Don Polo



En la época en que sucedió, yo rondaba los 50 años (no hace mucho de esto) y tenía una miscelánea de barrio más o menos bien surtida, ubicada en una barriada pobre. En la parte alta estaba mi vivienda y me atendía una hermana mayor que nunca bajaba a la calle aquejada por muchos achaques, la mayoría imaginarios, de modo que era un hombre solo, pero me bastaba bastante bien a mí mismo.

Había visto crecer a muchos, conocía al vecindario y era conocido y apreciado por todos, sobre todo porque con demasiada frecuencia vendía a crédito a esa pobre gente.

Con frecuencia venía a mi establecimiento una pequeña, Soledad era su nombre, y en la época en que ocurrió todo tenía 8 años. Vivía con una tía, amargada, solterona, cruel y que con frecuencia se quedaba la tarde tumbada por el alcohol, además de con un hermano más pequeño.

A Soledad la conocía bien. No voy a entrar en detalles de su familia, ni de donde procedía, pero era, auténticamente, una flor en medio de un pantano. Extraordinariamente hermosa, morena clara, de pelo negro y grandes ojos del mismo color, mejillas siempre encendidas y una sonrisa que le iluminaba el rostro, aunque con frecuencia con una sombra triste en su semblante. Era una niña muy sensible y hambrienta de afecto, cariño y ternura que su tía nunca le prodigó.

Buenas tardes don Polo, que dice mi tía que si le fía unos huevos, pan y leche y que luego de los paga...
Ya me debe mucho Soledad ¿cuándo me va a pagar?

Bajó el rostro, se entristeció, y como de costumbre, me conmoví.

Está bien te los voy a dar, pero dile a tu tía que su cuenta ya está muy grande...

Mientras la despachaba tuve una idea, y puedo jurar que sin ninguna intención, animada sólo por el deseo de ayudar.

Oye Soledad, dile a tu tía que si te deja venirme a ayudar en las tardes, y con eso vas pagando lo que me deben, además de que te daré algunas monedas para ti...
Bueno, se lo voy a decir, a ver si me deja...

Al día siguiente estaba en el local ayudándome. Barría, limpiaba, acomodaba mercancía. A pesar de su situación era una niña alegre y muy despierta. Con los días empecé a verla con detenimiento y entonces me di cuenta de que era verdaderamente hermosa. Sus ropas eran muy sencillas, de niña pobre. Ese día portaba un ligero vestido de verano, con sandalias que dejaban al descubierto unos pies perfectos. Estaba como a dos metros de mí, de pie, muy derecha, acomodando algo en un anaquel y de perfil a mi punto de vista. En lo primero que reparé fue en sus pies, y con ojos que no había tenido nunca para ella, empecé a subir la mirada. Las piernas perfectas, delgadas pero muy bien torneadas, se adivinaban fuertes, musculosas y gráciles. El ligero vestido marcaba muy bien la comba de sus nalgas, rotundas, paradas, redondas. La espalda recta y larga y el pelo lacio y corto, arriba de los hombros. Sus bracitos, que los tenía extendidos en su tarea eran también sublimes. Vi su rostro de perfil, con la nariz recta y pequeña, el mentón redondo, los labios entreabiertos, en una semi sonrisa, dibujada por unos labios carnosos, casi rojos pero al natural y unos ojos enormes de largas pestañas. Era un verdadero cromo, una imagen de ensueño. Recuerdo que pensé, ensimismado viéndola, cómo era posible que tal belleza de niña pudiera vivir con una tía que era un monstruo burdo y ruin.

Ella sintió el peso de mi mirada, volteó a verme y se ruborizó.
Ay, don Polo, se me quedó viendo como si no me conociera.
Y no te conocía en verdad, muñequita, le dije con ternura. Eres realmente una niña muy hermosa. Eres como una bella flor y cuando crezcas vas a ser muy, muy hermosa...

Se ruborizó, el color encendió aun más sus mejillas, sonrió y su rostro se iluminó, y con un dejo de coquetería natural, giró de nuevo la cabeza a lo que estaba con una mirada pícara en sus ojos.
Empecé a verla con deseo. Cada tarde llegaba con un alegre "Buenas don Polo, ya vine".

Si mi nena linda, pásale. Yo le hablaba con ternura, le hacía caricias ligeras en su rostro y sentía que ella me quería.

Unos días después estaba acomodando algo en un anaquel y apenas alcanzaba a sostener lo que tenía en las manos. Yo la vi batallar y me acerqué a ella por detrás para ayudarla. Tomé lo que tenía en sus manos y lo colocamos juntos, pero lo hice con una segunda intención.
Pegué mi cuerpo al de ella y sentí sus nalgas acoplarse a mi entrepierna. Como las había imaginado, eran duras, redondas, firmes. Ella sintió mi cuerpo, se tensó un poco, pero no se movió. Bajó sus brazos, puse mis manos sobre sus hombros y las bajé a lo largo de sus brazos, acariciándolos mientras le murmuraba palabras de ternura: "eres realmente hermosa, Soledad, una muñequita preciosa a la que quiero mucho". Subí mis manos a sus mejillas, las acaricié con suavidad y sentía su tierno corazón latiendo con fuerza. Yo hice un poco de más presión contra su culito virgen, pero al cabo de un momento se retiró de mi cuerpo y aturdida sólo atinó a decir: "ya me voy..." y se fue.

Durante dos días no vino a ayudarme y no la vi pasar por la calle y pensé que me había excedido y que ya no me querría volver a ver, pero al tercer día estaba ocupado haciendo algo cuando levanté la mirada y estaba parada en la entrada de la tienda, callada, como avergonzada, temerosa. "¿puedo ayudarle don Polo?"

Claro mi niña, entra. Te extrañé.
Creí que ya no me quería ver porque me fui el otro día.
No mi amor, claro que te quiero ver. Anda, ven, que tengo mucho trabajo para ti.

Entró, se puso a trabajar, pero me di cuenta de que volteaba a verme, como esperando algo, pero ese día me contuve y no me acerqué a ella, y tampoco al día siguiente. Al otro día cayó un fuerte aguacero de verano mientras Soledad hacia sus cosas y yo las mías, pero me daba cuenta de que seguía esperando mi iniciativa, y como preveía, ella fue la que lo propició. Otra vez se paró en el mismo lugar e hizo como que acomodaba algo que le quedaba elevado, así que volteó y me dijo "¿me ayuda don Polo?".

Claro que si mi amor.

Me acerque por detrás de ella pero me quedé apenas rozando su tierno trasero, hasta que después de unos instantes sentí que ella presionaba hacia atrás y se pegaba a mí. Volví a acariciar sus brazos pero ahora con mayor intención, otra vez su cara y luego bajé mis manos por su pecho y sentí sobre la delgada tela de la camisetita que llevaba sus pezoncitos duros, aunque no había nada que parecieran senos todavía. Acerque mi rostro a su cara y le di un beso en su mejilla, y al hacerlo sentí su respiración entrecortada. La tomé de la mano y la traje hacia la silla que solía ocupar y la senté en una de mis piernas, mientras le murmuraba palabras de cariño y amor.

Mi tierna niña, eres una lindura a la que quisiera comérmela a besos. ¿Me dejas que te de un beso?
Pero si ya me ha dado muchos don Polo. Nunca me habían besado como usted...Además, mi tía nunca me ha dado un beso.
Pero yo me refiero a tu boquita, mi cielo, ¿me dejas que te de un beso en tu boca?

Asintió apenas con su cabeza. Tome su bellísimo rostro, lo giré hacia mí y puse mis labios en los suyos, que permanecieron cerrados.
No pequeña, te voy a enseñar. Mira, abre un poco tus labios, no los cierres y ya verás que te va a gustar.

Obediente, hizo lo que le dije, y empecé a besarla nuevamente, chupando esos carnosos y perfectos labios de niña, y al poco, ella respondió a mi caricia y aprendió a besar. Busqué su lengua y la encontré y correspondió a gesto, y mientras la besaba, empecé a acariciar sus piernas. Dejé de besarla para ver el espectáculo que yo mismo me iba a preparar. Así, sentada sobre mi pierna derecha como la tenía, con mi mano izquierda empecé a subir su falda lentamente para dejar al descubierto sus maravillosas piernas, mientras ella dócil, se dejaba hacer.

Me levanté presuroso a cerrar la tienda, y como ya era tarde y la lluvia no paraba, no habría quien lo echara de menos. Volví a ella y le dije.
Mi pequeña niña, tengo muchas ganas de ver tu cuerpo. Anda, se buena y súbete tu misma el vestido para que yo te pueda ver.

Con una picardía en su mirada que me sorprendió, ella empezó a subir su falda lentamente hasta su cintura. "Ahora date vuelta, mi amor". Lo hizo y me mostró sus nalguitas, que así, con su pantaleta, se veían esplendorosas. La atraje nuevamente hacia mí y la coloqué sobre mi miembro, que estaba ya totalmente duro por el espectáculo. Sentada sobre mi miembro, lo bajé con una mano su calzón para deleitarme con sus perfectas nalguitas, que empecé a acariciar con devoción y ternura, al tiempo que con otra mano comencé a pasar un dedo por su virginal rajita, ya para entonces bien mojada y lubricada. La puse de cara a mí y la empecé a besar con pasión. Ella respondía a mis besos, los dos jadeando, plenos de calentura y pasión. Como atiné, me desabroché el cinturón y bajé mis pantalones para dejar al descubierto mi verga enhiesta, dura, deseosa de esa carne frágil, núbil, tierna y virgen.

No voy a adornarme, mi falo tiene las dimensiones normales, ni grande ni chico, ni demasiado grueso, pero bastante útil y entrenado. Ella lo miró expectante, hipnotizada por esa carne que nunca había visto, pero anhelante de lo que instintivamente sabía le iba a proporcionar.

La cargué y la puse sobre el mostrador y sin más preámbulos metí mi boca en su rajita, sin vellos, limpia de toda intrusión. Empecé a lamerla, busqué su clítoris y ahí me detuve con fruición, mientras escuchaba como música celeste sus jadeos y gemidos de placer.
Aaah!, que delicioso se siente...más, más, más. Ooooh!, qué rico... Su rostro estaba encendido y había lágrimas rodando sobre sus mejillas.

La tomé en mis brazos y me volví a sentar y la puse a horcajadas sobre mis piernas. Acomodé mi duro miembro en su cuevita, y empecé a hacer presión, para meter mi palo en esa entrada virginal y hambrienta de sexo. La tomé por las nalgas y la jalé para bajarla sobre mi enhiesta verga que deseaba sentir el calor de esa cueva húmeda y deseosa.

Ay!, me duele un poco, pero por favor no se detenga don Polo... métalo más, más... Aaah!!

De un fuerte envió entró todo, hasta lo más profundo de ella. La empecé a acunar y con un lento vaivén ambos nos fundimos en una danza de amor hasta que ella volvió a estremecerse con otro orgasmo más. Me quedé tranquilo, esperando que terminara su placer y saqué mi todavía firme palo de su entrada. Yo no me había corrido todavía, pues esperaba más de esa pequeña belleza que había encontrado el camino del placer y sería yo quien la llevaría por todos sus secretos...

Unknown

Escritor, recopilador, sexólogo, psicólogo y filósofo. Amante de las mujeres.

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