Sentado un viernes en mi oficina, enfrascado en mi trabajo,
no me había dado cuenta que estaba sonando el teléfono. Al contestar la voz de
la telefonista de mi empresa me informó:
-Don Manuel, una señora pregunta por usted, dice que es
personal-.
Molesto por la interrupción, le pedí que me la pasara,
esperaba que fuera importante y no la típica empleada de una empresa que
utiliza esta estratagema con el objeto que le respondas. Era Patricia, la
esposa de Miguel, mi mejor amigo. Nunca me había llamado, por lo que al oírla
pensé que algo grave ocurría.
-Pati, ¿en qué te puedo ayudar?-, le pregunté extrañado por
su tono preocupado.
-Necesito hablar contigo-, en su voz había una mezcla de
miedo y vergüenza, ¿me puedes recibir?-.
-Por supuesto, te noto rara, ¿ocurre algo?-, le dije tratando
de sonsacarla algo, ya que su hermetismo era total.
Me fue imposible descubrir que es lo que le rondaba por la
cabeza, debía de ser algo muy íntimo y necesitaba decírmelo en persona. Viendo
el tema, quizás lo mejor era el encontrarnos en algún lugar donde se sintiera
cómoda, lejos de las miradas de mis empleados, en un sitio que se pudiera
explayar sin que nadie la molestara. Le pregunté si no prefería que le invitara
a comer, y así tendría tiempo para explicarme tranquilamente su problema, sin
las interrupciones obligadas de mi trabajo. La idea le pareció bien, por lo que
quedamos a comer ese mismo día en un restaurante cercano.
El resto de la mañana fue un desastre, no me pude concentrar
en los temas, ya que continuamente recordaba su llamada, la tensión de sus
palabras. Conocía a Pati desde los tiempos del colegio, siendo una niña empezó
a salir con Miguel, todavía me es posible verla con el uniforme del Jesús
Maestro, una camisa blanca con falda a cuadros que le quedaban estupendamente.
En esa época, todos estábamos enamorados de ella, pero fue él quien después de
un partido de futbol, quien tuvo el valor de pedirla salir, y desde entonces
nunca habían terminado. Eran la pareja perfecta, él un alto ejecutivo de una
firma italiana, ella la perfecta esposa que vive y se desvive por hacerle
feliz.
Llegué al restaurante con cinco minutos de adelanto, y como
había realizado la reserva no tuve que esperar la larga cola que diariamente se
formaba en la entrada. Tras sentarme en una mesa de fumadores, y previendo que
tendría que esperar un rato, debido al intenso tráfico que esa mañana había en
Madrid, pedí al camarero una cerveza. No tardó en llegar, como siempre venia
espléndida, con un traje de chaqueta y falda de color beige, perfectamente
conjuntada con una blusa marrón, bastante escotada y unas gafas de sol que le
tapaban totalmente sus ojos.
Me saludo con un beso en la mejilla, todo parecía normal,
pero en cuanto se sentó se desmoronó, por lo que tuve que esperar que se
calmara para enterarme que es lo que le ocurría.
Estaba un poco más tranquila cuando me empezó a contar que es
lo que le ocurría.
-Manu, necesito tu ayuda-, me dijo entrando directamente al
trapo, -Miguel lleva unos meses, bebiendo en exceso y cuando llega a casa, se
pone violento y me pega-. No me lo podía creer hasta que quitándose las gafas,
me mostró el enorme moratón que cubría sus ojos por entero.
Nunca he aguantado el maltrato, y menos cuando este involucra
a dos personas tan cercanas. Si Miguel era mi mejor amigo, su mujer no le iba a
la zaga, eran muchos años compartiendo largas veladas y hasta vacaciones en
común, les conocía a la perfección y por eso era más duro para mí el aceptarlo.
-¿Quieres que hable con él?, le indiqué sin saber que realmente
que decir, esta situación me desbordaba.
-No, nada que haga me hará volver con él-, me dijo echándose
a llorar, -no sé dónde ir. Mis padres son unos ancianos y no puedo hacerles
eso. ¡Está loco!, si voy con ellos, es capaz de hacerles algo, en cambio a ti
te respeta-.
-¿Me estas pidiendo venir a mi casa?-, supe lo que me iba a
responder, en cuanto se lo pregunté.
-Será solo unos días, hasta que se haga a la idea de que no
voy a regresar a su lado-, en sus palabras no solo me estaba pidiendo cobijo,
sino protección. Su marido siempre había sido un animal, con más de un metro
noventa, y cien kilos de peso, cuando se ponía agresivo era imposible de parar.
No pude negarme, tenía todo el sentido. Miguel no se
atrevería a hacerme nada, en cambio si se enfadaba con su suegro con solo
soltarle una bofetada lo mandaba al hospital, pensé confiando en que la amistad
que nos unía fuera suficiente, ya que no me apetecía el tener un enfrentamiento
con él. Por eso y solo por eso, le di mis llaves, y pagando la cuenta le
expliqué como desactivar la alarma de mi piso.
Salí frustrado del restaurante, con la imagen de mi amigo por
los suelos, cabreado con la vida, y con ganas de pegar al primer idiota que se
cruzara en mi camino. Tenía que hacer algo, no podía quedarme con las manos
cruzadas, por lo que cogiendo mi coche me dirigí directamente a ver a Miguel,
quería que fuera por mí, como se enterara de que lo sabía todo y que no iba a
permitir que volviera a dar una paliza a su mujer.
Me recibió como siempre, con los brazos abiertos, charlando
animadamente sin que nada me hiciera vislumbrar ni un atisbo de
arrepentimiento. En cuanto cerró la puerta de su despacho, decidí ir al grano:
-He comido con Patricia, y me ha contado todo-, le dije
esperando una reacción por su parte.
Se quedó a cuadros, no se esperaba que su mujer contara a
nadie que su marido la había echado de su casa al descubrir que tenía un
amante, y menos a mí. Sorprendido, al oír otra versión de lo ocurrido, le dije
que no me podía creer que ella le hubiera puesto los cuernos y que en cambio si
había visto las señales de la paliza en su cara. Sin inmutarse, abrió el cajón
de su mesa y sacando un sobre me lo lanzó para que lo viera.
Eran fotos de Patricia con un tipo en la cama. Por lo visto,
llevaba más de un año sospechando sus infidelidades y queriendo salir de dudas
contrató a un detective. El cual, en menos de una semana descubrió todo, con
quien se acostaba y hasta el hotel donde lo hacían.
"¡Que hija de puta!", la muy perra, no solo se los
había puesto sino que me había intentado manipular para que me cabreara con él.
Hecho una furia, le conté a mi amigo como su mujer me había mentido, como me
había pedido ayuda por miedo a que le diera una paliza, no podía aceptar que me
hubiera intentado usar. Miguel me escuchó sin decir nada, por su actitud supe
que no se había enfadado conmigo por haber dado crédito a sus mentiras, al
contrario mientras yo hablaba el no dejaba de sonreír, como diciendo
"fíjate con quien he estado casado". Al terminar, con tranquilidad me
contestó:
-Esto te ocurre por ser buena persona-, mientras me
acompañaba a la puerta,-pero ahora el problema es tuyo, lo que hagas con
Patricia me da igual, pero lo que tengo claro es que no quiero saber nada de
ella nunca más-
Cuando me subí en el coche, todavía no sabía qué carajo
hacer, no estaba seguro de cómo actuar, lo que me pedía el cuerpo era volver a
la casa y de una patada en el trasero echarla, pero por otra parte se me estaba
ocurriendo el aprovechar que ella no tenía ni idea que su marido me había
contado todo, por lo que podía diseñar un castigo a medida, no solo por mí sino
también por Miguel.
Llegué a casa a la hora de costumbre, la mujer se había
instalado en el cuarto de invitados, colocando en la mesilla una foto de su ex,
al verla me hervía la sangre por su hipocresía, si necesitaba un empujón para
mis planes, eso fue suficiente. Se iba a enterar. Me la encontré en la cocina,
en plan niña buena estaba cocinando una cena espléndida, como intentando que
pensase lo que había perdido mi amigo al maltratarla. Siguiéndole la corriente,
tuve que soportar que haciéndose la víctima, me contara lo infeliz que había
sido en su matrimonio y como la situación llevaba degenerando los últimos tres
años, yendo de mal en peor y que la paliza le había dado el valor de dejarle.
-Pobrecita-, le dije cogiendo su mano,-no sé cómo pudiste
soportarlo tanto tiempo. He pensado que para evitar que Miguel te encuentre lo
mejor que podemos hacer es irnos unos días a mi finca en Extremadura-.
Su cara se iluminó al oírlo, ya que le daba el tiempo para
lavarme el cerebro y que cuando me enterara de lo que realmente había ocurrido,
ya estuviera convencido de su inocencia y no diera crédito a lo que me dijeran.
Todo iba a según sus planes, lo que no se le pasó por la cabeza es que esos
iban a ser los peores días de su vida. Esa noche llamó a sus padres,
diciéndoles que no se preocuparan que se iba de viaje y que volvería en una
semana.
Nada mas despertarnos, cogimos carretera y manta. Iba vestida
con unos pantalones cortos y un top, parecía una colegiala, los largos años de
gimnasio le habían conservado un cuerpo escultural, sus pechos parecían los de
una adolescente, la gravedad no había hecho mella en ellos, se mantenían
erguidos, duros como una piedra, y sus piernas seguían teniendo la elasticidad
de antaño, perfectamente contorneadas. Era una mujer muy guapa, y lo sabía, durante
todo el camino no paró de ser coqueta, provocándome finamente, sin que nada me
hiciera suponer lo puta que era, pero a la vez buscando que me calentara. Sus
movimientos eran para la galería, quería que me fijara en lo buena que estaba,
que me encaprichara con ella. Nada más salir se descalzó, poniendo sus pies en
el parabrisas, con el único objetivo que mis ojos se hartaran de ver la
perfección de sus formas. Poco después, se tiró la coca-cola encima, y
pidiéndome un pañuelo se entretuvo secándose el pecho de forma que no me
quedara más remedio que mirar sus senos, que me percatara como sus pezones se
habían erizado al tomar contacto con el hielo de su bebida.
Medio en broma le dije que parara, que me iba a poner bruto,
a lo que ella me contestó que no fuera tonto, que yo solo podía mirarla como un
hermano. Si lo que buscaba era ponerme a cien, lo había conseguido. Mi pene
estaba gritando a los cuatros vientos que quería su libertad, ella era
conocedora de mi estado, ya que la descubrí mirándome de reojo varias veces mi
paquete.
Llegamos a "el averno", la finca familiar que
heredé de mi familia. La mañana era la típica de septiembre en Cáceres, calor
seco, por lo que le pregunté si le apetecía darse un remojón en la piscina.
Aceptó encantada yéndose a poner un traje de baño, mientras le daba las órdenes
oportunas al servicio. Me quedé sin habla cuando volvió ataviada con un
escasísimo bikini, que difícilmente lograba esconder sus aureolas, pero que ni
siquiera intentaba tapar las rotundas curvas de sus pechos. Si la parte de
arriba tenía poca tela, qué decir del tanga rojo, que al caminar se escondía
temeroso entre sus dos nalgas y que por delante tímidamente ocultaba lo que se
imaginaba como bien rasurado sexo. Solo verla hizo que mi corazón empezara a
bombear sangre hacia mi entrepierna, y que mi mente divagara acerca de que se
sentiría teniendo encima.
Patricia sabiéndose observada se tiró a la piscina, manteniéndose
unos minutos dando largos, pero al salir sus pezones se marcaban como pequeños
volcanes en la tela. Viendo que me quedaba mirando, sonrió coquetamente,
mientras me daba un besito en la mejilla. Tuve que meterme en el agua,
intentando calmarme. El agua estaba gélida por lo que me contuvo
momentáneamente el ardor que sentía, pero no sirvió de nada porque al salir, la
muchacha me pidió que le echara crema en la espalda.
Estaba jugando conmigo, quería excitarme para que bebiera
como un gatito de su mano, sabiéndolo de antemano me dejé llevar a la trampa,
pero la presa que iba a caer en ella, no era yo. Comencé a extenderle la crema
por los hombros, su piel era suave, y estaba todavía dorada por el verano. Al
sentir que mis manos bajaban por su espalda, se desabrochó para que no lo
manchara, dejando solo el hilo de su tanga como frontera a mis maniobras.
Sabiendo que no se iba a oponer, recorrí su cuerpo enteramente, concentrándome
en sus piernas, deteniéndome siempre en el comienzo de sus nalgas. Notando que
no le echaba ahí, me dijo que no me cortara que si no le ponía crema en su
trasero, se le iba a quemar. Fue la señal que esperaba, sin ningún pudor se lo
masajeé sensualmente, quedándome a milímetros de su oscuro ojete, pero
recorriendo el principio de sus pliegues. Mis toqueteos le empezaron a afectar,
y abriendo sus piernas me dio entrada a su sexo. Suavemente me apoderé de ella,
primero con timoratos acercamientos a sus labios, y viendo que estaba excitada,
me puse a jugar con el botón de su clítoris, mientras le quitaba la poca tela
que seguía teniendo.
Su mojada cueva recibió a mi boca con las piernas abiertas,
con mis dientes empecé a mordisquearle sus labios, metiéndole a la vez un dedo
en su vagina. Debía de estar caliente desde que supo que nos íbamos de viaje
por qué no tardó en comportarse como posesa, y cogiéndome la cabeza, me exigió
que profundizara en mis caricias. Mi lengua como si se tratara de un micro pene
se introdujo hasta el fondo de su vagina, lamiendo y mordiéndola mientras ella
explotaba en un sonoro orgasmo.
Me gritó su placer, derramándose en mi boca, ella estaba
satisfecha, pero yo no, me urgía introducirme dentro de ella, y cogiendo mi
pene, coloqué el glande en su entrada, poniéndole sus piernas en mis hombros.
Despacio, sintiendo como cada uno de los pliegues de sus labios acogían toda mi
extensión, me metí hasta la cocina, no paré hasta que la llené por completo.
Ella al sentirlo, empezó a mover sus caderas en busca del placer mutuo,
acelerando poco a poco sus movimientos. Era una perfecta maquina, una puta de
las buenas, pero en ese momento era mía y no la iba a desperdiciar, por lo que
poniéndola a cuatro patas, me agarré a sus pechos y violentamente recomencé mis
embestidas. Ella seguía pidiéndome más acción, por lo que sintiéndome un
vaquero, agarré su pelo y dándole azotes en el trasero, emprendí mi cabalgada.
Nunca la habían tratado así, pero le encantaba, y aullando me pidió que
siguiera montándole pero que no parara de pegarle, que era una zorra y que se
lo merecía. Su sumisión me excitó en gran manera, y clavándole cruelmente mis
dientes en su cuello, la sembré con mi simiente. Eso desencadenó su propia euforia,
y mezclando su flujo con mi semen en breves oleadas de placer se corrió por
segunda vez.
Agotado me tumbé a su lado en la toalla, satisfecha mi
necesidad de sexo, solo me quedaba mi venganza, sabiendo que me quedaba una
semana, decidí dejarlo para más tarde. Ella por su parte, tardó unos minutos en
recuperarse del esfuerzo, pero en cuanto su respiración le permitió hablar, no
paró, diciendo lo mucho que me había deseado esos años, pero que el respeto a
su marido se lo había impedido, y que ahora que nos habíamos desenmascarado
quería quedarse conmigo, no importándole en calidad de qué. Le daba igual ser
mi novia, mi amante o mi chacha, pero no quería abandonarme.
Mi falta de respuesta no le preocupó, supongo que pensaba que
me estaba debatiendo entre mi amistad por Miguel y mi atracción por ella, y que
al igual que yo, tenía una semana para hacerme suyo. Lo cierto es que se
levantó de buen humor y riendo me dijo:
-Menudo espectáculo le hemos dado al servicio-, y
acomodándose el sujetador, me pidió que nos fuéramos a vestir, que no quería
quedarse fría.
Entramos en el caserío, y ella al descubrir que nos habían preparado
dos habitaciones, llamó en plan señora de la casa a la criada, para que
cambiara su ropa a mi cuarto. María, mi muchacha, no dijo nada pero en sus ojos
vi reflejada su indignación, mi cama era su cama, y bajo ningún concepto iba a
permitir que una recién llegada se la robara. "Coño, esta celosa",
pensé sin sacarla de su error. Error de María y error de Patricia, mi colchón
era mío y yo solo decidía quien podía dormir en él.
Comimos en el comedor de diario, porque quería la cercanía de
la cocina, permitiera a la muchacha el seguir nuestra conversación, y
convencido que no se iba a poder palabra, estuve todo el tiempo piropeando a la
esposa de mi amigo. Buscando un doble objetivo, el cabrear a mi empleada, y que
Patricia se confiara. Nada más terminar la comida, le propuse salir a cazar, me
apetecía pegar un par de tiros de pólvora, antes que en la noche mi escopeta
tuviera faena. Aceptó encantada, nunca en su vida había estado en un rececho,
por lo que recogiendo mis armas, nos subimos al land-rover. En el trayecto al
comedero no dejaba de mirar por la ventana, comentando lo bonita que era la
finca, creo que sintiéndose ya dueña de las encinas y los alcornoques que veía.
Durante todo el verano mis empleados habían alimentado a los
guarros, en un pequeño claro justo detrás de una loma, por lo que sabía que a
esa hora no tardarían en entrar o bien una piara, o bien un macho. No se
hicieron esperar, apenas tuvimos tiempo de bajarnos cuando un enorme
colmilludo, ajeno a nuestra presencia, salió de la espesura y tranquilamente
empezó a comer del grano allí tirado. Tuve tiempo suficiente para encararme el
rifle, y con la frialdad de un cazador experimentando, le apunté justo detrás
de su pata delantera, rompiéndole el corazón de un disparo. En los ojos de Patricia
descubrí la excitación del novato al ver su primera sangre, era el momento de
empezar mi venganza y acercándome al cadáver del jabalí, saqué mi cuchillo de
caza y dándoselo a la mujer, le exigí, que lo rematara.
Ella no sabía que había muerto en el acto, y temiendo que la
atacara, se negó en rotundo. Cabreado la abofeteé, diciendo que no se debe
hacer sufrir a un animal, por lo que recuperando el cuchillo, le abrí sus
tripas sacándole el corazón. Patricia estaba horrorizada por mi salvajismo, por
lo que no se pudo negar cuando le ordené que se acercara. Teniéndola a mi lado,
le dije que como era su primera vez, tenía que hacerla novia, y agarrándole del
pelo, le introduje su cara en las entrañas del bicho. Estaba asqueada por el
olor y la sangre, pero la cosa no quedó ahí, y obligándola a abrir la boca le
hice comer un trozo del corazón crudo que había cortado.
La textura de la carne cruda le hizo vomitar, solo el sentir
como se pegaba a su paladar le provocó las arcadas, pero cuando se tuvo que tragar
la carne, todo su estomago se revolvió y echando por la boca todo el alimento
que había ingerido. Yo solo observaba. Al terminar, se volvió hecha una furia,
y alzando su mano, intentó pegarme. Me lo esperaba, por lo que no me fue
complicado el detener su mano, e inmovilizándola la tiré al suelo. Patricia
comenzó a insultarme, a exigirme que la llevara de vuelta a Madrid, que nunca
había supuesto lo maldito que era. Esperé que se desfogara, y entonces me senté
a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado de su cuerpo, y dándole un
tortazo le dije:
-Mira putita, nunca me creí que tu marido te maltratara-,
mentira me lo había tragado por completo,- es más, al ver las fotos tuyas
retozando con tu amante, decidí convertirte en mi perrita-.
Dejó de debatirse al sentir como con el cuchillo, botón a
botón fui abriéndole la camisa, se paralizó de miedo al recordar cómo había
destripado al guarro con la misma herramienta con la que le estaba desnudando.
Realmente, estaba bien hecha medité mientras introducía el filo entre su
sujetador y su piel, cortando el fino tirante que unía las dos partes. Su pecho
temblaba por el terror cuando pellizqué sin compasión sus pezones erectos. Me
excitaba verla desvalida, indefensa. Sin medir las consecuencias, le despojé de
su pantalón y desgarrándole las bragas, terminé de desnudarla. Al ver que
liberaba mi sexo de su prisión intentó huir, pero la diferencia de fuerza se lo
impidió.
-Patricia, hay muchos accidentes de caza-, le dije con una
sonrisa en los labios,-no creo que te apetezca formar parte de uno de ellos,
ahora te voy a soltar y tendrás dos posibilidades, escapar, lo que me
permitiría demostrarte mi habilidad en el tiro, o ponerte a cuatro patas para
que haga uso de ti-.
Tomó la decisión más inteligente, no en vano había estado
presente cuando de un solo disparo acabé con la bestia y con lagrimas en los
ojos, apoyándose en una roca, esperó con el culo en pompa mi embestida. Me
acerqué donde estaba, y con las dos manos le abrí las nalgas de forma que me
pude deleitar en la visión de su rosado agujero. Metiéndole un dedo, mientras
ella no paraba de llorar comprobé que no había sido usado aun, estaba demasiado
cerrado para que alguna vez se lo hubieran roto, saber que todavía era virgen analmente,
me encantó, pero necesitaba tiempo para hacerle los honores, por lo que dándole
un azote le dije:
- Tu culito se merece un tratamiento especial, y la berrea no
empieza hasta dentro de unos días-, me carcajeé en su cara, dejándole claro que
no solo no iba a ser la dueña, sino que su papel era el de ser objeto de mi
lujuria.
El primer acto había acabado, por lo que nos subimos al
todoterreno, volviendo a la casa. Esta vez fue un recorrido en silencio, nunca
en su vida se había sentido tan denigrada, era tal su humillación que no se
atrevía ni a mirarme a la cara. Yo por mi parte estaba rumiando la continuación
de mi venganza.
Continuará...
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