivar el tema cuando salía para que no me tacharan de "rara", pero la realidad estaba ahí, y mis cosquillitas en el estómago también. No podía dejar de pensar en su sonrisa, en sus brazos, en sus manos, y en cómo aquéllos y éstas me bailaban de un lado a otro al ritmo de la música latina, acompasada siempre que podía por las palabras que me susurraba delicadamente al oído para hacerme suya poco a poco. Ahora lo veo de otra forma, pero en aquella época, en la que a pesar de ser consciente de mi atractivo o de gustarme bastante todo lo relacionado con el sexo, era totalmente inocente y no sabía a ciencia cierta todas las tácticas que podía usar un tío para conseguir sus propósitos. Inevitablemente, y sin querer entrar en el tema – ya que él solo daría para un gran relato -, una noche de principios de septiembre en la que salí con mi mejor amiga a esta zona de marcha junto al resto de personas del grupo de baile – incluido él -, acabó besándome en un pub cercano al que trabajaba tras una larga velada de chupitos y bailes, consiguiendo con ello, además de que Lorena se marchara cabreada, hacerme subir la temperatura de una forma anormal. Él, como machito ibérico que era, se dio cuenta muy pronto de mi estado de sumisión a sus besos, caricias, manoseos y demás artes seductoras, y aprovechó la circunstancia para sacarme del local y disfrutar de mi cuerpo en la trasera de su todoterreno sin importarle mi edad – y yo que se lo agradezco -. Ese polvo – y todo lo que me hizo - cambió mi forma de entender el sexo. Bueno, ese polvo, y su forma tan directa, morbosa, maliciosa, pícara y entendida de camelarme. Esa noche comprendí lo que era el buen sexo, el sexo con un hombre de verdad – hasta entonces solamente había estado con nenes de mi edad o poco más mayores -, aprecié el poder de hacer una felación – me empezó a gustar bastante esa práctica - y disfrutar plenamente de ella – y sobre todo lo que era una polla de verdad, enorme, durísima y tentadora para ser tocada, olida y chupada -, y llegué al extremo de conocer como era capaz de calentar a un tío por el mero hecho de insinuarme, sonreírle, guiñarle un ojo o bailar sin intenciones perversas. Además, fue la primera vez que me follaban a pelo, y entre eso, lo bebida que estaba, lo caliente que me había puesto ese tipo y las ganas que llevaba en el cuerpo, me sentí totalmente como una mujer adulta que sabe lo que quiere y va a ello sin rodeos. En realidad, lo único que fui fue una muñeca sexual, un lindo juguete que se cruzó en su vida y no dudó en coger para su propio beneficio. Comprendí también que me calentaba mucho más si me hablaban fuerte o me trataban como a una cualquiera, que con tantos mimos y piropos como me lanzaban los más jóvenes, inexpertos e inseguros. En definitiva, que disfruté tanto, y le encandilé de tal manera, que durante toda la semana siguiente quedé con él a escondidas. No hubo un solo día que no me follara, y viví con él situaciones – como la de ir al apartamento de un tío exclusivamente para meterme en su cama y dejarme hacer lo que quisiera – que hasta entonces eran desconocidas para mí y atribuía a mujeres de más edad. Comprendí el morbo, el verdadero poder de atracción que teníamos las chicas, y sobre todo, que el buen sexo me lo iban a dar los chicos más mayores y experimentados – y a ser posible y como pensé después de estar con él, con las pollas bien grandes, algo a lo que hoy día no le doy tanta relevancia -.


A la semana, y tras haber hecho conmigo lo que quiso cada uno de los días que estuve a su lado sin que nadie lo supiera, volvió con su pareja y yo, por razones obvias, a la realidad. Aquella corta relación marcó el inicio de mi nueva etapa sexual. Ya no me conformaba con salir y liarme con un tío porque me pareciera muy guapo, simpático y gracioso – y más o menos supiera llevarme a su terreno -. Necesitaba mucho más. Tenía ganas de jugar, de caldear el ambiente, de crear situaciones morbosas, de sentirme muy deseada y de que me pillaran con ganas. Me había vuelto más selectiva y exigente, y mis relaciones comenzaron a disminuir en cantidad y a incrementarse en calidad. Normalmente los tíos entraban a saco y pocos eran los que se lo curraban de buena manera – hoy día también pasa eso, por supuesto, por eso el premio siempre va para los inteligentes y más pacientes -, por lo que comencé a darme a valer lo que de verdad valía y eso provocó que, como bromeaba una amiga que me tenía mucho aprecio, empezara a tener lista de espera. No daba esperanzas a ninguno, pero tampoco las quitaba. Eso sí, la proporción de chicos con las que me liaba, y con los que tenía sexo, se estabilizó, en el sentido de que ya que hacía algo habiéndome cuidado mucho de elegir al que me atrajera, gustara y me diera morbo de verdad, me dejaba llevar hasta el final – que normalmente eran los asientos traseros de un coche -. Porque el escoger bien no significaba que yo llevara el mando, simplemente que cuando seleccionaba o me decidía, me dejaba llevar ya por los encantos que me profesaran tal y como hacía anteriormente. Aún así, y muy a mi pesar, seguía siendo tan inocente que resultaba una tentación para muchos chicos más mayores que sí sabían perfectamente cómo llevarte al huerto, algo que en el fondo no me incomodaba y redundaba en mi propio beneficio.

Esa etapa de hacerme la dura para al final ceder en mis defensas – es lo mejor para que te den luego lo que te mereces por haber sido traviesa - para abrirme totalmente si se lo sabían currar – nunca mejor dicho – duró aproximadamente hasta hace dos años – aunque ahora actúe de forma parecida, suelo llevar muchas veces el mando o lo comparto -. No son etapas perfectamente diferenciadas, sino que siguen un proceso paulatino de cambio, como todo en esta vida, pero para hacer más o menos claras las distinciones las marco así. A partir de entonces, y plenamente consciente de cómo soy, que puedo tener y hasta dónde puedo llegar, ya comencé a volverme selectiva y exigente en todo, no dando pie a nada si veo algo que mínimamente me turba o molesta, dejando mi cuerpo exclusivamente para aquellos aventureros que sepan de verdad lo que quieren en cada momento y no temen el intentar poseerlo. Y a pesar de decirlo tan segura de mi misma, aún a día de hoy suelo pecar de inocente. O eso, o se me da bien aparentarlo si el juego lo requiere.

En definitiva, se puede decir que mi época de auge sexual se produjo poco antes de cumplir los diecinueve años, y desde aquel entonces, comencé a disfrutar el sexo con más libertad, con muchas más ganas, de una forma muchísimo más morbosa – esto es fundamental -, conociendo ya mi atracción física y el juego que éste me ofrecía, y siempre mirando a los chicos unos añitos más mayores como posibles cazadores – sí, yo soy la presa, pero escojo a quién me caza -. Mi vida íntimo-sentimental siempre fue en auge y hasta hoy día no ha dejado de ser densa.


Por aquel entonces media aproximadamente 1.61 o 1.62 metros estatura, pesaba unos 49 o 50 kg – estaba delgada -, era rubia natural – hoy día me echo mechas - y solía llevar el pelo liso – me llegaba casi a la mitad de la espalda - con la rayita en medio dejando caer ambos lados por el rostro – aunque me hacía de todo con y en él -. Mis ojos, como ahora, eran azules y estaban ligeramente rasgados, tenía la mandíbula muy marcada, algo que me estilizaba mi delgado cuello, y lucía una perfecta dentadura – gracias a la ortodoncia que me pusieron de pequeña -. Mi nariz, como siempre has sido, era fina y un poco respingona, algo que ya me había confesado alguno que otro que le encantaba y que me otorgaba mucho carácter y personalidad, y cuya relativa belleza se complementaba con el toque especial que me ofrecía el tener los pómulos muy marcados. Tenía las piernas delgadas y muy definidas por haber practicado hockey en el colegio, el culito redondo, prieto y respingón, y una cintura estrecha que hacía contraste con el mismo. Mi pecho, a pesar de estar un poco desproporcionado con el resto de mi cuerpo, no era exagerado por sí solo, estando relativamente firme – evidentemente algo caía por efecto de la gravedad al quitarme un sujetador, pero sin excesos – y lucían muy redondeados, a lo que favorecía el tener unos pezones que en relación a éstas, quedaban muy centrados, aunque ligeramente altos mirando hacia arriba. Desgraciadamente, por aquel entonces no hacia topless, por lo que a la vista resultaban blanquitos, un contraste mucho más brusco con el resto de mi piel en épocas cálidas, dónde pasaba muchas horas en mi piscina o en la playa, pero que trataba de minimizar quitándome los tirantes de los biquinis para que ni en hombros, ni espalda, ni escote, quedaran marcas pálidas. Es por ese color blanco por lo que mis pezones, de un tamaño medio – no llegarían a cuatro centímetros de diámetro -, se veían muy rosados. Abajo no me hacía la cera, algo tan de moda hoy día, cosa que tampoco era un problema para mí, ya que me depilaba con cuchilla la zona de las tiras – llegando también a quitarme todo el vello de la zona de mis labios superiores - para que en la playa no se viera salir nada por el tanga, quedando únicamente una pequeña parte de pelitos claros en mi pubis, que poco a poco iba recortando más a pesar de no resultar tan denso como lo tenían otras amigas mías.

La historia que narro a continuación transcurre en el verano de 2004, cuando tenía diecinueve años para veinte. Influenciada un poco por la moda de mis mejores amigas de tener su chico formal y pasar de rollos – o simplemente porque dio la casualidad-, yo mantenía una relación sentimental estable – vaya, lo estable que podía ser un "amor" de cuatro meses - con Ángel, un muchacho muy guapito y bastante bueno de veinticuatro años, estudiante de derecho – terminaba la carrera por aquel entonces y yo lo veía como un tío super maduro – y vecino de la zona dónde vivía. Él estaba totalmente prendado por mí. Llegó a confesarme, a pesar de la diferencia de edad, que yo siempre le había gustado: desde el colegio, el instituto, y hasta después de terminado éste, y que así pasaba con todos sus amigos, por lo que se sentía muy afortunado por estar conmigo. Tal era así, que me llegó a revelar en una discusión entre lágrimas que había soñado mucho conmigo, y que no quería perderme bajo ningún concepto, algo que me conmovió y me demostró una vez más mi valía ante su persona. Y yo, al fin y al cabo, no es que estuviera mal, pero no acostumbrada a un control o a unas pautas de conducta en pareja, me llegaba a agobiar por sus celos patológicos y su obsesión conmigo, además de ver mermada mi libertad de actuación. "No te pintes mucho, ese escote es muy cantoso o ese bikini es pequeño" son frases que no estaba dispuesta a soportar teniendo el carácter que tenía y lo que había vivido años atrás. Aún así, y como tontita que era, pues confundí el gustar, con el amar, y me dejé llevar en esa relación hasta que simplemente, volví a ser yo.

Todo lo que se narra a continuación me ocurrió en la realidad tal cual lo cuento, con las únicas salvedades de – algunas de - las conversaciones y diálogos, imposibles de recordar a estas alturas de mi vida con exactitud. Aún así intentaré ser lo más fidedigna posible con la realidad, contando aquellos hechos para transmitir, por encima del morbo y el sexo, mis sensaciones y pensamientos de aquel mes de Julio de hace cinco años.




LOS PORTEROS LAS PREFIEREN RUBIAS



  • Oye, ¿os queda mucho o qué? – nos preguntó César impaciente mientras nosotras seguíamos en el porche terminando de cenar al tiempo que charlábamos de nuestras cosas.
  • ¿Otra vez lo vas a preguntar? – contestó Lorena de muy mala manera - Tenemos que terminar esto, ducharnos y arreglarnos. ¿Dónde queréis ir tan pronto, César? Son las once, joder.
  • Vosotras siempre igual, en fin… - le replicó bastante picado entrando de nuevo en el salón del chalet a través de las puertas cristaleras del jardín. Las cuatro continuamos tranquilamente parloteando sin prisas.

Era el primer Sábado de Julio, y como premio por haber aprobado todas las asignaturas del primer curso de carrera un par de semanas antes, mis padres habían puesto a mi disposición la casa que tienen en Marbella para que me fuese, si así lo deseaba, con mis amigas unos días a despejarnos y a tomar el Sol. Pero como estaban en Madrid, y tampoco se iban a enterar, además de irme con Lorena(20 años), Natalia(19) y mi prima Laura(17), habíamos invitado a los muchachos, es decir, a César(23), que era el novio de Lorena, Sergio(21), el novio de Natalia, y Ángel(24), mi novio o muchacho con el que estaba saliendo.

La jornada anterior, al llegar por la mañana a la casa para dar comienzo así a nuestras primeras vacaciones estivales, nos fuimos a comprar comida y útiles del hogar para los días que íbamos a estar allí, mientras que por la tarde nos fuimos a la playa a seguir cogiendo color. Por la noche, y a pesar de que había ganas de salir a tomar algo a los pubs del puerto deportivo, el calor del verano, las expectativas que nos habíamos planteado la semana anterior las niñas y la alteración hormonal, nos hicieron quedarnos en casa para ver la televisión después de un día sin parar. En realidad, de lo único que teníamos ganas era de meternos cada una en nuestra cama y que nuestras parejas nos hicieran disfrutar del veranito que acababa de empezar, entre otras cosas placenteras – el estar desnuda en una cama con un chico me encantaba, aunque no tuviese connotaciones sexuales -. Ni que decir tiene que la que mejor se lo pasó fue Lorena, o eso dejaban ver – o más bien oír – los pequeños gritos que provenían de vez en cuando de su habitación en la segunda planta, situada junto a las nuestras. Yo tampoco me lo pasé mal, aunque el hecho de que Ángel me tratara tan dulcemente – princesita, como él mismo decía - sin intentar nunca hacerme nada malo –o bueno, según se mire - o mal visto le restaba morbo a nuestras relaciones íntimas. Estaba acostumbra a hombres que en mayor o menor medida me follaban, no que me hicieran el amor con extrema dulzura – vamos, que ya me gustaba por aquel entonces que me dieran caña -. Obviamente, le mentí diciéndole que solamente lo había hecho con dos chicos antes que con él.

La que no se lo pasó tan bien fue mi prima Laura, acoplada al grupito por petición de mi madre, y a la que tuve que insistir para que se viniera de finde, ya que en el fondo no me suponía carga alguna y me daba un poco de penilla que estuviera sola por aquel entonces.

Aquel Sábado habíamos pasado el día entero en la playa – ya liberada de tensiones gracias a la noche anterior -, dónde almorzamos, merendamos y echamos el resto de la tarde. Regresamos andando al chalet, localizado muy cerca de Puerto Banús, a eso de las nueve de la noche, y entre una cosa y otra, se nos hizo tarde para cenar a pesar de la bulla – prisa – que tenían los chicos por acudir a una fiesta que daba comienzo a las doce de la noche en una conocida discoteca de la zona, situada a un par de kilómetros de dónde estábamos veraneando. Era la denominada Fiesta Club Internacional, algo así como la típica celebración de bienvenida al verano, a la que acudía como invitado un conocido DJ belga para estrenar la temporada que se iniciaba. Para entrar al evento, un chico que trabajaba de relaciones públicas de la mencionada discoteca, nos había entregado cuando pasamos por una conocida plaza de vuelta de la playa, cuatro flyers - folleto con invitación – para entrar gratis desde las 00:00 hasta las 02:00. Después, la entrada costaría 30 euros por persona, eso sí, incluyendo dos consumiciones – ¡guau! -. Así que no era de extrañar que nuestros amiguitos especiales estuvieran como locos por empezar a beber y a pegar saltos en ese lugar tan exclusivo tras muchos días – semanas, creo recordar - sin salir de fiesta. Nosotras, por su parte, teníamos tantas ganas de marcha como interés por empezar a lucir nuestra piel bronceada, intentando acaparar así alguna que otra miradita que nos subiera el ego – que por cierto, ya lo teníamos bastante subido -. Aparte de eso, queríamos despejarnos de la recién finalizada época de exámenes, y ya paulatinamente iríamos cogiéndole el ritmo al verano.

Al empezar a recoger la mesa exterior para llevar los platos para dentro – ellos habían terminado hacía rato y se habían puesto a arreglarse antes que nosotras – bajó de las habitaciones Ángel totalmente vestido y listo para salir, con sus pantalones de pinzas negros y una camisa blanca de pijito, algo característico de su persona.

  • Todavía estáis sin vestir Carla – me dijo casi consternado el pobre –, y sabéis que tenemos que estar allí antes de las doce, que va a haber muchísima gente y tú ya sabes lo que se lía en estas cosas… - tenía una imagen de mí de fiestera que no sé de dónde la sacó.
  • Pues todavía nos tenemos que arreglar... – le contestó Lorena perdiéndose a través de las puertas de la cocina – ¡las tres! – añadió gritando desde dentro, dejando claro que aún quedaba rato para que estuviéramos listas.
  • Nene, escúchame, haced una cosa, mira… si queréis… coged tres invitaciones de ahí – le señale el aparador del salón – e id a comprar bebidas al Opencor – tienda que cierra a las dos de la mañana y que vendía botellas antes de la entrada en vigor de la ley que prohíbe a los establecimientos públicos beber alcohol después de las diez de la noche – y si queréis pues os las bebéis aquí o tiráis para allá y después vamos nosotras, es que de verdad que no nos va a dar tiempo para lo que queréis. No sé porque tanta prisa… - le contesté mientras el permanecía mirándome con el entrecejo fruncido desde las escaleras agarrado a la barandilla.
  • Pues básicamente porque va a haber mucha gente y queremos coger sitio cerquita…
  • Qué agobio…– le dejé ver que esa idea no era muy de mi agrado y que las aglomeraciones innecesarias no iban conmigo. Íbamos a escuchar música, no a ver a cómo un tío muy raro con rastas saltaba al pincharla.
  • De todas formas, sí, creo que deberíamos ir a comprar bebidas si vamos a hacer botellón, le voy a preguntar a estos dos. – comentó haciendo caso a mi propuesta.

Se volvió a perder escaleras arriba mientras nosotras nos pusimos a terminar de arreglar el porche y la cocina, aunque los platos los limpiaríamos al día siguiente, como era habitual. Cuando subíamos para empezar a arreglarnos salieron de mi habitación los tres hombrecitos, un poco picados y con las caras largas.

  • Escuchadnos... que nosotros nos vamos, son las once y media y no sabemos si va a haber mucha cola para entrar – dijo Ángel. Estaban obsesionados con el DJ ese y con llegar los primeros.
  • ¿No vais a comprar bebida? – preguntó Natalia curiosa.
  • No, es que no nos va a dar tiempo ni a beber fuera, fíjate que horas son – era temprano y a la discoteca se llegaba en quince minutos máxime.
  • ¿Y nosotras qué? – preguntó Lorena
  • ¿Cómo que "y vosotras qué"? – le contestó enfadado César haciendo el ademán de empezar a bajar para irse.
  • Pues que no tenemos invitación… – le replicó indignada.
  • Pagáis y punto… o la que queda la partís entre cuatro, – mi prima, que nunca dice nada, puso una cara de cabreo que pocas veces le había visto – lo que no vamos a hacer es aparecer allí a las dos de la mañana porque seáis unas lentas – ya habíamos hablado viniendo de la playa que en caso de que tuviéramos que pagar dividiríamos el total entre las siete personas que éramos, porque encima, y para más inri, las invitaciones nos las habían dado a nosotras por ser tías y ellos se las habían adjudicado.
  • Bueno, no pasa nada, si acaso cuando lleguéis nos dais un toque al móvil – que por aquel entonces no eran como los de hoy, algo que no quiere decir que fuesen más "ladrillos", ya que no recuerdo haber tenido un teléfono más pequeño y sencillo que el Nokia 8310 de por aquel entonces – y nosotros salimos y ya vemos como lo hacemos – dijo Ángel para calmar los ánimos. A mí me sentó un poco mal todo aquello, ya que después de lo bien que habíamos echado el día de risas en la playa, ver el ambiente tan crispado por salir un poco más tarde de lo habitual me parecía una gigantesca tontería.
  • Haced lo que queráis – dijo Natalia metiéndose en su habitación seguida de mi prima, que le dedicó una mirada amenazante a Sergio por no haber dicho nada a favor de nosotras. Supuestamente él era el sensato y el paciente para todo.
  • Pues entonces quedamos en eso, si llegáis y estamos en la cola, os acopláis, y si no pues nos pegáis un toque... aunque de todas formas dudo que os pongan pegas para entrar siendo tías y estando tan buenas – terminó César de arreglar la cosa con su comentario, que se fue escaleras abajo tras Ángel, no sin antes darme un piquito que le correspondí de malas ganas.

No tardó en escucharse el portazo que provocaba la puerta del jardín al cerrarse, quedándonos por fin solas y relajadas en el chalet. Así que charlando de nuestras cosas y de lo tontos que se ponían a veces los tíos por cualquier capricho – y que digamos eso nosotras ya es decir… - nos dispusimos a pasar por chapa y pintura, previa higienización nocturna – vaya, que nos duchamos las cuatro -.

Después de asearnos, – todas salimos aquella noche con el pelo liso con la ayuda de la gomina con efecto mojado para que no se nos encrespara por la humedad, pero más que nada porque no nos daba tiempo a hacernos otra cosa a esa hora – nos pusimos a arreglarnos. De parte de abajo me puse una mini falda vaquera en color blanco, bastante mini, de tiro bajo, con cierto vuelo y sujetada por un cinturón del mismo color. De arriba, un top rosa clarito ajustado que dejaba mi cintura al aire y que se sujetaba por dos finísimos tirantes que se unían al top mediante un lacito cada uno, dejando ver con claridad el escote –con mis pechos apretados el uno con el otro sin dejar canalillo de por medio, pero sin llegar a sobresalir por encima más de lo debido - que me hacia el sujetador del mismo color – pero varios tonos más claros – que me había puesto, pero sin llegar a sobresalirse este por ningún lado, excepto las tirantillas, que trataba inútilmente de camuflar debajo de las del top. Entre el borde superior de la minifalda – que era baja y corta - y el inferior de la camisetilla/top habría unos quince o veinte centímetros, en cuya mitad quedaba mi ombligo, que lucía aún sin piercing. Un pequeño tanguita de hilo blanco y unas sandalias del mismo color con bastante tacón formaban el resto de mi conjuntito de aquella noche de verano. Me colgué una fina gargantilla de oro que sujetaba un corazoncito bañado en el mismo metal y unas perlitas como pendientes. Mis amigas y mi prima iban prácticamente igual, tops cortitos y minifaldas –mi prima iba con un vestidito fucsia con escote palabra de honor- que pusieron de manifiesto el buen color de piel que lucíamos, aumentado éste por las cremitas hidratantes que hacían que piernas y rostro brillaran hasta en la oscuridad. Lorena – morena de todo, muy alta y delgada - iba enteramente de blanco, minifalda muy ajustada y camisetilla pegada de tirantillas, y Natalia – más alta que yo y de piel muy blanquita - una falda por las rodillas con estampados florales y top verde con cierto vuelo en escote y espalda. Cómo no, mientras estábamos en la labor – o estuviéramos haciendo lo que estuviéramos haciendo-, no parábamos de hablar.

  • Parece que vamos de ligoteo – dijo Lorena despreocupadamente terminando de pintarse los labios en el mismo baño que ocupábamos las demás, baño que al ser el de la gran habitación principal, tenía espacio más que suficiente para nosotras.
  • Ligar siempre se liga, otra cosa es que estés limitada para actuar – dijo Natalia al caso.
  • Depende de lo que entendáis por ligar – aclaré terminando de ponerme el rimmel que alagara mis pestañas hasta el infinito y me diera un toque más sensual.
  • ¿Y qué es para ti ligar, listilla? – me preguntó Lorena mirándome a través del gran espejo situado sobre el mármol que contenía los dos lavabos.
  • A ver, para mi ligar es tener éxito, que se te acerquen muchos tíos y eso… o sea, que ligar puede ligar cualquiera independientemente de su estado civil y no es nada malo…
  • No, no, ligar se liga cuando te acabas liando con alguien – me corrigió Lorena muy segura de sí misma.
  • A ver Lorena, ligar no es eso. Cuando tu madre dice que nosotras ligamos mucho todas las noche no se refiere precisamente a que "nosotras todas las noches nos comamos la boca con 40 tíos distintos" – Natalia y mi prima empezaron a reírse.
  • No digo eso estúpida – apelativo cariñoso que usa a veces -, pero cuando estás por ahí y te lías con uno y al día siguiente te llamo y te pregunto si ligaste la noche anterior sabes a lo que me refiero perfectamente, ¿o no?
  • Pues sí… - respondí – pero no quiere decir que esa noche me liara con alguien, pudiera ser que simplemente lo haya conocido, que le haya dado mi teléfono, me haya traído a casa o lo que sea…
  • Bueno, da igual, está claro que depende del contexto en el que se diga se entenderá una u otra cosa ¿no? – zanjó la conversación Natalia. Mi prima permanecía callada, prefería escuchar antes que abrir la boca y liarla, algo que debió hacer Lorena, oír y no abrir tanto la boca, y no meter tanto la pata, que eso ya lo hacía mucho. Obviamente no calló, y no paró de darle vueltas al asunto. El concepto de ligar quedó sin resolverse.

A las doce y veinte de la noche terminamos de arreglarnos y directamente cogimos las cosas para partir. Como llevar bolso me resultaba una incomodidad, y hacia pocos días que le habían robado el suyo a una amiga mía en la facultad, decidí echar cuatro tonterías – el documento nacional de identidad, mi pintura de labios, pañuelitos y el móvil- en el bolso de mi prima, guardándome las dos llaves de la casa en el pequeño bolsillo delantero de la minifalda, el cual quedaba a la altura de mi muslo izquierdo – tenía dos más detrás, pero no me gustaba meter nada para que mi culito ya marcara debajo de la misma - y varios billetes – mis padres son muy generosos desde siempre para cuando me quedo sola o salgo por ahí… - en la copa derecha de mi sujetador – copa C, para curiosos -. Vaya, a buen recaudo bajo mi teta derecha. Y no es que pareciese una vaca por su tamaño, simplemente que estando tan delgada como estaba – aunque con carne dónde debía y un culito muy apañao – el tener una talla 95 resultaba algo más escandaloso, más si se añadía que las tenía firmes y bien juntitas – al menos por aquel entonces -. Mi prima, en cambio, tenía una cien, pero estaba bastante pasadita de peso y se notaba muchísimo menos el contraste. Obvio, por otra parte. Lástima de todas formas que la gravedad y los años resten belleza a esta parte de nuestra anatomía tan atractiva, pero tampoco voy a empezar a quejarme todavía, que se lo que me espera perfectamente. Natalia, por poner otro ejemplo, usaba sujetador con relleno, aumentándole un par de tallas sus pequeñas peritas, circunstancia que no le impidió ser azafata de imagen y modelar profesionalmente en varias ocasiones.

Las cuatro personajes, con nuestras pintas de guarrillas de discoteca que salen a comerse el mundo de la noche, salimos de casa y nos adentramos a través de la maraña de chalets y urbanizaciones de la zona en la que estábamos, hasta salir de ellas para acabar cogiendo un camino paralelo a la autovía. Caminamos juntitas marcando tacón sobre el asfalto con nuestras piernas bien juntitas hasta que llegamos a la cuesta que llega al edificio que, además de albergar una gigantesca tienda de muebles y otras tantas oficinas, ocupaba en su planta baja y sótano el exclusivo local de marcha al que acudíamos. El nombre de la discoteca aparecía en lo alto del mismo formado por gigantescos neones fucsias y celestes. El mencionado edificio estaba prácticamente en una de las salidas de la autovía principal de la Costa del Sol, por lo que acudía muchísima gente de todos los lugares y rara iba a ser la vez que no estuviera petada durante todo el verano. Excepto esa gran edificación en la zona, no había nada más alrededor.

El acceso principal a la disco estaba en medio de la fachada del mencionado edificio, dentro de un pequeño callejón, adornado éste con una alfombra roja y varias antorchas del mismo color que guiaban a los visitantes hacia la entrada, única puerta que hay en susodicho pasaje – hay escaparates pero pertenecen a la tienda de muebles-. Desde la esquina izquierda de la fachada principal del edificio, hasta el callejón por dónde se entra, habrá unos veinte metros, los mismos que hay desde la esquina derecha. En la parte izquierda estaba el parking no oficial del gigantesco local – este se empezaba a llenar cuando la zona de aparcamiento de enfrente de la discoteca se empezaba a saturar -, y a la derecha encontrábamos una calle que subía hasta otras urbanizaciones privadas de la zona, pero que no tenían cerca ni casas ni cualquier otro tipo de inmueble.

Además de nosotras, era mucha más la gente que caminaba hacia el mismo destino, tanto andando por nuestro camino, como por el paso que había sobre la autovía, como en coches con la música a todo volumen, como en motos haciendo locuras. "Saturday Night Live", pensé.

La cola de gente que había en esos momentos esperando para entrar era relativamente grande. Ésta estaba compuesta por unas ochenta o noventa personas, formando una especie de letra L, siendo cada uno de los lados de esta letra, el callejón, y la fachada de la tienda de muebles. A medida que se iban bajando las personas de los coches del parking, se iban colocando en la cola – otras se ponían a hacer botellón -, tan larga que llegaba ya al propio aparcamiento. A mí, el hecho de tener únicamente una invitación para una fiesta así, que hubiera tantísimo ambiente y tanta expectación allí, y que el local fuera un poco pijo y exclusivo, me daba mala espina. Básicamente temía que hubiera problemas para entrar y las ideas de la juerga ya me las había hecho como para tirarlas al traste. Aún así, pensaba para consolarme, jamás había tenido problemas para entrar en ningún sitio y no debería pasar nada fuera de lo común.
Nos fuimos acercando y no vimos a los niños por ninguna parte.

  • ¿Los ves? – le pregunté a Lorena a la vez que nos acercábamos al gentío. El ruido de la música que estaban pinchando dentro, el de la gente al hablar y murmurar, y el de los cajones de sonido de los coches que llegaban al estacionamiento, ya ambientaban lo necesario y te metían las ganas de fiesta loca.
  • No, y ahí tampoco parece que estén – dijo señalando el callejón por el que se perdían los clientes que ya iban teniendo la suerte de entrar al local. Al mismo tiempo, y mientras avanzábamos hasta el final de la fila con movimientos provocativos para la multitud masculina, noté las primeras miradas de la noche por parte de grupitos de chicos que pululaban cosas al pasar por su lado. Incluso percibí algún silbido y alguna que otra onomatopeya ininteligible a la que no hice caso.
  • Pues llámalos – comentó Natalia. En ese instante nos pusimos al final y aguantamos nuestro turno, mientras Lorena, por su parte, sacó su móvil del bolso de mi prima y comenzó a llamarlos insistentemente sin obtener resultado.
  • No lo cogen, imagino que no lo escucharán ahí dentro – comentó colgando y sosteniendo el móvil en la mano con aires de impaciencia y desesperación por si devolvían la llamada.
  • Pues nada, a esperar – dije resignada cruzándome de brazos, dejando que mis dos amigas quedaran entre ellos de forma elevada.

Siendo ya casi la una y cuarto de la mañana, y al cabo de unos veinte minutos de estar de pie, en los cuales nos habíamos puesto a hablar con todos los tíos de nuestro alrededor – con todo lo que eso conllevaba -, nos iba a tocar el turno ya de pasar. Un chico de color, bastante alto y corpulento, levantó un cordón rojo y dio paso a una pareja de extranjeros que estaba delante de nosotras, avanzaron unos cuantos metros y se detuvieron en la entrada del local dónde entregaron las dos invitaciones en caja siendo invitados a entrar escaleras abajo dirección juerga. En caja, otros dos porteros bastante grandes se dedicaban a recoger las invitaciones o cobrar las entradas. Otro más estaba de pie al lado del chico de color que estaba junto a nosotras, pero al parecer solamente estaba allí de control de la fila y para evitar posibles problemas – no lo vi hacer otra cosa -. Todos vestían una camisa de manga corta negra con el logo y el nombre de la discoteca, prenda esta que al quedarles tan ajustadita les marcaba prácticamente todo. Los pantalones iban a juego con la camisa. Ni que decir tiene que eran los típicos fuertes, anchos y marcados que se ciclan en los gimnasios hasta que les salen venas incluso en los dientes, que no por ello quiera decir que sean malas personas, todo lo contrario, tengo muchos amigos que trabajan en el mundo de la noche.

Al instante, el enorme chico negro que estaba a nuestro lado levantó el cordón invitándonos a pasar. Le sonreímos y caminamos nerviosas a través de la alfombra roja hasta la entrada, situada al fondo a la derecha de mencionado callejón, dónde estaba uno de los porteros de pie junto a otro sentado delante de una mesa con un TPV táctil sobre ella.

  • Hola, buenas noches – dijo el que estaba sentado de forma muy seria y educada al tiempo que nos miraba a las cuatro de arriba abajo.
  • Hola, buenas - dijimos casi al unísono. Estábamos mega cortadas y no sabíamos que decir hasta que saltó Lorena rápidamente…
  • Hola… buenas, esta tarde nos han dado esto – le empezó a contar enseñándole la invitación – y nos han dicho que nos pasáramos por aquí antes de las dos… – soltó con toda la cara del mundo. El chico, que permanecía sentado, la cogió y le echó un vistazo- y bueno, aquí estamos… – dijo sonriendo un poco nerviosa.
  • Muy bien, es la de la fiesta de esta noche, pero… veo que sois cuatro ¿no? – preguntó curioso y con un poco de ironía, tal vez esperando que le entregáramos otras tres. Nosotras asentimos con la cabeza.
  • ¿Qué era una por persona? – el portero lo confirmó como sabíamos perfectamente con un movimiento de cabeza - ¿Entonces por qué no nos ha dado más? – preguntó Natalia acercándose un poco a él de la forma más ignorante del mundo. Ignorante a conciencia, por supuesto.
  • Pues no lo sé, pero estas invitaciones son por persona, lo pone aquí – dijo enseñando con el dedo el pie del folleto - … ¿veis? – nos miró al hacernos esa pregunta - Además, cada invitación lleva una copa gratis, van muy contadas.
  • ¡Jo! – solté yo – pues si lo llego a saber le hubiéramos pedido más al muchacho. Es más, – me puse muy flamenca - después nos encontramos a otra muchacha que nos ofreció otras para hoy y le dijimos que ya nos la habían dado… - me lo inventé a riesgo de cagarla.
  • Entiendo, pero yo solamente hago lo que me dicen, guapa… – dijo mirándome a los ojos, aunque ya lo había pillado antes echando otro vistazo un poco más abajo.
  • ¿Y qué podemos hacer? – preguntó Lorena - ¿Ya no quedan invitaciones?
  • Verás, – dijo muy comprometido con nuestra causa, las cosas como son – las invitaciones son cortesía del patrocinador de la fiesta de esta noche, Black Label – una conocida marca de whisky- , por lo que están totalmente contadas; se lleva un control muy exhaustivo de eso… - se quedó un instante callado - … por lo que únicamente podéis entrar ahora mismo si, como favor, – dijo haciendo énfasis – pagáis tres entradas entre las cuatro. No os sale tan mal, serían siete copas en total – nos dijo como si nos estuviera haciendo un favor realmente.
  • ¡¿Noventa euros?! – exclamó Lorena asustada a sabiendas de lo que costaba la entrada ese día. El portero de nuevo asintió muy tranquilo con la cabeza.
  • Bueno, – propuse - y si… voy a mi casa, que vivo ahí, a un par de kilómetros – señalé hacia algún lugar- … ¿y busco a ver si unos amigos tienen alguna de sobra?… pero no veas que lata ir y volver ahora… a mi no me da tiempo antes de las dos a estar de vuelta - eso lo dejó pensativo mirándonos con cara de pena. Si colaba, colaba, y si no pues tendría que pagar, que llevaba dinero de sobra. El coraje me lo daba la sensación de impotencia y el no haber sido más lista que los niños, que por cierto, se iban a enterar si llegado el momento tuviera que pagar.
  • A ver qué puedo hacer, esperad un segundo, – nos pidió – dejadme vuestros DNI y poneros a un lado, por favor - cogió un micro con auricular que tenía colgado al cuello y se lo colocó en el oído – Marcos, puerta – solamente dijo eso y lo dejó de nuevo caer sobre su camisa. – Román, que pasen – ordenó para que levantaran la cuerda a un grupito de chicos de Madrid que SÍ tenían invitaciones.

Ahí, en el fondo del callejón, permanecimos las cuatro un minuto hasta que de las escaleras por las que se entraba a la discoteca subió otro portero más. Vestía igual que ellos, camisa negra muy pegada con el logo de la disco, pantalones negros también muy ajustados – típico en ese tipo de hombres de gimnasio que trabajaban por la noche – y además, lucía un pañuelo también negro en la cabeza a modo de pirata que no disimulaba que estaba totalmente rapado o bastante calvo – y rapado igualmente -. Se le veía que tenía más edad que el resto de sus compañeros que estaban en la puerta – debería estar por segunda mitad de la treintena o así- , y era igual de alto: en torno a un metro noventa. En musculatura pues estaba igual o más que los demás, algo que en su caso se notaba con mayor claridad por la cantidad de horas que parecía que había tomado el Sol. El otro rasgo físico que lo diferenciaba era que, en lugar de ir pulcramente afeitado, lucía un fino bigote sobre su labio superior con una perilla igualmente fina que caía hasta su barbilla, con los pelitos muy recordados y cuidados, pero que dejaban entrever muchas y pequeñas canas. Por lo demás, tenía unos rasgos muy marcados y serios, destacando su nariz parecida a la de los boxeadores y unos ojos pequeños en comparación con la anchura de su faz.

Al subir el último escalón le preguntó al portero que estaba sentado que qué era lo que ocurría, y este contestó señalándonos:

  • Pues a ver – dijo el portero sentado-, estas muchachas, que me entregan solamente una invitación – el nuevo giró la cabeza y nos miró fijamente a las cuatro – pero dicen que pueden tener más en su casa, que está a tomar viento de aquí – dijo a nuestro favor – y… que una de ellas es menor de edad – eso no estaba muy a nuestro favor. El que había aparecido de repente, y que parecía ser el que mandaba, se acercó a nosotras, que estábamos justo en frente.
  • Hola, buenas noches señoritas – nosotras les respondimos educadamente, no sin demostrarle por nuestro rostro que estábamos nerviosillas y expectantes - ¿Cómo están? – dijo en un tono muy amistoso y sereno ya junto a nosotras mientras iba entrando gente.
  • Bien, aquí, a ver si podemos entrar… es que nos hemos dejado las invitaciones en casa ¿sabes?, teníamos más, pero pensábamos que se las habían traído unos amigos nuestros… - contestó Lorena un poco tímida y cansada, diciéndole cosas totalmente distintas a las que le habíamos dicho al otro, que por suerte seguía con lo suyo y ya no prestaba atención.
  • ¿Y esos amigos dónde están? – preguntó mirándonos de arriba abajo a las cuatro.
  • Dentro, pero ya les hemos llamado y nada, dicen que solamente se han traído las suyas. Yo tenía esa en el bolso de casualidad… - le comenté. El me miró fijamente.
  • Vaya plan – dijo colocándose el labio inferior sobre el superior, dándonos a entender… dándonos a entender algo que no sabíamos. – Bueno, a ver, a partir de las dos se puede entrar pagando, pero tampoco os va a gustar esa idea ¿me equivoco? – yo ya me piqué porque en parte estaba cansada y quería pegarme una buena juerga, así que salté muy echada para delante – como forma de expresión, no es que lo hiciera físicamente -
  • A ver, ¿Cómo te llamas? – le pregunté sin demasiada vergüenza para ganarme su confianza, consiguiendo sacarle una sonrisa de sorpresa.
  • Pues me llamo Marcos ¿y usted? – me preguntó sonriendo y con ciertos aires de superioridad.
  • Yo Carla. Mira Marcos, te voy a ser sincera, – miré hacia detrás por si había alguien de la cola pendiente de mí y volví mis ojos hacía él ante la atenta mirada de mis amigas. Separé con mi mano derecha el sujetador sobre mi pecho derecho con cuidado de que no se me viese nada, introduje mi mano izquierda y saqué disimuladamente el dinero, algo de lo que él no perdió detalle alguno – mira, ¿ves? – le dije abriendo el pequeño fajo y mostrándole que llevaba suficiente como para pagar nuestra entrada, la de los de Madrid y la de los chinos si hacía falta -, dinero hemos traído, pero… ¿Cómo vamos a pagar teniendo entradas gratis en nuestra casa? Además, venimos a consumir, sino no iba a traer dinero viviendo aquí cerca. Lo que pasa que entre que vamos y venimos… pues ya pasan las dos… y además, nos están esperando dentro... – el permaneció totalmente callado pensativo.
  • ¿Sabes, Carla? – me dijo con su voz ronca – tus razones han sido muy convincentes – nosotras empezamos a reírnos. – pero mira, os diré algo – nos dijo muy gesticulante a las cuatro - como entre luego y no vea que estáis consumiendo whisky Black Label ¡Ay como nos os vea haciéndolo!...
  • ¡Gracias! – soltó Lorena ya risueña tras los momentos de relativa tensión.
  • Oye, y otra cosa – de nuevo se puso serio - … ¿Cuál de vosotras no ha cumplido aún dieciocho años? – nos observó una a una con sus diminutos ojos girando su anchísimo y bronceado cuello lleno de venas.
  • Yo… – soltó vergonzosa mi prima. Otra vez hubo cierta tensión.
  • Pues… - se quedó callado a conciencia durante unos segundos que se nos hicieron eternos - … que sepas que… hoy eres mayor de edad para todo aquel que te lo pregunte. Es tu cumpleaños, tu cumpleaños adelantado – todas volvimos a reírnos y él sonrío guiñándonos un ojo haciéndose el guasón. – Recoged vuestros DNI y arreando, anda.

A ello fuimos ya mucho más relajadas y entramos ante la sonrisa del chico del TPV y del maromo que estaba al lado haciendo las veces de estatua. Cogimos nuestros carnets y empezamos a bajar las escaleras. Yo me quedé la última, y cuando llevaba bajados varios escalones tras mis amigas y mi prima – no era muy hábil con tanto tacón -, el portero mayor, Marcos, me llamó por mi nombre elevando un poco la voz por el volumen de la música que trascendía al exterior. Yo me paré en seco y me giré un poco cortada, pensando que había algún problema de nuevo. Él cogió algo del mueble dónde estaba sentado el otro y se acercó bajando a mi posición, aunque quedándose un escalón más arriba.

  • Toma rubia, se te olvida la copa de la invitación… – refiriéndose a la única invitación que habíamos entregado. Me dio un ticket por valor de una copa de whisky de la conocida marca.
  • ¡Ah! Muchas gracias – contesté muy cumplida por su amabilidad, no sin sentirme algo especial por ser él quién era en la jerarquía de la discoteca y el trato que nos había proferido.
  • Y por cierto… - llevó sin miedo (y sin permiso) su mano izquierda al fino tirante derecho de mi top y sujetándolo junto al del sujetador aproximadamente desde la altura a la que quedaba de mi axila con el dedo gordo por encima, el índice y el corazón por dentro, tiro de ellos levemente hacia arriba en un par de ocasiones, provocando que mi pecho se moviera levemente como un flan - … ponte esto bien que mira como te lo has dejado por usarlo de... monedero – recalcó esa palabra mientras no apartó la vista de mis pechos. Al soltarme, involuntariamente, bajé mi mirada y era cierto que me había dejado el sujetador ligeramente por fuera del top algo doblado, además que se empezaba a ver el acentuado contraste de mi moreno de playa con la zona blanca que cubría el bikini. Y eso que éste no era demasiado celoso de mis intimidades superiores en la playa, provocando que siempre tuviera que ir andándome con ojo para que algún prófugo pezón no le hiciera aumentar el tamaño de ciertas partes a ningún ávido voyeur costero.
Levanté mi cabeza y lo miré colorada.

  • ¡Uh!, gracias… – llevé mi mano derecha y me lo coloqué bien ante su mirada. No pude evitar ponerme nerviosa ante su roce con mi piel.
  • Pásatelo bien y... ¡tómate alguna a mi salud! – se despidió no sin antes volver a guiñarme un ojo y hacerme una carantoña en mi pómulo izquierdo, un leve pellizco que no llegó a ser tal por la suavidad con la que me lo hizo -.

Ese hecho me dejó un poquito trastocada. No es que me hubiera muerto de la vergüenza, pero sí que me dio algo de corte y me quedé atontadilla unos instantes tras su leve sobada. Y bueno, también el morbillo de que me hubiera hecho eso aunque fuese una tontería me influyó para estar perdida en mis pensamientos unos instantes, aunque no supe asimilar bien lo que me había pasado en ese preciso momento. Tontería o no, lo que sí era cierto es que sus ojos no perdieron detalle de mis encantos, algo que unido a su tranquilidad y confianza – y a las manos tan grandes que tenía - , me llegó a poner verdaderamente nerviosa hasta que poco a poco lo fui olvidando.

Bajé los escalones con las piernas un poco temblorosas – y no precisamente por los tacones- y giré a la izquierda, encontrándome con una doble puerta de cristal que yo misma abrí, apareciéndose las niñas ante mí en un nuevo y larguísimo pasillo cuyas paredes estaban totalmente iluminadas en naranja por bombillas escondidas detrás de placas de plástico de ese mismo color.

  • ¿Dónde estabas, prima? – me preguntó mi prima elevando el volumen de su voz debido al estruendo de la música.
  • Recogiendo la copa que nos debían por la invitación – mientras, Lorena y Natalia estaban leyendo un cartel gigante que había en el mencionado pasillo sobre la bebida que patrocinaba la fiesta. Al verme, nos pusimos a caminar hasta el final del pasillo, que se ensanchaba poco a poco.

Avanzamos unos metros y ante nosotras se abrió un mundo nuevo. Techos altísimos, un gigantesco espacio para bailar a distinto nivel de dónde nos encontrábamos y mucha, muchísima gente dando saltos y bailando al ritmo de la música house que estaban pinchando en ese momento. Y eso que tampoco era tan tarde como para haber tanto desfase y desfasado.

La mayoría era gente extranjera, destacando, como no, ingleses y turistas del norte de Europa. También había gente de Suramérica y muchos chicos de color. Igualmente, mucho árabe y por supuesto, producto nacional. Personas de todos los lugares del mundo pero con algo en común, un alto poder adquisitivo, muchas ganas de juega, y sobre todo, de ligar, estereotipo de gente que pululaba por esa discoteca en verano.

Nada más acceder a la enorme sala, nos encontramos pocos metros más adelante y a la izquierda – tras pasar junto a un stand dónde unas azafatas estaban dando regalos-, un montón de mesitas, sillas bajas y sofás a lo largo de toda la pared durante al menos quince metros o veinte metros. Si continuabas andando hasta el fondo, estaba la puerta de los servicios en la esquina izquierda, que a su vez tenía dentro otras dos salas de espera para ambos sexos. A la derecha, según entras a la sala por el mencionado corredor naranja, había una barra que tiraba hacia el fondo muchos metros, y tras ella, y a un distinto nivel –más elevado y que se accedía por unas escaleras situadas a la derecha conforme entras a la discoteca-, una parte de reservados y la zona VIP. En medio de la sala principal estaba la zona de baile – con gran capacidad, ya que incluso se hacían conciertos y demás actividades lúdicas -, con la cabina del DJ al fondo a la derecha conforme habíamos entrado, sobre una tarima que también servía de escenario para otros eventos, a unos treinta o cuarenta metros de nosotras. Sobre esa misma tarima, varias gogos animaban al personal masculino. La pared del fondo – según mirábamos desde nuestra posición- era otra larguísima barra, situada enfrente de la zona VIP que mencioné que estaba a la derecha, pero a otros veinte o treinta metros entre sí. La decoración era exquisita y muy moderna – fashion, como yo digo -, predominando los colores cálidos, como los rojos y naranjas. Sobre el techo, vigas de hierro sobre las que se anclaban cientos de focos de luces y efectos especiales, cadenas de adorno, y varias y enormes estrellas blancas imitando el firmamento. La música era ensordecedora, algo que iba a fomentar más de un acercamiento esa noche entre las cientos y cientos de personas que recién llegaban, pero no por ello resultaba un factor incómodo.

Nada más hacer acto de presencia, varios chicos que estaban también en nuestra zona de previo acceso a la muchedumbre, justo antes de bajar a la pista de baile, se nos acercaron y empezaron a invitarnos a estar con ellos bebiendo en los sofás, petición que fue rechazada por razones lógicas. Aunque bien pensado, no iba a ser tan mala idea después de todo, ya que una vez puestas en la labor de búsqueda, nos llevó nada menos que quince minutos encontrar a nuestras parejas. Y no es que el sitio fuese gigante, es que simplemente era imposible caminar entre tantísima aglomeración de gente que se había citado a las doce para dar botes a la vez. Cuando nos divisaron en un lugar próximo a la iluminada cabina del DJ, parecía como si se hubieran olvidado por arte de magia las bronquillas en el hogar y todo fuese normal entre nosotras y ellos. Ángel se me acercó dándole la espalda a su admirado pinchadiscos y sus amigas bailarinas y, colocando sus manos sobre mis caderas, marcó su territorio dándome un beso en la boca introduciendo su lengua con suavidad – sabía a whisky, por lo que era evidente que ellos ya llevaban una como mínimo encima, y algo me decía que no la habían pagado-. Lorena y Natalia hicieron los propios con sus respectivos y mi prima se unió al pequeño coro que acabábamos de formar, no sin dejar de sentir empujones y agobios por todos lados.

Durante los primeros minutos – serían las una y media pasadas - fuimos entrando en calor charlando sobre el sitio y el ambiente que nos rodeaba mientras nos movíamos al ritmo de los tres mejores temas de ese conocido músico – al menos para mi gusto –, pero una vez éstos hubieron terminado, reaccionamos ante los primeros momentos de locura e hicimos lo que hacía un ratito debimos hacer: ir a por las bebidas. No tardaron los niños a ofrecerse para ir a comprarlas con el dinero que les había dado, pero a causa de nuestra posición en medio de la pista, iba a resultar especialmente difícil beber con tranquilidad, por lo que nos fuimos para detrás y nos colocamos junto a una columna que estaba cerca de la puerta de los servicios y del principio de la barra del fondo – según la posición anteriormente narrada de cuando entramos a la sala -. Allí, con algo más de espacio, empezamos a degustar lo que, por fin amablemente, nos trajeron los hombrecitos. Yo, como no podía ser de otra forma, me dediqué a saborear mi vodka con limón, mientras que el resto, tal vez llevados por la ambientación y la publicidad tan agresiva –de hecho era la única que había en el local-, decidieron tomar whisky con cola.

Aunque me dieron ganas de contarle a César la que habíamos liado para entrar, obvié el hacerlo y me dediqué, al menos de forma más discreta que Lorena con su novio, a bailar con él y a hacernos carantoñas y mimitos. Lo más provocativo que me hizo fue poner sus manos en mi cintura y bajarme un poco dándome un refregón, y como yo por aquel entonces no estaba muy por la labor de darle juego para calentarlo de ninguna forma si no salía primeramente de él el darme caña, ahí quedó la cosa y él se lo perdía. Es más, en algún que otro instante, mientras disfrutaba de la ingesta de mi primera copa y observaba el colorido y saturado ambiente, me imaginé lo que debía ser aquella fiesta sin que los novios estuvieran delante. O sin que tuviéramos novios, directamente. Hacía ya unos meses que no nos pegábamos unas juergas solas, y las ganas apretaban. Las miradas que me regalaban algunos de los allí presentes empezaban a despertar en mi ciertos pensamientos impuros que estaba empezando a echar de menos, pero como la realidad era otra, y como buena niña que era, me ceñí a ella por voluntad propia.

Al buen rato de estar bailando con mi novio – serían las dos y cuarto tal vez -, besándome con él, y dejando que me magreara un poquito el culito por encima de la mini ante la curiosa mirada de César, Lorena se me acercó por detrás.

  • Niña, ¡¿quieres otra copa?! – yo le contesté que sí gesticulando con la cabeza, así que me agarró del brazo separándome de Ángel, que se quedó un poco cortado, y me llevó con ella a través de la multitud.
  • Tonta, que me vas a hacer daño – le grité al oído y empezó a reírse.

En la barra nos pedimos de nuevo las mismas bebidas, yo vodka y ella whisky, y comprendí el motivo de mi secuestro. Me empezó a contar que acaba de ver a Fran, su ex –que me caía fatal-, entrando en la discoteca con otro amigo, y que la había visto y se había hecho el loco. Rayándome estaba por el subidón de adrenalina que le había supuesto ver a su antiguo amor – dicho irónicamente -, cuando de repente, y por detrás, dos enormes brazos nos agarraron a cada una por la cintura, plantando las manos en nuestro cuerpo. Una figura se situó en medio de nosotras sin soltarnos y nos miró sonriente. Era el portero grandote, Marcos. Nos quedamos un poco cortadas mirándonos la una a la otra sin saber que decir tras la interrupción, mientras él nos sonreía como si nada pasara. O como si nos conociera de toda la vida, vaya.

  • Al final era verdad ¿eh? – me preguntó al oído mirando la copa que sostenía con mis dos manos pegada a mi escote.
  • Claro que sí, ¡yo no miento! – Lorena miraba sonriendo.
  • Pero eso no es whisky ¿eh? – me preguntaba picándome.
  • ¡Es que para empezar siempre prefiero vodka! – contesté riéndome.
  • Bueno, espero que la siguiente sea de lo que ya sabes… - me susurró muy en pos de la defensa de la marca del día en la fiesta.
  • ¡Claro! Ya sabes que mi monedero tiene para rato y habrá más copas – empecé a reírme y el hizo lo propio de forma muy cómplice. Usé el mismo término que el usó antes y que me dejó un poco marcada, en el buen sentido. Me salió del alma y mis intenciones no iban más allá del mero comentario.

En ese momento, y aún con la sonrisa en la cara, se acercó al oído de mi amiga y le dijo algo que no escuché, pero que por lo visto le hizo mucha gracia porque empezó a reírse como solamente ella sabe. Se volvió a acercar nuevamente a ella y le volvió a decir algo, a lo que ella asintió efusivamente con la cabeza. Yo los miraba un poco sin saber que decir, aún con la caliente mano de ese maromo en mi cintura. Se volvió y se giró hacia mí.

  • Oye rubia, le decía a tu amiga – elevaba su ronca voz por momentos – que si aparece por aquí el que hace las fotos para la web de la discoteca, me voy a hacer una con vosotras ¿Qué te parece? – yo empecé a reírme ante su propuesta, y me dieron ganas de decirle…" si así vas a ser más feliz, adelante…"
  • Por supuesto que sí – le contesté acercándome a su oído elevándome un poco dándome cuenta en ese momento que su cuerpo seguramente era más ancho que el de Lorena y el mío juntos.
  • Te tomo la palabra, que tú nunca mientes – dijo guiñándome, pero esta vez comenzando a mover levemente su mano de arriba abajo en mi cintura (y no sé si en la de Lorena)
  • Bueno, voy a hacer la ronda, pasadlo bien preciosas – nos despedimos con nuestras sonrisitas más blancas y desapareció entre la multitud como buenamente le dejaron.

Yo me acerqué de nuevo a Lorena, que estaba partiéndose de risa.

  • Tía, una foto para la web, qué fatiga – dije muy vergonzosa esperando que no apareciera el fotógrafo por ningún sitio.
  • Pues yo sí quiero, si tú no quieres salir con el macizo en la página, salgo yo – me picó sonriendo.
  • Tampoco es para tanto – repliqué la picada.
  • No sabes lo que dices… por cierto… vamos a terminar esta copa y nos pedimos otras para llevárnoslas para allá, que esta gente debe estar buscándonos.

Cuando aparecimos con las cuatro copas – dos para nosotras y otras dos para Natalia y mi prima – se comprobó que no éramos tan importantes. Cada cual iba a su bola dejándose llevar por los sonidos de una canción que supuestamente era un "temazo" y que puso a todo el mundo con los pelos de punta y a saltar. Lorena y yo nos miramos un poco extrañadas y nos acoplamos dejando las bebidas en los estantes de la columna junto a la que estábamos. Continuamos bailando e intercambiando parejas un buen rato, momento en el que Natalia y Sergio se pusieron demasiado cariñosos y se fueron a la zona de los sillones a pedirse algo para ingerir relajadamente y darse unos buenos lengüetazos – entre ellos -. Eso no alteró nuestra situación de ningún modo, ya que continuamos a lo nuestro otro ratito más bailando y bebiendo de nuestras copas, hasta que, metida en mi mundo y sintiéndome algo importante a sabiendas de que había varios chicos en distintos grupos próximos mirándome con cierto interés – algo que me motivaba para bailar de forma más atrevida y motivada por aquel entonces -, César comenzó a señalar a la zona VIP cogiendo a Ángel del cuello para que mirase exactamente dónde le indicaba. Yo me quedé extrañada y, notando ya los efectos de las tres copas que me había tomado – para el cuerpo que tenía eso era mucho -, me acerqué a ellos para saber qué era lo que pasaba.

Lo que ocurría era nada más y nada menos que habían visto a un famoso futbolista – y no fueron los únicos en divisarlo por cómo miraban otras personas - de un equipo de la capital de España asomarse a la barandilla de aquella zona, hecho que les había vuelto locos – eran bastante fanáticos del fútbol y jugaban todas las semanas juntos -. Tan alterados se pusieron, que en un ataque de fanatismo y fuera de sí, nos dejaron allí plantadas con la excusa de que se querían colar para hacerse unas fotos con él – ellos iban ya más que cieguecillos y contentos y no paraban de bromear y gritar, tanto, que no eran conscientes de que no llevábamos cámara de fotos de ninguna clase -. Como si fuese tan fácil hacer eso de colarse en un sitio así, vaya. Así que en parte aliviadas por la estampida de los dos raritos – dicho cariñosamente – nos fuimos a la esquina de la barra a pedir la que sería nuestra cuarta copa para Lorena y para mí - y la tercera para mi prima -. Y con eso ya se podía decir que tenía cubierto el cupo de ingesta de alcohol para esa noche, ya que los efectos, aunque sin darme cuenta por estar pasándomelo de lujo, comenzaban a hacerme efecto.

Relajadas y con los pies un poco doloridos de bailar, nos acercamos a la barra y pedimos las copas. Eran las tres de la mañana. Estuvimos unos minutos ahí charlando sin recibir agobios por parte de ningún buitre y tratando de vez en cuando de divisar a César y Ángel en la zona VIP – algo imposible desde nuestra posición, a menos que se asomaran, algo improbable ya que éstos dos cuando se perdían vete tú a saber dónde aparecían después - hasta que de nuevo tuvimos que cambiar de planes. Cuando mejor estábamos las tres, la mala suerte quiso que el ex amiguito de Lorena se aproximara peligrosamente por la zona, por lo que mi prima sabiamente propuso que nos perdiéramos entre la multitud que danzaba despreocupada. La idea era buena, ya que no queríamos parecer unas aburridas que se sientan a las tres y pico de la mañana, por lo que copas a medio terminar en mano, nos metimos en todo el fregao y nos pusimos a bailar sin importarnos demasiado qué hacían Natalia y Sergio, o dónde estaban César y Ángel haciendo de las suyas. Como no podía ser de otra forma, no tardaron en acercarse varios muchachos por los distintos flancos, a lo que no nos quedó otra que ponernos en posición de defensa, es decir, desentendiéndonos del mundo que nos rodeaba mirándonos las unas a las otras triangularmente. Fueron varios los incautos que se colocaron detrás de mí para ver si podían engancharme, pero con simpatía logré chafarme de ellos uno a uno. Así mismo, mi prima y Lorena hacían lo propio con sus nuevos admiradores nocturnos. Obviamente, tampoco soy de piedra, y algún que otro movimiento hice junto a algún chico mono que sin malas intenciones me dedicó alguna que otra sonrisa que le devolví. Estuve un ratito hablando con un muchacho de Marbella que se escabulló entre las masas al ver que yo no le daba coba, y dejó paso para que a los breves instante otro par de chicos se me aproximaran. Eran ambos bastante guapitos, altos y morenos, luciendo un aspecto bastante metrosexual y cuidado. Con ellos charlé unos minutos y estuve de bailoteos, sin darme cuenta que me había separado levemente de mi prima y Lorena debido a una invasión de inglesas alrededor de mí. Fue el primer momento de la noche en el que de verdad eché de menos la presencia de Ángel, pero mi estado de felicidad y alboroto causado por el vodka provocó que me dejara llevar de buen rollito, como si estuviera de juerga solamente con amigas. Uno de esos dos muchachos que se me acercó, de unos 25 años, se encariñó demasiado tras haberme dado un par de vueltas bailando y algún que otro meneo que me posicionó frente a él, y comenzó como el que no quiere la cosa a calentarme la oreja a base de tópicos:

  • ¿De dónde eres, rubita? – si no llego a tener novio, y él me hubiese gustado, con lo de "rubita" ya lo hubiera perdido todo. Eso sí, ganaba puntos además de por ser atractivo de verdad y tener una sonrisa muy bonita, por llevar la colonia de Gio de Armani, que me encantaba para los tíos. Él bailaba enfrente de mí, y mis compañeras de fatigas quedaban a mi espalda tras el grupito de las extranjeras.
  • Soy de Málaga capital – le contesté guardando las distancias de forma natural y sin dejar de ser agradable mientras bailaba. En el fondo yo hablo con todo el mundo y mientras no se piensen lo que no es, no hay problemas.
  • ¿Ah, sí? Joder tía, yo y mi colega – que estaba detrás de él expectante ante las cualidades de ligón de su amigo – pensábamos que eras una guiri más ¿sabes? Cómo esto está lleno y tú eres…
  • Ya, ya, se lo que me vas a decir – le corté para ahorrarse los tópico de mi pelo, mis rasgos o mis ojos –, pero no, no te confundas, soy más malagueña que tú, créeme – eso le hizo gracia. O mi forma de decir las cosas estando borrachilla. O casi.
  • ¡Qué tía!, guapísima y encima simpática – piropo inteligente que seguramente le costó años de estudios pensar y que me soltó cerca de mi oído derecho, pero que a pesar de todo y debido a mi estado, me agradó. Pero ya está, me agradó, punto -.
  • Gracias – le contesté acercándome a su vez a él.
  • Por cierto rubia, soy un maleducado, perdóname, me llamo Rafa ¿y tú? – dijo tratando de aparentar ser educado y un héroe por la causa de las relaciones sociales en las discotecas.
  • Yo Carla – nada más decirle mi nombre, soltó lo de "encantado" para aprovechar y darme dos besos: los primeros de la noche en mis mejillas.
  • Tienes un nombre precioso, Carla – nunca digo que me llamo Carlota -. Ven, te voy a presentar a mi amigo José – no tuve más remedio que darle dos besos al otro muchacho mientras Lorena y mi prima me miraban a través de la gente y no me quitaban ojo de encima.
  • Encantada – dije pareciendo formalita.
  • ¿Con quién has venido, Carla? – me preguntó tras unos momentos de silencio en los que no se separó de mí bailando sin excesos, llevado por la curiosidad de ver a una chica como yo sola allí en medio.
  • Con aquellas dos amigas – les señalé entre el gentío a Lorena y a mi prima, ya que no tenía ni idea de lo que había sido del resto. Un ratito después, me arrepentí de no haberles hecho mención alguna sobre "novios".
  • ¡¿Nos las presentas?! – elevó la voz porque no se escuchaba nada.
  • ¡Claro! – dije muy animada y coqueta. Fue la mejor pregunta que me pudo hacer.

Me siguieron unos metros como pudieron, me acerqué al oído de Lorena y de mi prima y les dije – más bien les advertí - que se los iba a presentar. Como chica educada que soy, hice los honores, y sin demasiados problemas se pusieron a bailar con nosotras demostrando ambos su carencia de vergüenza o fatiga. No teníamos interés aparente, pero ellos aún no lo sabían, y como no molestaban demasiado, seguimos a su vera. A pesar de ello, el otro chico se puso a bailar con mi prima, ya que Lorena, aún sonriente y dicharachera, no estaba por la labor de relacionarse con nuestros nuevos amigos, por lo que el otro chico que no paraba de hablarme se acopló junto a mí. Como si de música latina se tratara comenzó a darme vueltas y más vueltas, a las que todo hay que decirlo, yo me las dejaba dar – eso sí, pensaba que menudo flipado de discoteca me había tocado. Típico ligón de tres al cuarto -. Y aunque no estaba a disgusto, no paraba de mirar de un sitio a otro para ver si aparecía Ángel – que era muy dado a perderse cuando estaba con César de marcha, dejándonos a las niñas a nuestra bola a pesar de lo desconfiado que era conmigo en otras situaciones - , ya que me parecía un poco violento el soltarle que tenía novio sin haber intentado nada el pobre con tal de que me dejara bailar sola. Aunque bueno, en realidad estaba bailando como había hecho con tantos otros de manera desinteresa y nada más. Pero a pesar de mi confianza y despreocupación, hubo un momento en el que se acopló detrás de mí, pasándome la mano por encima de mi cabeza agarrando a su vez la mía para acabar situándolas sobre mi barriguita, plantándome su entrepierna en mi trasero mientras me bajaba poco a poco entre el anonimato que otorgaba la multitud al ritmo de la música. Después de dedicarme algunos piropos relacionados con mi sonrisa y mis movimientos de cintura, se lanzó al ruedo por los efectos del alcohol – los suyos, y los que veía o notaba en mí-

  • Carla, eres preciosa… – me susurró detrás de mi oreja mientras me agarraba por delante con su antebrazo a la altura de mi ombligo. En cualquier otra circunstancia me hubiera separado, pero sinceramente no sé que me pasó por la cabeza. Me quedé ahí, bailando, mientras se pasaba al otro oído sobre mi hombro sin soltarme. La bebida, la música, el ambiente y el momento, estaban haciendo mella en mí, y ni Lorena ni mi prima notaban nada para auxiliarme disimuladamente.
  • Gracias – contesté de perfil sin mirarle a la cara y volví a mi posición de baile.
  • ¿Me puedo pegar a ti un poquito? – no le hizo falta respuesta a su susurro, tal vez por mi cara o tal vez porque me veía asequible. Cuan confundido estaba el animalito. Él solito se pegó detrás de mí, colocando sus manos sobre mi cintura para más tarde agarrarme entre sus brazos desde atrás, y comenzó a moverme literalmente con su cintura. A mí el tío no me gustaba ni atraía aunque estuviese bueno, pero la situación me estaba llegando a dar cosquillitas en el estómago. Tal vez por el vodka, tal vez que habían sido varios los tíos que me habían entrado esa noche de forma directa después de un tiempo sin salir, o tal vez el morbo de la que era la primera juerga del verano, pero solamente reaccioné cuando estuve a punto de meter la pata.

En un momento determinado en el que ya lo tenía mareándome con lo que me insinuaba, decía y como me bailaba, comenzaron a soltar humo desde el techo y desde la zona del DJ, que no distaba mucho de la mitad de la pista de baile dónde nos encontrábamos entre toda la peña. Ese hecho me despertó de mi letargo, más bien por sentir el peligro próximo y muy cerca, que por mis ganas reales de cambiar de juego. La sala entera se inundó de una gran humareda blanca haciendo las delicias del personal, mientras yo aproveché para separarme rápidamente de él y pegarme a Lorena a bailar, que muy inteligentemente me siguió el juego entre la niebla artificial. Nos pegamos juntitas, abrimos nuestras piernas y comenzamos a movernos una enfrente de la otra de manera muy sexy. El chico que me quería poseer se quedó un poco frío y aunque se aproximó a mí por detrás, no llegó a agarrarme nuevamente, seguramente por vergüenza o fatiga, o por saber lo que había – es decir, nada -. Lo raro es que mi prima si se dejaba bailar por el otro tipo de una forma un tanto cómplice. En esas estuvimos no más de medio minuto, en el que volvieron a soltar a través de los cañones otras gigantescas bocanadas de humo blanco que lo inundaron todo – la gente empezó a gritar de la alegría que les produjo ese hecho -, cuando decidí por seguridad cambiarme de sitio con Lorena, provocando así que el acosador – dicho solamente como calificativo amistoso – quedara detrás de ella y no buscara mi cuello desde mi retaguardia otra vez. Y precisamente por ahí entró el siguiente ataque que me aguardaba. Dos manazas se plantaron en mi cintura ante las risas de Lorena que miraba por encima de mi cabeza. Me giré un poco asustada y ahí apareció después de un buen rato Marcos, el portento, quiero decir, el portero. Entre el calentón que me había iniciado el otro chico, el nombrado alcohol, y que debido al humo no se veía casi nada, se me alteró la sangre al ver a semejante tiarrón detrás de mí agarrándome sin tapujos.

  • Tú sigue, ¡por mí no te cortes! – me susurró al oído sonriendo moviéndose por inercia. Yo obedecí nerviosa no sin antes dedicarle de perfil mi mejor sonrisa.

Agarrada por sus manos comencé a mover mis caderas, mis hombros, mis brazos y mis piernas. Mientras, Lorena, que estaba enfrente de mí bailando y riendo, me miraba con bastante complicidad. No habían sido pocas las veces en las que habían entrado en nuestras conversaciones íntimas el tema de los porteros de pubs y discotecas, sobre todo aquellos que trabajaban en esos lugares a los que éramos asiduas en la capital, así como las veces que habíamos mencionado el morbo que, por las razones que fuesen, nos provocaban esos señores. Morbo más bien producido por el aspecto rudo y fornido que suelen tener, demasiado valorados en ocasiones y que son cara e imagen principal de discotecas y lugares de esparcimiento parecidos. A eso se unía la fama y el carácter chulesco y prepotente de muchos de ellos, algo que nos ponía a muchas de mi edad, y no tan de mi edad. Como no, no faltaron en esas charlas las menciones especiales para aquellos rumores o mitos que se expandían en algunos grupos de amistades o conocidos sobre lo que fue capaz de hacer fulanita con no sé quién, o las hazañas de tal portero o camarero con cierto número de chicas en una sola noche.

Yo, a pesar de no tener demasiada confianza con él y dejándome llevar en esos primeros segundos de bailoteo, no me corté en absoluto, tanto moviéndome como restándole importancia al hecho de que me hubiera agarrado – casi podía abarcar enteramente mi delgada cintura con sus manos -, e incluso yendo más allá, y muy pícaramente giré mi cuello a la derecha para decirle algo, movimiento que él inmediatamente comprendió colocando su cabeza sobre mi hombro acercando su oído a mis labios.

  • ¡¿Así te parece bien?! – le pregunté sumida en mis pensamientos ya citados y con cierto nerviosismo. En realidad, lo que quería era solamente aprovechar el momento que me ofrecía un tío de su posición y jerarquía en la discoteca en la que me divertía, creyéndome la reina de algo si uno de esos se fijaba en mí. Con los años, comprendí que eran ellos los que se iban a sentir orgullosos de que yo me llegara a fijar en ellos, pero la mentalidad de la edad que tenía me llevaba a esos razonamientos. Y ellos conocían este extremo de sobra, aprovechando su imagen sobre ciertas féminas.
  • Pues a ver, muévete un poquito más así… - empezó con sus manos a moverme como si me estuviera batiendo lentamente, haciendo que mi culo se moviera hacia detrás con más facilidad que si estuviera bailando naturalmente. Yo seguía de perfil, con mi mirada en su brazo derecho, hasta que levanté mis ojitos y le dediqué una miradita felina.
  • Así dices, ¿no? – le pregunté aprovechando que se mantenía muy pegado a mí, algo encorvado y con sus rodillas flexionadas por la diferencia de estatura. La niebla que había sido lanzada desde arriba, comenzó a elevarse lentamente tras chocar en el suelo.
  • Eso es, muy bien – dijo separándose de mí. Me dio la sensación de que lo hizo para ver mi movimiento de trasero en círculos sobre mí misma y como marcaba en la mini. Tuve también la impresión de que no quería forzar el momento, ya que al contrario que el muchacho que me había bailado anteriormente, él no se arriesgaba tanto y me movía con cierto respeto. Eso no me gustaba tanto y yo, sin llegar a estar totalmente borracha y disfrutando de la situación, quería más. Tenía la absurda idea de que le iba a dar celos o envidia al resto de tías si un seguridad de la disco de ese calibre me bailaba. Era como si el que se hubiera fijado en mí me hiciera superior a las demás.
  • Pero… - al ver que yo decía algo volvió a echarse hacia delante dejando su cabeza prácticamente colgada de mi hombro derecho, lado hacia el que miraba yo teniéndolo a él detrás con sus manos sujetándome con suavidad. Buenas vistas le ofrecía mi escote.
  • Dime… - dijo en un tono más íntimo moviéndose lentamente a pesar de que la música incitaba a otros movimientos más bruscos.
  • Es que yo bailo mejor si me guían – le solté elevando la voz la indirecta de la noche. Sin decirle nada más me agarró de la cadera abarcando todo lo que pudo con sus dos manazas y comenzó a moverme en círculos, pero esta vez, sin tapujos y aprovechando la visión difusa de todo, me pegó contra él. Por primera sentí la magnitud de esa figura tan cultivada junto a mi delicado cuerpo. Me llevaba de un lado a otro haciendo fuerza sobre mi cadera, y en un momento dado me dio la vuelta colocándome frente a él.
  • ¿Mucho mejor, no? – me preguntó para asegurarse que lo había hecho bien. Yo asentí con la cabeza mirándole fijamente, con mis brazos caídos mientras únicamente movía mi cintura sujetada por sus manos, deseando que ni se fuese la neblina que casi nos mantenía en secreto, ni que no lo llamaran por el auricular. ¡Cuánto músculo para mí solita!

Como si de una muñeca de trapo se tratara, me agarró pasando su brazo por la parte baja de mi espalda llevándome de un sitio a otro – izquierda a derecha, mayormente -. No es que tuviera mucho arte bailando – más bien únicamente me bailaba a mí -, pero al menos tenía ritmo. Bueno, ritmo y ganitas de algo más, como empecé a comprobar – o eso quería creer -. Me pegó contra él, pasó una de sus piernas por en medio de las mías y con su brazo sobre el final de mi espalda y su mano en mi cintura comenzó a bajar delante de mí moviendo su pecho con mucho arte – pecho que me hubiera encantado verle sin camisa -, introduciendo cada vez más muslo gigante entre las mías, hasta quedarse a la altura de mis pechos, momento en el que subió de nuevo y me volvió a susurrar.

  • ¿Bajas? – me propuso sin perder detalle de mis ojos en la oscuridad del momento.

Elevé mis extremidades superiores y me agarré por primera vez a su cuello, con ambos brazos estirados, uniendo mis manos en su nuca, y dejándome caer lentamente hacia atrás. Sus piernas estaban ligeramente flexionadas, por lo que tuve que tener cuidado. Comencé a mover mi cadera de izquierda a derecha – lanzándola de un lado a otro-, de manera tal vez excesivamente sensual, fijándome muy mucho de que mi minifalda no se subiera nada. Me comencé a pegar a su ancho muslo y el siguió mi movimiento aún sujetándome con su brazo derecho la parte final de mi espalda dejando su mano en mi cinturita por la parte derecha, impidiendo con ello que yo cayera hacia atrás. Al bajar a una parte que yo ya consideré peligrosa, comencé el movimiento de cintura, pero esta vez subiendo haciendo leve fuerza sobre su cuello para ayudarme a colocarme de pie delante de él sin dejar de bailar.

  • ¿Eso es todo lo que sabes bajar? – me picó y le sonreí. Me entraron de nuevo cosquillitas por la barriguita y la espalda al comprobar que me estaba siguiendo el juego – ¿o lo estaba creando él? En el fondo eso era lo de menos, ya que yo estaba totalmente inmersa en mi mundo mientras él disfrutaba únicamente de la visión de mi cuerpecito que él mismo sostenía sin apenas hacer fuerza.
  • ¡Puedo bajar más! – le dije aún estando sujeta a su cuello, acercándome a su oído – ¡pero a ver si cambia la música por algo que me motive más! – el empezó a reírse. En ese momento otra bocanada de humo invadió la estancia, esta vez acompañada por el efecto de los incesantes flashes blancos – que hacen que lo veas todo como diapositivas en movimiento - y de los laser verdes lanzados desde el techo que se movían por toda la pista de baile.

Aproveché el ritmo de la canción y el nuevo ambiente que nos rodeaba para repetir la operación, pero esta vez, ya entrada en su juego, con bastante más picardía y malicia cuasi involuntaria. Hice lo mismo que la vez anterior, pero al contrario que antes, en lugar de fijarme en mi faldita, lo miraba a la cara – que no quiere decir que lo viese -. Empecé a dejarme caer agarrada por mis brazos a su enorme cuello, con su pierna derecha entre las mías, que no hacían más que flexionarse lentamente mientras yo bajaba, moviendo mi cadera de izquierda a derecha al ritmo de mis hombros. Pegué mi entrepierna a su muslo, algo que no hice con tanto énfasis la vez anterior, y me deje caer lentamente. En ese momento vi como dejaba de mirarme a los ojos y posaba su vista descaradamente sobre mi entrepierna, que al estar totalmente pegada a él, provocó que mi minifalda se subiera lo necesario para casi mostrar mi tanga pegado totalmente a su pantalón. Aún así, mi inclinación hacia detrás no permitía ver tal prenda. Él, que no se iba a quedar corto, y echado un poco hacia delante tal y como estaba para facilitarme que yo descendiera, comenzó a subirme y bajarme sin hacer demasiado esfuerzo, provocando un delicioso roce del que no perdía detalle. Yo no quise ni mirar lo que sucedía abajo por si las moscas, por lo que solté mi mano derecha de su cuello, dejando la izquierda para agarrarme y no caerme hacia detrás en su nuca, me la llevé a la minifalda, y la estiré pegándola a su pantalón por si dejaba entrever algo. En ese vaivén estuvimos unos instantes cuando me volvió a subir con dulzura. Mi calor había aumentado de forma exponencial y el final de los flashes y la evaporación del humo me volvió a la realidad. Realidad, todo hay que decirlo, en la que mi joven coñito había quedado tocado. Me palpitaba.

  • Bueno Carla, esto me encanta, pero el humo empieza a despejarse y yo no puedo estar aquí bailando por mucho que me apetezca– me dijo cambiando el tono de su voz. Me dio la impresión de que su puesto de responsabilidad y su conciencia le dieron un toque de atención, despertándolo del mismo sueño en el que yo misma me había visto sumergida a su lado. O sobre su pierna.
  • No pasa nada, chiquillo – dije volviendo al mundo real después del tremendísimo calentón – ¡siempre habrá tiempo para bailar! – estuve a puntito de decirle otra palabra referida a mis ganas de que refregara mi pequeño tanguita con otra cosa.
  • Claro que sí, ¡eso es! Ahora tengo que salir fuera, luego si estás sola a ver si seguimos bailando, ¡que lo haces de puta madre! – elevaba la voz aunque estuviera cerca de mí. Su cara denotaba cierto grado de excitación, o me dio a mí esa impresión. Lo poco que se le veía de su frente a través de su pañuelo, y lo que podía ver de su cuello y pectorales a través de la abierta camisa, estaban empapados en sudor.
  • ¡Claro! – le dije separándome de él sintiendo como sus manos abandonaban mi cuerpo con delicadeza.
  • ¡Y que sepas que eres la más %#@$& de toda la discoteca! – dijo algo que no entendí al alejarse un poco.
  • ¡¿El qué?! – le pregunté acercándome con cara de curiosidad ya que no le había escuchado.
  • He dicho que eres una preciosidad – me susurró muy cerca del oído izquierdo.
  • Gracias – dije muy cumplida y bastante motivada por recibir de él ese piropo dedicándole una muy dulce mirada.
  • Pues nada, nos volveremos a ver, pequeña – al separarse de mí me volvió a guiñar y me dedicó otro pellizquito en la mejilla.

En ese instante se me iba a salir el corazón. No daba crédito a lo que acababa de hacer, y un terrible calor interno unido a un sentimiento de confusión se apoderaba de mí. Me quedé un instante bailando por inercia tratando de ver por dónde se había ido, pero ya no pude verle. "Qué bueno está el tío", pensaba en aquel instante en el que me sentía orgullosa de haber estado bailando con un cachitas relativamente maduro y portero de la discoteca en la que estaba pasando la noche.

Desperté inmediatamente de mi aturdimiento y miré hacia los lados, encontrando a Lorena a escasos metros de mí – pero con varias personas de separación -, hablando con el muchacho que antes había intentado comerme el cuello – y el resto de mi cuerpo-. Pasé entre la multitud aún nerviosa y con la sensación de haberme quedado con ganas de más – ya que el baile con el cachas duró un par de minutos como mucho - y la interrumpí sin importarme demasiado de lo que estuvieran hablando.

  • Oye, ¿y mi prima? – le pregunté ignorando por completo la presencia del otro chico.
  • Ha ido a tomarse unos chupitos con José – el otro muchacho.
  • Vale, pues yo también necesito beber algo, que estoy muerta de sed y de calor – le dije al oído abanicándome con la mano. Se giró para hablarme sin que el otro se enterara.
  • Sujétame y dime que vamos al servicio – me susurró de forma muy pillina.

Dicho y hecho. La agarré pasando mi brazo por debajo del suyo y como dos marías – como se dice en los pueblos a las mujeres cotillas que gustan de hablar de lo que ocurre en su vecindario - nos despedimos diciéndole que íbamos al servicio, situado en la otra punta de la discoteca. ¡Qué casualidad!

  • No hace falta que me digas nada, que ya se lo que me vas a decir – me dijo Lorena en el mismo instante en el que comenzamos a desaparecer de allí.
  • Tía, que fuerte, que rico que está el cabrón, ¡qué brazos! ¡qué todo! – yo estaba que lo flipaba en realidad, no eran muchas las ocasiones en las que por aquel entonces disfrutaba de tíos que me sacaban tanta edad y que tuvieran ese físico tan atractivo y exuberante. No podía contenerme y me daba igual lo que pensaran de mí, aunque había un hecho que me hubiese turbado si hubiera ido más sobria aquella noche: cuando un tío me gustaba mucho, me apetecía besarlo, pero en cambio, con este solamente me apetecía subir la temperatura y guarrear un poco. O dejarme guarrear, que tiene distinto matiz. Porque a saber si hubiera querido reaccionar si en lugar de plantarme su brazo por la espalda, lo hubiera hecho más abajo.
  • ¡Y cómo te cogía! – empezó a reírse. Nosotras seguíamos avanzando agarradas, marcando tacón con nuestras piernas bien juntitas y roneándonos ante la mirada de los muchachos con los que chocábamos en nuestro avance.
  • ¿Ha sido algo cantoso? – le pregunté algo intranquila dándole vueltas al corto bailecito.
  • No, que va, si no se veía nada con tanta gente y tanto humo, pero yo estaba pendiente… – se llevó su dedo índice bajo su parpado izquierdo haciendo el gesto de "ojear" – por cierto, ¿ha habido magreo?
  • Qué va, algún que otro roce…-le decía mientras torpemente avanzábamos pensando que podría haber habido roces más íntimos y que no me hubiese importante que se le hubiera ido la mano más abajo.
  • De eso ya me he dado cuenta.
  • ¿Se me habrá visto algo? – pregunté curiosa por si ella había estado más pendiente que yo al último baile sobre su muslo.
  • Que va, pero a él se le iban a salir los ojos. Eso sí, te llegas a agachar un poco más o a abrirte y menos y se hubiese puesto muy malito viendo lo que quería.
  • ¿Tú crees? – pregunté inocente, o tal vez sin dar crédito a que un tío así me diese caña de esa forma. O simplemente regocijándome de mi dudoso logro.
  • Tía… que por mucho que te hayas tapado… le has refregado todo el conejito y lo ha notado, y que por muy poco que haya sido, llega a ser otro y no te escapas. O él mismo si no estuviera trabajando… - tenía toda la razón del mundo y pensé gratamente sobre ello. Evidentemente, ni pensaba en mi pareja, ni en dónde estaba ni nada de nada, solamente en lo que hubiera pasado si llegar a ser otro día. Otro día en el que hubiera ido sin Ángel, y que el otro no hubiera trabajado. Inmediatamente después, me sentí un poco culpable por llevar mis pensamientos más allá y reaccioné viendo la realidad.
  • Tía me siento hasta mal – dije un poco rayada caminando entre pechos y espaldas sudorosas.
  • Anda ya, has estado bailando y punto. Mientras no te vea Ángel no pasa nada. Que por cierto, ahora vamos a ir a buscarlos porque ya tardan demasiado…

Paseamos por fin entre la muchedumbre hasta llegar a una zona de la barra en la que estuviéramos bien tranquilas y protegidas de los pesados de antes y le pedimos al camarero otras dos copas más de nuestras bebidas favoritas. ¡Ya iban cinco!

Allí estuvimos hablando de ese tema o otros un ratito más, hasta que a las tres y poco de la mañana aparecieron Natalia y Sergio agarrados de la mano como dos buenos enamorados. Él nos preguntó por los dos perdidos y ya le comentamos dónde se habían ido, pero que ni idea de dónde pudieran estar. Así que mientras Sergio se puso a hablar con Lorena, yo aproveché y empecé a contarle a Natalia lo ocurrido con el portero, tachándome ésta de loca perdía y calientapollas – aunque me lo dijo más suavemente -.

  • Tía, tienes que tener cuidado con esa gente, que tú ya sabes de lo que van – refiriéndose a los porteros y demás trabajadores de las discotecas, como si fuesen terroristas o algo. Ella es que era la más…miedosa para todo, aunque las mataba callando. Hoy día se corta menos y también es otra con gran material para relatos. No seré yo la que escriba por ella.
  • No seas exagerá, Natalia – le comentaba dándole los últimos tragos al tubo de vodka.
  • Pues nada Carla, tú eres muy de dejarte de llevar, tú sabrás. Ahora que el día que te pase algo yo me desentiendo enteramente – dijo preocupada con la voz algo ronca, como si mi actitud fuese distinta a la de cualquier otra chica de mi edad o hiciera algo malo.
  • ¿Y qué me va a pasar por bailar, Natalia?
  • Carla – me dijo seriamente al oído – no seas ingenua, joder, ¿no recuerdas lo de Sandra – un chico que trabajaba en una discoteca se la folló y publicó las fotos que le hizo en internet – o lo de Paula – una conocida nuestra que acudió a una fiesta y en dueño del local le echó una pastilla en la bebida y abusó sexualmente de ella -? Cosas que pueden pasar con gente de cualquier gremio y profesión, pero que ella particularizaba a su antojo. Como contra partida, y para que se vea su evolución y su pérdida de tapujos con el paso del tiempo, un par de años después de lo que narro, ya follaba tranquilamente con el fotógrafo que le hacía los books, o se acostaba con uno de los encargados de una de las agencias para las que trabajaba y que le sacaba no pocos años.
  • Pero Natalia, ¿Cómo puedes comparar eso con lo mío? Anda que vaya monja se ha perdido el convento de las Carmelitas – ironicé molesta con su comentario.
  • Bueno, pues aunque no pudiera ocurrir algo de eso, dime, ¿qué hubiera pasado si en ese momento que me cuentas… hubiera aparecido Ángel y te ve siendo enchufada por detrás mientras bailas con un desconocido? – su pregunta me desorientó con toda la razón del mundo. De hecho, al decirme eso, y con la borrachera que llevaba encima, se me creó un cargo de conciencia y se me vino a la mente su imagen de instantes antes dándome besitos en el cuello. Pero por otra parte me sentía mal porque no había hecho nada malo, es más, a mi no me importaba que mi novio bailara con otras personas, llámese Natalia, Lorena o como quiera. El conflicto con mi conciencia estaba servido.
  • Pues no lo sé, supongo que le molestaría... porque él es MUY celoso.
  • Eso mismo – zanjó ella.
  • Pero es que los celos los sufre únicamente la persona que los padece, otra cosa es que debido a ellos pierda el raciocinio… - en realidad no tenía yo motivos suficientes para excusar mi actuación, simplemente, pensé un tiempo después de aquello, sufrí la lucha entre mi naturaleza libre y las costumbres sociales en las que me había metido por deseo propio: el noviazgo.
  • Carla, tú sabrás lo que haces y si está bien o no para ti y para el resto… – me dijo muy picada. Me molestaba porque no era la primera vez que teníamos una discusión así. Era la única amiga que me echaba en cara de manera indirecta que me hubiera liado con muchos tíos que me gustara el juego con desconocidos, o, al menos, más que la media de mi grupito de amigas –.
  • Pues nada, a partir de ahora solamente tendré ojos para una sola persona e inventaré una máquina del tiempo para irme un par de siglos atrás, dónde me sepan "educar" como a una señorita… - le dije con mucho retintín y bastante enfadada. Me separé de ella y me dirigí a Lorena con muy mal humor por la conversación que acababa de tener y lo que había insinuado Natalia.
  • Oye, ¿vienes al baño? Estoy que me meo.
  • Sí, yo también. Ahora mismo venimos, Sergio. – se despidió del novio de Natalia con el que estaba hablando antes de mi interrupción.

Una vez hubimos llegado a la enorme cola con la que nos topamos para acceder al servicio, le conté a Lorena lo que había charlado con Natalia, dándome ésta la razón y aludiendo a la estricta educación que había recibido ella como factor principal para no comprender o ver como nosotras ciertas cosas. Para calmarme un poco de la discusión, que en realidad me había alterado también por haber tenido que subir el volumen de mi voz por la música, y que me bajara la tensión, me puso como ejemplos otras bronquillas que ella misma había tenido con Natalia, añadiendo que ya sabíamos perfectamente cómo era y que debíamos contarle y que no. Mala suerte el no haber sabido aquella noche que Natalia andaba liada en absoluto secreto con un muchacho que conoció poco tiempo atrás en clases de natación, por el que acabaría dejando a Sergio un par de semanas después. Cuernos del que se contarían después muchas cosas de las que no salía muy favorecida la pobre. Ahí empezó su despertar morboso.

Los cinco minutos que estuvimos charlando no sirvieron en absoluto para que la cola avanzara, pero al menos me había quedado ya bastante más calmada y estaba un poco más pendiente de ver aparecer a Ángel en cualquier momento que de otra cosa.

  • Tía, tengo unas ganas increíbles de mear, pero más hambre todavía – me confesó Lorena ya nerviosa porque no se le saliera el pis entre todas las tías que nos rodeaban para ir a soltar lo mismo.
  • Pues yo también tengo hambre, ¿sabes que me comería ahora? – le dije mientras estaba apoyada en la pared.
  • ¿El qué? – preguntó de forma curiosa.
  • ¡Una pita de pollo con salsa yogurt! – le exclamé al oído. Ella se relamió los labios. Nos flipaba eso.
  • Escúchame – empezó a mirar a nuestro alrededor para asegurarse de que tal y como podíamos comprobar, quedaba un ratito para que pudiéramos soltar líquido - ¿qué te parece si salimos fuera, meamos y nos vamos al Kebab del Zona? – El Zona, ó Mercado Zona, era un complejo de restaurantes, pizzerías y bares que estaba al otro lado de la autovía y que albergaba establecimientos de comida rápida dónde acudía la gente después de salir de juerga por las discotecas de la zona para comer, reponer fuerzas o desayunar. Y Kebab es comida árabe, carne con verduras y salsas liadas en pan de pita. La idea no me pareció mala -.
  • No eres capaz – la piqué.
  • ¿Cómo que no? Vámonos YA de YA – muy decidida me agarró de la mano y me empezó a dirigir hasta el pasillo de la salida, situada enfrente de nuestra posición, pero en la otra punta de la discoteca. Cuando íbamos avanzando la detuve del tirón.
  • Espérate un segundo – ahora era yo la que la conduje hacia la derecha, dónde estaban las mesitas y los sillones, dirigiéndome directamente hasta el que ocupaba mi prima Laura con el otro chico. Estaban liándose tranquilamente con un par de copas a medio beber sobre su mesita, colocadas junto a unas cuantas de velas de adorno que daban un toque exótico a toda la zona.
  • Siento interrumpir – dije riéndome. Ellos pararon y me miraron. Ella sonrió. – Voy a coger los clínex – cogí los pañuelitos y, sacando los billetes que aún tenía en el escote, los guardé disimuladamente en un compartimento con cremallera de su bolso, quedándome con un billete de veinte euros que le entregué a Lorena. Yo me quedé con el paquete de diez papelitos en mi mano, aún sin abrir.
  • ¡Oye!, llévate el móvil, que Ángel te ha llamado diez veces y no se lo he cogido porque no lo voy a escuchar – me comentó mi prima sin soltarse del otro.
  • Pues si viene le dices que hemos ido a comprar al Zona, ¿vale? Yo no me llevo el bolso... – le comenté para que estuviera atenta al teléfono.
  • ¡Vale! – muy feliz y sonriente se despidió de nosotras muy efusivamente con la mano. Ella sí que se lo estaba pasando bien.

Lorena y yo nos dimos la mano y con paso ligero – lo que provocaba un armónico movimiento de nuestras carnes, y especialmente de mis pechos - nos dirigimos a la entrada subiendo tan rápidamente como nos permitían nuestros tacones los infinitos escalones de la escalera. Llegamos a la entrada principal, dónde estaba aún sentado el del TPV, pero esta vez sin su compañero Don Estatua. Antes de abandonar la entrada propiamente dicha nos marcó el sello de la discoteca en la parte interna de nuestras muñecas para que luego pudiéramos volver a entrar sin problemas – aunque se acordaba de nuestra cara sobradamente -, tras lo cual, y con cierta prisa, salimos al callejón de la alfombra roja girándome inmediatamente a la izquierda para salir a la calle. Allí, ya sin cola, estaban hablando el chico de color, el hombre estatua y Marcos. ¡Qué tres tíos!, pensé en aquel momento. Giramos rápidamente y sin decir nada hacia la derecha, dirigiéndonos al parking de la discoteca.

  • ¡Vaya dos bomboncitos! – gritó Marcos nada más vernos. Ambas giramos la cabeza y sonreímos, comprobando además que habíamos dejado a los porteros con la mirada clavada en nuestros culos, en nuestras bronceadas piernas estilizadas por la ayuda de los tacones, y el contoneo de nuestras caderas. A día de hoy comprendo que esa visión que tenían era solamente la de dos presas fáciles y posibles víctimas de sus deseos sexuales nocturnos, pero por aquel entonces solamente pensaba en lo "guapa" que nos veían.

Al avanzar unos cuantos metros llegamos a la esquina del edificio, dónde se encontraba el parking del local girando a la derecha y en paralelo a la discoteca. En realidad, el aparcamiento era público, pero al no haber ningún negocio más en la zona que pudiera darle un uso los fines de semana, ellos mismos se lo adjudicaban. Tenía dos filas donde poder aparcar, ambas numeradas desde el 1 hasta el 50, tanto la izquierda como la derecha, lo único que la diferencia era que la que estaba pegada al edificio tenía la letra A y fila de enfrente era la B. La primera de ellas empezaba justo dónde acabábamos de llegar y llegaba hasta unos setenta u ochenta metros más al fondo, y la otra estaba justo enfrente de ésta, dejando un espacio entre una y otra de unos diez metros, espacio que aprovechaba mucha gente en los días de extrema afluencia para crear otra fila más de vehículos estacionados, pero en lugar de hacerlo en batería uno junto al otro, ésta se formaba en línea, para así dejar paso suficiente a los coches que quisieran salir con comodidad. La zona de aparcamiento estaba ligeramente en cuesta hacía arriba y no tenía salida. Excepto la entrada de los coches y la de la acera por dónde habíamos llegado Lorena y yo, no había más entradas o salidas, ni para personas ni para vehículos –sin hacer mención a la puerta lateral de la tienda de muebles-. El parking estaba rodeado por un muro de ladrillo de aproximadamente un metro de alto, sobre el que habían instalado una verja metálica de un par de metros más tras la cual había árboles y plantas muy frondosas que no dejaban ver que había al otro lado, obviando evidentemente la parte de la derecha, que era la gigantesca pared de la tienda de muebles y que llegaba hasta el fondo – tenía unos cinco metros de altura -. La iluminación era pésima. Estaba formada por seis farolas. Dos al principio, una a cada lado de la entrada, dos en medio, una sobre el edificio y otra enfrente de ésta sobre un poste, y dos al final, una sobre la esquina del edificio con el muro con la valla, y la otra en la esquina de enfrente, que además estaba fundida. Y que estuviera así tampoco quería decir mucho, ya que las cinco restantes eran de esas de luz naranja que apenas alumbraban. Para colmo, todo lo que había alrededor del recinto, tanto por la izquierda, como por el fondo, era un gigantesco descampado lleno de árboles que no ofrecía ni luz ni claridad a dónde estábamos.


Una vez nos plantamos en la esquina y tras comprobar que estaba al cien por cien completo – y muy sucio, lleno de botellas de bebidas y refrescos, vasos de plástico y bolsas de hielo derretido -, decidimos avanzar hasta el final, con el pensamiento de agacharnos entre dos coches de la fila B – la pegada al muro de la izquierda -. Mientras avanzamos por la acera de la derecha junto a los escaparates de la tienda – que estaba totalmente oscura -, observamos cómo había gente dentro de algunos coches que tenían la luz interior encendida. En el aparcamiento 10 u 11 "A" había dos chicos preparándose unas rayas de coca, y que se quedaron absortos mirando nuestro paso y el vaivén de nuestros culitos danzantes al ritmo de cada taconazo que rompía el silencio de aquel lugar. Unos metros más adelante, y esta vez con la luz apagada, una chica de pelos rubios y rizados estaba echada desde el asiento del copiloto de un Bmw hacía el del piloto, el cual estaba disfrutando, con su asiento totalmente tumbado, de la mamada que la primera le ofrecía – deduje por dónde estaba ella y por el movimiento de su cabeza, no porque viese algo, ya que sus pelos no dejaban comprobar detalle alguno de la carne que tragaba -. Al otro lado, sobre los aparcamientos 30 o 31 B – fila de coches pegada al muro – otro vehículo parecía estar ocupado por otra pareja dada al sexo rápido, ya que el mismo lucía todos los cristales empapados por el vaho producido por la respiración en un espacio cerrado durante un determinado tiempo, pero no vimos nada más ya que estaba aparcado de frente al muro, dándonos el culo – del coche -.


Lorena y yo cruzamos al otro lado del parking siguiendo nuestro camino hasta el fondo a través de la pequeña acera que había a la izquierda, pegada al muro, evitando las ramas que penetraban a través de la verja provenientes de los árboles que crecían en los descampados anexos al recinto. La luz era muy tenue y el sitio poco recomendable para dos chicas como nosotras, pero la necesidad era la necesidad. Al llegar al final, yo me fui para el espacio intermedio que dejaban los coches de los aparcamientos 49 y 50 B, lugar únicamente iluminado por la bombilla anaranjada de enfrente – la que estaba encima de mí estaba rota por una pedrada, más que fundida - y que apenas alumbraba. El primero de los vehículos nombrados era una antigua furgoneta blanca aparcada de culo con respecto al muro y que tenía las ruedas pinchadas y los cristales tintados, y el segundo, y más pegado al fondo y último coche del parking, era un Audi A4 negro bastante limpio aparcado de cara a la muro y la valla que sobre él se levantaba. Lorena se quedó entre la furgoneta y otro coche gris – éste sito en la plaza 48 B – no sin antes haberle dado yo un par de pañuelitos que saqué abriendo el paquete cuando ya estábamos cerca de nuestro váter improvisado. Así que una vez posicionada junto al capó delantero del Audi, y a sabiendas de que no me veía nadie – la furgoneta era grande y alta - e iba a estar mucho más cómoda, me quité el tanguita deslizándolo a través de mis piernas, lo mantuve en mi mano y me puse en cuclillas. Me abrí lo que me permitieron los tacones para no salpicarme y con los brazos totalmente estirados, me sostuve con mi mano izquierda en el coche negro, y con la derecha en la furgoneta blanca. La distancia que había entre ambos coches era prácticamente igual que la extensión de mis brazos. En el momento que empecé a orinar – iba MUY cargadita – escuché una puerta cerrarse de golpe, e inmediatamente después, vi como Lorena aparecía delante de mí muy apretada corriendo desde el otro lado de la furgoneta hasta el otro lado del parking, metiéndose entre los coches situados en los sitios 49 A y 50 A, justo enfrente de mí, que miraba en ese momento para allá por mi postura. Me quedé en la posición en la que estaba soltando vodka destilado pensando "¿Qué hace ésta?". La respuesta me la dio sin yo tener que preguntarle nada.

  • Tía, había un notas casi enfrente de mí en un coche, que vergüenza, menos mal que me he dado cuenta pronto – me decía con su voz de borrachilla y mucho salero (gracia) desde el otro lado del parking, a unos doce metros de mí. Yo no pude aguantar la risa, y menos aún cuando la vi casi caerse al ponerse de cuclillas para empezar a soltar caldo. Menos mal que me tomó como ejemplo y se ayudó con los coches de al lado. ¡Es lo que tiene ser tía, beber mucho, y que te den necesidades urgentes de evacuar!

Al terminar antes que ella, me sequé y me coloqué el tanguita nuevamente, dejando sobre el coche negro el resto de pañuelitos dentro de su plástico. Me coloqué bien la mini sobre mi cintura – bajándola más de adelante que de detrás - y me incliné para mirarme la cara en el espejo retrovisor correspondiente al lugar del conductor del Audi – dándole las vistas de mi culito a Lorena, varios metros detrás-. En ese momento, y como de refilón gracias a la visión periférica que aún conservaba a pesar de la oscuridad y la bebida, vi aparecer una sombra por la acera que tenía delante de mí, la del muro, justo por detrás de la furgoneta que tenía a mi izquierda. Me incorporé de forma automática y me quedé paralizada hasta que apareció ante mí una figura conocida.

  • ¡Joder, coño, menudo susto! – bajé mi posición de defensa y mis hombros cayeron relajados. Me apoyé con mi mano izquierda sobre el capó del Audi y llevé la derecha a mi corazón, que casi se me sale. Marcos, al que reconocí por el pañuelo en la cabeza, empezó a reírse.
  • Tranquila, soy yo – eso no me tranquilizó tampoco en exceso dadas las circunstancias y el lugar, pero al menos no era un borracho o un drogadicto – no te preocupes, – siguió riéndose – vaya susto que te has llevado… - yo me reincorporé de nuevo y miré hacia atrás, comprobando que Lorena no estaba en el sitio de antes, seguramente asustada por la nueva presencia.
  • ¡Uf! Es que de verdad, no esperaba que me fuese a aparecer nadie… - dije calmándome poco a poco.
  • Perdona que aparezca aquí, pero alguien debía regañaros por lo que habéis hecho… - dijo en tono serio. Yo puse cara de circunstancias y él lo notó.
  • Lo siento… es que… - dije muy vergonzosa mirando disimuladamente mi pipí sobre el bordillo de la acera por la que él había aparecido.
  • Nada, no te preocupes ahora de tus necesidades, te mentiría si te dijese que he venido solamente aquí para eso… - yo me quedé rayada y miré para el lado a ver dónde estaba Lorena. El se dio cuenta y suavizo lo que dijo.
  • No te entiendo – dije de forma muy dulce, mientras me apoyé de espaldas contra la puerta del conductor del Audi cruzando mis brazos. Lorena no aparecía.
  • Es simple, os he visto salir y quería charlar un ratito contigo, yo también tengo media horita de descanso y dentro hace mucho ruido para escuchar tu voz… ¿no te parece? – alargó su brazo izquierdo y colocó su mano en la esquina superior izquierda de la luna delantera del Audi, a poca distancia de mi cara. Su cuerpo permanecía distante. En ese momento sacó con su mano derecha un paquete de tabaco de su bolsillo trasero y me ofreció uno para fumar, abriendo con maestría la parte superior del paquete con su dedo gordo.
  • Gracias – por las circunstancias, por no saber qué decir a un tío cuyo cuerpo era tres veces el mío, por el alcohol, o por lo que fuese, acepté, cogí uno y volví a mirar hacía mi izquierda.

En ese momento apareció Lorena por la parte delantera de la furgoneta – es decir, por en medio de la calzada y el espacio que había entre una fila y otra -. Me vio al lado de Marcos, de pie, apoyada sobre el coche y con mis piernas cruzadas, mientras que él estaba de pié a mi lado, de espaldas al muro y la verja. Se detuvo y nos miró fijamente un poco cortada. Hubo unos segundos de silencio que me resultaron bastante incómodos y que rompió el portero de forma unilateral.

  • Ahora va contigo, guapa, vamos a fumarnos un cigarrillo – le soltó. Yo no supe que decir. De hecho, no dije absolutamente nada a la vez que seguíamos mirándola. Hubo otro leve lapsus más corto que el anterior y de una forma muy seca nos contestó.
  • Bueno… yo voy para el Kebab… y te espero allí, ¿vale? – me preguntó de manera muy vergonzosa con los ojos como platos, algo raro en ella, y más raro aún con la que llevaba encima. Yo asentí con la cabeza sin saber a ciencia cierta el porqué y no tardó ni un segundo en girarse invitándonos a escuchar su taconeo cuesta abajo a través del parking. Me quedé un poco intranquila al no saber exactamente si se iba a quedar allí en el Kebab o se iba a venir para acá con el resto, e igualmente un poco preocupada por el hecho de que se fuese sola a esa hora. Con respecto a mí, me sentía una privilegiada.
  • Vaya, parecía un pelín cortada, no me ha dado tiempo ni a regañarle – yo empecé a reírme nerviosa – No, ya fuera de broma, es que los Lunes abren éstos – señaló el edificio de muebles – y no veas la que lían con el tema del olor a orina, que si condones o vómitos. Aunque yo hubiera jurado que eso no parecía importarle tanto como mis piernas o mi escote.
  • Lo entiendo chiquillo, pero es que había una cola gigante en los servicios – le dije con carilla de pena. Al tiempo de decirle eso sacó el encendedor y me dio fuego, por lo que no tuve más remedio que llevarme el cigarrillo a la boca y aspirar para que tirase.
  • Pues la próxima vez entráis en el de los tíos – dijo despreocupado encendiéndose el suyo soltando el humo de la primera calada hacia arriba. Yo lo miraba con bastante timidez.
  • ¡A ver si te crees que no lo pensamos! – le dije sonriendo y gesticulando con la cabeza. Volvió a colocar su mano en el mismo lugar de antes, dejando estirado su brazo para apoyarse a mi lado, sin llegar a sentirme por ello invadida en mi espacio vital. Coloqué mi antebrazo izquierdo por debajo de mis pechos y dejé el derecho estirado hacia abajo para ir soltando la ceniza del cigarro. Cierto morbillo comenzó a invadirme. Estaba entre dos coches, en un callejón oscuro, fumándome un cigarro – algo que hacía muy ocasionalmente cuando salía y solamente si bebía demasiado – con un desconocido al que apenas una hora antes le había rozado mi rajita sobre su muslo, por lo que un cúmulo de pensamientos turbios se empezaron a aparecer en mi mareada mente. El corazón se me aceleró poco a poco, y fui dándole cortas caladas al cigarrillo ante su atenta mirada. Así mismo, el hecho de que hubiera decidido quedarme un ratito ahí fumando con él en lugar de irme con mi amiga me hacía presagiar que mi subconsciente quería que mi ego se viese nuevamente acrecentado por sentirme, entre comillas, deseada por un tipo de esos.
  • A más de uno le hubiera encantado ver entrar a una chica como tú en el baño masculino – afirmó fumando. Yo no supe que decir, por lo que solté lo primero que se me vino a la cabeza dedicándole una sonrisa sin perder detalle de sus fuertes brazos y ancho pectoral que casi rompían su camisa.
  • ¿Cómo yo? – le miré haciendo un gesto de cuello para echarme el pelo por detrás y que no me tapara la cara, poco visible por la relativa penumbra del lugar.
  • Por supuesto, así tan… - me empezó a mirar en la oscuridad en la que estábamos sumidos desde los tacones hasta la cabeza, levantando su mano izquierda del techo del coche para empezar a pasar por mi hombro derecho los nudillos de sus dedos - … tan guapa… y tan sexy – afirmó sin titubear. Yo me puse nerviosa al sentir sus dedos tocándome.
  • ¡Anda ya! – empecé a reírme para disimular mi estado de nerviosismo, aunque estaba realmente bien con él allí. Extraña sensación de sumisión en la que me vi sumida, valga la redundancia.
  • Que sí, hazme caso, que yo entiendo de esto, estás muy bien… – llevo sus dedos al tirante de mi top y empezó a acariciarlo con sus dedos como hizo al principio de la noche. Yo no hice ni dije nada al respecto, simplemente terminaba de fumar.
  • Vale, no seré yo la que te lleve la contraria – sonreí. Intenté mantenerme a la altura y no cortarme, pero me estaba costando horrores decir algo normal. Sin quitar los dedos de mi tirante me miró fijamente como si nada estuviera haciendo.
  • Haces bien. Por cierto, ¿el chico que te cogía el culito cerca de la barra era tu novio? – me preguntó curioso.
  • ¿El de la camisa blanca?
  • ¿Es que te ha cogido el culito hoy alguien más? – yo empecé a reírme al escuchar eso.
  • No, qué va, es que he estado bailando con otros amigos y lo mismo te referías a otra persona. – miraba para los lados y metía ambos labios en mi boca. ¡Me estaba poniendo más que nerviosa!
  • Ah, menos mal, pensaba que con cada baile incluías derecho a un poco de magreo, ya sabes… – dijo picándome. Yo empecé a reírme y se me vino a la cabeza el baile que tuve con él, así como que se podía haber tomado antes alguno de esos derechos – pero sí, a ese chico me refería.
  • ¡Qué va! De eso nada... pero bueno, sí, es el muchacho con el que estoy.
  • Entiendo… - se quedó en silencio un segundo y tiro la colilla al suelo - por cierto, me dijiste antes que vivías por aquí cerca ¿no?
  • Sí, en Los Limoneros de Banús – contesté
  • Buena zona ¿eh?
  • No está mal – le sonreí tímidamente. El se quedó un segundo callado.
  • ¿Te apetece otro? – me ofreció otro cigarro soltando mi tirante del top muy lentamente.
  • Bueno…- alargué mi mano izquierda y metí mano en el paquete para sacar uno y lo cogí, aunque en realidad no me apetecía nada ya que se me sube a la cabeza rápidamente y me molestaba el sabor.
  • Espera, ahora mismo te doy fuego, – se giró y se acercó a la valla de nuestro lado. Sin importarle en absoluto mi presencia y dándome la espalda, se bajó la cremallera, se sacó la polla y empezó a mear pegado al muro – que uno también tiene sus necesidades – eso me hizo gracia.
  • ¡Tú no te cortes! – mentiría si negase que no me excitó tener a mi lado a un tío de ese calibre con la picha fuera, así como si afirmara que no me hubiera apetecido que lo hiciera de lado en lugar de dándome la enorme espalda que tenía… menuda escenita para que hubiera aparecido Lorena o alguien peor.
  • ¡Uf! Es que tenía que descargar, que aunque no beba alcohol trabajando, nos hartamos de agua bien fría para refrescarnos del calor que nos meten... – no le di importancia a ese comentario.
  • Haces muy bien – dije dedicándole otra sonrisa mientras se la sacudía y se la guardaba para volver de nuevo a mi lado. Sacó un cigarro y se lo llevo muy sensualmente a la boca. Me dio morbo pensar que esa misma mano había sostenido su pene unos segundos antes.
  • Toma – en ese momento se sacó el encendedor de su pantalón, resbalándosele el mismo de entre los dedos y cayendo éste en el suelo, justo a mi lado.
  • ¡Ay, qué ágil eres! Yo lo cojo – me separé del coche, me agaché con mis piernas juntitas y se lo cogí. Al levantarme me dio un mareo a causa de haber estado un rato quieta y del efecto que tiene el tabaco sobre mí, provocando que el alcohol tenga más poder, y me tambaleé un poco hacia la furgoneta blanca.
  • Rubia, que te caes – era cierto que torpemente me sostuve con los tacones, por lo que él, hábilmente, se abalanzó sobre mí y se pegó al coche en el lugar dónde yo estaba, agarrándome por los hombros sosteniéndome delante de él. Ahora era Marcos el que estaba apoyado en la puerta del piloto con sus piernas estiradas y ligeramente abiertas, y yo en medio de él, con mis piernas juntitas, y sostenida por sus manos que me acababan de agarrar.
  • Ya, ya, estoy bien, es que ha sido al levantarme, habrá sido de fumar – le contesté comprobando mi nueva situación y como estaba de cerca suya, mientras me frotaba un poco la frente por el mareo.
  • Pues nada, trae – me quitó el cigarro de la mano y lo tiró al suelo junto al suyo-, ya está, así no te mareas – yo empecé a reírme – pero que sepas que eso no es de fumar… eso es por haber bebido más de la cuenta, pequeña.
  • ¡Pero si apenas he bebido! – frase típica de la que está un poco mucho pasadilla. Nuevamente miré a mi alrededor y tomaba consciencia de lo que podía pasarme en un sitio tan oscuro y claustrofóbico –
  • No te creo nada, a ver que vea… - en ese momento quitó sus manos de mis hombros, colocándolas sobre mi cintura. Con toda la confianza del mundo me pegó más a él, pero sin llegar a contactar físicamente. Quedé entre sus dos piernas abiertas justo enfrente de él a poca distancia. – Mírame… – obedecí –… y ahora mira para arriba con los ojos – le seguí obedeciendo sintiendo el contacto de sus dos manos sobre mi cinturita – ¡Uf! Los tienes preciosos... pero rojísimos ¿eh? Eso son por lo menos cuatro o cinco copas, rubita... – dudo que hubiese visto el rojo de mis ojos con esa carencia de claridad.
  • Pues han sido… - yo puse carita de interesante y levantando mi mano derecha como una niña chica a la que le preguntan la edad le indiqué que: CINCO.
  • Vaya, normal entonces que te marees, con este cuerpecito que tienes son demasiadas… - yo le sonreí volviendo a bajar mis brazos, dejándolos caídos en paralelo a mi cuerpo sin saber dónde ponerlos, quedándose sus manos aún en mi cintura. Se le notaba que no quería perder el contacto físico, y yo, que no oponía resistencia a su acercamiento.
  • No ha sido para tanto…
  • Pues tus ojitos no dicen lo mismo… – me miraba fijamente a unos cuarenta centímetros de mí –… y dime entonces una cosa… ¿has gastado todo lo que traíais en alcohol? – eso me hizo gracia, no comprendí su pregunta, pero sonreí.
  • Pues prácticamente, porque de ese dinero hemos bebido las siete personas que hemos venido, multiplica casi diez euros que vale la copa por lo que nos hayamos podido tomar – dije orgullosa sonriendo, como una cría a alguien que le impone respeto.
  • ¡No me lo creo! Pues sí que habéis bebido vosotras…
  • Pues sí, ¡ya sabes que no miento! – dije riéndome mientras el permanecía muy serio mirándome fijamente.
  • Pues vaya, el dinero que traías eran muchas copas… ¿quieres decirme que no te queda nada en tu… monedero? – me preguntó mirándome con descaro mi pecho derecho. Yo empecé a reír y ya sentir leves cosquilleos por su forma de trabajarme.
  • Pues eso me temo, ni en mi monedero, ni en los bolsillos ni en ningún sitio, chiquillo, todo fundido.
  • Pues mira, esta vez no te creo – dijo para picarme.
  • ¡Pues deberías!
  • A ver, no mientas Barbie, aquí algo debe haber… – miró hacia abajo, y soltando su mano derecha de mi cintura, la llevó con calma a la cremallera que tenía delante mi minifalda, dejando dos de sus grandes dedos sujetando el cierre - … ¿puedo?... –me pidió permiso para abrir la cremallera, algo que no me importaba, ya que solamente tenía las llaves de casa y no iba a encontrar nada. De hecho no llevaba nada en ninguna parte.
  • Tú mismo… – le dije inclinando mi cuello hacia abajo para ver en la oscuridad lo que me hacía. Corrió lentamente los siete u ocho centímetros de cremallera e inmediatamente introdujo sus dedos índice y corazón dentro, ya que no dejaba el bolsillo margen de mucho más.
  • A ver… - empezó a catar las llaves y llegó hasta abajo, algo que se produjo sin necesidad de que los tuviera que introducir enteros. Al comprobar que no había nada, pegó sus dedos contra la telita del interior y comenzó a rozarme el muslo de un lado a otro en el poco espacio que le permitía dicha tela. Aún así, intentó tirar hacia su izquierda, quedándose a escasos centímetros del triangulito de mi tanga. Una sensación de ardor invadió esa zona.
  • ¿Ves? – le dije aún con mi cabecita inclinada hacia abajo pero levantando mi mirada dulcemente, dejada llevar por su directa forma de actuar y su sutil manera de manosearme.
  • Pues tenías razón, en este bolsillo no hay nada… - volvió a cerrarlo –.
  • ¡Lo que yo te diga! – contesté disfrutando de la situación. En ese momento volvió a echarme la mano derecha a mi cintura y comenzó con ambas a acariciarme de arriba abajo suavemente. Me miró fijamente.
  • Eres muy guapa Carla, lo sabes ¿no? – eso me puso colorada a pesar de ser una frase más hecha que .
  • Que va, que va, eso tú, que tienes buenos ojos.
  • Buenos ojos, buenas manos, y muchas cosas buenas más – dijo en un tono algo chulesco.
  • ¡Es que eres muy bueno! – dije siguiéndole el juego al que me sometía sin pensar absolutamente en nada más y disfrutando del momento maromo que tontea con niñatilla.
  • No lo sabes tú bien… - giró su cabeza hacia la derecha y me miró con descaró la faldita de nuevo - Y dime, rubita… ¿atrás llevas algo?
  • ¿Atrás? - dije mirándome la faldita por encima del hombro y sacando culito.
  • Sí, claro, en los otros bolsillos, ya sabes… – se refería a los de mi minifalda. Yo empecé a reírme sabiendo por dónde iba. Pero lo peor de todo es que me gustó su idea y hasta me dio más morbo el saber si haría lo que estaba pensando.
  • No, no, no tengo nada, si son de adorno – lentamente bajó sus manos hasta situarlas sobre mis caderas, dónde apretó un poco para magrearme.
  • ¿De verdad? – contemplaba mi barriguita y mis pechos.
  • Sí, sí, de verdad – elevé mis brazos y coloqué mis manos sobre cada uno de sus antebrazos. Mi intención era que no hiciera lo que quería hacer, pero en lugar de eso, el contacto con sus extremidades tan musculados y suaves me emblandeció. Vamos, que me excitó poder tocarlo y que no dijera nada.
  • No te creo, voy a ver – sin que yo le pudiera (ni quisiera) oponer resistencia, fue lentamente llevando sus manos hasta la trasera de la minifalda ante mi atenta mirada, colocándolas perfectamente sobre cada uno de mis cachetes en la zona de los bolsillos.
  • Marcos… - le dije para que parara, única cosa que podía hacer en mi ebrio estado. Además, no me apetecía que parara.
  • No noto nada, te tengo que catar un poco mejor – tras decírmelo, y sin importarle nada lo que le pudiera decirle, me agarró por encima de la minifalda el culo, cogiéndomelo de lo lindo, y apretándome sobre cada cachete, que quedaban cubiertos con sus grandes manos. No pude apartar la vista de su cara de vicioso aprovechado y lo único que pensaba es que no me apetecía besarle, aunque estuviera sumida a su juego. Su ataque me estaba calentando, más aún cuando, agarrada como me tenía, me pegó directamente contra él, quedando la parte de mi faldita que ocultaba el triangulito delantero de mi tanga, pegado a su paquete. Para "defenderme" un poco, eché mi espalda ligeramente hacia atrás para que nuestras caras no quedaran tan juntas y puse mis manos sobre sus abdominales para frenarlo un poco con mis brazos flexionados. Mi escote quedó bastante cerca de él y bajó la vista para contemplarlo sin soltarme el culo. El tío me resultaba gigante.
  • ¿Tengo algo? – pregunté muy nerviosa y con la mente en las nubes. El macizo me estaba cogiendo el pompi en la oscuridad, y aunque debería molestarme, yo estaba tan convencida de que eso era lo que quería, que no puse resistencia. Es más, me preguntaba si le molestaría que le desabotonara un poco esa camisa tan ajustada que llevaba.
  • Pues tienes un culazo, – dijo con descaro sin soltarlo y haciendo leves magreos con sus manos sobre el mismo. Sentía nítidamente la presión que sus dos fuertes manos ejercían sobre cada uno de mis glúteos, y eso, muy a pesar, era lo que más me ponía que me hicieran en los preliminares. – me encanta, espero que no te moleste que te lo diga – yo no supe qué decir, me gustaba la situación y estaba calentándome. Me acordé de lo bien que me sentaba el vodka.
  • No me molesta... – dije yendo de buenecita. O más bien de guarrilla - Bueno… pero ya has visto que no llevo nada ¿no?... – le pregunté inocentemente por si me soltaba de una vez. No lo hizo, pero al menos sus caricias ahora no se centraron en mi trasero, sino que me las daba desde la parte final de la espalda hasta la mitad de mi culito, que quedaba bastante respingón por el efecto de los tacones y la posición en la que me encontraba a su merced.
  • En los bolsillos ya he comprobado que no tienes nada… pero… ¿Y en tu monedero? – me preguntó alargando la barbilla señalándome mi pecho derecho, que quedaba muy cerca suya, con claras intenciones de ir a más. Yo empecé a reírme nerviosa, pero esta vez miré hacía los coches y la acera del otro lado de la calle por si había alguien o aparecía Lorena, siendo plenamente consciente de mi situación, de la que por una parte quería huir, y por otra, quería saber a dónde iba a llegar. Curiosa que era una ante semejantes ataques varoniles.
  • ¡Aquí menos! - Le dije riéndome – no lo voy a tener lleno de monedillas – dije intentar calmar la tensión y los calambres que me estaban dando por la espaldita cada vez que bajaba con sus manos hasta el culo y me apretaba los cachetes. Aunque estaba en ese tipo de situaciones en las que sabía que iba a acabar la cosa en algo más que lo que estaba viviendo, él no era ese tipo de tíos que me llegaban a gustar para liarme, ya que no le encontraba atractivo a su rostro. Eso sí, tenía un cuerpo de esos que aún no había catado, y como niña pava que era por aquel entonces, el que él fuese portero de una discoteca como esa, representaba mucho para mí, por lo que no quería quedar de inexperta y mis intenciones eran estar a la altura de otras con las que hubiera podido liarse en mi misma situación.
  • A ver, ¿eres capaz de demostrármelo? – dijo muy convincente. Yo seguí riéndome alterada por su petición y no me faltaron las ganas de pedirle que me enseñara él otra cosa que tenía pegada a mi cuerpo.
  • Que no tengo nada, ¡de verdad! – mi risa nerviosa denotaba que me tenía frita.
  • Por eso mismo, no te va a costar nada mostrármelo ¿no? – debo aceptar, que por una parte me moría de ganas de hacerlo, pero por otra, sabía que eso podía suponer el punto de inflexión que provocaría un aumento exponencial de la temperatura de mi cuerpo, y sobre todo, de la del suyo.
  • ¿Pero qué quieres ver? – pregunté inocentemente.
  • Pues saber que escondes – me guiño un ojo pícaramente.
  • No hay nada… - insistí mirándole a la cara fijamente.
  • ¿Nada de nada? – yo intenté aguantar la risa ante su pregunta.
  • Hombre, nada de nada no… algo hay… ¡salta a la vista!- ya no pude aguantar la risa, pero simplemente por los nervios. Una vez más miré hacia la derecha por si venía alguien.
  • A ver… - De nuevo sin consentimiento, dejando su mano izquierda sobre mi cachete derecho (sobre la minifalda), alargó su mano derecha hacia la copa derecha de mi top haciendo el ademán de ir a agarrarlo, pero lo detuve antes de que lo hiciera.
  • No, no – con mi mano derecha le agarré de su muñeca y lo impedí. Estaba asombrada ante su falta de sangre. O lo que quiere decir lo mismo, su poca vergüenza.
  • ¿Por qué, princesa? – dijo para camelarme
  • Porque… esto te lo enseño yo… -le dije poniéndole la primera carita de zorra de la noche. En el fondo debí haberlo dejado que me metiera mano, pero no quise ser tan directa o resultar tan accesible, aunque resultara paradójico después de todo.
  • A ver, ¿Cómo lo haces tú? – seguía pendiente de mis pechos.
  • Pues así… – el volvió a colocar sus dos manos sobre mi culito echando su cabeza hacia delante, mientras que yo miraba hacia la derecha por si aparecía alguna persona cuya presencia pudiera enfriar aquella situación en la que estaba inmersa. Dejé mi mano izquierda sobre su cuello, agarrándole por detrás de su cuello, y llevé mi derecha a mi top, agarrando tanto éste como mi sujetador. Me incliné ligeramente con el hombro derecho hacia él y sin demasiada vergüenza tiré de mi ropita hacia delante, dejando que viese mi teta derecha en todo su esplendor, aunque escondida dentro. El hizo el intento de agacharse para darme un besito en ella, pero rápidamente lo cerré y volví a mi posición, esta vez abrazada a su cuello con ambas manos, pero estiradas guardando las distancias (con mi espalda echada ligeramente hacia detrás). Empecé a reírme por la travesura que acababa de hacer, por decirlo de manera fina.
  • Madre mía… menudo monedero – dijo sonriendo.
  • ¿A qué sí? – yo tampoco pude evitar reírme ante la tontería que acababa de hacer y que seguramente le había puesto a cien. Y a mí también.
  • Me ha encantado, pero está oscuro todo esto, no he visto mucho, lo mismo me estás engañando y si tienes algo ahí dentro… – yo volví a reírme de nuevo. Me encantaban todas y cada una de sus indirectas. Me encantaba la situación de tenerlo pendiente de mí.
  • Tengo algo, ya lo has visto – le saqué la lengua
  • Bueno, ya sabes… algo más que tus pedazos de tetas… - miré para la derecha nuevamente por si aparecía alguien. Esa frase me había subido un poco la temperatura y me hizo conocer de nuevo lo que tanto ansiaba.
  • Pues míralo tú... – le dije ya calentorra mirándole los pectorales que se le salían de la camisa y se le marcaban bajo el colorado cuello.
  • ¿No te importa? – En realidad lo que a mi me importara o no era obvio que no contaba mucho.
  • Tú eres el que debe asegurarse de que yo haya consumido… - le dije sumida en su juego, a sabiendas de que lo que estaba haciendo era ofrecerle mis pechos a un extraño que me estaba calentando sobremanera.
  • Pues no te muevas… – colocó su antebrazo sobre la parte baja de mi espalda y me obligó a soltarme de su cuello, así que dejé los brazos caer nuevamente a cada lado de mi cuerpo. Levantó su mano derecha conduciéndola hasta mi cuello, y, con extrema suavidad, deslizó mis dos tirantes sobre mis hombros dejándolos caer hasta mi codo. El no perdía detalle de nada de lo que me había y disfrutaba con cada milímetro de mi piel, tal y como reflejaban sus ojos. Colocó un dedo sobre ambas prendas como si fuese un gancho y las deslizó a la vez hacia abajo, describiendo éstas en su bajada la montaña que formaba mi pecho derecho sobre mi cuerpo. Fue descubriendo mi pezón mientras yo le observaba su cara de viciosillo, y no se detuvo hasta dejarla enteramente fuera, provocando con ello que casi saliera la otra, cuyo pezón quedó a la vista - … vaya pecho más bonito tienes rubia. – no dudó ni un segundo, y una vez que quedó libre, acercó su boca atrayéndome sobre él y me besó suavemente el pezón, haciendo ruido con sus labios y provocando que mi pecho se hundiera levemente. Se separó, lo miró, y repitió la operación, pero esta vez con un poco más de saliva y más ruido. Yo me puse cardiaca, era la primera vez en mi vida que un tío se jalaba mis tetas antes de comerme la boca. O por decirlo de otra forma, la primera vez que yo las ofrecía antes que mis labios. Mis diecinueve añitos versus sus treinta y pico largos años de malas artes y seducción nocturna. Ni disimulando me iba a librar de nada.
  • ¿Oye, tú no tienes que trabajar? – le pregunté sin oponer resistencia mirándole ahí abajo abrazada a su cuello.
  • Estoy trabajándote, ¿no lo ves? – En ese momento en el que me miró a la cara, volvió a su ataque, pero, ahora sí, abrió la boca y comenzó a succionarme el pecho de forma un poco violenta usando más saliva. El morbo me lo daban tanto el ver a un hombre de su edad disfrutar de mis pechos de esa forma, como lo salvaje de su acción, gimiendo y haciendo tantos ruidos como podía al chuparme. Yo bajé mi mano izquierda en su cara, y pasé la derecha por su cuello colocándola en su nuca, mirando fijamente como me estaba chupando el pezón al aire libre. Con su mano izquierda aún sosteniéndome para que no me fuese hacia atrás, llevó la derecha de nuevo a mi otra parte del top y, bajándome los otros dos tirantes, dejó mis pechos a la vista de la oscuridad que nos ocultaba. No tardó en comenzar a succionarme el izquierdo, dejándome los dos totalmente empapados en saliva. Yo no perdía detalle, y podía comprobar en su entrepierna como se iba calentando a medida que me lamía y chupaba. O más bien succionaba, porque parecía un auténtico bebé que se alimentaba de leche. No tardó en sacar su lengua y en comenzar a jugar con mis pezones dándole vueltas, estando éstos totalmente erectos y duritos, lo que provocó que, sin evitarlo, soltara los primeros gemiditos de la madrugada. Iba de una a otra como un poseso, y no se paró a preguntarme cómo estaba o qué quería, el ya sabía perfectamente lo que buscaba. Me encantaba que me hicieran eso, sobre todo si murmullaban o balbuceaban haciéndomelo, señal del disfrute que les otorgaba mi cuerpo. Cuanto más mojados iba poniendo mis tetas, más secos se iba poniendo mis labios – de la boca, porque los otros se humedecían y empapaban por si recibían visita -.
  • Marcos, para ya… - le dije excitada. Era consciente de que de allí no me iba a escapar, pero tampoco sabía lo que quería exactamente por mi estado de casi embriaguez. En ningún momento tomé conciencia verdadera de que estaba en plena calle, por muy oscuro que estuviera el lugar en el que disfrutaba.
  • ¿Qué te pasa? – me preguntó lamiéndome el cuello como un animal lame a su presa dirigiéndose hacia arriba, dejándome los pezones como piedras ansiosos de ser pellizcados.
  • ¡Jo!, que tengo calor… – le contesté de forma muy dulce, abrazándome a su cuello, e invitándole a que prosiguiera su camino a mi boca. Cuando lo hizo, habiéndome babeado el cuello y la barbilla, nos fundimos en un apasionado beso con lengua. Abrí la boca lo máximo que pude y, uniendo mis labios a los suyos, dimos comienzo a una batalla de lenguas excitadas y gemidos incesantes (aunque me picara mucho su bigotito y perilla). Le metí la lengua lo más profundamente que pude, pero me detuvo con la suya y se introdujo en mi boca. Comencé a respirar entrecortadamente, más cuando él llevó sus dos manos a la parte trasera de mis muslos, subió acariciándomelos y directamente comenzó a catar mi culo. Empezó por debajo de mi minifalda un delicioso magreo de mis nalgas que no hicieron más que demostrarme el calor que irradiaban todas las partes de su cuerpo. Yo, por el contrario, no pude separarme de su cuello, al que me agarraba férreamente con mis brazos para que su boca no se moviera de la mía. Ahora era yo la que parecía poseída. No tardó nuevamente en intentar bajar a devorar mis pechos desnudos que habían quedado nuevamente cubiertos al subir yo mis bracitos para aferrarme a él, algo que comprendí y le solté para que lo hiciera, bajando nuevamente mis brazos. Sobre mi pecho, le agarré de su cabeza de nuevo, plenamente consciente de los efectos que éstos causaban en los tíos con los que me liaba, y dejé que nuevamente, y más excitado, siguiera con su cena de madrugada. Mientras lo veía succionarme otra vez las mamas de esa forma, me puse a recordar la de tiempo que hacía que no tenía un tío en ese calibre disfrutando de mi cuerpo, por lo que inevitablemente se me vino a la mente Ángel, y el dónde debía estar o qué debiera estar haciendo. Al instante de tener esa imagen, se nubló mi pensamiento y apareció ante mi vista Marcos apretándome del culo mientras aplastaba su cara contra mi pecho derecho y lo mamaba como si se le fuese la vida en ello. Yo estaba frita de placer, y el no parecía estarlo menos, tratando de llevar sus manos lo más bajo posible de mi trasero en busca de mi coñito, que hacía ya rato que había empezado a humedecerse, y que muy sinceramente, iba pidiendo poco a poco la visita de una polla que lo llenara.
  • ¡Uf!... – soltó un gemidito
  • ¿Te gustan? – le pregunté excitada mirando cómo me estaba dejando totalmente babeada con los pezones durísimos y extra sensibles. Me pasé la lengua y me mojé los labios.
  • Riquísimas, me dan ganas de follártelas – eso me dejó pillada, demasiado duro para mí en ese momento-, únicamente les falta un poco de color… - eso me hizo gracia.
  • Es lo malo que tiene el bikini – le contesté excitadísima ya viéndolo mamarme sin compasión.
  • Es que si usas bikini, es normal que… – llevó una de sus manos al hilo de mi tanga y lo separó de mi culito, al que yo trataba de mantener prieto –… estas cositas luego no te cubran lo blanco que te dejan – El contacto de sus manos con zonas más íntimas de anatomía me estaban sacando de mis casillas definitivamente.
  • Da igual… son cosas que no se ven… - referida evidentemente a lo poco que cubría mi tanga con respecto al bikini de la playa. A día de hoy puedo usar un tanguita de hilo sin reparo en playas poco transitadas.
  • ¿Qué no se ven? – me preguntó levantando su cabeza e invitándome a que le chupase la lengua nos fundimos en otro apasionado beso.
  • No se ven... – le dije tentándolo mientras subía mis brazos para abrazarle nuevamente, lo que provocó que mis pechos se medio taparan de nuevo. Rápidamente dejó de magrearme el culo y posó sus manos en mi cintura. Comenzó a darme besitos por las orejitas, el cuello y bajó por mi escote, lo que me provocó que involuntariamente cerrara mis ojitos y mirara al cielo dejándome hacer. En ese preciso instante noté como el empezaba a dejarse caer, resbalando su espalda por la ventanilla y puerta del Audi, por lo que inmediatamente llevé mis manos al pañuelo de su cabeza. Se quedó en cuclillas justo a la altura de mi ombligo, al que empezó a besar y ensalivar. Así mismo, llevó otra vez las manos a mi trasero y bajó sus besitos hasta el borde de mi minifalda.
  • Qué rica estás, rubita... – No pude evitar comenzar a suspirar en el momento que levantó mi minifalda introduciéndose debajo y me pasó la lengua en el espacio de vientre que me quedaba entre esta y el pequeño tanga.
  • Marquitos... – dije alteradísima mirando para la derecha del parking, con mis piernas totalmente juntitas.
  • Solamente quiero ver lo blanquita que estás por aquí... no pasa nada reina... – sus palabras no eran desde luego muy tranquilizadoras, menos aún cuando dejó su mano derecha manoseando mis glúteos y con la izquierda comenzó a bajarme el tanguita muy lentamente por delante, usando su dedo índice como gancho, besando cada centímetro de piel que me descubría sin importarle nada dónde estábamos.
  • Por ahí no...
  • ¿Por aquí no qué? – me preguntó sacando su cabeza de debajo de mi minifalda para echarme una mirada de niño travieso desde abajo. En ese instante su mano había bajado ya lo suficiente como para que comenzaran a verse mis pelitos, y él lo notó.
  • Nada... – dije excitada ante sus quehaceres en la oscuridad.
  • Entonces por aquí SÍ... – volvió abajo y me plantó un beso sobre todo mi vello púbico, algo que no pude ver por tener mi minifaldita sobre su cara. No contento con eso, volvió a acercar su cara y me plantó tres o cuatro besos más haciendo más fuerza sobre la zona. Eso favoreció que mi humedad interior aumentara, así como mis deseos íntimos. Es decir, me entraron ganas de estar en su misma posición, pero besándole otra cosita.
  • Marcos, sube que puede venir alguien... – en ese momento, bajó de un tirón mi tanga hasta dejarlo a la altura de la mitad de mis muslos, que permanecían lo más unido que podía ponerlos para no facilitarle lo que quería, hundió su cabeza sobre mi entrepierna e introdujo la lengua moviéndola de izquierda a derecha, probando con facilidad el sabor de mi coño caliente. Me sentía como buena putita y lo estaba disfrutando, a pesar de faltarme valor para abrirme de piernas y dejar que me lo comiera a placer, algo que estaba frita porque me hiciera.
  • ¡Humm! Qué coñito más rico tiene la rubita... – dijo mientras no paraba de hacérmelo, acertando en más de una ocasión en mi alterado clítoris. Cuando paró al cabo de unos instantes, me plantó otro beso en la zona más baja que pudo de mi monte de Venus, casi en el inicio de mi rajita, y subió colocándome el tanguita en su sitio, aunque lo dejó mal puesto. Se plantó en mi cara y me volvió a besar magreándome el culo pegándome contra él. Ya sí podía decir que el muchacho está excitado, y yo mucho más, que por cortada me había quedado sin que me lo lamiera a placer.
  • ¿Ves como no se ven marcas…? – le dije sumida en una tremenda excitación y dándole juego a mi lengua.
  • Claro que se ven… lo que pasa que no las he buscado bien… ponte esto... - increíblemente me puso el top y el sujetador en su sitio – no vaya a ser que pase alguien y nos vea… - no comprendí el porqué tanta preocupación después del festín que se había dado arriba y abajo-... ahora quiero que te pongas aquí…
  • ¿Cómo? – le pregunté curiosa y expectante, dejándome usar para su goce y disfrute, que eran a la vez los míos.
  • ASÍ – bruscamente me dio la vuelta y pegó su paquete ya alterado y perceptible contra mi culito. No pude evitar soltar un gemido de placer cuando me apretó desde atrás y me mordió el cuello apartándome el pelo.
  • Qué guay… - fue lo único que pude soltar antes de que comenzara a magrearme cada uno de mis pechos con sus manos nuevamente sobre la ropa con gran exaltación. En ese instante, me llevó hacia delante y me pegó contra la furgoneta, ante lo que tuve que poner mis manos para no ensuciarme. Él, sin importarle mucho tal extremo, se puso en cuclillas detrás de mí, momento en el que más muñeca putita me sentí. Era plenamente consciente de lo que quería, y yo, muy en contra de mis ideales de aquella época – el tener pareja estable - por la que pasaba, me dejé llevar.
  • Ábrete un poco – entendiendo perfectamente lo que quería, puse mi culito en pompa arqueando mi espalda para ofrecérselo "todo", separé mis piernas dejando mis pies con una separación de unos 75 centímetros y sentí rápidamente como me levantaba la minifalda con su cabeza prácticamente plantada en mi culo. Fue ese momento, a pesar del rato de besos íntimos y magreos que llevábamos, en el que me di cuenta de que al final iba a acabar follándome allí mismo si lo deseaba, por lo que se me pasaron por la cabeza un montón de cosas, tales como que no había condones, que estaba en plena calle, que no sabía dónde estaba la gente con la que había venido, que yo era la única que tenía llaves o que nos podían ver. Todo eso quedó en un segundo plano en el instante en el que, sin importarle mi higiene "íntima", me plantó un lengüetazo en pleno boquetito del ano que me hizo ver las estrellas.
  • Ostias… - dije cerrando los ojos al tiempo que me mordía el labio inferior. Mi estado provocaba que mis sentidos se agudizaran y todo roce más íntimo de lo normal fuese magnificado por mis terminaciones nerviosas.
  • Cállate y no grites ahora ¿eh? – fácil de decir, pero difícil de hacer. Echó mi tanguita para un lado y comenzó a comerme todo lo que pudo. Comer, literalmente hablando. Con sus fuertes manos me separaba los glúteos empujándolos hacia arriba y me lamía con su lengua mi culo, mi perineo y la empapada entrada de mi vagina. No paraba de hacer ruiditos y su excitación se le notaba por como movía su cabeza de un lado a otro, totalmente metida ésta entre mis nalgas. Hasta ese día, jamás me había comido mi entradita trasera de esa forma. Introducía su lengua mientras apartaba los glúteos y me escupía para facilitar que ésta accediera bien, produciéndome una sensación de humedad y total chorreo. Otra vez de nuevo, volvía a pasar su lengua entre mis labios inferiores sin llegar al clítoris, pasando por mi vagina y volviendo a través de mi perineo a comerme el culo. Y varias veces más en las que no paró de darme un increíble placer, pero obviamente en ese estado, lo que yo quería era que me comiese el coñito entero, no que me hiciera eso por más tiempo.
  • Marcos… - logré decir entre gemiditos.
  • ¡Shhhh! – El proseguía en su afán anal y estaba totalmente perdido en esa tarea comiéndome por detrás, algo que como he dicho, no me disgustaba en absoluto.
  • ¿Cómo que shhhh? – dije chulita y excitada buscando mi propio placer. En ese instante me giré, y como el permanecía en el suelo en cuclillas, pasé mi pierna derecha por encima de su hombro dejándola ahí sostenida, apoyándome con mi pierna izquierda en el suelo torpemente, y le planté toda mi abierta y húmeda rajita en la boca. El no le hizo ascos, y a pesar de que no es aconsejable que te practiquen sexo oral anal y luego te lo hagan en el coño sin previa higiene bucal, la comidita que empezó a hacerme sujetándome desde atrás con sus fuertes y anchos brazos fue sencillamente brutal. Miraba hacia abajo y le veía extra motivado mirándome fijamente, mientras con su boca abierta pegada a mi entrepierna, dejaba salir a su lengua que me estaba destrozando de placer el clítoris a base de presión y vueltas. Siguió ahí unos breves instantes más hasta que fuera de sí, tiró de mi tanga hacia la izquierda y lo rompió por dos sitios. En lugar de molestarme como ya me pasó una vez, lo que hice fue agarrar se cabeza por su pañuelo y comenzar a refregarle mi rajita de arriba abajo por toda la boca, que ya la tenía predispuesta para comerme de lo lindo y hacer presión dónde debía. Durante un par de minutos no deje de gemir y suspirar, y ni el hecho de estar pegada a una furgoneta sucia y abandonada, ni que mi tanga estuviera en el suelo, me impedía disfrutar de ese pedazo de tío y lo que me estaba regalando. Tras otro instante más en el que me magreó el culo a placer a la vez que me comía y me dejaba el chochito totalmente abierto y empapado de jugos y saliva, se detuvo, y con su mano izquierda me bajó mi pierna al suelo, dejándome ligeramente abierta de pie y sin ropita interior ante su atenta mirada. En ese instante se levantó y me agarró el cuello para besarme y darme a probar mi propio sabor.
  • Me encantan los coñitos jóvenes con poco vello – me confesó antes de meterme mano de nuevo. Noté como varias gotas bajaban por el interior de mis muslos llegando a la rodilla, sintiéndome como una auténtica guarra que espera que la rellenen por haber sido mala.
  • ¿Qué te ha parecido el mío? – muchas veces he pensando en aquel momento, y la conclusión que saco es que mi única intención era quedar por encima de las tías que se había follado, no ser una más, sino dejar huella y dejar el listón alto. Menudas ideas.
  • Exquisito, pero le pasa como a tus pechos, los podrías llevar perfectamente morenito si te vinieses conmigo a la playa un día de estos… - me susurró -.
  • Más adelante... puede... – le dije mirándole fijamente sin saber que iba a querer después de aquella noche de morbo.
  • Pues mira, cuando quieras… – me decía mientras me mordía y lamía el cuello, sin dejar de sobarme el culito, que debido a mi separación de piernas le daba vía libre para coger lo que quisiera, quedándome con las ganas de que me introdujese sus gordos e inflados dedos –… te vienes conmigo a una playita que conozco… – seguía dándome besitos - y vas a ver tú que pronto te pones morena… íntegramente…
  • ¿Es una invitación? – Le pregunté de manera sensual con los ojitos cerrados dejándome hacer a su nuevo ataque de cuello.
  • ¿Serías capaz o no? – me preguntaba para saber dónde estaba dispuesta a llegar.
  • Puede… - le contesté sinceramente en esos momentos.
  • Te pondrías así de morenita todo el cuerpo… - me soltó el culo y se llevó las manos a su correa, que se desabrochó con gran habilidad, se quitó el botón de pantalón y corrió su cremallera para abajo. Yo me quedé un poco de piedra ante lo que hacía, pero no perdí detalle de cómo se bajó levemente su prenda de vestir, mostrándome, con la poquísima luz que nos iluminaba, que no había dos tonos diferentes en su piel. Al menos lo que se podía apreciar a simple vista. No llevaba calzoncillos. Yo le miraba fijamente ahí, ya que su pantalón se quedó prácticamente dónde comenzaba la base de su depilado pene. Me incliné un poco atónita ante semejantes músculos abdominales.
  • Pues sí que estás bien, sí – tal y como estaba, con su pantalón abierto y la cremallera bajada, se acercó a mí y me volvió a coger directamente del culito. Yo, dejada llevar por mis instintos, alargué mis brazos y, a sabiendas de que su pantalón no me ofrecería impedimentos, llevé mis manos para catar ese pedazo de trasero que tenía. El se pegaba contra mí, y en un instante mientras nos besábamos apasionadamente, pasó su mano derecha delante, e introduciéndose por debajo de la mini, comenzó a masturbarme suavemente el clítoris, labor que le facilité abriéndome más de piernas y que él se empeñaba en hacer bien a base de mojarse los deditos con mis jugos vaginales para no hacerme daño con la sequedad de sus dedos y el roce con mi rajita. En ese instante se separó un poco de mí y comenzó a morderme y susurrarme al oído. Yo me dejaba hacer mientras me masturbaba y le agarraba atrás como podía, ya que su anchura no me permitía llegar muy lejos con mis brazos.
  • Carla… - preguntaba excitado y con la respiración entrecortada sin parar de mover sus dedos en el comienzo de mis labios inferiores - ¿Qué edad tienes?... – buena hora para preguntármelo… pensé.
  • Soy mayor de edad… - le dije haciéndome la importante ante un tío mayor que me masturbaba en la oscuridad de la noche.
  • Y eso son… - su lengua no cesaba sobre mi cuello.
  • Diecinueve…
  • Diecinueve añitos y ya estás hecha una buena zorrita de discoteca ¿eh? – yo asentí con la cabeza y un leve "ajá".
  • Me encanta serlo… - afirmé para calentarle.
  • ¿Me lo demuestras? – dijo muy chulito dejando mi cuello y mirándome a la cara.
  • ¿Quieres? – le pregunté mirándole a los ojos expectante.
  • Ahora mismito, ya lo creo – dijo convencido. En ese momento me cogió de los hombros y me hizo bajar en cuclillas abajo, dejándome su pantalón abierto delante de la cara. Una extraña sensación me invadió. Lo primero que pensé es que lo que me propuso hacer ya había pensado yo hacérselo hace rato y no me atreví a ser tan lanzada, lo segundo es que me daba un poco de respeto que, bueno, hubiera orinado instantes antes, y lo tercero era que dado ese paso, no quedaba duda de que lo que me iba a meter en la boca, iba a acabar entrando y saliendo de mi en medio de un parking público. ¡Ah!, sin nombrar que no tenía ropa interior y estaba abierta casi en el suelo.
  • Hummm… - me acerqué lentamente evitando caerme, mientras el apoyaba ambos brazos sobre la furgoneta y se mantenía de pié con la cabeza inclinaba hacia abajo sin querer perder detalle - … tu vigila que no venga nadie ¿eh? – le dije al tiempo que le daba un besito en su bulto pasa romper el hielo, con mis cosquillas por el estómago por el ansía vérsela de una vez. Vale, y por chupársela al portero, algo que era más morbo que otra cosa.
  • Tú ya sabes lo que tienes que hacer, tienes pinta de saber mucho… - tras eso le agarré de atrás de sus muslos y lo traje más hacia mí, algo a lo que él ayudó pegando su paquete prácticamente contra mi cara. Muy intrigada y ante su atenta mirada, comencé a bajarle el pantalón colocando mis manos sobre la correa por la zona de sus caderas, apareciéndose poco a poco la base de su polla y el tronco de ésta. Yo estaba deseosa y abría los ojos para dilatar mis pupilas y ver más en la oscuridad, hasta que de un tirón, él mismo se lo bajó hasta los muslos, dejando aparecer su polla ante mis ojos a escasos centímetros de mi boca. Un olor relativamente fuerte me vino de pronto, a pesar de que él no tenía ni un solo pelo, y a pesar de que había pensado que me impondría cierto reparo, me pasó lo contrario, su olor a hombre, a machito de noche y a sexo me incitaron a ser más lanzada. Tenía la polla más gruesa que había visto en mi vida, y eso que aún no sabía con exactitud como serían todas sus proporciones al no estar empalmada, aunque sí inflada y en semi erección, con el glande fuera y ligeramente angulada hacia delante. Era muy oscura, y no solamente porque no había luz, sino porque es cierto que parecía morena haber estado tumbada al Sol.
  • Hum… - dije sorprendida de verdad – vaya amiguito tienes – mirándola con mi boca entreabierta, se la cogí con mi mano derecha desde la base y la levanté formando un ángulo recto dirigida a mi cara. Comencé a masturbarle lentamente, viendo como el pellejito cubría y descubría el gran glande que poseía, cuando de repente y sin previo aviso, Marcos me agarró con su mano derecha de la cabeza y me llevó hacia ella de un solo tirón.
  • Chúpala ya, guarrilla – Por su empuje a mi cabeza no tuve más remedio que abrir la boca y dejar que su capullo y un poco más de carne de su tronco desaparecieran al entrar dentro de mi húmeda cavidad. Acto seguido, y para continuar con la energía que él mismo me había impulsado, me eché hacía detrás salivando cuanto pude, y volví a tragarme el mismo trozo de polla que antes. Me dio un poco de sensación de agobio el estar en cuchillas con los tacones, con tan poquísima luz, y con su camisa que se me venía encima y me cubría la cara. Independientemente de eso, los primeros movimientos de cuello hacia delante y hacia atrás sirvieron para que su arma comenzara a crecer de forma exponencial en mi boca y fuesen adquiriendo mi propio sabor. Tal es así que hubo un momento en el que mi mano derecha no podía abarcar el grueso sobre su base, algo que me daba especial morbo y que solamente había vivido una vez unos meses antes, pero que me impedía tragar mucho. Lo mismo pasaba con su glande y el resto del tronco, que al ser tan gruesos (la polla le mediría unos dieciocho centímetros de larga y no sé cuánto de ancha, pero su glande ya me daba susto) apenas podía tener unos centímetros dentro de mis fauces, dándome éste hecho un morbo especial, a lo que se unía que hacía mucho que no chupaba algo tan bonito y bien formado. Acostumbrada a la polla de mi novio que era muchísimo más fina – y corta, aunque suene a tópico, pero sin ser pequeña -, con esta no podía hacer juegos de garganta – los primeros que hacía por aquel entonces acabé por abandonarlos porque me daban ansías -, por lo que me limité durante un par de minutos a ponérsela a tope a base de tragarme el glande y unos cuatro o cinco centímetros más con la boca bien abierta. Como estaba acostumbrada, succionaba su polla poniendo mis labios gorditos, permitiendo que esta entrada en mi boca y tocara arriba con el cielo de mi boca, y por debajo, en la zona del frenillo, se rozara entrando y saliendo con mi lengua, que seguía a toda esa zona cuando abandonaba mi boca para volver a entrar. Salivé mucho cuando su pene estaba totalmente duro y empalmado, y aproveché mis propios líquidos para, con la mano, ensalivarle el resto del tronco y que la masturbación que le estaba profiriendo fuese lo más cálida y suave posible. Tanta saliva no tardó en llegarle hasta su escroto y comenzó a chorrear por el interior de sus muslos. Me dejé llevar y cerré los ojos para concentrarme mejor, obviando así el sitio y el cómo estaba, consiguiendo hacérsela de manera suave y muy dulce. No tardé más que tres o cuatro minutos en cogerle el gustillo a ese pene y a disfrutar de su grosor en mi boca, que la tenía que abrir más de lo normal para recibirla, lo que sabía que luego me dejaría molesta la mandíbula como alguna vez me pasó. Al contrario de lo que pensé al principio, el no me obligó a que tragara más, dejándose hacer totalmente a mis encantos bucales y a lanzar gemidos y suspiros, además de llamarme "zorrita" en alguna ocasión o hacer alusión a las pollas que tenía que haber tragado ya con mi edad. Once o doce, le confesé en cierto momento de descanso en el que le pasé mi lengua varias veces por los lados de tronco.
  • ¿Te gusta? – le pregunté sin cesar en mis movimientos de cuello y mano tras adularle su tamaño y afirmarle lo rica que estaba. Pura psicología para calentar que escondía un claro mensaje: me estaba encantando chupársela.
  • Lo haces increíblemente suave… tu ya no podrás decir que no se la chupaste a un portero, eres una juguetona más... - dicho eso, más caliente y soltándosela para que ella sola se quedara bien empalmada delante de mí, comencé, con la lengua fuera de mi boca, a pasársela por todo el capullo en círculos haciéndole presión a la puntita. Veinte segundos que lo volvieron loco, hasta que eché mis manos a su culo, y tragándome lo que pude de polla, comencé a mover rápidamente mi cabeza de detrás hacia delante, provocando que el ritmo de sus gemidos aumentaran de grado e intensidad. También los míos. Un minuto aproximadamente estuve dándole con todas mis ganas (y las de mi boca, que sufrió más de un golpe de su glande en la campanilla que casi que me hacen vomitar) cuando comencé a creer que se iba a correr.
  • ¿Sigo? – le pregunté con la boca totalmente ensalivada mirando hacia arriba, masturbándole con fuerza con la mano derecha para que no se le bajara semejante maravilla. Tenía mis manos empapadas en mi propio líquido.
  • Sí, metete el glande y suéltala… – Él mismo, con su cara de vicioso, dirigió la polla a mi boca y me metió el glande y un poco más de tronco dentro, empezando lentamente a meterla y sacarla de mi boca, dónde recibía dentro las caricias de mi juguetona lengua –… ahora pon boquita de succionar… – tal y como me dijo, obedecí y comencé a succionarle la polla que el mismo empezó a meter en mi boca al ritmo que se marcaba su cadera. Me estaba follando la boca a placer y yo lo estaba disfrutando –…joder, como siga así me corro… – Bajó el ritmo y dejo su polla en mi boca, recibiendo más masajes linguales en su punta. Yo se la agarré con mi manita derecha y sacándola de mi boca, comencé a pajearle nuevamente ante mi rostro. Levanté mi cabeza y le miré sin cesar en mi empeño de hacérselo para que no me olvidara.
  • Yo no quiero que te corras… – le dije con voz de penilla al tiempo que se la cogía de la base y me la volvía a introducir en la boca. Nuevamente, comencé a chupársela lentamente desde el glande hasta tanto como podía llegar, sin que me tocara al inicio de mi garganta, pero esta vez, le miraba a los ojos, brillantes en la oscuridad, con mi boca formando una gran O al recibir su elemento, dejándole ver todo lo que podía hacer.
  • Correr me voy a correr, pero desde luego no ahora… - se inclinó hacia abajo y agarrándome por las axilas me levantó, poniéndome de pie. Yo le miré hacia abajo, comprobando como se agarraba la polla desde la base dándose suaves meneos. Ahora sí, desde mi nueva posición, comprobaba el tamaño real de su polla y lo que había estado chupando ahí abajo (hasta me dieron ciertas ganas de volver a hacérselo). Me sentí orgullosa de estar ahí disfrutando sin pensar en nada más por el momento. Él me agarró de las muñecas y me giró hacia el otro lado para pegarme la espalda contra el Audi. – Ábrete un poco – Me ordenó al ponerse enfrente de mí. De pie como estaba me abrí dejando otra separación lateral entre mis tacones de unos ochenta centímetros y completamente ignorante de lo que él quería hacer así. Pronto lo descubrí. Con su mano izquierda me agarró mi culo tanto como pudo abarcar, y con la derecha, pegándose totalmente a mí, comenzó a pasar su polla por mi rajita. Primero suavemente de delante atrás, y luego, y más bruscamente, dándome golpecitos con el glande en el clítoris. O al menos dónde él pensaba que estaba. Cierta sensación de preocupación me invadió al comprobar que su anchura era más gruesa que la distancia que había del extremo de un labio superior al otro, algo que no me había pasado antes, y que no sabía como acabaría. Bueno, sí lo sabía, pero no exactamente.
  • Hm… - no paré de gemir mientras me golpeaba, sintiendo perfectamente su durísima herramienta golpear mi delicado coñito, y solamente ansiaba ya el momento de su estocada final en esa oscura esquina del parking.
  • ¿Entrará? – preguntó chuleando por el tamaño de su polla
  • Prueba un poquito – le contesté muy calentorra y curiosa por sentir eso dentro de mí sin darle la menor importancia a sí había o no protección de por medio.
  • Qué bien... – desde su misma posición, se agachó doblando ligeramente sus rodillas, facilitando así un mejor ángulo para una posible penetración, comenzando a ofrecerme un magnífico roce sobre toda mi almejita con su duro pene, y cuando yo creía que iba a empezar a hacer presión con su glande sobre la entra de mi vagina, me dio la vuelta bruscamente, pegando mis pechos contra la ventanilla del coche y la llevó directamente hacia dónde mencionaba, mi coñito desde atrás.
  • Joder, con cuidado – me puse en pompa tan rápidamente como pude mientras me agarraba al Audi y, tal y como hice antes, arqueé mi espalda para facilitar su trabajo, pero en lugar de sentir su lengua entrando en mí, noté como un glande que ya me costaba mantener en mi boca, comenzaba a abrirme por dentro, empujando a la vez que separaba mis labios inferiores. Gracias a Dios y al calentamiento continuo al que me había visto sometida, mi vagina estaba sobradamente lubricada y en constante dilatación, por lo que su polla fue entrando lentamente sin causarme dolores, aunque sí molestias que me obligaron a abrir más mis piernas torpemente. Lo que si notaba era como su grosor me abría y aún no veía el momento en el que dejara de meterme carne, aunque ya más relajadamente al saber que su cabezón había entrado.
  • Qué estrechita eres, putita – dijo muy excitado empujando lentamente. Oficialmente, ya era una víctima más de sus malas artes. Y me gustaba serlo.
  • Sí… - contesté sobreexcitada. En realidad no es que quisiera decirle eso, más bien me apetecía adularle el tamaño de su pene, pero mi estado, y las ganas de empezar a sentir sus embestidas me dejaron sin aliento. Una vez hubo metido y sacado lentamente su arma lentamente para amoldar mi vagina a su grosor, comenzó a bombearme de manera más normal, sin llegar a hacerlo de forma excesivamente rápida o a un ritmo lento. Me estaba follando, tapé mi boca, y comencé a gemir de gusto en los primeros compases de su mete saca callejero.
  • Cuando te vi – decía excitado sin dejar de penetrarme suavemente dejándome sentir el calor de su polla – me dije… – hacia breves pausas mientras me agarraba fuerte de las caderas para facilitar la penetración y el empuje - … esta es para mí…
  • ¿Ah sí?... – yo no paraba de suspirar sintiendo cada centímetro de su amiguito.
  • Sabía que tenías novio… - me decía para calentarme más, mientras mis brazos iban perdiendo la fuerza para sujetarme en el techo del coche -… pero sabía que eras de las que le gusta lo bueno – decía con maldad apretando los dientes y dándome un poco más fuerte a medida que iba entrando sin problemas de espacio. Nunca me había sentido con algo tan grande dentro de mí. Al menos en lo que respectaba a su ancho.
  • Pues dame más de lo bueno… - le supliqué como nena buena sintiendo dentro de mi cuerpo su durísima carne.
  • ¿Quieres más? – en ese momento y llevado por la alteración me dio un cachete en mi glúteo derecho con la palma de su mano.
  • Sí… - contesté muy obediente iniciando un leve movimiento para sentirla más y mejor.
  • Vente para acá – sacó su polla de mí, dejándome una sensación de extremo calor por su contacto en la zona (y de apertura), y de una forma en cierto grado violenta, me agarró de la cintura y me llevó delante del coche, en el capó, justo dónde yo antes había orinado, empujándome y haciéndome caer de cintura para arriba sobre él de cara. Quedé totalmente en pompa con mis piernas abiertas, mientras yo permanecía apoyada con mis codos sobre el motor del coche. – No, no separes las piernas. – El mismo las unió, dejándolas juntitas manteniendo mi culito en pompa, buscando así un mayor roce con mi interior.
  • ¿Así? – Giré mi cabeza para atrás observando como ese pedazo de tío introducía nuevamente su polla en mí, haciendo más presión que antes y comenzando un mete y saca más brusco solamente facilitado por mi extrema lubricación interior y la nueva postura.
  • Qué gustazo… - Ahora sí estaba sintiendo perfectamente su anchura y profundidad. No escatimó en esfuerzos para follarme lo más fuerte que pudo, dejándome escuchar el ruido de sus huevos chocar contra mí. Yo, que no aguanté mucho en esa posición, decidí echarme sobre el capó como si estuviera dormida sin dejar de gemir y jadear. Coloqué mis dos manos bajo mi cabeza, y dejé que tanto mis pechos como mi barriguita quedaran sobre el mismo, con mis pies en el suelo y mis piernas firmes siendo sujetadas desde la cadera por sus manos. Aunque en realidad era su cadera la importante, ya que a velocidad de vértigo me zumbaba el coño sin miramientos, produciéndome, a sabiendas de que yo no me iba a correr, un placer infinito.
  • Sigue así… - le pedí medio adormilada de placer mientras que mi cuerpo iba de delante hacia atrás limpiando un poco el coche debido a sus embestidas. Continuó unos instantes en los que ya comencé a sentir molestias en los pies y la cintura, hasta que me pidió otro cambio.
  • Rubia, quiero ver la carita de zorra que pones – sacó su herramienta totalmente empalmada, me levantó y me dio la vuelta. En ese momento nos fundimos en un cortísimo beso con lengua, en el que sentí perfectamente su polla muy dura golpearme el vientre. Me levantó de la cintura y me sentó en el capó. Comprendí perfectamente lo que quería. Me eché hacia atrás abriéndome de piernas y me sujeté con mis antebrazos y los codos para no resbalarme hacia el lado por la inclinación que tenía esa parte del coche. Estaba tumbada y abierta nuevamente, con ganas de terminar, pero con ganas de seguir.
  • Así, bien abierta – él mismo, sujetándome por la parte de atrás de las rodillas y pegando mis muslos a mi barriga, me abrió a su gusto, dirigiendo su polla a mi entrada y comenzando de nuevo su particular lubricación. Tras dos o tres pequeñas penetraciones, en las que noté nuevamente como su glande me abría, me dejó sentir lentamente como me la metía enteramente, abriéndome como nunca me habían abierto, y dejándome una sensación de sumisión que pocas veces había sentido. Comenzó a meter y sacar sin dejar de sujetarme las piernas, que permanecían hacía arriba, cuando, tras varios movimientos, una de mis sandalias cayó al suelo.
  • Más fuerte… - le rogué haciendo un nuevo intento porque llegara ese tan ansiado orgasmo, que únicamente era capaz de obtener por la estimulación del clítoris. En ese momento, en el que no tuve que hacer mucho esfuerzo para que me follara más fuerte, viendo desde mi nueva posición la magnitud y anchura de todo su cuerpo, y como estaba totalmente empapado en sudor, sonó un leve "pí" en su bolsillo de la camisa. Sin dejar de darme lo mío y sin cesar su intensidad de folleteo, sacó con su mano derecha el pinganillo y se lo colocó en el oído, para de nuevo, volver a agarrarme la pierna y facilitar así mi postura para su trabajo. Contestó.
  • Qué pasa… – dijo serio tratando de no parecer excitado sin dejar de penetrarme -… sí, ya, ya termino con la perrita – hubo un segundo en el que le decían algo -… pues la rubia… - eso me dejó pensativa, pero me excitó por lo que pensé en aquel instante. Se quitó inmediatamente el aparatito y volvió a la posición en la que me follaba sujetándome con ambas manos. Comenzó a darme muy fuerte y pude notar a la perfección lo durísima que la tenía.
  • ¡Ah! – exclamé en un momento, ya que mi culito sobre el capó del coche se había movido más de la cuenta y me había dado un pellizco contra el mismo. Incliné mi cabeza, que en ese momento tenía echada hacia atrás mirando al cielo, hacia delante, contemplando el movimiento de mis pechos de un lado a otro por sus golpes al follarme, así como su polla entrar y salir de mí. Volví a plantearme en mi estado de sometimiento vaginal como era posible que esa cosa tan grande entrara y saliera de mí con tal facilidad. El ruido de ésta con los flujos de mi interior que la dejaban brillante a la vista de la poca luz que llegaba, me sacaba de dudas al respecto.
  • Ya termino – dijo mirando desde su posición, de pie contra mí, el cómo su polla desaparecía dentro de mí – cuando te diga, te pones aquí debajo de rodillas – de rodillas evidentemente no me iba a poner, de cuclillas como mucho. Aunque eso no era relevante, lo importante es que quería eso para correrse en mi boca, y no me importó en absoluto, a pesar de que aquello por aquel entonces me daba un asco terrible. Yo, mientras sufría sus últimas embestidas, comprobé como mis pechos se habían salido de mi ropa, mostrando estos mis pezones. De tanto movimiento y dada mi postura con los codos anclados en el capó del coche, habían caído mis tirantillas, provocando que mis dos pechos, de tanto subir y bajar, se hubieran permitido el lujo de salir a tomar el fresco. Aunque evidentemente era todo mi cuerpo el que se movía ante el crujir de la chapa del coche.
  • ¿Ya? – pregunté en parte ansiosa por terminar, y en parte por recibir lo que me correspondía. El aceleró el ritmo, se pegó a mí echándose levemente hacia delante, levantó mis piernas, que en posición totalmente horizontal hacia arriba pegó a su pecho y, agarrándome de la cintura con violencia, empezó a meter solamente una pequeña parte de la longitud de su polla a velocidad de vértigo durante veinte o treinta segundos, en los que me excitó más su increíble cara de violador que el acto sexual que me ofrecía. Se agarró la base de su polla, y se dedicó exclusivamente a meter y sacar el glande y poco más. Me estaba abriendo el coño, literalmente hablando.
  • ¡YA, vamos, vamos! – gritó casi desesperado sacando su polla de mí echándose hacía detrás. Yo bajé como pude del coche y me puse en cuclillas delante de él, que se masturbaba con muchísima fuerza (hasta pensé que se iba a hacer daño). Intentando ser buena perrita, como él había dicho, abrí la boca con mi cara mirando al oscuro cielo y esperé a que él se aproximara. Me agarró desde detrás de mi cabeza y sin mirar mucho dónde apuntaba, comenzó a soltar varios chorritos de un semen muy caliente y denso sobre toda mi faz, cayendo únicamente sobre mi boca dos o tres gotitas. Su orgasmo se notó por los gemidos que emitía en ese instante, un tanto bruscos y que se tradujo en un momento de gigantesca excitación, tanto para él, como para mí.
  • ¡Joder!... – exclamé con los ojitos cerrados y la cara llena de semen. Inmediatamente después, sentí como me plantaba la polla en la cara y esparcía el semen por dónde pillaba. Para evitar que lo hiciera y que me dieran en mi ojo derecho (de lo poco que no había sido bañado), abrí la boca y me moví para limpiarle el glande (y evitar que me siguiera dando en la cara)
  • Joder rubia… que maravilla… - Me introduje su polla unos segundos en la boca y le di una buena limpieza de capullo, escupiendo después lo que le limpiaba junto a las gotas que anteriormente habían caído dentro de mí, evitando así que me pudieran dar arcadas por la impresión (y el asquito). Se quedo unos instantes ahí paralizado y yo en cuclillas con el ojo derecho entreabierto observando como el reaccionaba poco a poco.
  • Pues ahora necesito limpiarme… - dije desde mi misma postura para que me diera los pañuelitos que había encima del coche. En lugar de limpiarme él, me las entregó, y como pude comencé a limpiarme y a ponerme la ropa bien. Necesite la ayuda del retrovisor para no dejar nada "blanco" visible mientras él se arreglaba la ropa y se encendía un cigarrillo a mis espaldas. Cuando lo hice, me giré y se echó sobre mí pegándome contra la puerta del piloto del coche.
  • ¿Estás bien?
  • Genial – le dije siendo apretada por su cuerpo con la cara un poco pegajosa y la boca con sabor a tabaco, pene y semen. Se acercó y me dio un beso en la boca igualmente con esos sabores. Llevó su mano izquierda a mi rostro y me acarició, dándome otro suave beso en la cara dedicándome una pícara sonrisa.
  • Carla, me da igual que tengas novio, yo quiero conocerte mejor – me decía insistiendo sobre otra posible cita, tal y como hizo anteriormente con lo de la playa, con claras intenciones de hacer un repeat.
  • ¡Hum! – yo ponía cara de pensativa, mientras comenzaba a sentirme incómoda por la situación de no tener ropa interior, haber estado demasiado tiempo con él (más de media hora), y no saber dónde estaba el resto de la gente. Es como si ya hubiera hecho lo que tenía que hacer y comenzaran a darme los agobios que me provocaban tener ciertas obligaciones para con otras personas.
  • Hum no, ¿Qué te parece si me das tu teléfono y te llamo un día de estos? – me propuso. A mi aún me temblaban los muslos y sentía un ardor en mi vagina, que notaba además totalmente abierta.
  • Es que no puedo… - le contesté sin saber que quería exactamente - … voy a estar hasta el miércoles con mi novio y mis amigas aquí…
  • ¿Hasta el miércoles? – preguntaba sin soltarme
  • Sí, es que vivo en Málaga...
  • Pues te invito a mi apartamento el Jueves, está aquí cerca… nos vamos a cualquier playa, comemos algo, charlamos, y si quieres y te caigo bien, te quedas a dormir – me decía maliciosamente.
  • No lo sé... – contesté un poco agobiada mirando hacia la parte del parking por la que podía venir alguien – tú me llamas el Jueves y ya te comento que día pudiera ser…
  • Perfecto. ¿Ahora qué te parece si nos vamos yendo de aquí?
  • Será lo mejor - terminé

Comenzó a andar a un par de metros por delante de mí, mientras que yo lo seguía caminando torpemente con la cabeza dándome vueltas del mareo que llevaba. Avanzamos por en medio del parking, y me fijé curiosa si había gente en los coches. Algunas parejas estaban dentro de los mismos, y algunos aparcamientos estaban ya vacios. Se habían ido coches de allí y ni me había enterado ni los había oído. Así de concentrada debí estar instantes antes. Antes de girar la esquina le pedí a Marcos que mirase a ver si había gente, algo que hizo corroborándome que no había nadie que pudiera ocasionarme problemas. Al avanzar por la fachada principal del edificio fui mirando hacia la derecha por si veía a Lorena, algo que deseaba de todo corazón. Me sentía sucia e incómoda, pero también y por otra parte, muy satisfecha. Llegamos al callejón, dónde el chico de color le chocó la mano que Marcos le tendió y me miró sonriente con sus dientes totalmente blancos. Yo le ignoré y miré hacia la izquierda, viendo a Lorena hablando con el chico al que yo llamaba Don Estatua. Al verme puso cara de circunstancias y sin decirme nada me agarró del brazo y me dijo que nos fuésemos para los servicios. Antes de dejarme secuestrar, Marcos apuntó mi teléfono y le dedicó una sonrisita maliciosa a Lorena – me acabo de follar a tu amiga, quería decir más o menos -. Al entrar dentro, tras esperar una mucho más corta cola, le conté con pelos y señales lo ocurrido, me aseé un poco y me calmé. Lo único que no le gustó fue lo de la pérdida del tanga – segundo que perdía ese año así -, algo que comprobó al enseñarle yo sonriendo mi pubis desnudo, pero por lo demás hasta se alegró por mí. Ella, por su parte, me narró que se había ido a comer tranquilamente, haciendo tiempo ya que se imaginaba perfectamente lo que podía pasar al verme con él en aquella situación, y que al volver, se había puesto a charlar con los porteros. Al preguntarle cómo sabía ella que yo aún estaba con el maromo en el callejón, me confesó que lo sabía porque había escuchado a los porteros hablar sobre el tema en la puerta, dejando caer que le quedaba un ratito por llegar, por lo que se imaginó que estaría conmigo y volveríamos a aparecer a la vez. No se equivocó, por lo que le agradecí enormemente su gesto, que de no haber sido así, hubiera hecho saltar las alarmas a la gente con la que habíamos venido.


Volvimos a la discoteca, encontrando al resto tirados en uno de los sofás. Sergio con Natalia, mi prima con el otro chico charlando, y Ángel y César casi tumbados. Habían estado en la zona VIP y se habían hartado de beber gratis, por lo que no aguantaron más y cayeron rendidos. Suerte de ese hecho porqué evitó que mi novio se pusiera pesadito conmigo, llegando a atosigarme si hubiese ido sobrio. Tras hablar de marcharnos por el estado de los chicos – y el nuestro -, a pesar de quedar aún un par de horas o más para que cerrara la discoteca – no eran ni las cinco -, mi prima se despidió de su chico intercambiándose teléfonos y como pudimos, fuimos abandonando el local. A la salida tuve la suerte de no encontrarme con Marcos, pero sí con el resto de porteros que me miraban de forma incesante – sí, me la han metido bien metida, ¿y qué?, pensé en ese momento caminando con mis brazos cruzados y mis muslos bien juntitos, a pesar de sentirme más que abierta -.

No sin dificultades llegamos al chalet y acabamos entrando como pudimos. Ángel, César y Sergio, entre bromas y comentarios, decidieron ir a despejarse dándose un baño en la piscina, algo a lo que todas, excepto Natalia, nos negamos. Yo fui directamente a la ducha para lavarme.


Tras un relajado rato en el que dejé caer sobre mi desnudo cuerpo agua templada rememorando torpemente los mejores momentos de la noche, salí y me sequé mirándome al espejo. Sentimientos de confusión me invadieron de nuevo. Me había quedado con ganas de más, y no me importaba ser un nombre nuevo en una lista de putitas nocturnas en poder de un macizo como ese. 


Tras secarme, me senté sobre la tapa del retrete y me exploré abierta sobre él. Al mirarme, además de comprobar cómo tenía los labios inferiores y la entrada de la vagina de colorados y de sensibles, aprecié como el tamaño de la entrada de ésta había aumentado. No recordaba haberla visto jamás tan dilatada, incluso me asusté un poco al principio. Podía meter perfectamente algo más que un dedo gordo dentro sin necesidad de rozar con él en la vagina. Aunque evidentemente eso volvería poco a poco a su estado normal, no pude evitar recordar el pollón de Marcos abriendo mi delicada flor, mientras me acariciaba mis labios superiores con suavidad rememorándolo. Me apeteció tenerlo allí recién salido de la bañera, mostrarle lo que me había hecho, y que disfrutara de nuevo de mi limpio y sedoso cuerpo tras la ducha. Que me lamiera los pezones nuevamente, me apretara los pechos con malicia como hizo antes, que me levantara en sus brazos y me tumbara en la cama de matrimonio de la habitación. Quería ser nuevamente suya, disfrutar plenamente sin mirar si venía alguien o si me pudiera manchar, quería gozar hasta el final sin limitaciones de ningún tipo, enseñarle lo bien que sabía hacer las cosas y que me llevara al éxtasis.


Salí de la ducha, me puse el pijamita – una camisetilla blanca sin nada debajo, muy en contra de las órdenes de Ángel, y un short sobre un tanguita – y me asomé al balcón para decir que me iba a acostar, que estaba reventada y necesitaba descansar. Mientras, los cuatro permanecían dentro de la piscina y Lorena y mi prima terminaban de asearse para dormir igualmente.


Caí rendida, algo que no suele pasarme jamás cuando vuelvo de marcha, cuando los tímpanos me pitan tras tantas horas de música ensordecedora, y cuando volví a abrí los ojos, la luz del sol ya entraba por los pequeños boquetitos de las persianas y Ángel dormía en calzoncillos a mi lado. Me daba vueltas la cabeza y tenía una resaca de tres pares de narices. El despertador marcaba las 13:40 horas de la tarde.


En ese momento de cansancio y soporífero calor me volví caprichosa. No quería tener a Ángel ahí, quería a Marcos. Quería un cuerpo grande y cultivado, quería un tío que me diese morbo y me despertara el apetito sexual, quería volver a sentirme libre y deseada. Imaginé lo que hubiera hecho si hubiese sido el gigante que me abrió el coñito la noche anterior el que hubiera despertado a mi vera. Hubiese deseado despertarlo de la mejor de las maneras y comenzar bien el día, esto es, bajándole los calzoncillos hasta quitárselos y empezar a besar, a lamer, a chupar y a succionar una enorme polla que despertara en mí los deseos más inconfesables. Evidentemente, y con los años, el tamaño pasó a ser algo secundario como objeto sexual, pero siempre era motivo para que aumentara mi morbo y mi calor interno el ver algo de tamaño poco común. Y esa mañana, me apetecía mucho abrir la boca y segregar saliva mirando a los ojos a un montoncito de músculos que tras ello, me hiciera gozar como me merecía.


Ni que decir tiene que el hecho acontecido la noche anterior supuso el principio del fin de mi idilio con Ángel, por lo que el resto de los días que allí pasamos traté de evitarle como buenamente pude, sin poder excusarme en dos ocasiones a mantener relaciones sexuales con él – hoy no lo hubiera hecho de ninguna de las maneras-. Pura inercia que se iba a acabar en el momento de regresar a Málaga el miércoles siguiente. 


Tal y como tenía planeado, al llegar y charlar con mis padres tras días sin verlos, me escudé en ellos para no quedar con Ángel, aduciendo que tenían muchas ganas de estar conmigo tras el viaje y que no me apetecía salir – el tenía pavor a mis padres, en especial a mi padre, por eso no iba a venir a mi casa -. Evidentemente el miércoles noche me lo pasé hablando por teléfono con Lorena exponiéndole mi nerviosismo por si Marcos no me llamaba al día siguiente. Esa misma noche me afeité por primera vez de forma perfecta todos los pelitos de mi cuerpo. Al día siguiente, como no podía ser de otra forma, me llamó a mediodía. Ilusionada como hacía tiempo que no estaba, hablé con él y me dijo que le gustaría verme esa misma tarde antes de trabajar, por lo que decidido se plantó en Málaga junto a una gasolinera que le indiqué. Me puse muy contenta al verlo – y el más, todo hay que decirlo – y tras un rato de charla y un paseo en coche, nos fuimos a un lugar "íntimo" para dar rienda suelta a nuestras ganas contenidas.


Tras aparcar su coche en un descampado muy frondoso y lleno de árboles que quedaba además cerca de la casa de Ángel, nos fuimos a la parte de atrás, y mucho más cómodamente, dejamos que nuestros cuerpos hablaran hasta que acabamos haciéndolo – esta vez se colocó un condoncito XL - en una sola postura. Yo permanecía abierta sobre él, el cual estaba sentado el asiento de atrás, mientras con sus manos puestas en mis glúteos me levantaba y bajaba. A la vez, se empachaba de mis pechos – que no pararon de moverse de un lado a otro- y mi boca. Una vez acabamos, y tras sentir de nuevo la sensación de escozor y dilatación vaginal, le confesé lo mucho que me gustaba y lo que me apetecía estar con él en algún otro sitio con más calma, tiempo y dedicación. Confesión que a pesar de lo que me imaginé, sirvió para que el también me narrara la especial debilidad que sentía hacía mí por encima del resto. Del resto, en general. No quise preguntar. 


Me propuso irme un par de días a su apartamento, algo que me iba a resultar realmente difícil por tener que mentirle a mucha gente para realizar una escapada así, pero le dije que le llamaría en cuanto pudiera hacerlo. Ganas no me faltaban.


Esos días evité ver a Ángel excusándome con dolores de cabeza que me impedían salir – en realidad salí poco y tomaba el Sol en la piscina de mi casa -, sin poder quitar de mi mente la figura de Marcos. Buscando una solución a mi problema andaba, cuando vi en Lorena – la única que sabía de mi aventurilla – la solución al mismo. Aprovechando que ella se iba el domingo a pasar unos días con su padre – él y su madre están separados – le propuse irme con ella. Irme imaginativamente, por supuesto. Eso me sirvió de excusa para hablarlo con mis padres y proponerle a Marcos irme para allá ese día y pasarlo con él. Estuvo encantado de la vida y me pidió el quedarme a dormir, algo que yo iba a hacer de sobra.

Pasando de mi novio estuve hasta que dejé echar el tiempo encima y únicamente hablamos cuando el autobús ya me llevaba hasta Marbella la mañana del domingo. Me podría haber llevado el coche que tenía por aquel entonces pero eso hubiera hecho sospechar a mis padres, y no quería más problemas de los que me podía buscar. Llegué a eso de las doce con una sola maleta con ropa y él me esperaba en la estación. Estaba entusiasmada.


Al recibirme me dio un cálido beso con lengua y tras subir al coche emocionada y charlar un poco, directamente nos fuimos a la playa. Comimos en un chiringuito y echamos un rato más en la misma. Por la tarde, sobre las siete, aún con mucha luz y bastante calor, fuimos a su pequeño apartamento, cuyo desorden y caos me fascinaron. Mientras él, amablemente, deshacía mi maleta y arreglaba la casa, yo me duchaba. Salí liada en una toalla y me puse a arreglarme el pelo, recibiendo besitos e intentos por bajarme la tela que me cubría para empezar a degustar mis pechitos – ya me confesó en el polvo del coche que le ponían sobremanera, tal y como yo ya me imaginé en su día -. Lo mandé a la ducha, y mientras lo hacía, me termine de secar el pelo y embadurnarme con cremita hidratante – after sun -. Eché las persianas de su habitación un poco para crear un ambiente más íntimo y totalmente desnuda me tiré sobre la cama de matrimonio, esperándole girada hacia el sentido de la puerta. Cuando salió con su toalla liada a la cintura se dirigió a la habitación y, al verme, se detuvo en la entrada a contemplarme. Yo no dije absolutamente nada, solamente le miraba deseosa de que me poseyera. Se separó del marco de la entrada y dejó caer su toalla, mostrando su alterada polla con ganas de juerga. A saber que hizo en la ducha. No tardó mucho en abalanzarse sobre mí dando comienzo al primero polvo del día. ¡Qué manera de follarme!


A sabiendas ya de que yo tomaba las pastillas y me fiaba plenamente de él, el sexo se volvió de lo más normal. Lo hicimos esa tarde de forma un tanto brutal, en la que dejamos constancia a los vecinos de que mi presencia en la casa del macizo era exclusivamente para disfrutar y ser follada – no paré de gritar y gemir-. También lo hicimos toda la noche, después de cenar en la calle algo de pescadito. Fue la velada nocturna de más actividad sexual de toda mi vida. Llegué a perder la noción del tiempo entre tanto trasiego de posturas y variantes, de gemidos y jadeos, y palabrotas y calentamientos. Hicimos de todo en su cama, en los sillones del sofá y hasta en la terraza que tenía cerrada en la salita. Fue la primera vez que hacía el amor teniendo como fondo horas y horas de películas porno, a través de las cuales Marcos me iba diciendo que hiciera tal o cual cosa, o como le gustaban a los tíos – con sus gustos, claro - diversas prácticas – algo que yo conocía perfectamente pero que me encantaba ver cómo me lo explicaba (y practicaba) -. De ahí sacó el apelativo cariñoso que usaba conmigo en la intimidad, llamándome su pequeña pornstar. Desde luego que motivos no le faltaban, ni a mí tampoco – y no me refiero precisamente al hecho de que esa noche en su cama si acertara de pleno en su corrida y me llenara la boca de calditos blancos -. Hicimos prácticamente de todo – incluida una cubana, o cómo él decía, "me folló las tetas" - y me di cuenta que escondía en uno de sus cajones un arsenal de condones de todos los sabores, cremas para masajes y lubricantes para juegos de pareja, y hasta un par de juguetitos "íntimos" que en ningún momento se me pasaron por la cabeza usar. Lo que si usamos fue uno de los lubricantes. A cuatro patas estuve un rato recibiendo sus embestidas sobre la cama, cuando tras haber sido penetrada analmente por uno de sus deditos mientras su polla me abría el coñito, me dejé llevar y me convenció para probar el sexo por la entrada trasera. Evidentemente eso no funcionó – ya tenía problemas para meterme el glande -, y lo dejamos para otro momento – a día de hoy nunca he hecho sexo anal -, divirtiéndonos usando el resto de posiciones que dicta el kamasutra. Dormí como hacía tiempo que no hacía, pero como es habitual en mí, me despierto pronto si no estoy en mi propia cama.


A la mañana siguiente, al despertarme y ver la realidad que me rodeaba, lo vi como un sueño cumplido. Únicamente cubierta con un tanguita fucsia, comencé a besarle su musculoso y depilado cuerpo mientras él despertaba lentamente acariciándome el pelo. No tardé mucho en tomar el desayuno que días atrás había soñado y comencé a disfrutarlo de una forma sencillamente maravillosa. Quince minutos – o más - estuve con mi boca y lengua haciéndole de todo en su polla, hasta que, sin querer evitarlo, acabó corriéndose, dejándome sentir el calor de su semen sobre mis manitas que lo pajeaban – a la vez -. El favor me lo devolvió ofreciéndome otra interminable y muy dulce comidita de chocho que me llevó al éxtasis al cabo de un rato de estimulación del clítoris – si no desperté a los vecinos únicamente fue porque ya estarían despiertos-. Aún así, y después de la que le había dado, le quedaron fuerzas para seguir jugando, ofreciéndome una mañana de más jadeos y sudores. Fuimos a comprar algo de comida para el almuerzo, y tras reposar un poquito antes de bajar a la playa, lo sorprendí con un lanzado – y algo torpe y poco preparado - striptease que acabó nuevamente siendo el preludio de una calurosa tarde de saliva, sudor, semen y flujos vaginales. No recordaba hacer pasado tantas horas sin necesitar tan poca ropa. Estar desnuda se convirtió con él en lo habitual.


A la noche, y tras haber disfrutado sin tapujos del sexo durante dos días, me tuve que venir – muy a mi pesar - para Málaga, puesto que él trabajaba y yo no quería estar sola ni en su casa, ni en la discoteca. Al regresar le comenté a mi madre lo a disgusto que estaba en casa de Lorena, soportando tantas broncas y piques entre ellos, por lo que decidí venirme. Algo parecido le conté a Ángel por teléfono, confesándole que me vine porque estaba muy rayada con respecto a nuestra relación, y que no estaba convencida de querer seguir adelante. No tardó mucho en echarse a llorar, por lo que le pedí simplemente un tiempo para conocer mis sentimientos, algo que, tras tres horas de conversación telefónica, comprendió no sin poner pegas y clausulas. Evidentemente, nunca volví con él, a pesar de sus múltiples intentos posteriores.


Con Marcos me seguí viendo ese verano de forma esporádica y cada vez con menos frecuencia, circunstancia que se agravó más a medida que cuando yo le decía que tenía tal día disponible, el me ponía excusas como que tenía que ir al gimnasio, o preparar tal fiesta en su trabajo. Evidentemente, estaba quedando con todas las que podía y ya me cansé de pedirle cita para poder verlo, por lo que cuando fue él el que me buscaba a mí, le daba largas. Ya había sido suficientemente tiempo su muñequita y quería otras cosas. 


Es cierto que fue el tío con el que más me encapriché en muchísimos meses, pero desde luego, no fue el único que me dejó la almejita bien abierta ese verano.

Unknown

Escritor, recopilador, sexólogo, psicólogo y filósofo. Amante de las mujeres.

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