Virginia y sus nenas – 1° parte



A pesar de ser nacido en Buenos Aires, actualmente vivo con mi familia en Neuquén, donde trabajo en una empresa multinacional. De aquí me la paso viajando por todo el país........  y al exterior.

Esta historia comenzó cuando tuve que hacer un viaje de tres días a San Juan y mi esposa me pidió que viera la posibilidad de contactarme con mi cuñada Virginia (su hermana menor), que vivía en esa ciudad. La idea era que le llevara unos regalos para sus hijos, Maricarmen, Nicolás y la más pequeña, Milagros; y de paso pudiéramos intercambiar noticias familiares, ya que hacía tiempo no nos veíamos.

Mi cuñada es una mujer muy bonita, de unos 30 años; rubia y de ojos claros, como casi todos en la familia de mi esposa. Su único problema siempre fue el sobrepeso, y después de tres embarazos, ni les cuento. Debe pesar cerca de cien kilos, y a pesar de que mide casi 1,70 m, es demasiado. Le sobra cuerpo por todos lados.

Tampoco ha sido nunca de cuidar su aspecto. Es verdad que siempre está muy limpia, tanto ella como su ropa; pero no se preocupa por vestirse bien, un buen peinado o el maquillaje.

El viaje lo hice un domingo a la noche, ya que el lunes tenía que empezar a trabajar temprano. Dejé mis cosas en el hotel y me fui directamente a la casa de Ramón y Virginia.

Cuando llegué me crucé prácticamente en la puerta con Ramón, que salía hacia el aeropuerto, en viaje a no sé dónde, también por trabajo. Apenas tuvimos tiempo de saludarnos y que me pidiera que le cuidara a la familia.

Virginia estaba como siempre: Con un vestido todo suelto, que parecía una carpa de circo (por lo grande y por lo colorinche); unas chancletas en los pies; y el cabello tomado en una cola con una simple cinta de tela. De todas maneras, tengo que reconocer que (también como siempre) estaba muy bonita. Su cara es preciosa en general, pero esos ojos grises, de mirada triste, son espectaculares.

Me saludó con un beso y entramos cuando ya se venían al humo los niños, para saludar, y, de paso, averiguar qué les había llevado. Repartí los regalos, algunas caricias, unos “qué grande que estás”, y cosas por el estilo. Enseguida cenamos, y los chicos partieron a dormir, ya que a la mañana siguiente iban a la escuela.

Al terminar con el lavado y secado de la vajilla, nos sentamos a la mesa de la cocina, a tomar un café. Ahí la charla empezó a ser más seria, y entre una cosa y otra, llegamos al tema de su descuidada forma de arreglarse.

¿Por qué cuidas tu aspecto tan poco? – Le pregunté. Sos muy bonita para andar ocultándote detrás de esos feos vestidos y sin ponerle un poco de color a tu cara. Tus ojos se verían aún más lindos si los retocaras un poco – Finalicé mi discurso.

¿Para qué? Si total nadie me mira, y a nadie le intereso – Respondió un poco como enojada. ¿Voy a gastar tiempo en arreglarme, si estoy aquí para mantener en movimiento esta casa y la familia?

No creo que ese sea el fin de tu existencia – Le dije. Tu respuesta suena totalmente a antigua. Hoy la mujer está para muchas más cosas que ser ama de casa; inclusive podrías trabajar (ella es maestra jardinera) y poner una persona que haga parte de las tareas domésticas.

Me miró con una cara que lo menos que decía es “éste está loco”, y salió diciendo que Ramón la quería así, criando sus tres hijos (o más, tal vez), y atendiéndolo a él cuando lo necesitaba, incluido un contacto sexual los martes a la noche.

Llegados a este punto, casi arruino la noche; es que con lo que escuchaba, por poco me echo a reír. No puedo creer que a fines del siglo XX alguien todavía piense así; y lo peor es que ella estaba convencida que así tenía que ser.

Traté de ser persuasivo y convencerla para que probara algo distinto. Ponte alguna ropa que te quede bien y sea bonita, maquíllate un poco y verás que la cosa cambia. Probá ahora e intentalo cuando vuelva Ramón del viaje; vas a ver que puede dar resultados – La animé.

Billy, no me atrevo. Vos sabés que Ramón es muy estructurado, en definitiva es él quien me tiene de esta forma; y yo fui criada para obedecer a mi marido toda la vida – Fue su contestación.

Ahí salí diciéndole que Isabel (mi esposa y su hermana) había sido criada de la misma manera, y no por ello era una dama medieval. Que si no se decidía a cambiar iba a ser una planta toda la vida. Con el tiempo y las mejoras tecnológicas, Ramón iba a preferir tener unos cuantos electrodomésticos y coger con una muñeca inflable cibernética, antes de tenerla a ella.

Reconozco que fui muy duro, pero dio resultado. Virginia, con los ojos llenos de lágrimas me dijo que quizá tuviera razón, y que iba a probar. Pero como yo le había abierto los ojos, tenía que ayudarla en el cambio. Acepté encantado de poder serle útil y pusimos ahí mismo manos a la obra. ¿Qué tengo que hacer primero? – Me preguntó. ¿Por dónde empiezo?

Esto lo vamos a tener que manejar en dos etapas – Le contesté. Primero la apariencia; y después tu actitud hacia la vida, y sobre todo, hacia el sexo. ¡Si viesen la cara con que me miró!

Le pedí que buscara alguna ropa que le quedara bien; que sin ser totalmente ajustada al cuerpo, porque no le iba a quedar, tampoco fuera una carpa. Vení y ayudame a elegir – Me pidió. Y nos fuimos a su habitación a escoger prendas.

Después de mucho rebuscar en el ropero y en cajas con ropa que ya no usaba, separamos un vestido sencillo, pero con forma, de un color pastel muy bonito; y un trajecito de dos piezas color beige. Para completar el atuendo hay que saber qué ropa interior ponerse – Le dije. Aunque no lo creas eso también es muy importante. 

Me da vergüenza separar esa ropa estando con vos – Me dijo sin mirarme. Ante lo cual me volví a poner un poco rudo. Si vamos a seguir adelante con esto tenés que olvidarte del pudor conmigo – Casi le grité. Cuando terminemos vas a ser una mujer distinta, pero para ello antes no sólo voy a elegir tu bombachas y corpiños, si no que te voy a ver a vos con ellos, e inclusive sin nada puesto.

Ya a esta altura empezaba a calentarme, no sólo de enojo, si no también de excitación. Empecé a darme cuenta que comenzaba a dominarla, y ella no hacía más que responder sumisamente. Creo que fue en ese momento que decidí hacerla mía, en todo el sentido de la palabra: poseerla sexualmente y dominar su voluntad. Esto se vio reforzado con la actitud de ella, que en ves de enojarse por lo que le dije, bajó los ojos y en un susurro dijo que haría lo que yo dispusiera.

Pero que conste que no pensaba que esto fuera sólo para mi beneficio; mi intención era darle a ella todo el placer que se merecía, a cambio.

Buscamos entre su ropa interior y realmente no encontré nada que valiera la pena. De última saqué un par de bombachas y corpiños que por el color podían hacer juego con la ropa, aunque no había ningún conjunto armado. Bien – Le dije. Ahora vamos a comenzar

¡Desnudate! – Ordené. Y así lo hizo, ya sin chistar en lo más mínimo. Se sacó el vestido por la cabeza, tiró las chancletas a las patadas y se me quedó mirando. Evidentemente lo que vio en mis ojos le alcanzó como orden; se desabrochó el corpiño (inmenso), tirándolo por ahí; y dándose vuelta se sacó la bombacha (con dibujitos, como si fuera de nena). No hizo falta que le ordenara darse vuelta.

El siguiente paso fue hacerle sacar el brazo con que se tapaba las tetas, y la mano sobre su concha. Entonces, ahí tenía a mi cuñadita, en bolas y a mis órdenes. En ese momento se me pasaron todas las cosas que le haría, pero decidí no apresurarme. La quería disfrutar realmente, y para ello esperaba tenerla totalmente dominada.

Su cuerpo no se condice con su cara, no es que sea muy feo, pero está demasiado excedida de peso. Tiene la piel muy blanca y se la veía suave, salpicada en algunos lugares por grupos de pecas. Sus pechos son grandes y bastante caídos. Es que todavía le doy la teta a Milagros, por la noche – Se justificó.

Al final de su torso, se apreciaba una concha bastante más peluda de lo que me podía imaginar, teniendo en cuenta lo rubia que es. Los rubios pendejos le cubren totalmente los labios, y el triángulo púbico lo tiene sin depilar, completo. Después me di cuenta que también le faltaba depilarse las axilas, aunque a mi me excita así.

La cola y las piernas tienen buena forma, y creo que con unos cuantos kilos menos podrían ser espectaculares. De todas maneras, ver esa colita me daba ganas de ponérsela en ese mismo momento.

Vamos a aprovechar para comenzar las lecciones de sexo – Le dije. ¿Cuánto hace que no chupás una buena verga? – Le pregunté. La verdad es que nunca lo hice, bueno... Ramón no me lo ha pedido... y sólo he estado con él – Fue su confesión.

Ante esto, la hice arrodilarse delante de mí y le enseñé a bajar lentamente el cierre de mis pantalones y luego de desabrochar mi cinturón, los bajó hasta los tobillos. Ahora, con cariño, baja mi slip – Le dije. Hazlo despacio y mientras acaríciame con tus dedos – Fue la orden.

Así lo hizo, aunque con bastante torpeza, puso todo su empeño en hacerlo bien. Cuando llegó el momento de sacarme el slip, lo hacía con una mano, mientras trataba de acariciarme con la otra. Todavía estaba muy tensa, y bajo otras circunstancias me hubiera dedicado a relajarla primero, pero eso no se condecía con el fin de lograr su sumisión total. Ya le llegaría el momento de gozar a ella.

Ahora tienes que comenzar a usar tu boca, los labios y la lengua – Fue la siguiente orden, una vez que mi slip llegó también a los tobillos. Le indiqué cómo tenía que hacer para lamer todo el tronco de mi pija, chuparme los huevos, y por último, empezar a tragársela. La sensación a esta altura fue maravillosa, ya que tiene una boca bastante grande, y de una prácticamente se la pudo meter toda adentro. Mientras, aprendió a acariciarla con la lengua, cuando la tenía metida.

Al final, luego de masturbarme, tanto con su mano, como con sus labios; me dedique a cogerla por la boca, le pedí que cerrara sus labios alrededor de mi pija, y yo comencé un mete y saca, como si estuviera en su concha. Ni que decir la acabada que me mandé al poco rato. Como nunca había recibido la leche en su boca, sólo tragó los dos primeros chorros, ya que después, medio atragantada, se sacó la pija de la boca; y los últimos chorros cayeron sobre su cara y sus pechos.

Resfregate la leche que te sobró por la cara y las tetas – Le ordené. Así la piel se te va a mantener suave. Es mejor que la leche de burra que usaba Cleopatra – Finalicé. Aunque con un poco de cara de asco, lo hizo; y también me volvió a lamer toda la pija y los huevos, cuando le ordené dejármelos bien limpios. A esta altura, ya se me estaba parando de nuevo.

¿Es verdad que todavía le das la teta a Milagros? – Le pregunté. Sí, una sola vez al día, cuando se va a dormir, porque ya no tengo mucha leche. Hoy le dije que no podía porque estabas vos y te tenía que atender – Concluyó su comentario.

Le dije directamente que no estaba bien que se perdiera tan preciado elemento, y ya que la nena estaba dormida, iba a ser yo quien la tomara. Terminé de sacarme los pantalones y el slip, previo quitarme los zapatos y las medias; me senté en una silla, y la hice acomodar parada entre mis piernas, mirándonos de frente. ¡Cuánto hacía que no tomaba leche materna! Ya casi me había olvidado de la agradable sensación de chupar unas buenas tetas, cuando están cargadas.

Pero no todo fue chupar para sacarle la leche; primero me dediqué a acariciarlas, lamer todo el contorno de los pechos; y de a poco me fui acercando a sus pezones. Para cuando pasé por primera vez la lengua por la puntita, se estremeció de pies a cabeza. Esto no sólo te gusta, si no que también lo sabes disfrutar – Le dije. ¿No me vas a decir que Ramón sí te chupa las tetas? – A lo que respondió totalmente avergonzada: La verdad es que lo disfruto cuando Milagros toma su leche, y es por eso que sigo haciéndolo, a pesar de sus tres años. Ramón prácticamente no las toca en la época de lactancia.

Cuando le succionaba los pezones, y su leche llegaba a mi garganta, ella se excitaba cada vez más; pero en ningún momento llegó al orgasmo. De mi excitación mejor ni hablar, creo que el tamaño de mi pija era el más grande en muchos años. Estaba que reventaba.

Viendo que no llegaba a acabar, decidí pasar a otra cosa. ¿En qué posiciones te coge Ramón normalmente? ¿Cuáles conocés? – Pregunté a continuación. Aunque parezca estúpido, volví a asombrarme, cuando me dijo que la única forma en que lo había hecho era acostada boca arriba y con su esposo encima (la famosa posición del misionero), poniéndosela en la concha un ratito, hasta que le acababa dentro. 

Hoy vas a conocer algunas más – Le dije, y la hice sentarse sobre mis rodillas, con las piernas abiertas alrededor de las mías. Primero nos besamos, y era la primera vez que lo hacíamos en la boca. Me costó mucho que respondiera a mi lengua con la suya, y que disfrutara de la sensación de sentirnos unidos. Pasaba mis manos por su cabello (es muy lindo y suave), acariciando también su nuca y las orejas.

De a poco se fue relajando, y comencé a acariciarle la vagina poco a poco, primero por fuera y luego separando sus labios fui metiendo un dedo tras otro, hasta que entraron cuatro todos juntos. Evidentemente la verga de mi cuñado debe ser bastante gruesa. Sentí que estaba muy húmeda, producto de su excitación, pero ni cerca de hablar de un orgasmo. La tomé de las nalgas, y la fui corriendo hacia delante hasta que mi pija hizo contacto con su concha; la levanté un poco y la fui penetrando, hasta que su cuerpo se la tragó hasta las pelotas.

Después seguí acariciando sus pechos, besándola, y le indiqué cómo tenía que moverse para arriba y para abajo, de forma tal que fuera ella quien me cogía a mí, y no al revés. El momento se alargó bastante, ya que como yo había acabado poco antes en su boca, y el movimiento de ella no era continuo, a mí me faltaba bastante. Por el lado de ella, se notaba que lo disfrutaba, y su concha cada vez destilaba más jugos, pero no se veían signos de un orgasmo.

El final de esta etapa llegó cuando me derramé dentro de ella, aunque parte de la leche cayó sobre nuestros muslos. Se la saqué y le ordené nuevamente que me limpiara con su boca. Es la última vez que te lo digo. Cada vez que yo acabe, vos tenés que limpiarme con la lengua – Le aclaré. Que no tenga que volver a decírtelo.

Sospechando lo que podría estar pasando, pero sin poder llegar a creerlo, le pregunté cuál era la mejor forma en que ella llegaba normalmente al orgasmo. Se quedó sin saber qué decir. Yo no sé realmente lo que es tener un orgasmo – Me dijo, casi mirando para otro lado. Escuché hablar de eso, pero creo que nunca lo sentí – Concluyo, casi con lágrimas nuevamente.

Mis sospechas estaban confirmadas, y me sentí en el deber de darle a conocer lo que era gozar realmente de la vida. Por otra parte, si yo le brindaba su primer orgasmo, estaba seguro que era el último paso para dominarla definitivamente. La recosté sobre la cama y le pedí que flexionara las piernas, manteniéndolas bien abiertas. Me acosté entre las mismas y comencé mi labor, con los dedos, los labios y la lengua. 

No les voy a contar los minutos que le llevo la acabada. Sí les puedo asegurar que fue su primer orgasmo, o tal vez los primeros, porque duró tanto que no se si fue uno larguísimo o varios encadenados. Saltaba para todos lados y gritaba como si se la llevara el diablo; casi no la podía contener, pero seguí chupando y lamiendo, hasta que ya no pudo más. Estaba totalmente rendida.

La dejé descansar unos minutos y luego le pregunté cómo le había ido. Fue increíble – Me dijo, todavía temblando. Ahora te puedo asegurar que nunca había tenido un orgasmo, nunca sentí nada así, ni parecido – Concluyó, mientras trataba de serenarse. ¡Sos mi Dios!, te adoro por lo que lograste de mí. Esto era más de lo que esperaba, no sólo la tenía dominada, si no que me adoraba como una deidad.

Se acabó el recreo – Le dije medio duro otra vez. Ahora vamos a pasar a otra etapa que seguro tampoco conocés. Vas a aprender a usar tu otro agujero para el amor, vamos a comenzar con el sexo anal. ¿Estás hablando de hacerlo en mi cola? – Preguntó como si hubiera hablado en chino. Le dije que le gustara o no le gustara, y le hubieran contado lo que fuera, ese era el próximo paso.

Volvió a lloriquear un poco, pero con una sola vez que le volví a levantar la voz, alcanzó para que cediera. La hice poner boca abajo, de rodillas sobre la cama y con las piernas un poco abiertas. Me acomodé por detrás y separándole las nalgas, le comencé a acariciar el agujero del orto. Traté de llegar a él con mi lengua, pero era imposible, dado el tamaño de su culo; no me entraba la cabeza por el medio, como para arrimar mi boca.

Por lo tanto, decidí lubricarla con mi saliva, pero poniéndola con los dedos. También llevaba los restos de su flujo y mi semen que quedaban en su concha, hacia el agujerito. Entre una cosa y otra, logré lubricarla bastante, aunque el esfínter no se dilataba mucho; evidentemente nunca había entrado nada por allí. Por otra parte, ella se encontraba todavía muy tensa, casi aterrorizada.

De a poco comencé a meter un dedo, que entró sin mayor problema; pero cuando quise meter más, se hizo bastante difícil. Así que decidí pasar directamente a meterle la pija. Acá empezaron de nuevo los problemas, entre el tamaño de su culo, y mi verga que no es nada extraordinario de largo, no había forma de llegar con la punta a su agujero.

Decidí cambiar de posición, la acosté boca arriba, con las piernas levantadas y bien abiertas. Volví a las caricias en todo su cuerpo, incluida su vagina y su clítoris, pero sin dejarla llegar a un nuevo orgasmo. Con una almohada bajo sus nalgas, y yo arrodillado entre sus piernas, logré apoyar la puntita contra su orto. 

A pesar de lo excitada que estaba por mis caricias, volvió a tensarse, y para cuando comencé a penetrarla, su esfínter no se había relajado demasiado. Visto que no había otra solución, decidí enterrársela de golpe. Cuando recién había entrado la mitad de la cabeza, pegué un empujón y se la metí casi hasta la mitad. El grito que pegó del dolor fue casi tan fuerte como los que había dado por placer unos minutos antes; y me rogó que se la sacara, entre abundantes lágrimas.

Esto lo decido yo, y vos no tenés más que obedecer – Le dije. A continuación di un segundo empujón, que terminó de enterrársela, hasta chocar mi bolas contra las nalgas. Esta vez el grito fue un poco más débil. Calmate que lo peor ya pasó, ahora lo vas a disfrutar – Comenté como para tranquilizarla.

Poco a poco, comencé un pone y saca, acompañado de más caricias, especialmente en su clítoris. Al poco rato, ya no parecía sentir el dolor, y comenzó a acercarse a otro orgasmo. Fui regulando mis movimientos, porque no quería acabar antes que ella; y a la vez, intensifiqué la paja que le hacía. Producto de esto, acabamos los dos juntos. A mi me encantó hacerlo en ese culito tan estrecho, y ella lo disfrutó tanto como el primero.

Nos quedamos medio muertos ambos sobre la cama, hasta que mi pija se fue escapando del culo, a medida que se me achicaba. Recién volví a reaccionar al rato, y me levanté suavemente. Igual ella se despertó y aproveché para decirle: Esta vez te salvas de limpiarme, porque estás muy cansada, pero no te olvides que debes hacerlo siempre, aunque haya estado en tu cola.

Me vestí rápidamente y la saludé desde lejos. Ya son las tres de la madrugada, y mañana tengo mucho que trabajar desde temprano – Le dije. A la noche vuelvo y vamos a seguir tu educación. No te olvides que tenemos que ver el tema de la ropa, maquillaje, etc. – Y concluí: Si vengo temprano, aprovecharemos para comprarte un par de conjuntos de ropa interior, así que fijate qué podés hacer con los chicos, para que salgamos solos un rato.

Y me fui, dejándola sola, pero satisfecha. Algo ya estaba cambiando. Lo que pasó al día siguiente se los cuento en la próxima entrega...

Por ello les digo hasta pronto, con la segunda parte.

Unknown

Escritor, recopilador, sexólogo, psicólogo y filósofo. Amante de las mujeres.

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