No
era una situación corriente y eso la tenía intranquila. Su amigo Lorenzo la
había llamado asustado y nervioso, pidiendo verla en un lugar y a una hora a la
que nadie pudiese verlos. Le temblaba la voz, pero no quiso decirla nada más
por teléfono, decía que podían estar escuchando…
Y
allí estaba Ana Castor, aparcando su coche en un descampado en las afueras de
la ciudad, esperando. Hacía bastante frío y le molestó haber llegado antes que
Lorenzo, pero no tardó mucho más, en unos minutos su coche aparcó al lado del
suyo.
–
Buenas noches Lorenzo. – Saludó ella, afable.
El
hombre estaba pálido, tembloroso e incluso había perdido peso. Eso chocaba con
la imagen que tenia de él, Lorenzo Barahona siempre había sido un hombre fuerte
y seguro de sí mismo.
Se
habían conocido cuando Ana acabó la carrera de periodismo, fue una de las
primeras personas a las que entrevistó y, a pesar de la diferencia de edad (el
rondaba los 50 y ella no había llegado a 30 todavía) habían entablado una
fuerte amistad. El estaba metido de lleno en política y había acabado
trabajando de diplomático en representación al país, ella había sabido abrirse
paso en el periodismo, su belleza, inteligencia y desparpajo la habían ayudado
a alcanzar rápido el éxito, ahora mismo trabajaba como presentadora de un
programa de investigación.
Lorenzo
miraba intranquilo a todos los lados, agarró a Ana por el brazo y la atrajo
hacia el coche.
–
Sssshhh. Más bajo. No quiero que nos oiga nadie. – Dijo el hombre.
–
¿Oírnos? ¿Quien va a oírnos aquí? – Pero igualmente hizo caso a su amigo y bajó
la voz. – ¿Qué ocurre? Casi no te reconozco… Me estás asustando.
–
Las tienen… Ellos las tienen
–
¿Las tienen? ¿Qué tienen?
–
¡A todas! Sssshhh. – Se mandó callar a sí mismo cuando levantó la voz. – Ellos
las tienen. No puedo hacer nada.
–
¿Quienes son ellos? Si no hablas más claro no llegaremos a ningún sitio.
Lorenzo
cogió aire, volvió a mirar a los lados e intentó calmarse.
–
X-Xella Corp. – Dijo en un susurro. – Las tiene…
Ana
había oído ese nombre antes, pero todo eran habladurías… Jamás se había
demostrado que existiera.
–
¿Xella Corp? ¿Que tiene?
–
A ellas… Mis niñas…
A
la periodista se le hizo un nudo en la garganta, ¿Sus hijas? ¿Las habían
secuestrado? Las conocía desde hacía tiempo, dos díscolas jóvenes con las que
se llevaba muy bien e, incluso, alguna vez había salido de fiesta con ellas.
–
¿Tus hijas?
–
Y-Y a Helen…
–
¿Cómo ha ocurrido? – Preguntó la chica, alarmada. – ¿Están bien?
Un
coche pasó por la carretera colindante al descampado y Lorenzo casi se lanzó al
suelo para ocultarse.
–
N-No puedo decir más, no puedo avisar a la policía. Eres mi única esperanza.
–
Pero… ¿Qué quieres que haga yo? – Lorenzo estaba subiéndose a su coche mientras
la escuchaba.
–
¡Ayúdame a encontrarlas! Un indicio, una pista… ¡Lo que sea!
Ana
se quedó mirándole, ¿Le estaba pidiendo que investigase a una corporación de la
que él mismo tenía miedo?
–
Por favor… – Suplicó el hombre. – Me tienen maniatado… Solo tú puedes ayudarme…
Ana
pensó en su mujer y en sus hijas, siempre había tenido buena relación con esa
familia y la habían ayudado en lo que habían podido…
–
Esta bien. – Murmuró. – Te ayudaré…
–
Muchas gracias, de verdad, me alivia mucho que hagas esto por mí y, por favor,
Ana… Ten mucho cuidado…
Diciendo
esto se montó en el coche y arrancó, dejándola sola en aquel vacío lugar.
Una
ráfaga de aire frío la hizo estremecer.
“¿En
qué demonios me he metido?”
——————
Los
siguientes días los pasó buscando como comenzar su investigación. Primero
realizó búsquedas simples por Internet que obviamente, fueron infructuosas, la
información no podía estar al alcance de cualquiera. Después comenzó a tirar de
sus contactos. Conocía gente que la había servido bastante información en sus
otras investigaciones, policías, gente metida en política, periodistas,
criminales… La mayoría no aportaban nada de valor pero, poco a poco, juntando
las distintas informaciones recibidas pudo ir montando una pequeña base sólida
sobre la que indagar. Parece que las leyendas acerca de aquella extraña
corporación podían ser más reales de lo que parecía en un inicio.
La
investigación comenzó a absorber todo su tiempo, de tal manera que incluso
cogió una excedencia en su trabajo. Comenzó a preocuparse de verdad por el
paradero de las hijas y la mujer de Lorenzo, si era verdad todo lo que había
descubierto sobre Xella Corp no veía manera de liberarlas…
Encontró
hilos de historias en los que la gente desaparecía, mayormente mujeres, y de
repente se acababa la información, como si desapareciese del mapa y nunca
hubiese existido. Mujeres vendidas como esclavas sexuales, como mujer trofeo,
como sirvientas… ¡Cómo mascotas!
Realizaban
sus trabajos de manera quirúrgica, nunca dejaban cabos sueltos pero, aun así,
Ana no iba a parar. Su testarudez y perseverancia la llevaron a descubrir
varios nombres y lugares relacionados con Xella Corp. Creyó encontrar la
localización de varias de sus sedes, operaban en un gran número de países,
varios en Sudamérica, en USA, multitud de países en Europa, África y Asia… No
se lo podía creer… ¿Cómo era posible que una organización tan extendida
estuviese tan oculta?
Incluso
llegó a encontrar un documental sobre ellos… ¡Un documental! Todos los nombres
y caras habían sido cambiados y ocultados pero, según la información que había
encontrado todo cuadraba. En la primera parte del documental se veía como una
joven periodista comenzaba a realizar un reportaje, visitaba las instalaciones,
conocía los métodos que utilizaban para someter y esclavizar a sus presas. La segunda
parte era todavía más dura, en ella, la propia periodista era capturada,
sometida y vendida al mejor postor. Era estremecedor ver como doblegan su
voluntad y convertían a aquella joven en una esclava…
Un
escalofrío recorrió su cuerpo, ¿En qué lío se estaba metiendo?
La
investigación la obsesionaba, no hacía más que pensar en Xella Corp. Cuanto más
avanzaba más irreal y peligroso le parecía todo, ¿Qué había hecho Lorenzo para
cabrear a alguien tan poderoso? Tenía que acabar con esto, tenía que parar antes
de que fuese demasiado tarde, antes de meterse en problemas pero, ¿Cómo
hacerlo? No podía dejar de pensar en la familia de Lorenzo, tenía que hacer
todo lo posible por ayudar y… No podía negar que la atraía lo que estaba
descubriendo. Cada vez que tiraba un poco más de los hilos obtenía nueva
información, nadie había llegado tan lejos como ella, ¿Cómo dejarlo pasar? Su
profesión y su curiosidad la obligaban a seguir.
Esa
noche había quedado con un informador. Iván González, un miembro de la policía,
le había dicho que podía indicarle varios burdeles que pertenecían a la
corporación. Como era obvio quería que todo fuese discreto, así que la citó por
la noche en un lugar poco concurrido. Ana se veía ridícula, había acudido
ataviada como si estuviese en una película de cine negro, ¿Cómo se le había
ocurrido ponerse así? Una gabardina marrón la cubría hasta por encima de las
rodillas ocultando su esbelto cuerpo y unas enormes gafas cubrían su rostro,
aun no habiendo sol. Llevaba su negro pelo recogido en una coleta. Cuando se
encontró con Iván éste parecía nervioso, no paraba de mirar a todos los lados,
balbuceando. No tardó en darle la información que buscaba, nada menos que 7
burdeles en la ciudad. Se despidieron y Ana se fue satisfecha, había dado un
pequeño paso más en su investigación.
La
mujer se montó en su coche distraída, pensando en la manera de acercarse a
aquellos antros sin llamar demasiado la atención cuando un ruido la sobresaltó.
Fue demasiado tarde. Unas manos se cernieron sobre ella desde el asiento de
atrás. No le dio tiempo a gritar antes de sentir un doloroso pinchazo en el
cuello. Después vino la oscuridad…
————
Se
sentía bien, extrañamente bien.
-…
¿Esta todo preparado? …
Su
mente nadaba entre brumas, el sueño la invadía.
-…
Tantas veces en la tele…
Pero
no quería dormirse, disfrutaba de esa sensación placentera de la duermevela.
-…
Es preciosa, pero le hacen falta unos retoques…
No
recordaba cuanto tiempo hacia que no estaba tan relajada.
-…
¿Cree que será posible? Un poco más grandes, no demasiado…
Últimamente
en
el trabajo la absorbía, no hacía otra cosa.
-…
Perfecto, vaya informándome con los avances…
Pero
había algo más, algo que no lograba recordar.
-…
¿Qué programación usaremos?…
Algo…Había
algo más…
-…
Un switch… Estupendo…
¡Lorenzo!
Se acordó de repente, llevaba semanas investigando y… ¡El coche! ¿Qué había
pasado? Recordaba haberse montado en el coche… Pero nada más…
Intentó
abrir los ojos solo para darse cuenta de que le resultaba muy difícil. Sentía
frío. Frio y hambre. Poco a poco los párpados comenzaron a separarse y de
inmediato se volvieron a cerrar ante le penetrante luz que vio.
-…
Mira… Se está despertando…
Entonces
cayó en la cuenta de las voces, había alguien más allí, con ella. Intentó de
nuevo abrir los ojos, soportando la luz que la cegaba y pudo ver a los dos
hombres que charlaban a su lado. La estaban mirando fijamente.
–
¿Qué tal te encuentras, pequeña?
Ana
intentó moverse pero algo se lo impedía. Movió la cabeza con dificultad y vio
que estaba atada y desnuda sobre una especie de camilla. La cabeza le daba
vueltas, todo movimiento suponía un enorme esfuerzo. La luz que la cegaba
estaba directamente sobre ella, ¿Estaba en algún tipo de hospital?
–
No hagas esfuerzos, relájate y todo será más fácil. – Le decían las voces.
–
¿Q-Qué ha pasado? ¿Donde estoy? – Le costaba demasiado hablar, dejó caer la
cabeza sobre la almohada.
–
Ssssshh… Todo a su tiempo pequeña. Relájate.
El
hombre que hablaba se acercó y la acarició el pelo. Intentó apartar la cara
pero estaba demasiado débil y confusa. El otro hombre se acercó a una pequeña
pantalla que había al lado de la camilla.
–
Voy a aumentar la dosis. – Dijo, mientras toqueteaba unos botones.
Unos
segundos después, el sopor invadió a Ana.
–
¿L-La dosis? ¿De qué…? – Pudo decir, antes de dormirse por completo.
———–
Cuando
volvió a despertar se sentía algo más despejada, de modo que pudo pensar bien
la situación en la que se encontraba. Estaba atada y desnuda en un lugar
desconocido, ¿Cómo había llegado a esa situación? Al intentar pensar en ello la
cabeza comenzó a dolerle de nuevo.
Miró
alrededor, veía la luz sobre su camilla, una pantalla de ordenador a un lado,
varias vías inyectadas en su brazo… ¿Qué la estaban haciendo? El pánico la
invadió, ¿Había tenido un accidente con el coche? Pero eso no explicaría por qué
estaba atada y desnuda…
Siguió
mirando alrededor y lo que vio la dejó helada, en la sala había varias
personas, el hombre que había manipulado la pantalla anteriormente y que supuso
seria un doctor, porque llevaba una bata, y lo que la hizo extrañarse más:
había varias “enfermeras” por llamarlas de alguna manera, pero nadie las habría
calificado así… Parecía sacadas de un desfile de Victoria Secret’s, estaban
subidas en zapatos de tacón kilométrico y ataviadas únicamente con lencería
fina. Mostraban sin pudor sus voluptuosos cuerpos mientras iban de un lado a
otro manipulando el instrumental.
–
¿Q-Qué es esto? – Preguntó asustada.
El
doctor giró hacia ella y se acercó.
–
¿Ya te has despertado?
–
¿Quienes sois? ¿Qué queréis de mi?
–
Vaya… Estoy un poco decepcionado… Creí que serias capaz de atar cabos tu
solita… Has estado metiendo las narices en asuntos demasiado grandes para ti,
pequeña.
–
¿Q-Qué?…
Entonces
lo recordó todo, había ido a hablar con Iván, se montó en el coche y entonces
alguien…
–
¿X-Xella Corp? – Preguntó asustada.
El
hombre simplemente la sonrió y la guiñó un ojo, como si todo esto no fuese más
que una situación divertida.
–
¿Por qué hacéis esto? ¡Dejadme ir! – Por su cabeza pasaban las horribles
historias que había descubierto en su investigación, no podía estarle pasando
esto. – ¡Me encontrarán! ¡Me buscarán y me encontrarán! ¡No podéis secuestrar
así! ¡Lo pagareis!
–
Permítame que lo dude, señorita Castor. – El hombre que acompañaba al doctor el
otro día entró por la puerta. – Nosotros siempre conseguimos lo que nos
proponemos…
Ana
se quedó sin habla, no por la aparición de hombre, sino por su compañía… ¡Era
Helen Olsen! ¡La mujer de Lorenzo!
–
¡Helen! – Exclamó Ana, pero la mujer no le hizo ningún caso, como si no
estuviese allí.
La
mujer de su amigo estaba ataviada de la misma manera que las enfermeras que
rondaban por la sala, tacones altísimos y fina lencería de encaje, con la
excepción de dos objetos, una bola de plástico que llevaba amarrada a la boca,
y una especie de collar de perro, del que salía una cadena que sujetaba distraídamente
el hombre.
–
Vaya, parece que os conocéis. – Dijo éste.
–
¿Qué habéis hecho con ella? ¿Y sus hijas? ¡Helen! – Gritaba desesperada la
periodista.
–
Solo hemos hecho de ella una mujer más feliz. – El hombre se acercó a Ana. –
Igual que haremos contigo.
Se
situó entre las piernas de la joven y llevó la mano a su sexo. Inmediatamente
un relámpago de placer invadió el cuerpo de la chica, aunque casi no la había
tocado.
–
Iñaki, ¿Cómo va la reprogramación?
–
Al 60%. – Contestó el doctor.
–
Estupendo… – Diciendo esto introdujo de golpe dos de sus dedos en el coño de
Ana, y los extrajo empapados en sus flujos.
“¿Qué
me está pasando?” Pensó la chica. “Nunca me había sentido así… Apenas me ha
tocado…”
El
hombre acercó los dedos a la boca de la chica, que pudo notar el olor de su
sexo. Apartó la cara tanto como la permitían los amarres.
–
¿No quieres? No te preocupes… Dentro de poco te encantará…
Y
diciendo eso, el hombre quitó la mordaza a Helen con una mano mientras le
ofrecía los dedos húmedos con la otra, la mujer los devoró ávida, chupándolos y
lamiéndolos hasta dejarlos impecables. Ana empezó a temblar de terror, ¿Qué
habían hecho con Helen? La recordaba como una mujer sobria y educada, y ahí
estaba, lamiendo unos dedos que habían estado dentro de su coño… ¿Le harían lo
mismo a ella?
–
Es hora de empezar con la siguiente parte del proceso, Helen, ¿Por qué no haces
los honores?
“¿La
siguiente parte del proceso? ¿De qué coño habla?”
Helen
se arrodilló entre las piernas de la chica y, sin mediar palabra, comenzó a
lamer su coño con ansia.
–
Ooohhh. – Ana se retorció de la impresión y el placer. Intentó moverse para
impedir que la mujer continuara pero estaba muy bien atada, así que no tuvo más
remedio que intentar aguantar.
Estaba
confusa y excitada, no era la primera vez que la hacían sexo oral, ni mucho
menos, pero nunca había tenido unas sensaciones tan intensas, ¿La habrían
drogado para aumentar su sensibilidad?
No
tardó mucho en llegar el primer orgasmo, que vino acompañado de sonoros gemidos
que Ana no pudo esconder.
–
Eres una niña muy ruidosa. – Comentó el hombre. – Vamos a solucionar eso.
Y,
acercándose a ella, le colocó una bola de plástico en la boca como la que
llevaba Helen. No evitaba que siguiera gimiendo pero al menos ahogaba el ruido.
La
joven intentó decirle a la mujer de su amigo que parase, que entrase en razón,
pero de su boca solo salían ruidos ininteligibles. Comenzó a sudar, el esfuerzo
por liberarse y el sofoco por el placer recibido comenzaban a hacer mella.
Había
perdido la noción del tiempo y de los orgasmos que había experimentado cuando
el hombre se acercó al Helen y le tocó el hombro.
–
Para. – Le dijo, e inmediatamente la mujer apartó la boca del coño de Ana. – Es
hora de que descanses.
Ana
sintió alivio, por fin había acabado esa maratón de orgasmos, estaba agotada.
–
Isabel, tu turno.
El
hombre se dirigía a una de las enfermeras que, solicita, ocupó el lugar de
Helen.
–
Mmmppfff.
Ana
intentó luchar, la desesperación se adueñó de ella, pero fue inútil y
agotamiento hizo que se desmayara.
Ni
siquiera durante su sueño pudo escapar de esas sensaciones que la habían
llevado a la desesperación. Por su cabeza desfilaban escenas de sexo y
depravación en las que ella era la protagonista. Soñaba que se corría una y
otra vez, se abandonaba al placer pero, en este caso, era ella la que lo
buscaba. Era participante de orgias salvajes en las que era follada sin cesar
por hombres sin rostro y, cada vez que llegaba un orgasmo, sentía una sensación
placentera de plenitud y felicidad.
Un
fuerte orgasmo y un gemido ahogado por la mordaza la despertó. Estaba empapada
en sudor y por los bordes de la mordaza escapaban sus babas. Levantó lentamente
la cabeza sólo para ver como ahora era otra chica la que estaba dando buena
cuenta de su coño, ¿Cuantas habrían pasado ya entre sus piernas? Prefería no
saberlo, solo quería que todo acabase de una vez… Pero notó algo más, había
algo extraño en lo que estaba viendo, ¿Qué podría ser? Entonces cayó en la
cuenta, sus tetas casi no la dejaban ver a la chica que estaba ante ella,
¿Habían crecido? ¿Cómo era posible? Creía estar segura de que no la habían
operado pero…
–
Ya es suficiente, Mónica. – Dijo el doctor. – Marcelo, llevamos un 80%.
–
Perfecto. – Dijo lacónicamente el hombre.
Ana
sintió un verdadero alivio cuando la chica se levantó y regresó a sus tareas,
por fin la dejaban tranquila pero, inmediatamente, un fuerte desasosiego la
embargó, ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué se sentía así?
–
¿Qué tal te encuentras? – Preguntó el tal Marcelo. – ¿Cansada?
Se
acercó a ella y le quitó la mordaza. La mandíbula de la chica crujió al
volverse a articular. El hombre comenzó a recorrer lentamente el cuerpo de Ana
con los dedos, se tomó su tiempo en los pezones, que rápidamente se pusieron
duros como piedras. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la periodista, calmando
el desasosiego que sentía.
–
¿Q-Qué me estáis haciendo? – Balbuceó mientras el dedo avanzaba inexorable
hacia su coño. – P-Para… Dejadme en paz…
Pero
la realidad era que ese contacto la calmada, la hacía sentir bien, cada
centímetro que avanzaba el dedo era un punto más de bienestar y placer en la
mente de Ana.
Marcelo
rozó el clítoris de la periodista y apartó el dedo.
–
Mmmmhhhhh. – Ana no lo quería admitir, pero estaba frustrada. La sensación de
desasosiego volvía a su ser con más fuerza que antes.
–
¿Qué te pasa? ¿No querías que parase? – Decía el hombre, con sorna.
Ana
le miraba con una mezcla de odio y deseo.
–
¿Qué me habéis hecho? ¿Por qué me siento así? – La chica intentaba juntar sus
muslos para matar la calentura de su sexo, pero seguía fuertemente atada.
–
¿Cómo te sientes? – Marcelo introdujo el dedo en el coño de Ana, arrancando un
gemido de su boca. – Yo te veo bien. – Sacó el dedo.
–
Nooo. – La chica no podía contenerse más. – Por favor…
–
¿Por favor? ¿Por favor que?
–
Acabad con esto… No pares… No me dejes así… Por favor…
–
No entiendo lo que quieres decir. – Se situó a su lado y comenzó a acariciar
los pezones erizados de la chica. – Hace unos minutos querías que parasemos.
–
No por favor… No quiero… Ya no… – Su sexo ardía, el contacto en sus pezones la
estaba volviendo loca.
–
¿Y que gano yo? ¿Qué harías con tal de que calmase tu ansia?
–
Lo que sea… Haría lo que me pidieras…
Marcelo
sonrió. En segundos había bajado sus pantalones y tenía su polla erecta ante la
cara de la periodista. La chica quedó en estado de shock, la tenía a escasos
centímetros de su boca, podía olerla, casi sentía como palpitaba ante ella. Un
deseo visceral nacía desde lo más profundo de su ser y la impulsaba a algo que
no quería hacer, ¿O sí? Abrió la boca y se acercó con lentitud a su objetivo y,
cuando sus labios tocaron el glande de aquel hombre, su cuerpo se relajó, la
paz volvió a ella y la extraña sensación desagradable que había estado
sintiendo dejo paso a un placer casi onírico.
–
90%. – Oyó decir al doctor.
¿Qué
querría decir con eso? Daba igual, lo único que la importaba en ese momento era
la polla que tenía entre sus labios. Comenzó a lamerla desde la dificultad de
su posición, buscando llegar lo más lejos posible. Marcelo se acercó y situó su
miembro sobre la longitud de su cara, y sus huevos sobre su boca. Ana no
necesitó más indicaciones y empezó a lamer los también. Su lengua viajaba una y
otra vez de los huevos al glande, recorriendo el duro tronco que tenia ante
ella. El hombre la sujetó la cara entonces e introdujo el rabo de golpe en su
boca. Ana comenzó a estremecerse. El placer que sentía era tan grande que
pensaba que se iba a desmayar de nuevo, ¿Qué la estaba pasando?
–
95%.
–
Suéltala. – Ordenó Marcelo a una de las chicas.
Rápidamente
Ana se vio liberada de sus ataduras y levantada de la camilla. La chica que la
había liberado la colocó de pie, con las piernas algo separadas y el torso
apoyado en la camilla. La periodista no podía soportar la excitación que la
invadía y comenzó a masturbarse frenéticamente.
–
¿No puedes aguantar ni un segundo sin tocarte? – Decía Marcelo desde detrás de
ella. – Vas a ser una buena perra.
Y,
diciendo esto, apartó la mano de la chica e introdujo la polla de golpe en su
coño. Ana iba a explotar, nunca en la vida había sentido un placer semejante.
Se dejó caer sobre la camilla derrotada, abandonada a los múltiples orgasmos
que estaba recibiendo.
–
98%.
¿Cómo
podía correrse tan seguido? ¿Cómo podía desear lo que la estaban haciendo? Cada
embestida que recibía era una bendición, deseaba que no acabase nunca.
Pero
Marcelo estaba a punto. Sacó el rabo y obligó a la chica a arrodillarse.
Introdujo de nuevo la polla en la boca ansiosa de la periodista, que pudo notar
el sabor de su sexo que anteriormente había intentado evitar.
–
Trágatelo todo, perra. – Dijo el hombre sin más, y abundantes chorros de semen
brotaron de su polla, haciendo que Ana se atragantase. Pero esto no impidió que
la chica obedeciese, no dejó caer ni una gota.
Tragarse
el semen de su hombre fue la gota que colmó el vaso, Ana estalló en oleadas de
placer que la llevaron al desmayo, cayendo derrotada en el suelo y perdiendo la
consciencia.
–
100%. – Consiguió escuchar, antes de que todo se volviese negro.
—————–
Ana
despertó en su cuarto, estaba contenta porque hoy regresaba a su trabajo de
nuevo después de lo que ella pensaba que habían sido unas vacaciones
relajantes.
Salió
de la cama desnuda, pues había descubierto que la resultaba mucho más cómodo
dormir sin nada encima y tropezó con el vibrador que había estado usando antes
de dormir. Lo había comprado hace poco y, desde entonces, se había convertido
en su mejor entretenimiento, ¿Cómo había podido vivir sin uno? Ya estaba
pensando como sería el siguiente que se iba a comprar.
Se
situó frente al espejo a observarse, realmente tenía un cuerpo precioso. No
reparó, sin embargo, en los brillantes aritos que adornaban sus pezones, ni en
el aumento de tamaño de sus tetas, habría jurado que siempre habían estado
allí. Si que sabía, en cambio, que había cambiado de estilo de peinado. Ahora
llevaba el pelo corto, casi rapado a la altura de la nuca y más largo en la
parte delantera, según su opinión ahora estaba bastante más sexy.
Abrió
su armario y comenzó a elegir la ropa que se pondría. Comenzó a sacar prendas,
indecisa ante la cantidad de ropa que tenía y que todavía no había estrenado
pues, la semana anterior, decidió que había que dar un giro a su estilo y
además de cortarse el pelo renovó todo su vestuario. Tiró toda su antigua ropa
y arrasó con la mitad de las tiendas que encontró, buscando prendas más
juveniles y sexys.
Finalmente
se decidió por una minifalda ajustada y un top escotado. Se miró en el espejo y
se sintió realmente bien, atractiva y contenta consigo misma.
Cuando
llegó a su trabajo, no se le escapó que todos los hombres se daban la vuelta a
su paso, se sentía preciosa y deseada y eso la gustaba. Se presentó en el despacho
de su jefe para notificarle su vuelta.
–
Buenos días, jefe. – Saludó alegre.
–
Buenos días. – Contestó el hombre, sin siquiera levantar la vista de su
escritorio. – ¿Ya acabaste esa investigación tan urgente que tenías entre
manos?
–
¿Investigación? ¿Qué investigación? Me tomé un tiempo para relajarme y
desestresarme, eso es todo.
–
¿No dijiste que…? – El hombre levantó la vista y vio el nuevo aspecto de su
presentadora. – Ya… Ya veo yo para que necesitabas un tiempo… – Dijo,
observando el aumento de tamaño de las tetas de la chica.
– ¿Eh?
–
No te preocupes, no diré nada… Y ahora vuelve a tu puesto que hay que seguir
con el programa.
La
nueva imagen de la periodista Ana Castor fue la comidilla de los estudios
durante los próximos días y, cuando se emitió su siguiente programa, de las
redes sociales. A nadie se le escapó el nuevo y exuberante aspecto de la chica,
las revistas hicieron reportajes especulando a que cirujano había ido, por qué
razones se había operado y si había un hombre junto a la mujer de moda. La
audiencia del programa se multiplicó, sobre todo entre el público joven. Ana
estaba en la cresta de la ola, ni siquiera ella se explicaba el por qué del
cambio que había dado, solo disfrutaba del momento.
Un
día, llegaba a su casa con las bolsas de la compra en la mano y se encontró un
hombre en su puerta. Le resultaba vagamente familiar, pero no sabía decir de
donde.
–
¿Puedo ayudarle? – Preguntó con cautela.
–
A mi no, pero tengo un amigo que quiere que le hagas un pequeño favor, te está
esperando dentro.
–
¿Qué quiere decir? ¿En mi casa? Me está asustando, váyase de aquí o llamaré a
la policía.
Ana
sacó el móvil del bolso y se dispuso a marcar.
–
Oh, vamos, déjate de tonterías. Si eres “Una perrita obediente”
Los
ojos de Ana se volvieron vacíos y dejó caer las bolsas al suelo. De inmediato
comenzó a despojarse de las ropas, quedando sólo los zapatos de tacón, las
medias y una preciosa lencería de encaje.
–
Ahora entra ahí y obedece a tu hombre en todo lo que te pida.
Los
ojos de Ana recuperaron la vida y una expresión de lujuria apareció en su
rostro. Atravesó el umbral de la puerta dejando allí a Marcelo, satisfecho de
lo bien que había salido todo. La frase gatillo había funcionado perfectamente,
lo que le permitía cambiar la personalidad normal de la chica, por su nueva y
flamante personalidad de esclava. Cuando acabase el servicio no se acordaría de
nada, no recordaría lo que había hecho, ni con quién, ni donde había estado. Lo
único que quedaría en su mente era una profunda sensación de bienestar y de
trabajo bien hecho.
El
hombre observó las ropas tiradas en el suelo y pasó sobre ellas, esquivándolas
mientras pensaba en lo mucho que le gustaba su trabajo.
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